En el nombre del Rey. Parte I
El nuevo recinto subterráneo era suficientemente amplio y espacioso, y conservaba los mismos atributos naturales que el anfiteatro. La sala cuadrangular estaba flaqueada por columnas esculturales, realizadas con gruesas raíces entrelazadas que llegaban hasta el cóncavo techo, revestido con algún tipo de material mineralizado, que parecía destellar. El piso en tanto, era de piedra laja pulida, de un tono agrisado, veteada con matices más claros. En las paredes se apreciaban algunas tapicerías de carácter vegetal que ilustraban escenas históricas y épicas del reino. Mientras que en el centro de la estancia destacaba una mesa oval cuya base era una pieza del tronco de un roble blanco, que conservaba parte de las ramas de la copa, perfectamente recortadas en su justa medida, las cuales se abrían hacia los laterales de manera uniforme, y servían de apoyo y sostén para el tablero principal que era de un grueso y resistente cristal. En torno a esta estaban ubicadas una veintena de sillas a juego. Piezas íntegramente realizadas en madera de roble alvino.
Los presentes se fueron ubicando alrededor de la mesa, cada uno en el sitio que ya tenía asignado; y si bien, la jerarquía se perdía debido a la peculiar geometría de la misma, era notorio que había cierto orden, que iba acorde a sus respectivos cargos en la Guardia.
Ellylon, que era el Comandante de la misma, se había ubicado en unas de las "cabeceras". Aziza, su segundo al mando, un caballero hada casi tan alto como Ellylon pero de complexión más robusta, e igualmente esbelto y grácil, cuyos cabellos eran tan anaranjados como el cielo del ocaso, en contraposición a sus ojos añil, tomó asiento a la derecha del mismo; mientras que Edrielle, la única mujer del equipo, que además era una elfa, de mediana estatura, cabellos blancos como la nieve y ojos gris tormenta, se sentó a la izquierda de su superior. El resto fueron ocupando los puestos libres alrededor de aquellos dos, pero nadie se sentó en la cabecera sobrante, pues aquel regio sitial, siempre le pertenecería al Rey Mark.
—Ahora que estamos todos aquí reunidos y a salvo—dijo Ellylon en tono formal, tomando la palabra—, revelaré la razón por la que Guardia Real poseé información concerniente al futuro.
—Estoy ansiosa por oírte Ellylon, así que deja tanto protocolo y habla de una buena vez, que el tiempo sigue corriendo—apremió Johanna.
—Haré algo mejor que eso My Lady—continuó el caballero hada, quien al parecer había dado con un apelativo que le contentaba, para referirse a Johanna—. Les mostraré una escena que yo mismo he visto, antes de que Amatis me exiliara y que hablará por sí sola y responderá a todos sus cuestionamientos.
Acto seguido movió sus manos sobre la superficie de la mesa, y el cristal mutó en una especie de pantalla que comenzó a adquirir matices ondulantes y difusos primero, pero que luego se transformaron en una serie de imágenes que fueron adquiriendo solidez y consistencia.
—Ya había olvida por qué le decían "mesa oráculo"—masculló Johanna en su mente, revelándole a Julieth, el nombre de la misma.
Como tal, en aquel oráculo comenzó a vislumbrarse una escena, que al parecer provenía directamente de los recuerdos y vivencias de Ellylon, los cuales eran compartidos a la vez con todo el grupo.
Flash back
En la imagen se podía ver la Sala del Trono del palacio de Faylinn. En el pedestal, yacía la traidora de Amatis, investida con toda la pompa real, portando la corona de luz, una pieza de oro sólido con incrustaciones diamantinas, que refractaban luminosidad, la cual había sido diseñada y tallada especialmente para Mark.
Aquella pieza imperial le quedaba demasiado grande al hada artera, y no precisamente porque tuviera las proporciones inadecuadas, pensó Johanna.
Amatis pronto se irguió del trono, para recibir a un oscuro personaje bien conocido por todos. Merlion había ingresado en el recinto, y luego de hacer una reverencia ante Su Majestad, inició su empalagosa perorata.
—Debo admitir que me he sorprendido de manera grata cuando recibí vuestra invitación a las mágicas tierras del Reino de Faylinn, su Majestad. Es un verdadero honor estar ante vuestra encantadora y regia presencia.
La Reina, habló en voz alta, y no de manera telepática, como solía hacer cuando estaba en el mundo humano y usó la lengua común para que el brujo pudiera comprenderla.
—Lo sé Merliot, ya he escuchado esas mismas palabras demasiadas veces para haberme apropiado de tus reiterativos términos —dijo la Reina con cierto tono aburrido.
El brujo, dirigió sus mustios ojos verdosos, que de pronto habían mutado adquirido matices tan negros como los de su atuendo, hacia la Reina de las hadas y los elfos, y formuló una mueca de disgusto, la cual ella pasó por alto.
—Si tanto preámbulo le disgusta o parece innecesario, vayamos directamente al grano. ¿Para qué me ha citado... su Majestad?
—No es que me parezca innecesario, a veces hasta suele resultarme divertido—sonrió de medio lado, mientras el brujo nuevamente se sentía ofendido, y fruncía ligeramente sus expresiones faciales—, pero como dije, ya he escuchado aquello mismo demasiadas veces. Y esto es algo literal—antes de que Merliot pudiera indagar a qué se refería exactamente con sus palabras, ella siguió hablando—. Verás querido, yo poseo ciertos dones de carácter extrasensorial. Entre estos, la habilidad de ver el futuro. Aunque las visiones se me presentan de manera ocasional y no las puedo controlar a mi antojo, a veces resultan de mucha utilidad. Por lo importante es que conocer el futuro me permite vivenciar situaciones de manera anticipada, por lo cual, lo que tú o cualquier ser carente de este don, está viviendo por vez primera, yo ya lo he vivido antes. ¿Me comprendes?
El brujo asintió, empezando a seguir el camino hacia donde lo conducía la Reina, pero sin entender aún el motivo de su presencia en la Corte, cosa que le hizo saber.
—Comprendo su Majestad, y sin embargo, aun no entiendo ¿por qué estoy aquí?—de pronto, parecía más intrigado por obtener respuestas que por adular a su Alteza.
—Estás aquí porque ambos tenemos una causa común que nos liga, que es ver a la humanidad completamente destruida—concretó la Reina. El hijo de Lilith relamió sus labios resecos, mirando con sobrado interés a Amatis—. Toma asiento querido—dijo dándole permiso para aproximarse al Trono, mientras señalaba el sillón vacío a su lado, aquel que le hubiera pertenecido a Johanna, de haber contraído matrimonio con el Señor de los seres mágicos, pues el del Rey, lo ocupaba el hada.
Merliot obedeció inflando su ego, por aquel honor concedido, mientras tomaba asiento al lado de Amatis, la cual apaisaba los pliegues de su delicada túnica blanca, adornada con un fino guipur bordado en hilos de oro. A simple vista parecía un delicado ángel, pero todos sabían que era solo una fachada exterior, pues en su interior primaba su lado de demonio.
››Como te iba diciendo—continuó la Reina—, esa causa común que nos une esta pronta a concretarse, puesto que con el Libro de Enoc en tu poder, el cual devela el verídico rito de invocación de los ángeles, aquella plaga de seres, que el Creador se empeña en llamar "puros", quedará completamente exterminada.
Merliot alzó una de sus prominentes cejas, y pasó su mano por uno de los retorcidos cuernos que asomaban en su cabeza.
—¿Tus visiones te han revelado que poseo el Libro Inédito de Enoc y mis propósitos?—inquirió.
—No, mis visiones me han mostrado que tú hurtaste aquel libro, que ha estado al cuidado de los de tu especie durante generaciones, protegido con innumerables hechizos, que obviamente no se aplicaban a los miembros de tu familia. Pero quién imaginaría que entre estos hubiera un traidor ¿no? —dijo astutamente el hada—. En lo que respecta a tus propósitos, esos son fácilmente deducibles, porque conozco a la perfección tu odio hacia la humanidad. Y además, sé que alcanzarás tus objetivos.
—¿Entonces, tendré éxito en mi plan? ¿¡La invocación del ángel va a funcionar y los seres sobrenaturales finalmente seremos libres...
—Y te convertirás en el "Amo y Señor" de los subterráneos y bla bla—interrumpió Amatis cortando el entusiasta diálogo del brujo, que de nuevo volvía a mirar a la Reina con un desprecio camuflado, tras una máscara de cortesía—. Pero tu triunfo dependerá de que aunemos nuestras fuerzas porque por desgracia hay una pequeña piedra en el camino, que se volverá un obstáculo enorme sino la quitamos a tiempo y terminará frustrando aquellos planes.
Merliot entornó sus ojos, en clara señal de que no entendía las metáforas de la Reina y acto seguido preguntó.
—¿De qué piedra está hablando Majestad?
—Una que se hace llamar Johanna—explicó su Alteza, mientras el brujo negaba, sin entender aún quién era el personaje al que hacía referencia Amatis—. Tal vez no la conozcas con el nombre mundano que ha adoptado, pero no podrás alegar desconocimiento cuando te revele su procedencia. Johanna es una princesa del Infierno, la hija primogénita de Lucifer.
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