Capítulo 2: El Principito.
Capítulo 2: El Principito.
Ya no se veía en el horizonte ni un solo rayo de sol; el cielo estaba siendo iluminado solo por la luz de la luna llena que había ese día y por las pocas estrellas que se podían ver debido a la contaminación de la gran ciudad.
Estaba en la terraza del Aula Magna de la UCV, un chico de cabello liso y oscuro como el azabache, ojos profundos como el ónix, alto, delgado y pálido. Le temblaban un poco las manos, que estaban tan frías como un témpano, y trataba de darle calor friccionándolas una contra la otra.
Luego de estar un rato intentando en vano calentarlas, suspiró profundamente y se dirigió a los camerinos del Aula Magna; hoy tendría el placer de interpretar al Principito en una obra musical coproducida por su padre. Aunque era frecuente las presentaciones que tenía en el escenario desde pequeño, Alexander Aguilar, con sus 24 años, todavía le daba un poco de miedo escénico antes de sus presentaciones. Hoy era un día importante para él, ya que el Principito era uno de sus libros favoritos desde que era pequeño, por lo que tenía que dar lo mejor de sí en esta interpretación.
Mientras tanto, en los camerinos, estaba un señor vuelto loco buscando al joven, al borde ya del colapso mental por el estrés que estaba pasando al no encontrar al muchacho.
―Nicolás, ¿no has visto a mi hijo por alguna parte? ―preguntaba un señor alto y moreno, ansioso, a un chico de cabello castaño y ondulado.
―Profe Alberto, debe estar seguramente en la terraza del edificio; sabe cómo le gusta estar solo antes de las presentaciones.
―Pero qué necio que es, ya debería estar acá maquillándose y preparándose.
―Mire, por allá veo que viene caminando ―dijo Nicolás, señalando a lo lejos a un chico alto de cabello negro que se acercaba al lugar, caminando con calma y perdido en sus pensamientos.
―Por todos los cielos, Alexander, te pierdes por quién sabe dónde y no atiendes mis llamadas. ¿No ves la hora que es?
―Papá, relájate, ya estoy acá. La preparación es rápida; además, sabes que necesito meditar antes de...
―Basta de parlotear y ve a tu asiento, así llamo a los de maquillaje para decirles que ya te conseguí ―dijo el padre del chico, sujetándolo de los hombros y llevándolo a rastras hasta una silla al lado de Nicolás, que solo rió por el acto del hombre.
Luego de hacer que el chico se sentara en el asiento, este se fue en busca del maquillador, dejando solos a los jóvenes.
―Dios, cada año se pone más intenso con las presentaciones. No me deja disfrutar de las obras sin antes estresarme por tonterías. Un minuto más o un minuto menos no harán la diferencia en el maquillaje; lo que importa es cómo cante y actúe ―decía el chico, pasándose una mano por el rostro como tratando de borrar su molestia.
―Sabes cómo es de exigente y cronometrado tu padre, Alex. Por algo es el profesor más temido y respetado del conservatorio; además, tiene sus años de experiencia también.
―Lo sé, Nico, pero déjame quejarme, necesito desahogarme.
―Bueno, quéjate tranquilo, pues ―dijo este, burlándose del chico.
Dejaron su charla cuando llegó el maquillador para comenzar a preparar a Alex, colocarle una peluca rubia y ayudarlo a ponerse el traje de príncipe y sus accesorios.
―Pero qué hermoso Principito el que ven mis ojos ―dijo de repente una chica recién llegada al camerino de los chicos. Esta estaba vestida y maquillada totalmente de rojo y en la cabeza tenía un gran adorno en forma de rosa.
―Margarita, ¿qué haces entrando en nuestros camerinos sin tocar? Pudimos haber estado en pleno cambio ―dijo el chico ya caracterizado como el Principito.
―Ay, Alex, no es nada que no haya visto antes. Desde pequeños hasta jugábamos desnudos por el patio de mi casa.
―Tú lo has dicho, de pequeños ―dijo cortante el chico.
―Bueno, si quieres, ahora podemos jugar desnudos los dos ―le dijo Nicolás a la chica, que lo fulminó con la mirada. A lo cual el chico le contestó con picardía: ―Malos ojos son, cariño, ¿sabías?
―No comiences, Nicolás, y realmente vine a decirles que ya vamos saliendo a escena.
―Bueno, ahí vamos ―dijo Alex, levantándose y dirigiéndose al pasillo.
Cuando llegó al escenario, lo esperaba el director para darle las últimas indicaciones antes de salir a escena. El telón estaba abajo y se quedó enamorado con la ambientación; siempre le sorprendía cómo unas telas pintadas podían envolver por completo el escenario, transformándolo en un lugar distinto.
Detrás del telón se escuchaba el bullicio de la gente hablando. Recorrió por el cuerpo del chico un escalofrío al imaginarse la cantidad de personas que estarían hoy: los familiares de sus compañeros, además de algunos alumnos de la universidad que seguramente irían a verlos también.
Le encantaba esa sensación antes de las presentaciones, ese escalofrío por todo el cuerpo, ese vacío que se le creaba en el estómago y cómo las manos se le ponían tan frías de los nervios.
Estaban todos en sus lugares respectivos y fue notando cómo el sonido de la gente iba cesando cuando se escuchó a la orquesta afinar. Luego hubo un momento de silencio y comenzó a tocar la orquesta con la introducción característica, con la celesta sonando.
Se abrió el telón, el reflector estaba sobre él y comenzó a cantar, viendo hacia el público, que a lo lejos se veía borroso y en penumbra.
Así, de a poco, se fue desarrollando la obra. Se sentía tan bien estar en el escenario; era como si pudiera ser una persona totalmente distinta, como si pudiera vivir otra vida, por lo menos en un instante. Las actuaciones de sus compañeros eran fantásticas; su amigo Nico era increíble en su interpretación y hasta debía reconocer lo buena que era Margarita: tenía una voz muy potente y mucha soltura en el escenario.
Llegó el momento de su solo como el Principito, donde el escenario estaba tan iluminado y brillante que irradiaba al público en las filas más cercanas. Así fue como su mirada fue atraída por una chica de cabellos ondulados que estaba al centro de las butacas. Aunque estuvieran a cierta distancia, podía sentir cómo esta lo miraba ilusionada, con una sonrisa en su rostro. No supo por qué, pero le pareció muy tierna esa reacción; parecía una pequeña niña a quien llevan por primera vez a un parque de diversiones.
Terminó su solo y continuó con la actuación de la obra, hasta que terminaron el último número musical y el público explotó en vitoreo y aplausos eufóricos. Se iluminó todo el teatro para poder hacer la típica reverencia de despedida de los participantes.
En esa despedida, el chico volvió a ver a la chica de cabellos marrones que estaba en las butacas, aplaudiendo con una amplia sonrisa en su rostro. Pudo ver cómo estaba vestida de azul y su cabello ondulado reposaba en sus hombros. Sus ojos hicieron contacto visual con los suyos por un momento, pero esta apartó su mirada con vergüenza. Entonces se cerró el telón, quedando en su mente aquel gesto tímido de la chica, que le pareció gracioso.
Todos se abrazaron en el escenario y después se dirigieron a sus camerinos correspondientes.
―¡Alex Manía, estuviste increíble, chamo! Ese número que hiciste con Margarita les salió espectacular; ojalá se llevaran así de bien fuera del escenario ―decía Nico, poniéndole un brazo alrededor del cuello del chico, acto que fue deshecho por este.
―Gracias, Nico, y sí, la única forma en que me llevo bien con ella es en el escenario, porque precisamente no actúa como ella ―dijo este, riéndose―, pero lo que realmente debo admitir es que tu interpretación del Zorro estuvo fenomenal.
―¡Gracias, hermano! Oye, ¿vas a venir con nosotros a la cena de celebración en el restaurante?
―Umm, no lo creo, Nico. Va a haber mucha gente, además de que mañana hay clases en el conservatorio temprano.
―Tienes que dejar de ser tan asocial, amigo. Vas a terminar viviendo en una cabaña en las montañas, solo.
―Suena como una buena idea para retirarse de viejo.
―Para que hable ―dijo este, poniéndose una de sus manos en el rostro en señal de resignación―. Nos vemos mañana en el conservatorio, supongo.
―Dale, nos vemos.
Cuando salió de los camerinos, se encontró a su padre, que lo abrazó y lo felicitó por la actuación de esa noche.
—Estuviste espléndido, Alex; salió magnífica la presentación, aunque una nota en el solo estuvo medio rara, pero nada que no se pueda mejorar.
—Gracias, papá— respondió el chico, un poco abrumado. No era la primera vez que el padre lo felicitaba por una presentación, pero al mismo tiempo le bajaba el ánimo pidiéndole más excelencia en su interpretación, como si nunca fuera suficiente para satisfacer su estándar.
Luego se dirigieron al auto para ir a su hogar. Vivían en un departamento en Los Palos Grandes, por lo que no tardaron mucho tiempo en llegar a casa. Recalentaron una cena guardada en el microondas y luego se fue cada uno a su habitación. El chico se puso a tocar un poco el piano con sus audífonos hasta que quedó exhausto y se acostó en la cama a revisar las redes sociales antes de dormir.
Hasta que revisó su red social favorita y vio que alguien le había mandado una solicitud de seguimiento a su cuenta, que estaba en privada. Le llamó la atención que el nombre de usuario era "Tinuviel Music".
《Qué interesante, una fan de Tolkien》—pensó antes de ir al perfil para ver quién lo había seguido. Se quedó perplejo al reconocer que era la misma chica que estaba entre el público, la de los cabellos ondulados y la vestimenta azul.
Vio algunas de las publicaciones de la chica; tenía varios videos de ella misma tocando el violín, cantando canciones mientras se acompañaba con el piano y algunas presentaciones con una coral.
《Vaya, es músico también y tiene la voz de un ruiseñor. Le queda bien el nombre de Tinuviel, ¿será su nombre verdadero?》—pensó mientras veía su historia. Había colocado fotos de ella y una amiga, supuso, ambas vestidas con obvias referencias a los personajes del musical. Le parecía muy tierna la intención de la chica de vestirse con un vestido azul por el traje del Principito, aunque ese vestido más bien le recordaba a cómo describían a Tinuviel en el libro "El Silmarillion" de Tolkien.
Siguió pulsando el teléfono para ver más historias de la chica hasta que vio un video de su solo en el teatro y cómo esta se expresaba sobre su actuación. Al parecer, le había gustado su número y, sin nada que perder, le escribió como respuesta en esa historia: "No sabía que un ruiseñor pudiera ser espectador. Gracias por las palabras de tu historia" y luego la comenzó a seguir. Apagó su teléfono y se quedó dormido con la imagen de la chica misteriosa del público, la elfa musical.
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