Capítulo 24. El Teatro Avenida
Capítulo 24. El Teatro Avenida
Selene se despertó con el sonido de la alarma. Abrió los ojos y pensó que seguía soñando. Todavía no caía en cuenta de que estaba en un departamento en Argentina y que este parecía sacado de las películas europeas; se sentía en la habitación de una princesa. Se dio un baño de agua caliente, se peinó el cabello mojado y se arregló lo más que pudo para dar una buena primera impresión en el ensayo de mesa.
Cuando estuvo lista, salió del departamento. En el recibidor, saludó a la señora Anahí, la encargada, que estaba revisando unos papeles mientras escuchaba una música que le dijo que era una cumbia de un grupo llamado Damas Gratis. Al salir del recinto, solo tuvo que caminar unos cuantos pasos para encontrarse con la entrada del Subte que tomaría para ir al teatro. El viaje fue rápido y sencillo, ya que no tenía que hacer conexiones; solo tenía que bajarse a unas cuantas estaciones más. Por suerte, el Teatro Avenida también se encontraba a unos pasos de la salida de la estación de subte; no había oportunidad de perderse ni de llegar tarde.
La chica llegó media hora antes de lo establecido y preguntó en la recepción del teatro dónde se estaban reuniendo para el ensayo de "Love Never Dies", y le indicaron la puerta correspondiente. Al entrar a la sala, quedó totalmente deslumbrada. La sala era más pequeña que la del Teatro Teresa Carreño, pero tenía una estética única y mágica. El diseño del techo era magnífico y tenía en el centro un enorme y espléndido candelabro. Alrededor, los palcos eran imponentes y estaban todos repletos de lucecitas. El piso estaba cubierto por una alfombra roja y las butacas eran de terciopelo burdeos. En el centro del arco de la tarima había un logo característico, parecido a una lira.
En la tarima del escenario habían puesto una mesa rectangular y varias sillas donde ya se encontraban varias personas sentadas. La mesa estaba repleta de carpetas, en las cuales, pensó Selene, se encontraba el guion de la obra. También había varias bandejas que contenían dulces pasteleros, un gran termo de agua y una especie de vaso con un sorbete de metal. Cuando estaba cerca del escenario, le habló una señora alta, blanca, de largo cabello negro ondulado y ojos tan oscuros como su pelo.
—Vos debes ser Selene, subí, nena, te queremos conocer desde hace tiempo —dijo esta con una sonrisa que le transmitió paz y confianza a la chica. Esta asintió y subió rápidamente hacia el escenario.
—Mi nombre es Graciela Fiore, soy la directora de la obra. Guillermo me pasó videos de tu actuación en Caracas y quise que estuvieras con nosotros para esta producción.
—Muchas gracias por la oportunidad, Sra. Graciela, es un honor estar entre ustedes hoy.
—Decime solo Graciela o Gigi, así me conocen todos acá. Vení, te presento al resto del elenco, o por lo menos a los que estamos —dijo esta llevándola por la mesa a saludar al resto de los presentes.
—¿Hola, qué tal? Soy Romina —dijo una chica de cabellos dorados y ojos grises. (Seguramente será Meg, pensó Selene, esperando que esta no fuera igual que Margarita; tan solo recordarse de ella le dio escalofríos).
—Hola, soy Federico —dijo un chico rubio de cabellos rizados y ojos marrones. (Me imagino que será Raoul).
—¿Cómo va? Soy Mariana —dijo una señora de cabello castaño.
—Yo soy David —dijo alegremente un niño de unos 12 años aproximadamente; este tenía el cabello negro ondulado y ojos grises. Después de darles un beso en la mejilla a todos como saludo, la chica se sentó al lado del pequeño, dando la espalda a la entrada del escenario.
Estos le ofrecieron de los dulces pasteleros que llamaron "facturas" y también le dieron a tomar de la bebida que se encontraba en un vasito con el sorbete.
—Esto es un ritual, Selene. Esta bebida se llama "mate". Primero, tienes que colocar la yerba en el mate, que es este recipiente —dijo Federico, tomando el vasito de madera—. Luego, le pones la yerba, dejando un espacio para colocar el agua y la bombilla —señaló al sorbete de metal—. Es importante que no juegues con la bombilla. Luego, tomas un pequeño sorbo y, si quieres, te comes unas facturas para llevar lo amargo de la yerba.
Así fue como le sirvieron un mate a la chica que, al momento de sorber el primer trago, le pareció tan amarga la bebida que hizo un gesto con el rostro. Todos se rieron por el gesto y le explicaron que el primer mate era el más amargo, que con las cebadas se iba perdiendo ese amargor. Y así fue como le sirvieron tres veces agua en el recipiente mientras se los iban pasando por turno, uno por uno, mientras compartían las facturas entre todos.
Le pareció a la peli marrón un compartir muy lindo y se sintió incluida en el grupo al instante.
—¿De dónde sos? —le preguntó Romina mientras era su turno con el mate.
—De Venezuela. Es la primera vez que salgo del país y la verdad me estoy dejando deslumbrar por las calles de Buenos Aires. Me siento como en una película.
—Sí, recuerdo cuando vine de pequeña, también me pasó lo mismo. Yo soy de Brasil, pero me vine a vivir con mis padres para acá cuando tenía 13 años, hasta el acento adopté.
—¡Qué chévere! Ni se nota la diferencia, me pareció que eras de acá.
—Ya está argentinizada, lo mismo te pasará a vos si te quedas —dijo divertido el pequeño David.
—Este es mi hijo, Selene —dijo Graciela, sentándose a su lado.
—Ya me parecía, tenían muchas similitudes, a excepción de los ojos.
—Sí, él tuvo la suerte de que la genética de su padre se hiciera presente ahí —dijo esta, sonriendo.
—Cuéntanos, Selene, ¿estabas estudiando canto en Venezuela? —le preguntó Mariana con curiosidad.
—No, realmente estoy estudiando contabilidad.
—No me digas eso, deja esa carrera, que tu vocación es el canto. Gigi nos estuvo mostrando videos de la obra en Caracas, tú y tu compañero estuvieron estupendos. Por cierto, amo tu tonada.
—Muchas gracias. La verdad es que todos los del elenco sí tenían carreras relacionadas a la música, yo solo tuve suerte de poder estar ahí con ellos. Y por cierto, a mí me encanta cómo hablan ustedes, pareciera que estuvieran cantando —dijo Selene con sinceridad.
—Bueno, chicos, sé que falta gente todavía por llegar, pero vayamos abriendo nosotros las carpetas y dejándolas en orden, las otras en las sillas vacías, así mientras el que vaya llegando lo hace directo a la lectura.
Así ordenaron las carpetas en sus respectivos lugares. Graciela se paró de la silla al lado de Selene para colocarse en el otro lado de la mesa y poder ir viendo quién llegaba de los faltantes. Más tarde fueron llegando de a poco un chico moreno, que al llegar lo saludaron como "el morocho", y otra chica que la saludaron como Erika, y se sentaron en las sillas vacías, dejando solo la silla al lado de Selene, la cual se puso pensativa y se preguntó si "el morocho" iba a ser el que interpretaría al fantasma, ya que estaba convencida de que Federico iba a representar a Raoul.
Sin embargo, mientras estos tomaban sus asientos y organizaban las carpetas pasándolas entre todos, ella estaba siendo entretenida jugando ahorcado con el pequeño David, mientras Federico le servía otra ronda más de mate y le ofrecía el recipiente cargado de agua nuevamente.
—Hasta que llegó el que hacía falta. Ven rápido, que ya vamos a comenzar a leer —dijo Gigi, al parecer al último integrante que faltaba.
Se escuchaban los pasos de este mientras trotaba directo al escenario. Al momento de subir a la tarima, este habló.
—Disculpen la tardanza —dijo el recién llegado, jadeante—. Llegué esta madrugada al país y no me ubico todavía con el transporte. —Era un chico con un acento y voz muy familiar.
A Selene se le resbaló de la mano el mate en la mesa, haciendo un ruido estrepitoso que resonó en toda la sala, además de que manchó su carpeta con el agua y la yerba del recipiente.
—Qué boluda que sos —dijo David a su lado, riéndose.
Selene no respondió nada; estaba tratando de limpiar su desastre cuando Fede le pasó un paño para que secara su carpeta. Podía reconocer esa voz en cualquier lugar, esa voz que había resonado muy cerca de su oído, tanto hablada como cantada, esa voz que desde el primer momento que la escuchó quedó tatuada en su memoria.
—Alexander, por favor, toma asiento. Y tranquila, querida, deja las hojas así; después te daremos otra carpeta. Por el momento, lee con Alexander. El pequeño David no creo que te deje leer bien, es muy inquieto —le dijo Gigi a la peli marrón, que al escuchar el nombre del recién llegado terminó de aceptar lo que su mente se negaba a hacer.
Este se sentó al lado de ella y esta solo pudo sentir que la traspasaba como un láser la mirada del chico de al lado. Reconocía esa voz, reconocía ese aroma.
—Hola, Sele.
Esta aceptó su destino y volvió a ver al chico que la miraba con ojos de perrito regañado.
—A-Alex... ¿qué haces aquí?
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