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Capítulo 6. El chico del corazón roto

Capítulo 6. El chico del corazón roto

En un departamento en Los Palos Grandes, Caracas, estaban cenando un padre con su hijo. Era una noche sorpresivamente silenciosa para la ciudad capital. Estaban comiendo puré de papas con milanesas de pollo, la especialidad del padre.

El padre, Alberto Aguilar, era un hombre de 54 años, alto, trigueño y de facciones serias. Era profesor de Canto Lírico en el Conservatorio Simón Bolívar y también en el Conservatorio José Ángel Lamas. En su juventud, fue un reconocido tenor que realizó sus estudios superiores en el extranjero, donde conoció a una hermosa mujer de quien se enamoraría, se la llevaría a vivir con él a Caracas y terminarían teniendo un bebé.

El bebé nacería con problemas cardíacos y, a los pocos días de nacer, lo operarían a corazón abierto. Ese día, uno de los enfermeros notificaría al Sr. Alberto y su mujer que el bebé había muerto en la operación, lo cual afectaría tanto a la madre que, sin ir a ver el cadáver, tomaría el primer vuelo a Buenos Aires de regreso con su familia, dejando atrás todo el dolor que le causó su pérdida.

Cuando el padre fue llamado para que pudiera despedirse de su pequeño bebé, este no era su hijo; había ocurrido un error con la información del quirófano, una grave equivocación de parte del enfermero de turno. Su hijo había salido bien de la operación y estaba en observación. Al salir a darle la noticia a su mujer, esta se había marchado, dejando solo una carta en recepción. El padre no abandonaría a su hijo para ir en su búsqueda. El enfermero fue despedido por negligencia y, para compensar el error, la clínica se ofrecería a darle atención gratuita al niño hasta que este cumpliera la mayoría de edad.

Así, con ayuda de los mejores cardiólogos, crecería fuerte y sano el niño Alexander, bajo los cuidados de su padre, quien le compartiría su conocimiento y talento por la música, con el deseo de que fuera el mejor y reconocido por todos.

Como, pasado el tiempo, no pudo dar con el paradero de la madre, este optaría por decirle a su hijo que su madre había muerto días después de darlo a luz. Por lo que lo único que conservaba de ella era una foto de esta sosteniéndolo en sus manos, donde casi ni se le podía distinguir el rostro.

Desde pequeño, Alex estaría buscando caras para rellenar ese rostro, hasta que, con el paso de los años, desistiría y lo dejaría borroso en su cabeza. También se esforzaba un montón en complacer a su padre en todo, dando lo mejor de sí en cada papel que le conseguía su padre, gracias a sus contactos en el medio, aunque se sintiera muchas veces asfixiado por la presión que este ejercía sobre él.

Así, esta noche, Alberto tendría una propuesta para su hijo.

—Alex, en dos semanas me acompañarás a Guatire a ver un concierto. Quiero que conozcas a la directora; he estado saliendo un tiempo con ella y me parece que nuestra relación está tomando un rumbo más formal. Por favor, no me avergüences.

—Yo nunca te avergüenzo; que no sea lo suficientemente robótico para ti es otra cosa. Los humanos no son perfectos por naturaleza —le contestaba el chico a su padre de forma obstinada.

—No comiences, por favor; solo te pido que la conozcas y que te comportes razonablemente. Terminemos de cenar o se enfriará la comida —dijo el padre, comiendo un bocado de puré.

Así, el resto de la cena transcurrió en silencio hasta que terminaron la comida y cada uno se fue a su respectiva habitación.

Alex, al entrar a su habitación, cerró la puerta y se puso a practicar piano, conectando sus audífonos al piano eléctrico. Así duró más o menos una hora sin parar, tratando de solucionar un pasaje que se le complicaba tocar de la sonatina de Beethoven de este año.

Al terminar fatigado, se retiró los audífonos y apagó el piano. Se dirigió derecho hacia su cama y tomó el teléfono para revisar las redes antes de irse a dormir.

Así fue como vio una historia sobre el mismo concierto que iba a dirigir la nueva pareja de su padre. Era una historia de su nueva amiga, la chica elfa, le decía, aquella que lo comenzó a seguir después de verlo cantar en el musical del Principito.

《Por lo menos la podré conocer y tendré a alguien con quien hablar para escaparme de mi padre》pensó mientras veía las notificaciones y vio que ella le había comentado un vídeo. Así que ese comentario le dio pie para escribirle al privado.

Luego de charlar un rato con la chica, ambos se despidieron y se fue a dormir, esperando que pasaran rápido esas dos semanas para conocerla; tenía mucha curiosidad de ver cómo era en persona.

Pasaron las dos semanas y se encontraban en camino a Guatire. Cuando llegaron al CEA, fueron directo al auditorio. Estaba repleto de personas, así que, con suerte, consiguieron asientos atrás de todo. Abrieron el telón y los ojos se le iluminaron al padre del chico al ver a la directora Berenice, quien hizo una introducción de la obra que presentarían hoy.

Mientras el padre se iluminaba por la directora, el hijo se alegraba al ver un rostro conocido en el lugar; allí estaba la chica elfa de las redes. Llevaba el cabello suelto con bucles que caían por sus hombros y un vestido violeta claro. No hicieron contacto visual; la chica tenía la mirada fija hacia arriba, sin mirar a otra parte. Alex se preguntó si sería su método para el miedo escénico: no mirar al público.

La presentación estuvo muy buena, los solistas magníficos, la orquesta y el coro también. Alex pudo reconocer el buen trabajo de la directora para poder encaminar bien a todos los grupos.

《Bueno, papá no es ningún tonto; siempre le gustaron las mujeres con distinción.》

Al terminar el concierto, esperaron pacientemente con el padre dentro del auditorio hasta que todos salieran. Esperarían a que se calmaran las emociones de los espectadores para así poder buscar a Berenice. Luego de unos minutos, el impaciente Alex quería echar un vistazo y ver si podría hablar con Selene, así que le dijo al padre que iba al baño. Salió al vestíbulo en búsqueda de la chica; al no poder encontrarla entre el tumulto de gente, fue al baño como le había dicho a su padre.

Al salir del baño, seguía mucha gente en el vestíbulo y todavía no veía por ningún lado a Selene, por lo que vio unas escaleras y bajó al subsuelo con ganas de explorar. Del lado izquierdo veía entrar a algunos chicos con sillas y atriles a un aula, así que se fue al lado derecho para no interrumpir.

El ala derecha del subsuelo no tenía más que cubículos a modo de almacén, con algunos vestuarios, calzados y rollos de papel pintado que pensó debían ser parte de escenografías viejas guardadas. Al ya haber explorado este lado, se fue a la izquierda; ya no venían más estudiantes por la zona, además de que se escuchaba a lo lejos una voz femenina cantando, así que entró por la puerta que tenía delante, pensando encontrarse con otro almacén, para sorprenderse al ver que era un aula.

El aula tenía toda una pared llena de espejos, al comienzo había sillas y atriles que habían traído los estudiantes y, para sorpresa de Alex, al fondo estaba Selene, de espaldas a él, cantando. Estaba interpretando el aria de soprano que había hecho la solista.

《No sé por qué no la canta ella, si le sale perfecto; además, tiene un timbre de voz más dulce y cálido que la otra soprano.》

No quiso interrumpir el canto de ella y se quedó en la entrada sin dar un paso más, embelesado con la interpretación de Selene. Aunque estaba de espaldas a él, se podía notar el entusiasmo y la gracia de su actuación, desplazándose con sus pies y danzando un poco con sus manos, cual batir de alas de un ruiseñor.

Al terminar de cantar, no pudo aguantarse y comenzó a aplaudir, acompañado de un "¡Brava! ¡Bravísima!", acción que hizo que la chica se sobresaltara. Él se fue acercando lentamente hacia ella con un andar despreocupado.

—Con esto queda confirmado que eres definitivamente la Tinuviel de los libros. Qué hermosa voz, no sé por qué te esfuerzas tanto en esconderla, incluso en los videos —se animó Alex a elogiarla con total sinceridad. Vio cómo a ella le dio un pequeño temblor por el cuerpo que no pasó desapercibido, al igual que lo rosa que se iba tornando el rostro de la chica.

—Alex... pero... ¿cómo... qué haces aquí?

—Primera vez que nos encontramos y ¿así me recibes? —dijo Alex. Le divertía un montón su reacción; era de sorpresa, pero le pareció que también había un poco de enojo en ella, al haberla descubierto en una escena tan íntima para ella.

—Bueno, tú casi me matas de un infarto —le reprochó ella.

—¡Qué divertida que eres! Mi padre sale con la directora, vinimos a verla hoy —respondió él, recordando amargamente por qué se encontraba primeramente en ese lugar.

En ese preciso momento, se abrió la puerta del salón, interrumpiendo la mirada entre los jóvenes, que se desviaron para ver entrar a su padre y su nueva pareja.

—Discúlpame, Selene, me demoré ya que me encontré a Alberto tratando de ubicar a su hijo y fuimos hasta la terraza buscándolo, pero al parecer nos ganaste y lo encontraste primero tú.

—Creo que fue al revés. Bueno, me retiro, profe Berenice, mi mamá ya me debe estar esperando para ir a casa. Un placer conocerlos —se despidió, haciendo una pequeña inclinación, y luego salió disparada hacia la puerta.

Un fuerte suspiro amargo salió de los labios de Alex mientras hacía contacto visual con su padre.

—Alex, te presento a Berenice.

—Un placer —dijo Alex secamente, mientras sentía la mirada de desaprobación del padre, por lo que inmediatamente agregó: — El concierto les salió bárbaro.

—Gracias, querido, el placer es mío; tenía muchas ganas de conocerte —respondió tiernamente Berenice mientras lo saludaba con un abrazo.

El chico se quedó inmóvil, cual gato turbado, y solo le dio unas palmadas en la espalda a ella, respondiendo su abrazo.

—Bueno, gente, vayamos a cenar para celebrar este día —dijo el padre de Alex, y así subieron todos para ir camino al auto.

Fueron a un restaurante cercano al CEA. La velada pasó rápido entre charla y charla de los adultos, mientras el chico solo se limitaba a monosílabos y sonrisas de costado a veces.

Terminado de cenar, Alberto llevó a su pareja a su casa y luego se fueron camino a Caracas. Mientras Alex se iba viendo la luna de camino, con la imagen de la chica impresa en su cabeza con su vestido violeta, con sus rulos y el verdadero canto del ruiseñor.

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