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Capítulo 14: El templo de la luna

Los días posteriores al asesinato del rey León comenzaron los preparativos del funeral y de la coronación del hijo mayor, Hans.

El reino rápidamente se levantó y festejó al nuevo rey por cinco días, los cambios comenzaron desde ya. Hans castigó a todos los soldados que esa noche estaban en el castillo por su ineficiente trabajo. Los ahorcó a todos, delante de toda la gente de la ciudad y colgó sus cuerpos en la plaza central. Subió los impuestos con la excusa de reformar la seguridad y construir muros más fuertes en el castillo para que, lo que pasó con su padre, no volviera a ocurrir con él.

Hans tenía todo a sus pies. Los consejeros de su padre estaban un poco inseguros y preocupados por sus órdenes sin consultarles nada a ellos. Sabían muy bien que su nuevo rey era impredecible, pero algo sin duda le molestaba. No aceptaba el hecho, de haber perdido parte de la familia real y aunque Astria no era importante para él, Hans a toda costa quería tener la excusa perfecta para atacar a Átkozott.

—Hay que traerla de vuelta. —Golpeó fuertemente la mesa el nuevo rey de Lomas—. Es inaceptable que Átkozott se llevara a la luna de Lomas y matará a nuestro rey.

—Mi rey —dijo uno de sus consejeros—. Sería bueno que contactara con el reino de Luther y organizar un ataque lo antes posible.

—Creo, que hay que esperar que la reina madre se recupere después de su parto. Lleva horas en eso y no sabemos si sobrevivirá.

—No me importa ella —dijo el rey echándose sobre su silla—. Ahora soy yo el rey, ella ya no es nada.

—Señor...

—Ordeno que limpien y acomoden el castillo de los Sauces llorones para la antigua reina Catherine. Cuando vuelva mi hermana al castillo, ella se quedará aquí conmigo.

—Mi rey, la reina... —exclamó otro de sus consejeros, pero rápidamente fue silenciado por Hans.

El consejero estaba nervioso, si el hijo de Catherine era varón, el puesto de Hans como rey, peligraba en el futuro. Gracias al propio rey, el hombre decidió permanecer en silencio.

—¡Antigua reina! Que les quede claro —gritó el Hans golpeando una vez más la mesa y haciendo saltar a los presentes.

—Sí, señor.

—Mi rey, el general Omar, estaría llegando mañana por la mañana. El pequeño ejército de los Átkozott pasó la frontera antes que ellos llegarán a su encuentro.

—Mierda ¡MIERDA! ¡TODOS SON UNAS MIERDAS! No pueden hacer nada bien. Tuvieron días para alcanzarlos.

Hans siempre había sido así, le gustaba tratar mal a la servidumbre, las personas no tenían valor significativo para él, así que no se preocupaba en cuidar su vocabulario. Desde pequeño fue el príncipe heredero, fue criado sin enseñarle bien y a menudo, lo mimaron sin límites.

—Preparen una carta, iré al reino de Luther a visitar a mi querida hermana y deseo que todos se arreglen cuando vuelva con la luna de Lomas.

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Astria había encontrado mucha simpatía con el príncipe Cedric, era bastante amable y le encantó que le contará historias del reino. Solo un día en Átkozott y el reino se había ganado el corazón de ella, olvidando las palabras y dudas que había surgido en ella la noche anterior. Lo que siempre su corazón deseó, lo estaba viviendo de la mejor forma.

Cuando el día comenzó a irse, todos se prepararon para darle la bienvenida al templo. Se vistió con prendas blancas que asemejaban su piel y su pelo fue amarrado en una trenza que caía por su espalda llena de flores celestes.

La gente se reunió en las afueras del templo, todos querían verla y conocerla. Ver su luz y verla brillar.

—Estoy nerviosa —dijo ella al ver tanta gente. Iba en un carruaje junto con Luz—. ¿Qué tengo que hacer?

—Tranquila, sube las escaleras. Llegarás a la entrada del templo, debes caminar hacia el interior hasta llegar al orbe. Tócalo con ambas manos y el orbe brillará.

Cuando el carruaje se detuvo pudo ver qué en la entrada del templo estaba el rey y los príncipes esperándola.

Era mucha la presión que tenía, sentía que su corazón se escaparía corriendo por su cuerpo hasta su boca y su respiración, en vez de darle aire, la ahogaba.

La puerta se abrió y ella bajó temerosa mientras observaba a la multitud. Mucha gente la miró con ojos cálidos, asombrados también por el color de su pelo. Murmuraban constantemente mientras se iban empujando para acercarse más a ella. Se dio cuenta lo diminuta que se sentía, todos tenían una altura mayor a la de ella, con sus pieles más oscuras y ojos colores miel que no dejaban de observarla.

Curiosos se fueron acercando cada vez más, ella miró al rey y recordó sus palabras. La gente de la ciudad no le haría daño, pero si serían muy curiosos con ella. Antes que llegarán a su lado, agarró sus vestiduras y comenzó a subir las escaleras.

—Bienvenida —dijo Burak con sus ojos dominantes, observándola también con atención. Ella se dio cuenta de que había dos rostros desconocidos. Una mujer mayor, delgada, con pómulos pronunciados y una más joven con ojos iguales que el rey. Supuso que era la princesa.

—Que la madre luna sea contigo —dijo Cerdina bajando su cabeza mientras le sonreía con gentileza. Ella se encaminó al interior del templo.

—¿Solo tengo que tocar el orbe? —preguntó, pero se dio cuenta de que el rey no la había seguido. Volteó solo para ver su silueta en la entrada.

Estaba sola en medio de la oscuridad, apenas podía ver el interior del templo. Podía notar pilares enormes que se levantan a los costados, pasillos donde la oscuridad los devoraba y con cada pisada, los sonidos de sus zapatos hacían eco por todo el lugar.

No le temía a la oscuridad, había vivido así cuando salía en la noche, en el castillo de Sauces llorones y sabía que nada le pasaría. Mientras más caminaba, más oscuro se ponía todo, pero al fondo, casi en la oscuridad total, pudo ver un altar con una gran bola negra carbón.

—Esta es —susurró parándose frente a ella. Giró una vez más a la entrada y está se veía bastante diminuta, era la única luz que entraba al interior.

Con gran tranquilidad levantó las mangas de sus muñecas y alzándolas en el aire tocó el orbe con ambas manos. El orbe no cambió.

—No funciona —susurró comenzando a perder la esperanza. Lo que tanto temía le lamía los talones.

Volvió a tocarla y cerró los ojos, pero nada, todo seguía igual ¿Qué podía hacer ahora? Volver por el mismo camino era muy vergonzoso.

—Astria —dijo una voz en el medio del templo.

—¿Quién?, ¿quién está ahí? —Asustada por la impresión, miró a todos lados. Había jurado que estaba sola.

—¿Eres una mujer normal? —Su voz y su frase supo quién era. Sam, el hechicero del rey, había dicho exactamente lo mismo en la noche del ataque. Comprendiendo sus palabras, había solo una cosa que le había faltado. Autoridad.

—No, yo... yo soy una estrella —dijo tocando una vez el orbe al mismo tiempo que apretó los dientes—. Enciende —ordenó.

En el medio de la oscuridad, con la esperanza de saber realmente quien era. El poder de una estrella se manifestó. En el interior del orbe se encendió una luz que se fue propagando por su interior. Explotó fuertemente con un gran viento, que hizo volar completamente el pelo de Astria hacia el cielo, su rostro se iluminó de colores dorados y al mismo tiempo voces de mujeres sonaron por todo el templo.

—Madre Luna.

—Bendita las estrellas.

—Bendito es el cielo de la noche.

Miles de frases más que se repetían por todo el lugar

¿De quiénes eran las voces?Se preguntó Astria observando como el templo comenzó a prenderse. Como una oleada de magia invadió dando vida y color a las paredes, el cielo, hasta el mismo suelo.

Una nueva dama Blanca había surgido en tanta oscuridad de la noche, la ciudad admirando su luz y poder, se regocijaron de esta nueva vida. Un tesoro invaluable para los Átkozott.

—Es hermoso —dijo Astria al notar que Burak y un anciano se acercaba a ella.

—La historia ha sido construida hace miles de años —dijo el anciano tomando las manos de ella y mirándole las palmas—. Yo, soy el guardián del templo, mi nombre es Aarón y te ayudaré a entender todo esto. Viendo que no has nacido, ni vivido aquí, es esencial que te conectes con tus antepasados— agregó mientras la llevaba por un corredor.

Astria volteó a mirar al rey, pero él con una mirada seria observó el orbe encendido. Ella siguió al hombre por los pasillos y pronto comenzó a descubrir que estaba toda la historia de las damas Blancas allí. La primera habitación comenzaba con la primera dama Blanca que se tenía registro.

—Aquí está todo lo que quieras saber. Entre libros, diarios, biografías, cuadros, están sus vestimentas también. Los restos de la mayoría están en el cementerio del reino, pero las últimas tres descansan aquí.

—¿Todas ellas fueron como yo?

—Sí señorita.

A medida que iban pasando de habitación en habitación, Astria se empezó a sentir bastante curiosas, en especial de los libros se podían ver a través de los cristales, que separaban los recuerdos con la realidad. El anciano le contó historias magníficas de ellas. La mayoría de los ríos que había en la región habían sido redirigidos y divididos por una dama Blanca. La tierra fértil también eran obras de ellas, hierbas medicinales que no crecían en la región, habían salido solo con una hoja de ellas traídas del extranjero.

Las damas Blancas eran vida, por esa razón todo el reino de Átkozott, desde los inicios de los bosques hasta el final de las praderas, entre las tribus de sol y las tribus de la noche; todas las veneraban como hijas de dioses.



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