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Capítulo 1: La noche del musical

¿Alguna vez te imaginaste qué pasaría si te siguiera de vuelta por las redes sociales el protagonista de un musical que fuiste a ver?

¿Siquiera fantaseaste con la posibilidad de poder hablar con ese artista que te cautivó con su canto?

O incluso, ¿qué tal si ese artista te invitara a participar en una producción teatral y terminara enamorándose de ti?

Pues, Selene no pensaba en ninguna de estas cosas cuando comenzó a seguir al protagonista del musical "El Principito", y mira cómo salió todo.

¿Te animas a leer esta historia?

Capítulo 1: La noche del musical


Hace semanas que Selene venía muy emocionada pensando en qué se pondría para ir a ver, en el Aula Magna de la UCV (Universidad Central de Venezuela), "El Principito, El Musical". Su mejor amiga, Betania, había conseguido un 2x1 en las entradas y no paraban de hablar de eso todos los días cuando tenían la oportunidad.

Selene era una chica de 22 años, de cabello ondulado y marrón como el chocolate, ojos color café claro, tez pálida y pecosa, de estatura mediana y delgada. Estudiaba Contabilidad en la UCV, una carrera aceptada por sus padres y con salida laboral, pero ella realmente amaba la música, tanto que había convencido a sus padres de que los fines de semana estudiara violín y pudiera ir a los ensayos del Coro Juvenil del CEA (Centro de Educación Artística Andes Eloy Blanco), que quedaba cerca de su casa, siempre y cuando sus notas en Contabilidad fueran las mejores del salón. A este trato se le sumaba que tenía que terminar la carrera de Contabilidad para poder tener algo seguro en la vida y después podría estudiar música académica, "si es que ella seguía con esos sueños infantiles", ya que, según su madre, "con la música se iba a morir de hambre".

De esta forma, Sele, como le decían sus amigos, se esforzaba un montón en la facultad y daba lo mejor de sí en el CEA, soñando con el día en que pudiera estudiar Canto Lírico en un conservatorio. Casi no salía con sus amigos, ya que estaba siempre estudiando. Estos amigos los había hecho desde pequeña, ya que estudió desde el jardín de infantes hasta terminar todo el secundario en la misma institución; por eso, esta salida con Betania era tan importante para ella, no solo porque sería la primera vez que vería un musical en vivo, sino también porque podría entrar al Aula Magna, que, aunque estaba dentro del campus universitario, nunca había podido visitar en ningún momento.

-Beta, creo que me pondré para esta noche un vestido azul con mis Mary Jane negras, haciendo alusión a cómo está vestido El Principito en el banner publicitario -decía Selene mientras le mostraba a su amiga las fotos de la ropa con su teléfono.

-Me parece genial, Sele. Yo creo que me pondré un vestido rojo, corte princesa, y sandalias negras para ser La Flor del Principito -le contestó Beta, dando saltitos de emoción.

Betania tenía la misma edad que Selene, aunque era mucho más baja, con cabello oscuro y ondulado, ojos verdes grandes y piel tostada. Tenía un particular rostro de caricatura, pero era de armas tomar. Se habían conocido en el segundo semestre de la carrera y, desde ahí, habían sido inseparables hasta entonces.

A diferencia de Selene, a Beta sí le gustaba su carrera y le encantaba experimentar cosas nuevas; le gustaba mucho el rock, ir a recitales y visitar museos, gusto que compartía con su amiga. Así fue como un día, navegando por internet, vio la promoción de las entradas para El Principito y no dudó en comprarlas y arrastrar a su amiga hacia la aventura.

-Mi Tiki, luego deberíamos planificar otro día e ir a un bar de karaoke con los muchachos, así vas soltando esa vergüenza que te da cantar sola en público, además de que Héctor quiere ir a tocar y cantar un rato también con sus amigos -le decía Beta a su amiga, desordenándole el cabello.

-Ajá, y mi mamá me dejó ir a un bar de noche y, sobre todo, con tu novio y sus amigos. Sabes lo que opina de los roqueros o, en general, de cualquier persona que no esté vestida como un evangélico puritano -respondió Sele con una expresión sarcástica en su rostro.

Tuvieron que dejar la conversación ya que un profesor les llamó la atención y siguieron tomando apuntes de la clase. Al terminar, las dos fueron caminando a la estación de metro de Ciudad Universitaria. Allí se montaron en un vagón y, una vez que llegaron a la estación Miranda, unos diez minutos de viaje en el metro, se separaron. Beta vivía a unas cuantas cuadras de la estación, mientras que Selene tomaría el metrobús hasta Guatire, donde vivía.

Mientras hacía la fila en espera del metrobús, Selene se puso a hablar con una señora que acababa de conocer. Entablaron una conversación amena sobre el clima y luego le comentó que estudiaba música los fines de semana, animando a la señora a decirle a su nieta que se uniera al Coro del CEA. Aunque se consideraba alguien introvertida, siempre se le hacía fácil hablar con desconocidos y entablar nuevas amistades.

Durante el trayecto, como siempre sucedía, la jovencita se terminaba durmiendo, y el chófer o algún pasajero amigo siempre la despertaban en el terminal cuando el bus llegaba a su destino. En esta ocasión, fue la adorable señora quien se encargó de despertarla y decirle que ya habían llegado a la última parada del bus.

Al llegar a la casa, todo estaba en silencio; su madre siempre llegaba tarde del trabajo y, desde hace dos años, su padre había muerto, así que casi siempre estaba sola. Se sentó en el sofá de la sala, luego de reportarle a su madre que había llegado, y vio colgada en la pared la guitarra de su padre.

Nuevamente volvió a ella el sentimiento de vacío que sentía en su corazón y que se reflejaba en toda la casa. Recordó aquellos momentos en los que se ponía a cantar mientras su padre tocaba la guitarra, casi siempre los fines de semana y alguna que otra noche esporádica.

No pudo evitar que una lágrima se le desprendiera de los ojos al recordar los cuentos de su padre sobre su juventud como trovador y de cómo había conocido a su madre. Su madre siempre se le veía alegre con la presencia de su amor, aunque la consideraba como una persona estricta. Esa rigidez era ablandada por la presencia de su padre, cosa que con su partida se había hecho presente en ella una vez más.

La madre de Sele era la Gerente General Financiera de una de las empresas más importantes del país: Industrias Oso Polo. Victoria Vásquez, una mujer emprendedora que, a sus 30 años, ya estaba graduada y consiguió empleo en la industria donde escalaría hasta tener su rango actual. Un día salió con sus compañeras de trabajo a un bar y quedó cautivada por el hombre que acompañaba cantando al pianista del bar. Cruzaron miradas y este le invitó un trago, mientras que, al terminar la última canción, se acercó a su mesa para hablarle. Resulta que este hombre no era parte del staff, sino que había venido al bar con sus amigos y le apeteció cantar con el pianista. El dueño, al ver que era bueno, lo dejó cantando un par de canciones más y le dejó sus tragos al servicio de la casa.

Luego de un par de tragos y charlas entre ambos y sus amigos, ya se veía el alba. Intercambiaron números de teléfono y se mantuvieron en contacto. Se casarían un año después de conocerse y tendrían una hija tres años después.

El padre de Sele, Simón Suárez, era profesor de Castellano. Le gustaba mucho leer, tocar la guitarra y cantar. A donde quiera que fuera, siempre hacía amigos y se la pasaba los fines de semana en bares con ellos. Como le encantaba cantar y la música, siempre conocía alguna de las canciones que tocaban en los bares y se sumaba sin vergüenza alguna a cantar con los instrumentistas, saliendo siempre beneficiado, ya que entretenía a los clientes de los bares y los dueños terminaban por brindarle los tragos que consumía.

Participaba también en el Orfeón del CEA y, luego de conocer a Victoria y estar en espera de una hija, fue dejando cada vez más su vida de trovador y comenzó a dedicarse más a su trabajo y a su familia. Su sueldo de profesor era bajo, así que siempre conseguía trabajos particulares para poder aumentar sus ingresos. Nunca dejó la bebida y, sumada a una mala alimentación que mantenía, con el tiempo le pasó factura, resultando en un infarto que culminó con su vida.

Ese fatídico día no solo se perdió un cariñoso y pasional esposo, también se perdió un amoroso y generoso padre, cómplice en las travesuras de la niña, que ciertamente eran muy pocas, y alcahueta de sus caprichos.

Retomando nuestra narración principal, después de desahogarse llorando un poco por la falta de su padre, Sele prendió el televisor para bañarse y comenzar a arreglarse para la gran noche. Todavía no podía creer que la mamá de Beta hubiera convencido a su madre de dejarla dormir en su casa luego de ir al teatro. Suena un poco absurdo que, a sus 22 años, siendo estudiante universitaria, todavía tuviera que pedir permiso para salir, pero esas siempre fueron las reglas de casa. Desde hace dos años, que ya no estaba su padre, su madre se había vuelto muchísimo más sobreprotectora de lo habitual.

Cuando dieron las siete de la tarde, ya había llegado su madre a casa. Sele había alcanzado a hacer la cena y cenó junto a su ella en el comedor mientras esperaba que llegara Beta con sus padres a buscarla.

Una vez que llegó su amiga, su madre se despidió de ella con un fuerte abrazo, recordándole que se portara bien con la familia Blanco y también haciendo ademán de que, por favor, cuidaran a su pequeña.

La pecosa joven se montó en la parte de atrás del auto, donde se encontraba su amiga. El camino a Caracas comenzó con mucho ruido en la parte de atrás, donde las chicas discutían alegremente sobre sus expectativas de la obra, pero no duró mucho, ya que, como de costumbre, Sele se había quedado dormida en medio de la conversación con Beta.

Afortunadamente, llegaron a buena hora al teatro, donde hicieron una pequeña fila para entrar. Cuando estaban en la puerta, comenzando la fila de asientos, las chicas se quedaron maravilladas. Tomaron fotos de todos los ángulos posibles y también se tomaron una foto juntas al entrar.

Una vez dentro de la sala, una señora de cabello rubio teñido y rizos pronunciados las guió hasta sus asientos.

-Bueno, jovencitas, acá están sus asientos, butacas 21 y 23. Si gustan colaborar con los programas -dijo mientras les señalaba sus lugares y les daba a cada una un folleto con el diseño publicitario del musical, donde estaban los nombres de todos los que se presentarían esa noche.

Las chicas se sentaron, tomaron los programas y le dieron, cada una, un billete a la señora. Luego de las correspondientes gracias de cortesía por parte de todas las presentes, Sele le dijo a su amiga:

-De verdad que te luciste con los asientos, Beta. Están muy cerca del escenario, por lo menos más de lo que esperaba. Se puede decir que estamos en pleno centro del Aula Magna.

-La importancia de sacar las entradas a tiempo y de contar con la tarjeta de papá y mamá -dijo Beta con una risita divertida.

Sele quedó asombrada; el Aula Magna era mucho más hermosa de lo que la había visto en fotos. Era un espacio amplio y solo tenía la planta baja y un primer piso. Por suerte, los asientos que tenían estaban en la planta baja y estaban considerablemente cerca del escenario y lo suficientemente lejos de este como para tener un panorama completo de la escena. Lo más mágico que tenía el teatro eran las famosas "Nubes de Calder", que le daban una hermosa decoración al techo del aposento, pero que realmente ayudaban con la acústica del lugar.

A medida que se iba llenando de personas, la sala se volvía cada vez más ruidosa. Hasta que, por los parlantes, comenzaron a hacer un llamado de atención ya que iba a comenzar la obra, apagando las luces de la sala y dejando iluminado solo el escenario, que estaba con el telón cerrado.

Comenzó la música de la orquesta, una introducción muy vivaz y explosiva por parte de los metales. Luego se le unieron las cuerdas y el resto de los vientos, para ir apagándose gradualmente el sonido hasta escuchar solo una celesta que preparaba la apertura del telón, saliendo El Principito iluminado por completo.

La voz del Principito era aterciopelada, cálida y con mucha potencia. A Sele se le erizó la piel al momento de escucharlo. El chico tenía presencia en el escenario; no solo imponía su lugar al cantar, sino que se movía por el escenario con una fluidez y una naturalidad innata que le hizo preguntarse cuánto tiempo llevaba desempeñando papeles de este estilo.

La obra era magnífica; la escenografía, junto con las actuaciones y la música, era envolvente. Los demás personajes fueron apareciendo con el transcurrir de la obra: el vanidoso, el zorro, la rosa, el rey, el hombre de negocio, la serpiente, y así, escena tras escena. Aunque, sin duda, y por algo la obra se llamaba así, el Principito se destacaba por encima de los demás.

Para Selene, fue muy especial el momento del solo del Principito; era como si fuera transportada a un universo paralelo donde la sala quedó totalmente vacía y solo quedó ella en el público y aquel pequeño príncipe en el escenario, sintiendo como este le dirigió la mirada por un momento durante la pieza. Aunque efímero fue el momento, quedó marcado en su memoria.

Pero sin duda el momento más emotivo, según Sele, de toda la obra fue la escena compartida del Zorro y El Principito, como si la amistad que tenían estos en la obra se traspasara a la vida real de los chicos que la estaban interpretando.

En un abrir y cerrar de ojos, la obra ya había terminado y el público enloqueció aplaudiendo, vitoreando y poniéndose muchos de pie con euforia. El elenco se inclinaba despidiéndose entre aplausos de su público y volvió a pasar, tan fugaz pero memorable, otro instante donde se conectaron nuevamente la mirada del Principito y Selene entre la multitud; cosa que pensó ella que pasaba en su imaginación, por muy cerca que estuviera del escenario, debía ser producto de su mente soñadora.

Las chicas salieron directo al metro para ir camino a casa, comentando los mejores números del musical. A Beta le encantó el solo del vanidoso y Sele le contestó lo hermoso que le pareció la escena del protagonista junto a la rosa, ya que le daba vergüenza confesar que quedó cautivada por el solo del Principito.

Cuando llegaron a casa de Beta, ya estaba toda la familia durmiendo. Las chicas, todavía emocionadas, se quedaron un rato en el comedor comiendo una manzana cada una mientras subían a las redes sus fotos y grabaciones de la obra.

-Sele, de verdad que fue una noche excelente.

-Sí, chama, muchas gracias por invitarme; estuvo todo perfecto, desde los asientos, la música, la escenografía, todo.

-Me alegra haberte sacado, así sea una noche, de tu baticueva.

A Selene le encantaban las redes sociales, en particular una que utilizaba como un escape a su realidad, donde colocaba vídeos de ella cantando, tocando las lecciones de violín e incluso las presentaciones que tenía con la Coral. Tenía la cuenta a nombre de Tinuviel Music para ocultar su nombre real y porque le encanta ese personaje de los libros de J. R. R. Tolkien.

Aprovechó así ese tiempo para hacer una publicación con las fotos que había tomado del Aula Magna, de ella y Beta, y de algunas otras que pudo capturar discretamente mientras veía la obra. También subió algunas historias ovacionando la gran actuación de los actores y colocando una parte del solo del Principito.

Luego tomó el programa y comenzó a buscar, con los nombres de los intérpretes, a sus actuaciones favoritas. Siguió así a la directora de la orquesta, el director de la obra, la rosa, el zorro y, cómo no, al protagonista.

Le pareció súper extraño que el único que tenía el perfil privado era el Principito, pero igual así lo siguió, sin esperar que alguno de ellos la siguiera de vuelta. Una vez terminada la manzana y subidas las imágenes y vídeos a las redes, las chicas se fueron a la habitación de Beta a dormir, sin imaginar que cierto chico habría aceptado más tarde su solicitud de seguimiento.

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