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Capítulo 23: Sorpresa peligrosa

Los días en Lomas comenzaron a ser un calvario, la ración de comida se disminuyó grandemente y Astria estaba obligada a leer todos los documentos que su hermano no quería hacer. Podía ir y venir dónde ella quisiera mientras estuviera cumpliendo con las cosas que él le solicitaba. Era tanto trabajo, que ni siquiera podía darse un gusto de ver lo que había traído entre sus vestiduras, más bien robado de Átkozott. Ella lo llamaba pedir prestado, seguramente cuando volviera a encontrarse con el rey lo devolvería.

Estaba sentada en un escritorio llena de papeles, cuando su recuerdo volvió a invadirla. Echó su espalda hacia atrás y suspiró fuertemente. Se preguntó que estaría haciendo en este momento, ya no quería lamentarse más por como terminaron las cosas, pero estaba segura de que el único que podía ayudarla y sacarla de ese lugar era el rey de los Átkozott. Anhelaba ser secuestrada una vez más por él, volver a vivir en su tierra con gente que la amaba y la apreciaba. Bárbaros, como le decía su hermano, eran lejos de corresponder a esas palabras.

Su habitación tenía una ventana que daba hacia el otro extremo del castillo, por lo tanto, la luna no la iluminaba hasta casi las cinco o seis de la mañana. Le costaba obtener su brillo, así que de vez en cuando llevaba todos sus papeles al salón pequeño de la otra ala y mientras hacía sus labores, podía asomarse de vez en cuando por la ventana. Ahora sabía muy bien que no podía vivir sin su luz y entendía mejor como reaccionaba su cuerpo a falta de ella.

Antes de acostarse a dormir, ella ojeaba una o dos hojas del libro de Lucia y se sentaba en el suelo a meditar tal cual estaba escrito allí. Aprendió a brillar sin tener que hacerlo por la luna, deseaba aprender más como podía hacer crecer las plantas, u ordenarle al agua, moverse como ella quería, incluso, dejar de brillar en la noche, pero eso aún le tomaría meses.

El día que vio a Catherine fue una sorpresa grande para ella. Había adelgazado y se veía más deteriorada. La mujer se negó rotundamente a que ella la visitará creyendo que Astria tenía alguna relación fuerte con su hermano, pero, a medida que pasaron los días, Astria volvió a acercarse a ella hasta que descubrió por qué la posición de la antigua reina la tenía a la defensiva. La mujer, confesándole lo arrepentida que estaba por haberla tratado tan mal, le dijo que nunca había imaginado que su vida iba a cambiar tan drásticamente y que sin duda estaba pagando por sus pecados.

Un día la llevó a una de las habitaciones del castillo de los Sauces llorones, y con cuidado le mostró su tesoro más preciado.

—¿Un bebé? —dijo Astria al abrir la puerta. No había estado nunca tan cerca de un bebé que tenía solo meses de vida. En Átkozott había visto algunos, pero no sé comparaban a un niño normal que eran más pequeños y más blanquecinos—. Pero Catherine, tu bebé es hermosa— agregó al ver su ropa tejida de color rosado.

—Sí, Astria —dijo llegando a su lado observando la cara de ella.

—¿Puedo?

—Sí, claro que sí. Ten cuidado.

—Es muy hermosa y huele tan bien —dijo Astria tomándola suavemente en sus brazos. Un olor fragante la hizo comprender que no había olor más relajante que el aroma de un bebé—. ¿Cuál es su nombre?

—León —dijo la reina mientras se sentó en una silla observando la reacción de Astria.

—León —repito sonriendo. Tardó unos segundos en darse cuenta lo que la reina le había dicho. Mientras el niño jugueteo con el pelo de ella, Astria la miro sorprendida—. No puedes...

—No, así que no digas nada.

—Pero Catherine —dijo Astria mirándola con gran miedo. Si el niño era varón, Catherine había hecho muy bien en ocultar su sexo—. ¿Hans no sabe?

—No.

—¿Y el parto?

—Vino una partera de confianza y estuve a sola con ella. Desde ese momento soy la única quien me encargo de él. No sé cuánto podré seguir haciendo esto, de vez en cuando está al servicio una de mis primas, pero la van rotando.

—Catherine, debe haber algo que hacer.

—Le puse el mismo nombre de su padre, yo sé que no tienes recuerdos buenos del, pero, León fue muy bueno conmigo. Si no hubiera sido por ese hombre.

Astria evitó confrontarla, sabía perfectamente que se refería a Burak, pero no quería entrar en discusión con ella. Al fin y al cabo, para la realidad que vivió Catherine, con la muerte del rey León, su mundo completo había sido destruido. Todo a lo que estaba acostumbrada se había marchado, ahora sola y abandonada vivía en el castillo de Sauces llorones.

—Te entiendo, ambas vivimos distintas realidades, pero eso no significa que una sea más importante que la otra. No diré nada.

—Desde hoy, en tus hombros llevas la vida de mi hijo.

—Lo entiendo perfectamente, quédate tranquila Catherine, de mí no se saldrá nada.

—Me alegra contar contigo, ¿cómo te trataron los bárbaros? Yo hablándote de mis problemas y tú has vivido un calvario a su lado ¿no? No me imagino las cosas que te hicieron.

—Ellos no me hicieron nada, Catherine.

La reina no creyó en sus palabras, pero Astria le fue contando como había sido todo en Átkozott, claro que evitando toda la magia que tenía el lugar y lo que realmente era. A medida que le relataba, Catherine la escuchaba horrorizada, no podía creerle. Era incapaz de entender que todo lo que se decía de las bestias era todo lo contrario. No cumplía con las acciones que Burak había hecho delante de ella, pero eso también tenía una explicación.

—No puede creerte Astria, pero tampoco seguiré creyendo en lo que me han contado de ellos. Creo que hay que vivirlo para entenderlo, aun así, ese hombre arruinó mi vida.

—No importa si no me crees —sonrió mientras mecía al pequeño una y otra vez.

No entraba en su cabeza, que ese bebé inocente podía ser la mecha que prendería la irá de Hans. El pequeño León era una amenaza desde su nacimiento a la corona. Él era ahora el heredero legítimo al trono una vez que cumpliera dieciocho años.

Los días comenzaron a pasar, los días buenos solo ocurrían algunos días al mes, los demás, Hans la atormentaba. Más de una vez, la había golpeado por no tener listos los documentos que él le pedía y constantemente recibía insultos. Holgazana, mediocre, perra, maldita, inútil, basura, entre otros. Hans muchas veces descargaba su frustración en Astria y si no era ella, era Catherine.

Lo único bueno de estar allí, era el pequeño León. Astria encontró refugio en el pequeño niño, y le encantaba ir a visitarlo para respirar otros aires, no tardo en encariñarse al pequeño.

Dos meses pasaron y Astria estaba decidida a salvar al pequeño niño a toda costa. Había visto la maldad de su hermano frente a sus ojos y estaba aterrada de que llegara a ponerle las manos al niño. Ese día llegaría tarde o temprano, al fin y al cabo, el que tenía completo derecho al trono era el pequeño León. Una vez que llegara a la mayoría de edad podía pedir el trono y Hans no tendría como decirle que no. Había sido el príncipe heredero, pero el rey León ya no existía y su último matrimonio con la reina Catherine había dado fruto a un varón.

Nerviosa por lo que podía ocurrir, la reina Catherine busco a Astria.

—Es muy arriesgado lo que te pido, pero si hay una, una sola posibilidad de que mi hijo salga de aquí, yo quiero arriesgarme —dijo la reina mientras ambas caminaban por los Sauces llorones. El niño venía detrás con las cuidadoras que cumplían el rol de niñera.

—No estoy segura si eso puede funcionar. Sería bueno que puedas comunicarte con Alice.

—¿Después de lo que te hizo?

—No tuvo opción Catherine, su esposo fue quien dio al final la orden.

—No puedo fiarme de él entonces. Y si en vez de poner a salvo a León se lo entregan a Hans.

—Hay... —Astria no estaba segura si las palabras que saldrían por sus labios iban a ser lo correcto, pero sí, debían tener en cuenta todas las opciones, esta era una de ellas a pesar de que habían pasado años—. Hay unas drogas que se utilizan para hacer desaparecer y hacer creer a alguien que una persona ya falleció —dijo mirando a Catherine y se aseguró que nadie más escuchara—es engañar a la muerte.

—¿Cómo?

Astria le contó a Catherine las cosas que había leído en libros antiguos, no le aseguró que eso aún existiera, pero, que sería bueno que pudieran investigar. La droga era fabricada antiguamente en las posadas de la muerte, se vendían en forma ilegal y se utilizaba para hacer creer a una persona que un individuo había partido a la otra vida. El pulso se disminuía grandemente, todo dentro de la persona se congelaba perdiendo completamente el calor corporal, era algo muy peligroso y el cuerpo podía así permanecer solo veinticuatro horas, después de eso, sí no se le administraba el antídoto, entonces la persona realmente moría.

—¿Quieres que mate a mi hijo?

—No estará muerto, pero podrás sacarlo de aquí haciendo creer a todos que falleció a causas naturales. El rey te dejará tranquila, luego fuera de aquí alguien puede ir por él y llevarlo a Luther o donde tú quieras que él viva.

—¿Cómo?, ¿cómo sabes todo eso Astria?

—He leído mucho, buscaré el nombre.

—Sí, si hazlo y yo buscaré a alguien de confianza que pueda averiguarme como poder obtenerlo.

Catherine solo tardó tres días en saber cómo poder conseguir aquello. Cómo había escrito Lucía, en su diario, la poción aún existía, pero no era de fácil acceso. Había que ir al mercado negro para obtenerlo y también debía pagar a alguien que trasladará el cuerpo del pequeño a un lugar seguro.

La reina, aún tenía contactos con algunos de sus familiares, así que los enviaría allí para asegurar su salvación. Después de todo, su hijo no tenía la culpa de todo lo que ocurría.

Cómo la reina estaba prácticamente amarrada al castillo de los Sauces llorones. Astria era la única que sabía sobre las idas y venidas de su hermano. Tenía permiso para salir y recorrer los terrenos del rey, sin tener que estar vigilada a cada instante.

El día que se organizó para poder salir del castillo y adentrarse en la fortaleza del reino, se quedó hasta tarde firmando unos documentos, terminando de reorganizar las semanas que venían, su hermano tendría su itinerario acordé a lo que le gustaba. También tuvo que ver la parte financiera de Lomas y eso le llevo mucho más tiempo de lo que pensaba.

Recibió una carta de Catherine, dónde le explicaba que su contacto estaría a las doce de la noche a dos cuadras del muro, justo donde había un pasadizo para ir fuera. Le hizo incluso un mapa para poder salir y le dijo que una vez en el carruaje, se vistieran y se pusiera lo que allí le tenía preparado. Astria no sabía mucho de estas cosas, así que se alegró mucho que Catherine se ocupará de los preparativos preventivos.

Anteriormente, ambas habían hablado sobre lo que debía hacer, lo que debería decir y quién sería fuera las murallas para que nadie se enterará de que era la princesa.

Esa noche se harían subastas de todo tipo, en el mismo lugar, se estaría vendiendo artículos ilegales a los clientes que ya se habían anunciado, pero se debía pagar una suma de dinero para poder entrar al círculo secreto.

Astria se preparó, pidió una cena ligera y espero que sean las doce. Cómo no había gente que la observara, salió con cuidado por las ventanas bajando entre los pilares. No era la primera vez que lo hacía, cada vez que sus pies tocaban el suelo ella se alegraba, ya que a medida que más lo hacía, más fácil le resultaba.

Ya en el primer piso, esquivó a dos guardias que estaban dando vueltas por los castillos. Corrió lo más que pudo hasta un árbol, que la pudo ocultar por su gran tronco, y de ahí por los arbustos se escabullo hasta un árbol caído que estaba cerca de una de las murallas. Con cuidado movió una que otra rama y vio el agujero que Catherine le había mencionado. No tardó mucho en adentrarse en la oscuridad y salir fuera de las murallas que separaban la ciudad con los castillos reales.

—Lo hice. —Se animó al ver que había salido sin alertar a nadie. Caminó unas dos cuadras y encontró un carruaje de color negro debajo de un farol. Cómo le habían dicho, tocó tres veces la ventanilla y dos más lentas. Enseguida la puerta se abrió y se asomó un hombre de pelo café y con bigote bastante bien ordenado.

—Tú debes ser la nueva clienta —dijo mientras sonreía—. Catherine me contó de usted, por favor no tenga miedo y suba.

Astria hubiera dudado un poco en subirse con un desconocido, pero era exactamente como Catherine le había comentado, en especial su bigote y sus cejas amplias.

—Venga ya —dijo el hombre golpeando el carruaje y este comenzó a andar—. Ten, debes ponerte esa peluca y este abrigo. Una vez allá te pedirán este cello para que te den el permiso de entrada.

—Entiendo —dijo ella con una voz más segura y se cubrió su ropa con el abrigo.

—Venga te ayudo. — El hombre tenía un acento distinto, se notaba que no era de esta tierra. Ayudó a Astria a lucir un poco más noble que de la realeza. Le quito un lazo que tenía en el cuello de fina tela y le ayudo también a ponerle la peluca para tapar su pelo que sin duda llamaría la atención—. Cuando salgas de ese lugar, el carruaje te esperará en el lado norte de la calle, espero de corazón que todo salga bien. No te saques por nada la máscara.

— ¿Quién es usted? Hasta ahora, no me ha dicho nada de porque nos está ayudando.

—Hermosa mujer, yo soy hermano de la madre de Catherine, vivo en la capital hace años. No puedo ayudar a sacar a mi sobrino del castillo en un carruaje, pero puedo ayudarte a ti a qué eso funcioné de una u otra manera.

Astria lo entendió todo. Catherine no estaba tan sola y había una familia detrás de ella que quería ayudar. Eso la tranquilizó un poco, ella debía estar firme y no mostrar debilidad en ningún momento. Traería esa poción, cueste lo que cueste.

—Ten —dijo el hombre pasándole una bolsa llena de monedas de oro—. Esto debe alcanzar para las pociones.

—Esto es demasiado.

—Mi niña, las cosas ilegales cuestan la vida.

Astria no era la misma desde que conoció a los Átkozott, así que, descubriéndose una de sus manos, saco su guante y abrió un poco la ventanilla, para asomar su piel a la luz de la luna. Hoy quería estar lo suficientemente despierta para lo que se venía. Como la luz de un farol, su mano brillo fuera del carruaje. Disimuladamente, el hombre no se dio cuenta de lo que ella hacía.

Llegando ya al lugar donde se haría las subastas, el carruaje se detuvo y ambos se pusieron las máscaras. Por la ventana, apareció un hombre con máscaras brillante, quien observó estirando la mano.

—Buenas noches —dijo el tío de Catherine y le entrego el emblema. Rápidamente, se lo llevaron y esperaron en silencio. Astria trató de quedarse tranquila y en parte lo estaba junto al tío de Catherine, pero sabía que el hombre solo la acompañaría a la entrada y de ahí en adelante, estaría sola.

Al poco tiempo, el hombre volvió con el emblema para devolverlo, y le dio la bienvenida a la entrada.

Todo estaba muy custodiado con guardias con lanzas y espadas. El lugar estaba iluminado desde la entrada del jardín hasta el edificio que se encontraba en el medio de un campo. Era un terreno bastante grande y no fue el único carruaje que entró. Después de ella, tres más siguieron sus pasos al edificio.

—Recuerda lo que le he dicho, sea paciente y medite sus palabras antes de hablar.

—Muchas gracias, nos vemos más tarde.

—Sí, señora, que así sea. Le deseo lo mejor.

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