Astria sabía perfectamente que Burak ya sabía lo que había pasado y sin dudarlo los llamó en cuanto llegaron al campamento. Caminaron a una tienda y entraron resguardado por los otros soldados, Astria también entró.
—Espere aquí —dijo Gina apuntando a una silla y ellos entraron por unos telares. No tardó la voz de Burak escuchándose por el lugar, no estaba alterado, pero si su voz era más fuerte y potente.
—¿Qué paso?
—Mi señor nosotros...
—Estuvimos así de perderla.
—Tiene razón mi señor, no cumplimos con lo que nos pidió.
—No, no lo hicieron.
—Castígueme, yo merezco que me castigue —dijo Gina.
—¿Cuáles fueron tus palabras?, ¿con tu vida lo harías? —dijo el rey y todos guardaron silencio—. Es inaceptable, aún no hemos llegado a Átkozott y aún queda bastante camino que recorrer.
—Señor no fallaremos.
—Sí, eso también pensaba antes.
Astria se puso de pie en cuanto lo vio salir, parecía molesto, su frente ceñida dio evidencia de aquello.
—Fue mi culpa —susurró mientras apretaba sus manos. Burak solo la miró un momento, pero no le dirigió palabra, siguió su camino a la entrada. Él sabía que Astria no tenía experiencia en el pueblo y la responsabilidad solo caía en los hombros de sus soldados.
Si en ese momento él no se hubiera dado cuenta de aquello, se hubiera arrepentido enormemente de perderla. La importancia que tenía una mujer como Astria sobrepasaba incluso algunas deidades.
Burak se detuvo unos segundos cerca del telar de la entrada, envuelto en sus pensamientos. Astria mirándolo intentó hablar, pero cuando lo hizo, él abrió el telar. Al hacerlo, una flecha rozó su mejilla clavándose en el suelo dentro de su tienda. Con gran asombro abrió sus ojos enormes.
—¡Emboscada! —El ruido y el caos se armó fuera.
Burak sacó con rapidez la espada apretando fuertemente los dientes mientras una gota de sangre rodaba por su mejilla. Atravesó a un soldado casi a las afuera de su tienda con total facilidad.
—¡Princesa! —gritó Gina mientras se acercaba a ella y la tomaba del brazo para llevarla a un lugar seguro.
Salieron de la tienda, Astria asustada dejó que Gina la zamarreara de aquí y de allá. Los soldados de Átkozott sin duda eran mucho más grandes y fuertes que cualquier otro soldado, pero los otros soldados está vez eran mucho más en números. La bolsa que había comprado se perdió entre todo ese ajetreo, pero lamentablemente no podía ponerle atención, ella debía correr.
—¡¿Quiénes son?! —preguntó la princesa gritando aterrada.
—No quiero quedarme a saber —le contestó Gina mientras desenvainaba su espada. Pronto desaparecieron en el bosque.
Burak se enfrentó sin miedo a los soldados que se dirigieron a matarle. Cortándole extremidades completas con solo una movida de su espada, los soldados fueron cayendo mientras gritaban de dolor.
Los soldados comenzaron a caer, de cinco soldados enemigos que caían, caía uno de Átkozott.
—¡Señor, nos superan en número! —gritó su soldado mientras sacaba su espada del pecho de un hombre.
—¡¿Quiénes son?!, ¡¿cómo nos descubrieron?!
—Señor, son de Luther.
—¿Qué? —dijo sorprendido. Átkozott y Luther tenían firmados buenos acuerdos y estaban en paz. Ellos no debían estar allí, seguramente Lomas tenía que ver con esto.
—¡BURAK! —gritó un soldado con una armadura reluciente sobre un caballo. Estaba sin casco y lo miraba furioso sobre una leve colina. Cuando hicieron contacto visual, Burak lo reconoció—. ¡Estás rodeado, ríndete! —gritó con todas sus fuerzas.
El rey no sacó sus ojos de aquel hombre, sus soldados se detuvieron al igual que los demás y como había dicho ese hombre, estaban rodeados de soldados que los apuntaban con flechas.
—Por orden del soberano rey de Luther, se me ha ordenado tu arresto por alta traición al reino de Lomas, por la muerte del rey de León y padre de la reina de Alice.
Burak tardó segundos en entender todo.
—Dale mis felicitaciones a la nueva pareja, lamento no haber podido asistir a la boda, estaba organizando algo mucho más entretenido— dijo sonriendo.
Sus hombres no se movieron, se pusieron en posición alrededor de él y allí se mantuvieron. La sangre corría con rapidez por sus venas, sus instintos animales estaban floreciendo y ansiosos querían seguir luchando, aunque eso, le costara sus propias vidas. Gruñidos y sonidos de reproches se escucharon.
—No me tomes el pelo.
—Quiero saber el nombre de quién pronto morirá.
—Mi nombre es Dom, soy el general del ejército del reino de Luther y hoy, el que morirá serás tú imbécil. Ríndete y dejaré a tus hombres con vida.
—Antes que digas alguna palabra más, respóndeme algo —dijo Burak volteando a ver todo a su alrededor.
Debía ver todo, cada flecha, cuán lejos estaba hasta su último hombre y no solo eso, también, a cuánto estaba del general. Mientras dijo algunas palabras, llevó su mano hacia su espalda baja e hizo una señal que Bruno a su lado entendió con rapidez pasándole un arco y una flecha— ¿Puedes detener una flecha? —preguntó tomando el arco de su soldado y apuntó con rapidez hacia el hombre.
El rey no siempre usaba sus poderes en luchas, era una constante pérdida de energía que lo debilitaba, pero cuando no tenía escapatoria no dudaba en salvar su vida y la de sus camaradas. Claro que no dejaba sobrevivientes para que contara su historia y así había seguido la verdad oculta como una leyenda. Con excepción lo que había hecho hace poco con el príncipe heredero y la reina de Lomas.
—¡Traedme su cabeza! ¡Matarlos! —gritó el general.
Burak, al mismo tiempo que soltó la flecha hacia el general, sus manos soltaron una leve luz y sus ojos brillaron. La tierra se quebró en pequeñas fisuras, las flechas lanzadas por los soldados se detuvieron a pocos metros de ellos, iluminadas con pequeños destellos rojizos, más de alguna se le escapó, pero sus soldados se protegieron.
El general, por otro lado, intentó esquivar la flecha, pero le dio de lleno en el hombro votándolo del caballo. Sorprendido de lo que sus ojos presenciaban, tocó bruscamente el suelo con su espalda.
—¡Ahora! —gritó el rey de los Átkozott extendiendo sus manos y todo soldado enemigo que estaban al alcance de su vista se paralizaron ahí donde estaban. Las venas del cuello de Burak se volvieron negras y se extendieron hasta su rostro como cruel bestia salvaje. Entrando en euforia gritó con sus ojos completamente negros mientras sus soldados comenzaron a asesinar todo a su paso.
Algo lo sacó completamente de su concentración. Una enorme nube negra comenzó a formarse con una rapidez sobre sus cabezas, algo poco natural, miró el cielo y su estómago se estrujó.
—Astria —susurró.
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Astria y Gina corrieron internándose en el bosque. Todo estaba oscuro y apenas podían ver que era lo que pisaban. Gina rogaba para que el cielo se abriera y saliera la luna que pudiera darle la suficiente luz para no tropezar, mientras lo hacía, Astria no tardó en caer al pasto tropezándose con una raíz de árbol.
—¡Arriba princesa, arriba! —Gina la levantó de un solo movimiento y siguieron alejándose.
Fue en ese momento que Astria con el corazón saliéndose por su boca les pidió a los dioses que la luna que siempre le había dado la fuerza hoy le mostrara el camino. Entonces rezó a Dios, fue así que, como una hija de las estrellas, la luna le obedeció y el cielo comenzó a despejarse. Claro que ella no pensó que ella lo había hecho, sino que solo había sido suerte y que Dios la había escuchado.
—¡Cuidado! —dijo Gina, alzó su espada y desvío una flecha.
—¡Ah! —gritó Astria asustada. La luna dio evidencia de que no estaban solas.
Seis soldados iban por ellas que a los pocos minutos las alcanzaron. Gina se detuvo y chocó espada con un soldado, luego llegó el próximo y enseguida los demás.
—¡Corre Astria! —gritó Gina intentando detener un poco el paso de los soldados, pero fue casi imposible.
Gina se encargó rápidamente de uno, pero otros cuatro atacaron con sus espadas. Los esquivo, los golpeó moviéndose con rapidez, pero uno escapó persiguiendo a Astria entre la poca luz de la noche.
—¡Que no se te escape!
—No puedes con todos nosotros —dijo un soldado y le cortó la parte del muslo. Gina se quejó cayendo sobre su pierna, pero con rapidez alzó su espada y le cortó el cuello bañándose en la sangre del hombre.
—¡Hijo de puta! ¡Te mataré! —gritó uno y con un golpe le saco el casco de la cabeza, asombrados la pelea se detuvo unos segundos—. ¿Una mujer?
—Vamos ríndete, eres hermosa, podríamos dejar de luchar y hacer otras cosillas.
—¡Jódete! —Gina se lanzó a uno de ellos, pero los demás la agarraron y comenzaron a golpearla, ya no querían matarla sino quebrantarla de la peor forma.
—Vete a buscar a la otra, nosotros nos encargamos.
Un soldado más se unió a buscar a Astria, mientras Gina aún daba lucha contra los últimos dos, la recostaron en el suelo y uno de ellos se posicionó entre sus piernas. Gina, que aún luchaba, sacó una daga entre sus vestiduras y le cortó la cara. Recibió un golpe en su mejilla derecha, pero su espíritu aún estaba lleno de adrenalina.
No pensó en el salvaje acto que harían estos dos hombres con ella, sino en la pobre y débil Astria que posiblemente quisieran hacer lo mismo con ella. Pensó que sería absurdo, ya que era una princesa, pero no ponía las manos al fuego con ningún hombre.
—¿Eres virgen? Me imagino que debes estar apretada.
—Que te corten la verga —dijo escupiendo saliva y sangre. Su nariz y su boca sangraban, sentía su ojo derecho cada vez más pequeño inflamándose poco a poco. A ella ni la quebrantarían con un acto tan vulgar como ese.
Poco tiempo una flecha cayó justo en el pecho del hombre que le sujetaba los brazos y las manos de Burak la hizo respirar aliviada mientras el soldado encima de ella estaba siendo degollado. Burak había tomado de su pelo dejando a su merced su cuello para darle de comer a su espada.
—Gina —susurró él— ¿Estás bien? ¿Dónde está ella?
—Por allí, señor —dijo entre lágrimas, sabía que no había podido protegerla.
Gina soltó un gran rugido enojada, sus ojos brillaron de ira y su sangre corrió con rapidez. Tomó la daga de su cintura y miró a los dos soldados que aún no encontraban la muerte. Sin decir, nada los destripó antes que la luz de sus ojos se apagara.
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—Señor —dijo Bruno acercándose.
—Ven conmigo, pero no te acerques a Astria.
—¿Señor? —dijo su soldado sin entender lo absurdo de su orden—. Es-es luna llena.
Burak sabía muy bien que la probabilidad de salir con vida ante cualquier evento natural era alta, pero no así sus soldados.
Miró el cielo solo para maldecirlo y en cuando lo hizo sus ojos comenzaron a brillar de un color celeste, levemente viniendo y desapareciendo en segundos. Eso solo significaba una cosa, luna llena.
Nervioso de perder a su preciado tesoro, apuró el paso atento a su alrededor, no quería que Astria saliera lastimada. Él se había dado cuenta lo duro que había sido su vida y quería llegar a Átkozott con ella intacta para mostrarle todo lo que la esperaba.
—Astria —susurró al verla a lo lejos.
Escuchaba sus gritos y se dio cuenta de que los hombres también la tenían en el suelo, al igual que Gina. Las manos de Burak temblaban, había usado su poder casi al límite en el campo de batalla y ahora estaba lejos para que lo poco que podía hacer con él, alcanzara a los soldados.
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—Me protegerías —pensó Astria mientras las manos de un hombre la tocaban por debajo de su vestido abriendo completamente sus piernas—. Yo le obedecí, él me cuidaría. — sus ojos asustados y llorosos mirando a la madre luna suplicaban su salvación.
Los hombres la sujetaban de los brazos y más de alguno le besó el cuello. Cuando ya no pudo con su desesperación y lo sucia que sentir su tacto, gritó. Gritó con todas sus fuerzas y la nube que se había formado sobre su cabeza rodeando a la luna, estalló en rayos cayendo a todos los que estaban ahí.
—Astria —Burak no alcanzó a acercarse lo suficiente cuando el rayo lo alcanzó y fue lanzado hacia atrás.
—¡Mi rey! —gritó Bruno al verlo caer. Obedientemente, había seguido el mandato y los rayos no lo alcanzaron.
Él fue el mayor espectador, los soldados que estaban con la princesa también salieron lanzados lejos. Bruscamente, cayeron entre el pasto ya sin vida con sus ropas humeantes. La luz había iluminado todo el lugar y Astria, aun en el suelo, sorprendida, brilló con un poder que se fue extendiendo en una luz enceguecedora.
Cuando todo se calmó, el silencio invadió todo el lugar, Astria se sentó con temor y miró su alrededor. Asustada, tapó su rostro al ver lo que había pasado. Todos estaban en el suelo humeando, incluso, el rey.
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