Merliot
¡Queridos lectores!
Sé que dije que dejaría en pausa esta obra para terminarla y seguiría con la otra. Pero, en estos dos días sus plegarias fueron oídas y tuve súbitos ataques de inspiración que me impulsaron a escribir y escribir, a definir la trama, a pulir aspectos que no encajaban del todo con el objetivo que intentaba lograr, y al fin me siento satisfecha con mis logros para decir que: No solo seguiré publicando capítulos a diario, sino que además esta Obra se encuentra prácticamente terminada. -inserte ovaciones-
Gracias por la paciencia y por continuar pendientes de mis historias. Los amodoro.
PD: Este capitulo va dedicado especialmente a carolinamorenoguerra quien me ha estado leyendo desde un aspecto para nada ficcional, y relacionado con otro más real y personal, atendiendo a mis propias inquietudes, ansiedades y preocupaciones.
Mil gracias hermosa por todo eso. *-*
Ahora sí, disfruten el capi.
Entonces mis padres me han enseñado bien. Uno no debe de fiarse de demonios—corroboró Jen, una vez fuera de la jaula, estirando sus piernas. Julieth notó, a pesar de la ropa que la cubría, que ella estaba famélica.
—Y dale con eso... He cumplido mi palabra de matar a este bastardo chupasangre o ¿no?
—Pero has sido taimada también antes—contraatacó Jen con obstinación—. Lo has engañado con eso del escape.
Johanna primero blanqueó sus ojos, luego lo meditó un momento y finalmente dijo:
— Pongámoslo de esta manera: la regla general será: "La mayoría de las veces uno no debe fiarse de la palabra de un demonio" Y la otra regla fundamental será: "Bajo ninguna circunstancia uno le debe llevar la contraria a un demonio. En especial cuando este lo ha salvado a uno de la muerte más de dos veces"
Y con esas palabras dio por terminada la conversación, mientras hacía un gesto de silencio y se escabullía entre las sombras, dándole la espalda a su interlocutora, dirigiéndose hacia el sitio donde habían desaparecido el resto de los hijos de la noche.
—Creo que hay un pasaje secreto ahí mismo— habló interiormente, con Julieth, mientras recorría la pared con sus dedos finos palmo a palmo—.Los vampiros no salieron por la escalinata por la que subimos—añadió, y siguió tanteando, sin demasiado éxito.
—Debe haber una protuberancia, una palanca, o algo por allí —dijo la aludida.
Para ese momento, Jen se había posicionado a un par de pasos de ella, junto a una de las repisas repletas de cubos de pintura añeja e introducía la mano por detrás del mobiliario. Poco después una puerta oculta en la pared, que parecía formar parte de la misma piedra, comenzaba a abrirse ante ellas, develando el pasaje secreto, por el cual los noctámbulos se habían retirado.
Ante la mirada de estupefacción de Johanna, Jen sonrió ligeramente, mientras se encogía de hombros, como si lo que hubiera hecho fuera un cliché de lo más obvio.
—Llevo más tiempo aquí que tú para saber dónde está oculta la "llave" de la puerta secreta por dónde entran y salen estos sucios vampiros—en su rostro asomaba una sonrisa más amplia que presumía suficiencia y había aparecido un brillo pícaro en sus ojos, aquel que Julieth adoraba—. Esta es la entrada a su verdadera morada. La fábrica y el depósito son solo espacios de tránsito, una fachada exterior, pues en realidad el clan reside debajo de toda esta construcción—explicó.
—Por supuesto, siempre es más abajo, "Facilis descensus averno" — citó Johanna y Julieth recordó la frase del poema "La Eneida", de Virgilio, que había leído en los brazos de Jen, en el sofá de la sala de su casa, cuando ambas estaban en su época universitaria y comenzaban a aparecer los primeros sentimientos románticos entre ambas.
Flash back
—¿Qué significa?— Le había preguntado a Jen en esa ocasión—. Es que no lo entiendo, el latín es una lengua muerta, y casi todo este estúpido poema está escrito en latín. Se quejó.
Como siempre ella estaba más interesada por las ciencias exactas y los idiomas no eran su fuerte.
—¿Será que está escrito en latín, porque la clase es de latín? —había dicho Jennifer capciosamente, mientras reía, haciendo que los hoyuelos de sus mejillas se profundizaran y captando toda la atención de Julieth, que la miraba hipnotizada, dejando pasar incluso aquella burla, solo por el placer de contemplarla —. Significa: "fácil es el descenso al infierno"—explicó cuando la risa había cesado.
—¿Y cómo se dice: "Me tienes en el cielo"?—preguntó Julieth a continuación, sin dejar de mirar sus ojos turmalinicos, pero no dejó que ella respondiera, porque al momento, ya la estaba besando.
Johanna se había inclinado frente a la puerta para contemplar el estrecho e infinito túnel que parecía ir directo al estómago de su padre, metafóricamente hablando, para luego voltearse hacia Jen. Un cosquilleo le recorrió los labios al mirar los de la opuesta, pero sabía que era por efecto de Julieth y sus cursis recuerdos.
—Tú te quedas aquí, pues no sabemos qué otros peligros confrontaremos abajo, pero seguro es peligroso para un mundano.—July se sintió agradecida por ella. No quería exponer a Jen a más riesgos.—Yo iré por Astrid, patearé algunos blancos traseros vampíricos y volveré por ti, ¿vale?
Aquel plan molestó a la chica de cabello castaño que hizo un mohín, aún visible en la penumbra.
—Creo que sé mucho más que tú en este caso—contrarrestó—. No solo he visto hijos se la noche aquí, también he visto brujos como la mujer que venía con ustedes. Sé que Merliot es un brujo por ejemplo.
Johanna achicó sus negros ojos mirando a la interpelada, estudiándola a ella y a la nueva información suministrada.
—Desde ahora querida, hay una regla nueva: "Toda la información de utilidad para la misión que uno posea debe ser comunicada al demonio a la brevedad"
—Y lo haré... mientras bajamos—terminó la frase, y antes de que Johanna pudiera detenerla, la impetuosa joven se escabulló delante de ella, por el nuevo pasaje—. El descenso al infierno es fácil, pero también largo, nos hará falta una buena charla—añadió Jen y Johanna no pudo más que seguirla, sintiéndose un tanto derrotada.
En la penumbra, los cabellos anaranjados de Julieth eran como la lumbre de una antorcha, que guio sus primeros pasos, y fue el último vestigio de color, hasta que las sombras inexorablemente se las tragaron.
El aroma a azufre era abrumante. A Johanna le evocó recuerdos de su propio hogar en Edom y a Jen solo le hizo fruncir la nariz en un mal gesto.
Era extraño sentir tan particular aroma en un nido de vampiros, y lo peor era que ese hedor putrefacto se entremezclaban con la humedad del ambiente intensificándose más.
Contrariamente a lo que pensó Johanna la oscuridad de la nueva guarida subterránea no era tan excesiva y la demonia pudo pronto identificar la razón. Una luz rojiza, como la de un pequeño sol, emergía de un agujero cuadrangular, perfectamente recortado en la pared. Se trataba de un portal. Y no cualquiera, sino que conectaba directamente con el mundo demoniaco. Eso explicaba el hedor al menos.
Al ver que Jen intentaba hablar, Johanna la acalló con un rápido movimiento de su mano. El más breve rumor alarmaría a los hijos de la noche que se estaban reuniendo en torno del portal, a la espera de algo. No, de algo no, de alguien.
Un hombre de aspecto sombrío y siniestro, atravesó las mismas puertas del infierno. Pero no era un demonio, sino un brujo. Era notable en sus rasgos tan particulares. Sobre todo en las pezuñas y cuernos.
Como parte de su camuflaje, y con el uso de su propia magia, un brujo podía adquirir en el mundo humano un aspecto bastante corriente, ocultando sus marcas naturales. Pero sin ese velo mágico, estos seres tenían características distintivas que venían desde su lado demoníaco. Pues los brujos eran conocidos como los hijos de Lilith.
Era evidente que el brujo, en este caso, había decidido prescindir del glamour, ya que después de todo, no necesitaba ocultarse de nadie.
—Señor, lo estábamos esperando—era David quien hablaba, inclinando la cabeza en señal de sumisión y respeto.
"Vaya vaya, el poderoso jefe del clan mostrándole sus cortesías a un brujo, esto es nuevo" Pensó Johanna
Si bien, los enemigos naturales de los vampiros eran los licántropos, tampoco era que mantuvieran una relación excepcional con las otras especies. En general, los hijos de la noche, eran bastantes aislados, solitarios, autosuficientes, en relación a los demás subterráneos. Las relaciones de sumisión sólo se daban entre siervo y el vampiro que lo había convertido, y la lealtad y el respeto de todo el grupo era hacia el máximo jefe. Aquel que dirigía el aquelarre. En este caso David. Y este último no se inclinaba ante nadie. Pero eso había cambiado.
Era evidente que aquella acción enmascaraba algo: era miedo. Johanna casi podía olerlo. Y no podía culpar a David por actuar como un lamebotas profesional, ya que el brujo emanaba un poder excepcional. Y lo que resultaba más evidente aún era que ese poder no veía solo de sus dones, seguramente venía de su trato privilegiado con los demonios. Aquellos lo habían investido de tal energía.
Aquello explicaría también su paso por un portal de esa categoría.
—Espero que esta vez me hayas llamado para algo de real importancia—masculló Merliot, el brujo. Ya para ese momento, era notorio que de él se trataba—. No quisiera desperdigar mi magia en una rata con alas tan insignificante como tú. Para esta tengo mejores fines—los rasgados ojos del brujo, de un tono verde oscuro, refulgieron de pronto, como un brasero encendido, con llamas casi tan vivas como las del portal.
David, por otro lado, bajó sus fríos ojos, clavándolo sus orbes en los cuadrados baldozones del suelo.
Johanna pudo notar la tensión en su cuerpo y cierto deje de furia contenida en el gesto contractor de su mandíbula, ante las insultantes palabras del brujo.
—Para nada Señor, le aseguro que esta vez su venida valdrá la pena. Nuestra caza esta noche ha sido por partida doble—Merliot pareció sonreír más con la mirada que con la boca.
—¿Entonces la han capturado también a ella?—inquirió, y el vampiro asintió sonriendo abiertamente, inflando su ego, como era su costumbre.
Johanna pensó que muy pronto aquel gesto se le borraría de su estúpida cara de Adonis y que acabaría hecho cenizas cuando el brujo notara que ella había escapado. Pero sus pensamientos pronto se salieron de su eje, cuando David dio su respuesta, pues evidentemente la felicidad de Merliot estaba asociada a la captura de otra persona.
—Por supuesto que sí. Tenemos a su hermana.
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