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Capítulo 4: Un rey con ojos de una bestia

Astria la llevaron a rastras al salón, a medida que se acercaban, más hombres de armaduras negras se sumaban. Soldados muertos estaban regados por el suelo, las murallas se tiñeron de sangre y había una gran conmoción. Al entrar al salón, ella se dio cuenta de que la suerte de la familia real no había sido buena. También estaban allí arrodillados frente a un hombre con un abrigo negro con pieles de animales.

Astria se sentía tan débil, tan insignificante que sentía que en algún momento iba a caer desmayada. Le dolía todo, sus articulaciones crujían, su rostro aún ardía con espasmos que venían y se iban.

—Podemos llegar a un acuerdo —dijo el rey León mirando al hombre que se paseaba cerca de él.

—Mi rey, el castillo es suyo —dijo un soldado de armadura negra.

—Vendrán soldados en unos minutos más y estamos listos para recibirlos —dijo otro.

Astria no entendía nada, lo habían llamado rey, pero no reconocía sus ropas ¿Habían venido por su padre? Fue entonces, que el presunto nuevo rey, volteo a ver al hombre que aún la tenía por los cabellos.

—Suéltala y que se sume a los demás —dijo con una suave voz.

Ella lo reconoció de inmediato. Era exactamente la voz de aquella noche en la fiesta, pero ¿por qué estaba aquí?, ¿ella había conversado con un rey?

El soldado la tiró al suelo junto con otros sirvientes y consejeros. Apoyándose en sus manos trató de recuperar su conciencia, parpadeando una y otra vez para poder mirar al hombre. Le llamó la atención su rostro, tenía una tez bronceada, unos ojos apagados pero filosos y feroces. Tenía un cabello negro carbón, unos labios finos y unos atributos malditamente hermosos que cautivaron su mirada, obligándola a mirarlo con toda atención. No podía creer que fuera un rey, no era gordo, no tenía barba, pero con solo estar allí, su sola presencia le hacía sentir que ese hombre era superior, incluso a su padre.

Tampoco podía creer que ese hombre, había hecho que su propio padre se arrodillara frente a él. La reina y el príncipe heredero estaban también en el suelo mirando con incredulidad lo que estaba ocurriendo. Hans tenía una mirada llena de odio y un instinto asesino que todos podían sentir.

—Has gobernado bien rey León, pero no has respondido ni una de mis cartas, tuve la obligación de visitarte.

—Yo te iba a contestar, no era necesario que hicieras esto, te puedo dar tierras y riquezas, puedo darte a mi hija también.

—¿A tu hija?, ¿no que todas tus hijas ya estaban desposadas?

—Astria —dijo el rey mirándola—. La muchacha de pelo rojo es mi hija, llévatela y olvidemos este malentendido. —Era la primera vez que el rey había pronunciado esas palabras, incluso él no se creía llamarla su hija, pero con tal de salir con vida, él haría lo que fuera. Incluso entregarle el bien más preciado a un bárbaro.

—Tienes una deuda especial conmigo y ¿crees que tierras, riquezas y una hija podrán salvarte? Ni siquiera tiene el color de tu pelo. No me trates de tonto.

—¿De qué está hablando, León? —preguntó la reina Catherine asombrada y sin entender nada.

—Veo que no le has dicho nada a nadie y nadie incluía a tu reina —sonrió el hombre.

—Por favor toma lo que te ofrezco, dame un mes y te mandaré lo acordado.

—Ya te di suficiente tiempo —dijo desenvainando la espada con lentitud mientras no apartó la mirada—. Los acuerdos ya se rompieron.

—¡NO! Por favor no... —gritó la reina, pero el hombre, con una leve sonrisa en su rostro, puso la espada en la boca del rey León y mientras esté temblaba, con sus manos suplicando al cielo, le introdujo la espada hasta el fondo. La envaino a su costado desgarrando toda la garganta y parte del rostro.

—Padre. —Astria susurró al verlo como caía de costado, hundiéndose en su propia sangre. El hombre había sido un monstruo con ella y hasta el final de su vida la intentó intercambiar, aun así, ella volvió a pronunciar esa palabra "padre"

Asombrada y asustada al ver tanta sangre, la vida de ese hombre se había esfumado de un segundo a otro, aquello la aterró.

—¡TE MATARÉ! —El segundo príncipe se puso de pie con la espada arriba de su cabeza, pero rápidamente un soldado se interpuso protegiendo la espalda de su rey que ni se inmutó en mirarle.

El soldado golpeó su espada con la del príncipe y con rapidez lo atravesó el estómago sin problemas. El joven príncipe lloro de dolor al mismo tiempo que el soldado sacó su espada y él cayó al suelo desangrándose.

—La deuda está saldada —dijo el rey volteándose a ver a la reina—. Recuerda este día y nunca olvides que puedo venir y tomar tu reino.

—¿Cómo pudiste? —Ella lloraba intentando mantenerse lo más firme posible. Sus lágrimas corrían por sus mejillas enrojeciendo la punta de su nariz.

—Eres una reina joven podrás gobernar con tranquilidad —agregó acercándose más a ella.

El príncipe heredero se levantó con rapidez y con una daga en su mano la acercó al cuello del rey, pero la daga se detuvo. Astria lo vio de atrás y recordó lo que le habían enseñado. El rey abrió su mano y la daga se detuvo a centímetros de su mentón. El príncipe apretó los dientes tratando de luchar, para que la daga, siguiera su camino, pero esta, no se movió ni un solo centímetro, quedando inmóvil en el aire.

—¿Magia? —pensó Astria, recordó enseguida que, según las leyendas, los únicos que podían hacer eso eran los Átkozott, entonces ese hombre era uno de ellos y no cualquier hombre, sino que el mismísimo rey de los Átkozott.

"¿Qué relación tenían con su padre y por qué él no lo había negado?"

Astria tenía muchos interrogantes, pero le perturba la idea de que todo lo que iba a ocurrir de aquí en adelante, sería algo nuevo para ella ¿Podría estar segura en su presencia?

—Trata de matarme para la próxima vez príncipe. Oh no, verdad que ahora serás el rey —rio burlándose.

—Juro que te mataré algún día.

—Jura lo que quieras. Llévenselos, y enciérrelos en los calabozos, incauten todo lo de valor, caballos y oro. Busquen también comida, será un largo viaje. —Sus hombres bajando la cabeza obedecieron con rapidez.

—Señor, ¿qué haremos con la gente?

—Llevaremos a los mejores para vender y las mujeres tómenla, serán las recompensas de este encuentro. Los demás desháganse de ellos.

Los hombres se pusieron a reír mientras iban clasificando a las personas. Astria era una más, ya que no la llevaron con la familia Real. No solo su Reino no creía que ella era una Princesa, sino también estos hombres.

—Ven acá hermosa —dijo el soldado agarrándola del brazo derecho y poniéndola de pie. Ella no se dejó tomar fácilmente, así que luchó un poco para zafarse.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo el rey acercándose. El soldado rápidamente la soltó y ella volvió a caer de rodillas al suelo, levantó su rostro solo para encontrarse con los ojos del rey mirándola detenidamente. Tenía unos orbes dorados que brillaban con intensidad.

Su rostro y su mirada dominante, la hizo paralizarse. El hombre no había dudado, ni un solo segundo, en manchar su espada con la sangre de su padre.

¿Qué otra cosa podría no hacer con esa facilidad?, ¿Quién podría detenerlo?

Él la miró a los ojos y lentamente se fue poniendo de pie.

—Mi rey, yo esperaba que ella pudiera calentar mis noches.

—¿Ella? —dijo con calma—. No sabes realmente quien es —dijo mientras sonreía y al mismo tiempo la agarró del brazo arrastrándola al balcón.

—¡Espera, me haces daño! —gritó ella.

La fuerza de su agarre, había sido muy dura y había apretado su brazo a tal punto, que creyó que se lo rompería con facilidad. El soldado siguió a su rey al balcón y la observó sin entender. Claro que nunca dudaría de las palabras del hombre, quien tenía en sus manos, a una hermosa mujer que él deseaba.

La noche había caído, el rey puso a Astria a espaldas de la orilla y la levantó apoyando su espalda en el borde de la baranda.

—No por favor, no, déjame —suplicó ella creyendo que la soltaría en cualquier momento y ella caería al suelo desde esa gran altura.

El rey, asegurándose que su soldado estaba observando, llevó sus manos a la ropa de ella y la rasgó con gran fuerza, desnudándole todo el torso superior.

—¡No...! —gritó ella tratando de luchar.

El rey la agarró de los brazos y la mantuvo allí mientras ella miraba el cielo con su pelo en el aire. Sus senos quedaron a la vista de ellos. Mientras sus ojos se llenaron de lágrimas, recordó las palabras de Alice. Su cuerpo era santo para su futuro esposo, pero tal vez ya no lo era. Había sido desnudada a la fuerza y no podía hacer nada. La luna y las estrellas fueron testigos.

—Oh Dios —susurró el soldado en cuanto vio como la piel de la mujer comenzaba poco a poco a brillar cada vez con más intensidad.

—Te dije que no sabías quién era. Ahora no la subestimes, ella podría ponerte de rodillas solo con una orden.

Astria no les dio importancia a las palabras del rey, estaba tan inmersa en su humillante escena y posición que solo intentó pensar en otras cosas. Lentamente, su cuerpo se sintió más ligero, con eso, sus pulmones se llenaron de eterna paz. Increíble que, a pesar de la situación, ella sintió ese sentimiento que era tan común cada vez que veía el cielo estrellado.

Sintió el sonido del metal, su cuerpo se sobresaltó, abrió los ojos rápidamente, volviendo en sí. El rey se acercó a su piel y abriendo su boca tomó una gran bocanada de aire llevándose parte de su luz que entró a su cuerpo. Sus ojos brillaron como un animal que había probado la esencia de una presa y las venas de su cuello se tensaron. Astria levantó un poco la cabeza y se encontró con los ojos del rey que la observaba, aun sujetándola con una leve sonrisa.

—Te dije que tenías magia en tu sangre.

—¿Qué me harás?

—Nada bella estrella —dijo y la levantó hasta que ella puso los pies en el suelo—. ¿Te sientes mejor?

—¿Qué acabas de hacerme? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Astria lo miró mientras secaba sus lágrimas de sus mejillas y tapaba sus senos con sus brazos. Aterrada sus piernas flaquearon y se cayó de rodillas en el suelo.

¿Cómo era que él sabía que se sentiría mejor solo con estar en contacto con la noche? ¿Y qué era lo que había hecho con ella?

El remolino en su estómago, aún la hacía sentir temblorosa y débil. Se sintió más tranquila al ver que el rey sacó su abrigo y se lo ofreció, al poco tiempo la dejó sola.

A un lado estaba aún el soldado de recién, con su cabeza pegada al suelo con una reverencia, eso había sido el sonido de metal de recién. Sorprendida se quedó ahí, mirándolo mientras se cubría su piel desnuda.

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