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Capítulo 3: Luz de estrella

El rey volvió a encerrarla, pero esta vez en lo más profundo del castillo, mientras estudiaban el porqué de su brillo y su esencia, la mantuvieron en observación. Astria no se sentía diferente, siempre había estado sola, así que no era que necesitaba de compañía, había sido bonito compartir con más personas que le dirigían su palabra, pero solo había sido un sueño un poco raro.

Al tiempo, descubrieron que Astria no brillaba más y que su piel se iba poniendo más oscura, a medida que la alejaban del contacto con el exterior. Su apetito comenzó a disminuir y a perder peso, se sentía más cansada e incluso, ya no tenía ganas de leer libros que le traían. Tenía todo al igual que antes, comidas buenas, un buen lugar para descansar, libros que leer, cuadros que pintar, pero ella solo comenzó a anhelar una cosa, dormir.

—Haz que se case con cualquiera, los demás reinos te dejarán tranquilo —decía el príncipe heredero ya aburrido de tener que recibir flores y regalos para su media hermana.

—Puedes alquilarla, así todos podrán tener un tiempo con ella y se tranquilizarán —dijo su otro hijo.

—No es como si fuera tu hija después de todo —dijo la reina agarrándose el vientre ya casi con siete meses de embarazo.

—Mi señor todo se calmará cuando llegue la luna nueva, creemos que es algo hormonal. La difunta reina era muy delicada de salud, quizás es por eso que su hija salió así. —Los consejeros del rey intentaban a toda costa buscarle una explicación.

—Eso no me sirve. Traed a algún hechicero, algún sabio que me explique por qué todos perdieron la cabeza con ella. Maldita bastarda, el primer día que sale a la luz y deja solo caos.

—La joven no tiene la culpa, despósala con algún rey y que él se encargue de los demás. De todas formas, ya tiene la mayoría de edad.

—No dejaré que se vaya. Si ella vale más de lo que uno se imagina es mejor que esté aquí papá. No sé la des a cualquiera.

—Señor, el rey de Átkozott no ha dejado de mandar cartas, tal vez ellos sepan qué brujería es, se dice que sus ancestros tenían magia en su sangre.

—Podría recibirlo y que me explique lo que ocurre, pero no sé la daré a esa bestia, tiene que ofrecerme parte de su reino o el secreto de como cosechar la tierra como ellos lo hacen, eso sí sería grandioso.

—Si se habla de hechicería, los elfos del bosque, serían los más indicados para darnos, una explicación más que esos animales.

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Astria, por otro lado, no se sentía desanimada, vivir más cerca de su padre y de su familia era algo que no había imaginado nunca. Estaba entusiasmada del día que la dejarán salir y volviera a verlos a todos, sería como un hermoso reencuentro. Para ella era normal la forma en la que vivía, sola y que de vez en cuando tenía una que otra visita, pero no esperaba que su padre no fuera a verla ni un solo día.

—Astria —dijo la voz de una mujer por detrás de su puerta.

—Alice. —Astria al escucharla se puso de pie con rapidez y caminó a la puerta para abrirla. La recibió con la mejor sonrisa que podía tener. Alice la abrazó y juntas se sentaron en la mesita de centro con una taza de té de manzanilla y dulces.

—¿Estás durmiendo bien? Te ves un poco cansada.

—Sí, de hecho, he dormido más de la cuenta, pero debo estar un poco enferma. Nada de que te puedas preocupar.

—Es bueno tu optimismo, pero no dejes de cuidarte. Sabes Astria —dijo cambiando un poco su estado de ánimo y aunque Alice pensaba que nunca llegaría el día donde debía marcharse, este llegó—. Debo irme, la ceremonia de mi matrimonio, será en el reino de Luther y ya no puedo seguir viviendo aquí.

—¿Tan pronto? —dijo desanimada y dejando caer su cuerpo en la silla.

—Sí, una vez que me casé con el príncipe Jonathan, deberé cumplir con mi rol de esposa y estar a su lado siempre.

—¿Tu rol de esposa?, ¿cuándo hablan de eso significa que tienes que servirle el té todos los días, prepararle la ropa y las comidas?

—Astria ¿Qué edad tienes? ¿No has tenido las clases con la anciana mayores? —preguntó mientras se reía con picardía y daba pequeños sorbos a su taza.

—No, pero me casaré algún día, ¿debería saber?

—Está bien, te contaré sutilmente, pero no quiero que te asustes —dijo acercando su silla más cerca de Astria. Acercó sus labios a su oído, comenzó a relatarle con suavidad lo que debía hacer en una noche de boda y que era los que ocurría con ella. La cara de Astria no tardó en asombrarse y asustarse.

—Eso es asqueroso.

—Es algo que todo matrimonio hace para intentar procrear, así que trata de pensarlo y asumirlo. Lo importante es que ese día estés lo más relajada posible, siempre duele un poco. Hay que rezar a los dioses, para que nuestros futuros esposos sean gentiles y amables.

—¿Ya lo has hecho?, ¿por qué debemos cumplir con eso?, ¿no hay otra forma de quedar embarazada?

—No, como crees, no podría casarme si lo hiciera antes. Es algo que debemos cumplir solo con nuestro esposo, nos guste o no, queramos o no queramos. Los hombres siempre van a querer tomarnos.

—No es justo.

Era común que las mujeres de la realeza debían ser vírgenes para desposar a un noble o a una realeza. Antes del matrimonio eran revisadas por los médicos para asumir su pureza. Se bañaban en leche como una tradición y se preparaban para su noche de bodas. Debían ser fieles y cuidarse para ser fértiles, así lograr procrear al hijo varón que daría la sucesión a la familia. Los hombres, por otro lado, podían tener a sus esposas, donde generalmente las embarazaban y las dejaban para que el embarazo saliera lo mejor posible. Ellos se les permitía tener concubinas para satisfacerse, debían ser aprobadas por la reina y también llevaban un gran cuidado con su cuerpo, en especial no quedar en cinta. La reina podía tener el derecho y poder deshacerse de alguna y también decidir el aborto, hijos de sus propios esposos. También se creía que si la reina procreaba una mujer significaba que no se había cuidado mucho en el embarazo.

Astria estuvo todo el día pensando en lo que Alice le había contado, ¿por qué nadie le había dicho eso antes?, ¿por qué debía entregar su cuerpo a un hombre que apenas conocía? Estaba desanimada, pensando quien sería su esposo, mientras más lo pensaba, más le daba asco la idea de que su esposo sea un hombre viejo, gordo y que pudiera lastimarla en esa noche. Pero no podía pensar en algún candidato para ella. Todos podían ser bruscos, agresivos e indiferentes. Ella conocía muy bien que el amor no existía de la noche a la mañana, y que a pesar de todo lo que había vivido su madre la había amado y sabía lo que sentiría cuando ese momento de amar a esa persona llegará.

Lo único que le quedaba era esperar, disfrutar sus días leyendo, pintando y durmiendo. Cuando se case jamás volvería a estar sola y aunque odiaba la idea de la responsabilidad de esposa, sabía que estaría agradecida de tener, aunque sea una persona que la escucharás y le hablara.

Semanas después el rey la llamó al salón, estaban todos reunidos e incluso había caras que ella misma no conocía. Hombres altos y robustos, con piel un poco más morena que todos los demás; tenían unos ojos filosos que al verla ellos simplemente relajaron su mirada en su presencia.

—Estás más pálida de lo normal —dijo la reina Catherine—¿Estás comiendo bien?

—Sí —contestó ella. Se sentía un poco asustada, con tanta gente mirándola.

—El rey de Cuzco nos ha hecho una oferta. Te casarás con él en unos días —dijo el rey mirándola mientras fruncía el ceño—. Gracias a estos caballeros sabemos por qué tienes la habilidad de brillar en la noche. Después que dejes de ser pura eso terminará, así que es importante que tu matrimonio se lleve a cabo lo más rápido posible.

—Mi rey, ¿estoy hechizada?

—No —contestó él haciéndole una señal a los hombres. El más alto dio un paso adelante y con su gran voz habló.

—De vez en cuando ocurren estos casos. Dice la leyenda que la luna se plasmó en el vientre de una mujer en cinta y es por eso que, al nacer, ella cobra la vida de la madre. Cuando estás en contacto con la noche, tu piel brilla y cautiva a todos los del sexo opuesto. La reacción de los demás para poseer tu mano no es más que el efecto de esto, como dijo el rey, cuando pierdas tu pureza las cosas cambiarán.

—¿Puedo oír voces? —Astria recordó con rapidez la voz del hombre que dijo que su sangre contenía magia, pero al pronunciar esas palabras la cara del rey se deformó, acción que la hizo arrepentirse enseguida de lo que había dicho.

—¿Una voz?, ¿has estado hablando con alguien que yo no sepa? —dijo el rey golpeando su silla.

—No, mi rey —intentó excusarse—. Solo escuché una voz, era más bien como una canción que no puede entender, una simple melodía.

—No te creas importante, tu condición es una enfermedad lujuriosa y pecaminosa. Atraer a hombres no es algo digno de una princesa. Eso tampoco explica por qué tu cabello tiene ese color, ninguno de mis ancestros lo tuvo como lo tienes tú.

—Lo lamento.

—No arreglas nada con lamentar.

—Pero no es mi culpa —dijo ella mirando más firme al rey. Su padre la miró sorprendido y rápidamente frunció el ceño.

—Naciste, eso es tu culpa.

—Padre, no puedes pensar así. Yo no he hecho nada malo.

—Hans. —El rey llamó a su hijo y aunque nada más había dicho, el príncipe supo lo que debía hacer. Se acercó a Astria y le propinó una fuerte y dura cachetada que la dejó tirada en el suelo.

—Eres una perra igual que tu puta madre —dijo el príncipe Hans.

—No vuelvas a hablarme con ese tono insolente. Te mandaría a castigar fuertemente si lo vuelves a hacer, agradece que Hans solo te cacheteó.

Astria permaneció en el piso mirando las cerámicas blancas. El golpe la había sacado completamente de ella y solo sentía un leve sonido agudo en sus oídos. Con su mano derecha sosteniendo su cuerpo y con la otra tapando su rostro, pronto sintió como un líquido caliente comenzaba a salir por su nariz. Cayendo a centímetros de su mano fue tiñendo el hermoso suelo de rojo sangre.

—¡Señor! —El grito de un hombre fue lo que la despertó de ese terrible adormecimiento—. ¡Hay intrusos en el castillo! De la alarma.

—¿Intrusos? —El rey se puso de pie asustado y comenzó a gritar—. ¡¿DE DÓNDE VIENEN?! ¿Por dónde han entrado? Avisen a los demás soldados.

Todos comenzaron a moverse, el caos pronto comenzó a ser eterno. La familia fue llevada escoltada hacia las escaleras, Astria, por otro lado, fue agarrada por dos guardias de los brazos y la arrastraron por el pasillo detrás de la familia.

—¡PADRE! —gritó ella, pero el rey no volteó ni una sola vez para verla. Todos corrieron, ella pronto los perdió de vista y tratando de ponerse de pie para seguir el paso de los hombres, se tropezó con sus propias piernas. Los soldados la vieron en el suelo y volvieron a tomarla, no podían dejarla, independiente de no quererla, era una joya que el propio rey se negaba a soltar.

El ruido de espadas pronto se hizo presente, gritos de agonía, llantos y más gritos de mujeres inundaron todo el lugar ¿Cómo era que esto estaba pasando en el propio castillo?, ¿eran desertores, traidores del reino?, ¿quiénes eran y por qué de un momento a otro todo había estallado sin dan ningún aviso? El ejército de Lomas estaba desplegado en los límites con el reino del norte, tardarían días en llegar.

Cuando Astria, que era aún llevada por los soldados, llegó a un pasillo, fue tirada al suelo por soldados de armaduras negras.

Los soldados se enfrentaron a estos y ella no dudo ni un segundo en intentar correr lejos de allí. Pronto, volvió a caer golpeándose el mentón en el suelo, sus dientes chillaron y por poco se muerde la lengua. No quería morir, no quería ser atrapada, solo anhelaba su castillo, su frío y solitario castillo de Sauces Llorones. Con el miedo a flor de piel, trató una vez más de salir corriendo.

—Ven aquí —dijo un hombre agarrándola de los cabellos—. No tienes donde ir, ¿sabes que las sirvientas son comida de soldados? —agregó hablando escondido dentro de su casco de color negro carbón. Sin ningún problema la alzó por los aires mirándola.

—¡Hey!, déjala y llévala al salón como se nos ordenó. No querrás desobedecer una orden de nuestro rey.

—Eres una ricura, te pediré para esta noche. Ahora vendrás conmigo al gran salón.

—¡Suéltame! —Astria luchó tratando de zafarse, pero el agarre del hombre, era fuerte y ni siquiera se inmutó con sus débiles intentos.

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