Capítulo 9: Un rey que puede sangrar
—Bu-Burak —dijo ella. Creía que estaba muerto igual que los otros, pero cuando se puso de pie lentamente una luz salió del brazo izquierdo de él brillando levemente. El poderoso hechizo fue activado y el cuerpo del rey comenzó a curarse.
—Astria —susurró mientras se sentaba con dificultad.
—¿Estás vivo? —dijo ella al mismo tiempo que comenzaba a llorar. Había estado a punto de romper el pacto y se sentía sucia. Los hombres ya no la tocaban, pero aun así ella sentía sus manos recorrer su cuerpo—. ¿Qué paso? ¿Es-estás bien?
—Mi rey —dijo Bruno detrás de un árbol.
—Ve a ver a Gina, yo estoy bien.
En el medio de la noche Burak se puso de pie y miró atentamente una presa que le llamaba desde el interior. Había permanecido aferrado a su conciencia, pero aquel rayo debilito su ser.
—Yo... —dijo acercándose a ella— ¿Estás bien?
—Sí, no he roto el pacto.
—Oh Astria, olvídalo, solo, me alegra que estés bien —dijo llegando a ella. La miró de pies a cabeza buscando sangre, pero no la encontró, ella solo estaba sucia sin heridas.
—Tus ojos, ¿por qué tienen ese color? —dijo ella secándose las lágrimas.
—Hay luna llena, y tu luz —dijo sacándole el cabello del hombro y dejándolo caer en su espalda—. Es irresistible.
Esa misma frase la escucho más de una vez hace unos segundos por los soldados. Su luz era peligrosa, más, creía que estaría a salvo junto al rey. Él ya la había visto media desnuda y brillando, pero no había mostrado interés en ella
¿Por qué hoy era distinto, era por la luna? ¿Y cómo es que él sobrevivió?
—No, Burak, tú no —volvió a llamarle y el rey escuchando su nombre la agarró del cuello sin apretarla, pero la sostuvo allí junto al árbol.
—No sabes nada —susurró mirándola— lo difícil que es una noche como esta.
—Mi rey. —La voz de su hechicero resonó como eco por todo el bosque.
Astria estaba asustada, sabía que el pacto haría que ella se entregará al hombre que en este momento la miraba con ojos celestes, pero no quería que su experiencia sea tan desagradable. Miró al rey sin hacer nada, él no la lastimaba, pero si la tenía sin escapatoria. Se miraron unos segundos hasta que el rey sacó su mano de su cuello y la subió a su mejilla acercándolo a él. Ella cerro los ojos y él la besó bruscamente. Más que un beso, fue una succión de su alma.
Burak se separó de ella ingiriendo una vez más un núcleo de luz. El brillo de Astria disminuyó con ese acto, pero Burak no se detuvo. La rodeó con sus brazos y la apegó a él mientras una vez más la besó. Astria se sintió asustada, jamás había besado a un hombre, su cuerpo rápidamente comenzó a reaccionar a él, sintiéndose ansiosa. Su corazón latía con fuerza junto con un cosquilleo en su estómago que no entendía. Asustada trató de separarse, pero Burak no se movió.
Él estaba siendo controlado por sus instintos y estaba dispuesto a devorarla no solo sexualmente sino también literalmente, hasta la última pizca de luz que ella tenía. La debilidad de sus poderes y su cuerpo herido instintivamente su supervivencia era ella.
—No Burak —. Ella volvía a llamarlo.
—Di mi nombre —dijo y su mano derecha bajó a los muslos desnudos de ella.
—¡No! —Forcejeó con él. Tenía miedo no solo por lo que él estaba haciendo sino también porque era peligroso. Ella no sabía que el ejército del rey había salido victorioso—. Deténgase— le rogó. Su respiración agitada ya no le daba tregua a su corazón y comenzó a sentirse mareada—. ¡Que te detengas!
Alzó la voz y Burak se detuvo sin moverse. Sus ojos hicieron un pequeño destello y se quedó ahí sin hacer nada. Ella se alejó de él, asustada, lo miró pensando que él estaría molesto, pero Burak no hizo nada más que quedarse inmóvil.
—Princesa —dijo la voz de un hombre que intentó tomarla de la muñeca. Ella saltó enseguida asustada—. Tranquila, tranquila, aléjate de él, por favor ven.
—¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Sam, soy el hechicero de la casa real de Átkozott —dijo estirando sus manos y moviéndose lentamente para contenerla, evitando asustarla más—. Sé que estás confundida, pero todo tiene una explicación. Por favor alejarse de él.
—No entiendo ¿Qué está pasando? Los soldados vendrán por nosotros.
—No princesa, hemos vencido, pero es muy peligroso que estés fuera con esta luna llena.
—¿Por qué quieren mi luz?
—Porque la luz de estrella es enormemente satisfactorio y reponedor.
—¿A ti no te afecta? Pensé que tampoco le afectaba al Rey.
—Tu luz solo afectará a ciertas personas —dijo sacando su abrigo y poniéndolo en los hombros de ella—. ¿Has escuchado que los lobos aúllan a la luna llena? Pues mi rey está ligado completamente a esa frase, además, no es el momento para explicarte que pasa en una noche de luna llena— dijo mirándolo extrañado, Burak aún les daba la espalda—. ¿Lo has hechizado?
—¿Qué?, ¿cómo puedo hacer eso? No entiendo nada —dijo sin creerle. Era tonto lo que el hombre le decía.
—Tienes mucho que aprender querida Astria. Por favor solo ordena que vuelva al campamento.
—¿Qué? No haré eso, es el rey.
—Bien, como quieras. Si deseas que el rey se quede allí hasta que la luna se esconda o se cubra, decisión tuya —dijo el hombre caminando hacia los árboles.
—Espera, ¿él me obedecerá?, ¿cómo es eso para un rey? Eso es un insulto, un rey no puede obedecer a una mujer como yo. No puedo hacer eso.
—No eres cualquier mujer Astria. Eres una Dama Blanca, una estrella que nació en la tierra, una mujer con poder y un buen corazón. Bajo la luz de la luna tienes el poder de controlar a los animales.
—Pero el rey no es un animal.
—No. —Sam volteó a verlo y con una leve sonrisa hablo—. No por fuera.
Astria no entendía bien lo que le decía. Había escuchado a Burak más de una ocasión llamarla estrella, pero pensaba que él solo intentaba ser amable con ella, por otro lado, se preguntó: —¿Acaso con la luna llena haría que su piel se llenara de pelos y se convertiría en lobo como las leyendas? Aterrada pensando en eso decidió tomar más espacio.
—Ve-ve al campamento —dijo con timidez mientras sin darse cuenta enterró sus uñas en sus manos, pero Burak no hizo nada.
—Eres una estrella, ya te lo dije. No te comportes como una mujer ordinaria. Ordenarle —agregó Sam bajando un poco la voz.
Astria no creía las palabras de este hombre. Dudo bastante antes de alzar su voz con fuerza y repitió sus palabras. Burak esta vez giró su rostro lentamente a verla, se veía un poco enfadado.
—Lo siento —agregó ella al verlo y bajó su cabeza.
El rey giró y comenzó a caminar al campamento, no sin antes pasar por frente a ellos y tomar del cuello a Sam, arrastrándolo sin dejar de caminar.
—Señor... señor por favor...
—Para la próxima que desees enseñar que no sea a costa mía — dijo entre dientes. No pudo detenerse, la luna lo tenía bajo control por el mandato de una de sus hijas. El cual lo hacía completamente vulnerable en luna llena.
Astria siguió sus pasos temerosos y en cuando el rey soltó a su hombre, este se levantó sacudiendo sus ropas mientras fruncía el ceño.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, vamos a resguardarnos, no sería bueno encontrarnos con más problemas.
—Señor, discúlpeme, yo... ¿Yo provoqué todo esto? —dijo mirando a un soldado muerto.
—La luz de luna no es lo único que una estrella puede hacer. Aprenderás de a poco, será más fácil que entiendas en Átkozott. Vamos.
El bosque aún estaba oscuro, Astria no quería seguir a este hombre que apenas hoy lo había visto por primera vez, así que, mientras caminaban, intentó buscar la espalda del rey para acercarse a él, pero no lo encontró. En vez de eso pudo ver luces de antorchas que comenzaron poco a poco a iluminar el bosque.
—Princesa —dijo Bruno. Astria se sintió aliviada al ver un rostro más familiar, levemente agarró su brazo y se mantuvo junto a él—. Tenía miedo, ¿Acaso se convertirán en lobos?
—¿Qué? —dijo él sorprendido y luego se rio de ella—. Eso es imposible, son solo historias estúpidas para asustar a los niños chicos.
Astria miró a Bruno desde su baja altura, se sintió tranquila y a la vez tonta por sus estúpidos pensamientos.
Sam, por otro lado, caminó junto a ellos. Tenía el pelo largo de color negro, pero muy canoso, tenía una nariz pronunciada y unos ojos color miel, pero sus orejas eran levemente puntiagudas. Astria se dio cuenta de que no era realmente de Átkozott, sino tal vez una mezcla de elfo del reino de los Bosques seguramente. Jamás había visto uno ni siquiera en pinturas, solo descritos en cuentos, donde elfos malvados robaban mujeres para ocuparlas en rituales y las vírgenes eran sus favoritas. Ella, mientras lo veía caminar al frente, no sacó su vista de Sam recordando una y otra vez aquel libro. Se decía que los elfos de sangre pura carecían de belleza, tenían bocas anchas y grandes, pero mientras los hombres intercambiaron palabras, Astria se dio cuenta de que Sam no tenía aquel rostro descrito. Pensó también que antes de seguir creyendo en las escrituras debía conocer la verdad.
A medida que fueron saliendo del bosque, ella comenzó a sentirse cansada, miró el cielo y una gran nube había empezado a devorar la luna. Se dio cuenta de lo agotador que había sido todo, había salido temprano, caminado más de lo que solía hacerlo, había corrido por su vida, y había sido devorada por un monstruo con bello rostro.
—Bruno —susurró ella agarrando más su brazo.
—¿Qué ocurre?, ¿estás herida? —dijo deteniéndose y mirándola de frente mientras la agarraba de los hombros.
—No, solo estoy muy cansada.
—Bien, no te preocupes, permítame cargarla hasta las tiendas —dijo tomándola en brazo con delicadeza. La luna le había dado fuerza para llegar a donde estaba, pero cuando el brillo de ella cesó, las fuerzas de Astria se habían acabado. Acurrucada en los brazos de un hombre que apenas conocía, cerró sus ojos y durmió.
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Cuando la luna estuvo oculta, el rey volvió a recuperar el control de sí mismo. Molesto a más no poder se dirigió al grupo de soldados que estaban apilando los cadáveres y a un lado de ellos estaban los sobrevivientes del bando enemigo esperando de rodillas su ejecución.
—Señor —dijo uno de sus hombres—. Tenemos cuarenta y ocho hombres sin contar al general.
—¿Cuánto ha sido nuestra pérdida?
—Veintiuno fallecidos señor y quince heridos.
—No dejaremos a nuestros hermanos aquí. Envuélvanlos en sábanas y llevémoslo en la carreta, prepárense para partir una vez que todos los heridos estén estabilizados. Llamen a Sam.
—Sí señor.
—¡Tú eres un monstruo!, ¿qué eres? Jamás había visto algo como lo que hiciste. Rey de los Átkozott jamás había visto eso —dijo el general que era traído, arrastrado entre dos soldados—. Las batallas se ganan con espadas.
—Déjate de parlotear como una gallina —dijo el rey acercándose—. Si hubiera sido justo, hubieras atacado con armas y no intentando violar a mis mujeres.
—¿Tus mujeres? La princesa no es tu mujer, es la joya de Lomas, ¿acaso planeas un matrimonio por captura?
—No lo había pensado así, pero me has dado una buena idea —dijo Burak hincándose frente a él. Sus ojos filosos y aterradores estaban a la luz, incluso sus soldados se habían dado cuenta del humor del rey.
—No puedes, la esposa del rey hará lo imposible para que devuelvas a su hermana.
—El rey de Luther, me acaba de declarar la guerra con esto. ¿Crees que devolveré a su querida joya solo por una simple guerra?
—La sangre de tus hombres correrá en vano si sigues.
—No tienes que preocuparte de eso. Le enviaré el mensaje indicado a tu rey —dijo y enseguida juntó sus labios y un silbido salió de ellos. Sus soldados entendieron su mandato y comenzaron a degollar a cada hombre que yacía de rodillas.
—¡Rey Burak, yo puedo llevar tu mensaje!
—¿Nuestro querido general llora por su vida?
—Tengo familia, y solo he seguido órdenes —dijo el general mientras sus hombres comenzaron a ser eliminados.
—Lose, pero yo no arriesgue tu vida, lo hiciste tú.
—Señor, perdone mi vida —gritó un soldado.
—¡Por favor la mía igual! —gritó otro—. Rey Bu...
La mano de Burak se alzó en cuanto quedaban solo tres contando al general.
—Gracias, gracias— contestó el general Dom mientras hundía sus manos en el pasto con gran alivio de salir con vida. Burak, solo lo miro sin expresión alguna.
—Yo no te mataré —dijo el rey sonriente al mismo tiempo que uno de sus hombres se mantuvo detrás del general. Le entregó una pizca de paz al hombre que rápidamente al escucharlo sonrió—. Pero... él sí— agregó.
Su hombre, con su gran espada, terminó de cortarle el cuello con un solo movimiento. La cabeza cercenada y ensangrentada cayó hacia un lado del rey. La sangre comenzó a salir a chorros manchando el pasto, Burak con su rostro ensangrentado se puso de pie y miro a los demás
—Recoléctenlos y mandémosle un regalo al rey de Luther.
—¿Señor?
—Sam, si has dejado de jugar, ve a curar a los heridos. Debemos regresar ya.
—Sí, mi rey como usted ordene.
—Bruno, ¿cómo está ella?
—Bien, señor, algo cansada —dijo bajando la cabeza, luego dudoso volvió a mirar al rey—. Señor, yo nunca había visto lo que ocurrió allá. Yo lo vi caer prácticamente muerto.
—Bruno, nunca hay que subestimar el poder de una estrella, mi cuerpo está protegido como te dije, pero eso no significa que saliera ileso completamente.
—¿Necesita algo?
—Tráeme la pasta de hierbas que tiene Sam.
—Está malherido ¿cierto? Avisaré a las...
—No, no digas nada —dijo agarrándole fuertemente el brazo—. Te lo prohíbo.
—Pero señor...
—¿Qué crees que dirán cuándo sepan que una dama blanca me ha dañado? Ella no lo hizo con intención, pero alguno de mis subordinados quizás no lo tomen de esa forma.
Así era, el rey, a pesar de estar puesto de pie y haber salido con vida después que un rayo lo golpeara, no era algo en la cual alegrarse del todo. Debía verse el cuerpo, pero no quería que nadie de ahí se diera cuenta lo que ni el mismo sabía cómo estaba. Le dolía el pecho, la espalda y parte de la pierna derecha. Se sentía cansado y le costaba un poco respirar.
Burak no era bueno para mostrar su debilidad con nadie, aprovechando que todos estaban ocupados, se puso a caminar adentrándose una vez más en el bosque.
Caminó lo suficiente como para encontrarse con una pequeña fuente de agua y asegurándose que nadie lo había seguido se relajó cayendo de rodillas al suelo.
—Demonios —susurró tratando de sacarse la armadura y luego, lentamente, sacó su polera dejando al descubierto su malherido cuerpo. Se sentía tan cansado que apenas podía sostenerse con sus manos y más de una ocasión sintió que se iba a desvanecer.
Tomándose su tiempo, se comenzó a desvestir. Una enorme marca como las raíces de los árboles le atravesaban desde el tatuaje hasta su costado derecho bajando por su cadera. No tardó en darse cuenta de que aquello llegaba hasta su pie derecho ardiendo constantemente.
Miró el cielo nublado y cerró sus ojos, recordando a Astria, se dio cuenta de que nunca había estado tan cerca de la muerte. Era segunda vez en su vida que había estado en peligro cerca de una dama Blanca. Tampoco había sido controlado por el poder de una, pero más que todo eso, se asombró que cuando Astria lo tuvo bajo su mando. Sintió como si hubiera sido atrapado en su propio cuerpo, enjaulado sin poder hacer nada, la impotencia lo abrumó.
—¿Señor? —la voz de Bruno lo trajo otra vez a tierra.
—¿Has sentido el poder de una estrella recorrer tus venas?
—¿Se refiere al rayo?
—No, me refiero al verdadero poder de ellas. Hoy me sentí indefenso
—¿Mi señor ella le hizo eso? —dijo acercándose a mirarle el pecho.
—Fue solo una explosión de emociones que no pudo controlar, ¿qué hubieras hecho en su caso?, ¿dejar que te toquen, que intenten desnudarte y violarte? Yo hubiera hecho exactamente lo mismo —dijo el rey sin voltear a mirar a su soldado. Tranquilamente, se terminó de desvestir y entró al agua con lentitud.
—No pienso lo mismo señor —Bruno quedó en la orilla mientras recogía las vestimentas de su rey.
—No importa, quiero que investigues un poco más de ella —dijo sentándose en una enorme roca donde el agua le cubría hasta los muslos—. ¿Dónde vivía?, ¿quién realmente era su madre?, ¿por qué tenía una relación con su padre solo de palabra?
—¿Solo de palabra?, ¿qué es eso?
—Así lo llamó ella. Al parecer el rey no tenía una relación con su hija.
—Sé dice que ella no era la hija biológica, quizás el rey León no quiso criarla por eso.
—Es lo más probable.
—¡SEÑOR! —Bruno, que aún estaba sosteniendo la ropa del rey, la lanzó con fuerza y entró al agua en cuanto vio que Burak se iba desvaneciendo.
—Solo cerré los ojos un poco.
—Señor, no dudo de su fortaleza, ni de su gran valor, pero debo llamar a Sam para qué le curé.
Bruno sin duda estaba preocupado por su rey, en todo su tiempo sirviéndole jamás había visto a Burak titubear o mostrar debilidad alguna, pero esta noche había sido distinto. El reino amaba a las damas Blancas, pero que una de ellas haya dejado así a su propio rey era algo que lo había molestado grandemente. Aun así, pensó que todo tenía una explicación y se arreglaría una vez que él investigará más de la nueva estrella.
Sam no tardó en llegar, asombrado también por su herido cuerpo, pensó que sus hechizos de protección aún eran ineficientes, debían mejorar para y por la vida de su propio rey.
Acercó sus manos al cuerpo de Burak y a centímetros de tocar su piel comenzó con los hechizos de curación, gracias a las piedras mágicas que colgaban por sus muñecas fue iluminando con una luz amarilla el cuerpo de su rey, regenerando la mayoría de las células que quedaban dañadas. El tatuaje en su hombro comenzaba a apagarse.
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