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17.- Alice


–Señor– dijo un soldado en cuanto bajaron del carruaje. Se acercó rápidamente a Burak y se habló algo al oído.

Astria que había bajado junto con él esperó un poco atrás y Gina llego a su lado.

–¿Cómo van las cosas? ¿Por qué no se presentó a la despedida?

–Va lento– suspiró Astria luego volteo a mirarla de frente– pregúntale eso al Príncipe Cedric.

–Oh– dijo Gina golpeando parte de su armadura– Maldito infeliz.

–Astria– dijo la voz del Rey– Te veo después.

–Si mi Rey– dijo ella bajando la cabeza.

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–Dime que sabes.

–Bruno encontró a la Reina Alice, estaba efectivamente en Cusco. Su carta pide nuevas órdenes– dijo el soldado mientras seguía a su Rey por el pasillo hacia las escaleras. Le ofreció la carta mientras hablaba y Burak le hecho una mirada– Iría usted a Cusco o la traemos secuestrada.

–Mi Rey– dijo Gina uniéndose.

–Bruno está llegando mañana por la mañana a Cusco. La información se la dio uno de sus hombres que patrullaba nuestras fronteras. Hay un escuadrón que ya entró a Cusco como mercaderes.

–Sería bueno que nadie se diera cuenta de nuestro interés

–¿Tú crees que ella estaría así de relajada? – preguntó Burak llegando al salón.

–Efectivamente es así mi Rey– dijo el soldado. Burak se detuvo y volvió a mirarle.

–Explícate.

–Ella está custodia, pero la han visto pasear y salir a la ciudad.

–Entonces ella no sabe– dijo Gina pensando en la situación– yo creo que el Rey Jonathan no tuvo la valentía de contarle a su mujer del pacto.

–Sería un Rey cruel si sabe que tendré que cobrarlo y él le entrega cierta esperanza falsa– dijo Burak riéndose– es un idiota.

–En cuánto rompió el pacto debía haberle contado ¿Qué dirá su mujer ahora?

–¿Qué probabilidad hay que, si la traemos, Jonathan venga con el Rey de Cusco?

–Mi Rey nuestros hombres se están recuperando. Una guerra nueva quizás sería difícil para nosotros evitar una gran pérdida.

–Lo sé. Prepararé unos documentos y los envían enseguida.

–Sí Señor.

–El Rey de Cusco es justo. Un anciano que valora mucho el compromiso y los tratados. Dudo que podría meterse en conflicto con nosotros, pero es mejor si tomamos precauciones. Gina.

–A su orden.

–Llévale los papeles que tengo sobre el mesón a Astria. No quiero que mi esposa se sorprenda por las cosas que haremos, diles que yo le ordenó que los lea todos.

–Sí Señor, lo haré enseguida.

Burak rápidamente se puso a hacer las cartas. Una iría para Bruno con las nuevas órdenes y otra especialmente para Lorand el Rey de Cusco. En ella, afirmaba su derecho a reclamo dejándole saber sobre el pacto de sangre que el Rey de Luther había hecho con él y si se negaba a entregar a Alice, habrían disputas entre Cusco y Átkozott por interponerse en un fuerte pacto de hombres.

Burak también mandó una de las copias firmadas que tenía de Jonathan y de el mismo sobre el pacto. Cómo era en todos los casos no se explicaba bien que era lo que habían pactado, pero si las consecuencias de ellos.

La carta viajó por cielo hasta Bruno. En ella encontró la carta para él y un sobre con papel de color crema con texturas y un sello timbrado en cera roja, en otras palabras, una carta valiosa de un Rey para otro Rey.

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–Hay que movernos– ordenó Bruno echando agua al fuego y comenzaron todos a alistarse en sus caballos.

Ya no podrían entrar como mercenarios, sino como mensajeros de Burak.

A la mañana siguiente llegaron a las murallas de Cusco, mostrando la carta esperaron para que Lorand les diera la orden a sus guardias para poder entrar al Castillo.

A medio día le dieron la entrada, sin temor, Bruno entró con su grupo al Castillo, llegando a un salón enorme que cubría casi por completo todo lo que mirase. La multitud se había reunido, nobles y ricos, soldados y consejeros se hicieron a un lado para que el grupo de bárbaros llegará al frente del Rey.

Los comentarios y las voces de los asistentes no se silenciaron, era común que comentaran sobre los Átkozott que sin duda les doblegaban el tamaño.

–¿Qué te trae por aquí?

–Mi Rey que la paz sea con Cusco– dijo bajando la cabeza y en cuanto la subió miró a sus costados. Un joven de cabello café y con cabellos muy rizados se sentaba a un lado de su padre, al otro lado estaba la Reina esposa de Lorand y para el otro extremo pudo ver a Alice– mi nombre es Bruno soy el General y mano derecha del Rey de Átkozott.

–Sí, no dudo de tu procedencia– rio el Rey y todos también lo hicieron.

–He venido en nombre de mi Rey para entregarle personalmente está carta– dijo abriendo su abrigo y sacando la carta de Burak.

–¿Sabes su contenido?

–No, pero conozco la situación. Por favor léala, esperaré su respuesta– dijo bajando la cabeza.

–¿Así de urgente?

–Padre, deberías tener cuidado con ellos– dijo el Príncipe a su lado.

–Hace mucho tiempo que no visito Átkozott y menos que su Rey haya venido aquí. Podría el mismo haber traído la carta o sentarse a conversar conmigo ¿Es poco valiente tu Rey?

–Rey Lorand, luego de la guerra que hemos tenido con Lomas nuestro Rey se encuentra reafirmando su ejército. Si usted no está convencido por lo que contiene la carta, le invita a ir a Átkozott.

–Bien, entiendo.

Mientras el Rey comenzó a abrir la carta, el sonido del papel se disipó por el lugar, a pesar que había bastante gente todos guardaron silencio. Un gruñido salió entre los hombres de Bruno, este volteó solo para volver a gruñir de advertencia a uno de sus hombres que había encontrado pleito silencioso con un guardia a su costado.

–Tranquilo– le dijo mostrando sus ojos feroces.

El Rey a medida que fue mirando la carta la expresión relajada de su rostro se tensó y arqueo las cejas. Miró a Bruno y luego miró a su costado derecho donde al fondo estaba su querida invitada.

–Reina de Luther, acompañarme y tú también– le dijo a Bruno mientras se ponía de pie y arrugando la carta entre sus manos salió por una puerta de atrás– ¡QUIERO AL CONSEJO AHORA MISMO! – gritó desde el otro cuarto.

–Compórtense– les dijo a sus hombres antes de adentrarse. Bruno tenía a su cargo hombres verdaderamente salvajes, con temperamentos fuertes y ansiosos en batallas. Eran los mejores que tenía Átkozott pero podían ser muy agresivos, lo leales que eran por su Rey los hacían perfectos y controlables.

–¿Es una amenaza? – preguntó el Rey sentándose en una mesa que estaba en el cuarto de atrás.

–No lo tome de esa manera mi Rey, usted sabe cómo son los pactos.

–¿De qué están hablando? – preguntó el Príncipe que venía con su esposa la Princesa Marta de Lomas.

–Ese hijo de Puta de Jonathan– dijo echándose en la silla y luego, miró a Alice– ¿Me dirás qué sabes de este pacto de sangre que hizo tu esposo con Burak?

–¿Un...un pacto? – dijo con ojos asustados. Alice sabía lo peligroso que eso era– mi esposo no ha hecho ningún pacto con ese bastardo– agregó entre dientes mientras escupía saliva producto del enojo.

–¿No? Siendo su Reina y esposa ¿Estás tan segura? – dijo el Rey ofreciéndole el papel doblado.

–Padre explícanos.

Los consejeros se fueron sentando sin sacarle los ojos a su Rey que se veía molesto, una vez que todos se sentaron comenzó a relatar lo que decía la carta.

–El Rey de Átkozott pide inmediatamente la entrega de la Reina Alice a sus soldados.

–¿Qué?

–Soy un hombre de palabra, siempre cumplo con mis tratos. Ahora aceptamos a nuestra invitada con la intención de que vea a su familia, pero eso ahora me tiene en aprietos. Ella jura que su esposo no ha firmado nada con Burak, pero estos papeles me dicen todo lo contrario. La firma del Rey Jonathan está en ellos.

–Mi Rey eso no nos concierne a nosotros– dijo un hombre.

–Cusco no tiene nada que ver.

–La estoy protegiendo es lo que ve Átkozott, refugiando a la mujer que ellos quieren. Y el cobarde del Rey de Luther no dijo nada. Miren le la cara a su mujer.

Alice se estaba enterando recién de lo que su propio esposo había hecho. Leyendo con ojos desorbitados las palabras conoció la sentencia que se haría si se rompiera el pacto.

–Mi hijo– susurró mientras sus ojos se volvían cristalinos y vio la firma de Jonathan al pie del papel.

Fue suficiente para que la temperatura corporal cayera en pique y ahí adelante de todos sin poder modular más nada, cayó desmayada. El papel floto en el aire un momento hasta caer al suelo después de ella.

–¡Alice! –gritó su hermana acercándose. Los sirvientes también lo hicieron para ayudar a levantarla.

–Lleven a la Reina a sus aposentos. Manden de inmediatamente una carta al Rey Jonathan, el bastardo no puede esperar que yo arregle su maldita situación. Y tu– dijo mirando a Bruno ¿Tu Rey... crees que tú Rey pueda darnos unos días?

–Con todo respeto Rey Lorand, pero, no hay nada que usted pueda hacer para evitar esto. Si mi Rey no tiene respuesta de aquí a mañana el mismo vendrá por ella y no de forma pacífica.

–Oh... maldito– dijo Lorand golpeando la mesa.

–Mi Rey formemos a los hombres y preparémonos para la guerra.

–Quizás podemos detenerlo– decían sus consejeros. Bruno quedó en silencio mirando a cada uno de ellos, en su interior sus instintos estaban temblando de ansiedad al escuchar la palabra "guerra"

–Son mis consejeros, ¡Piensen con cordura! ¿De verdad creen que una guerra con Átkozott es válida? ¿Todo por el error de un Rey que no soy yo?

–Entréguela entonces, el Rey Jonathan no está aquí.

–No arriesguemos a nuestro Reino, la Reina Alice puede ser la hermana de nuestra querida Princesa, pero no es nuestra responsabilidad.

–Yo– dijo el Rey levantando su mano mientras que todos al verlo guardaron silencio– no quiero problemas con Átkozott, hemos sido buenos Reinos uno con el otro, desde muchos años atrás cuando Burak no había ascendido al puesto. Creo que está sería una buena oportunidad de visitar a tu Rey, Bruno.

–Le informaré de su visita entonces.

–Aunque– agregó mirándolo con seriedad– la Reina Alice está bajo mi cuidado hasta llegar a Átkozott y mientras lo esté ninguno de usted puede acercarse a ella– Lorand era un Rey muy sabio, pero al igual que los otros Reinos de humanos normales, el creía que los Átkozott seguían siendo hombres bárbaros y que, si dejaba que Alice fuera con ellos, los hombres de Bruno e incluso el mismo podían agredirla de alguna manera en el transcurso hasta Átkozott.

–Lo entiendo perfectamente Rey Lorand, Alice sigue siendo y seguirá siendo una Reina bajo mi cuidado.

–Hablas como si realmente lo comprendieras y si lo hicieras créeme que me parece sorprendente.

–El error lo cometió su esposo, ella es el castigo, pero aun así no pierde su valor. Ella no deja de ser la hermana de mi Reina también.

–¿De tu...?– dijo frunciendo el ceño y lentamente lo entendió– ¡Claro!– gritó mientras le dio una palmada en el hombro derecho de Bruno– ¡Burak también se casó con una de Lomas! Claro ahora entiendo mejor las cosas ¿Y qué dice tu Reina? ¿Acaso aprueba también lo que su esposo le hará a su hermana?

–No tengo respuestas para eso mi Rey. La Reina Astria sería informada en estos días.

–Pobre mujer. No te ofendas, pero hay que tener valor para casarse con tu Rey, pobrecilla soportar eso, la muerte de su hermano y ahora su hermana. Qué pena, lo lamento mucho por ella.

Lorand movió un poco la mano y sus sirvientes trajeron unas jarras y vasos para servir vino. Además de un poco de comida.

–Come– dijo el Rey– puedes quedarte con tus hombres, prepararemos todo y partiremos mañana.

Bruno lo observó un momento sin expresión en su rostro, luego lentamente llevo sus ojos al vaso servido casi por completo de vino

–No está envenenado– dijo el Rey al verlo dudar. Pero Bruno era un hombre que tomaba ciertas precauciones. Sacó una de las pulseras de cuero que amarraban a su muñeca y desenredo una hermosa piedra verde de ellos. Dejándola colgando en su muñeca metió la piedra dentro del vino y miro al Rey– Eres un hombre curioso.

–Sí fuera veneno, la piedra se volvería azul– dijo alzando la mano y mirándola con determinación– no le temo a la muerte, si realmente tuviera veneno, me llevaría tu cabeza y 5 más de aquí antes de caer muerto.

–Hey ¿Qué mierda has dicho?– dijo un guardia mirando a Bruno con enojo.

–Déjalo– ordenó Lorand– solo es un hombre que dice la verdad– sonrió.

–No deberías permitir que te hable de esa manera padre y su mirada...

–Iba a pedir que vinieras conmigo, pero si no soportas la presencia de este hombre que solo es un soldado tampoco lo harías con el Rey. Cambiarías rápidamente tu cara hijo mío, asique como consejo, no te dejes llevar por tus emociones, ni lo que tus ojos pueden ver. Los Átkozott son hombres peligrosos, pero también tienen la lealtad más pura que todos nuestros hombres juntos– dijo el Rey poniéndose de pie y mirando con una sonrisa a su hijo– haz amigos con los Reinos, no enemigos. Es más fácil tenerlos en buena, en especial... Con ellos.





Próximo Capítulo 18.- Pactos de Sangre.

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