Desde las Sombras. Final.
Me gustaría decir que Astrid llegó al rescate y salvó la vida de los miembros de la Guardia, pero estaría mintiendo. Sin embargo, no corrió sangre en ese lugar. Al menos no en ese momento.
Cuando las lacerantes hojas metálicas se preparaban para dar el beso mortal, Merliot detuvo la ejecución. No por amor al prójimo, ni mucho menos por arrepentimiento, sino por motivos un tanto más prácticos y frívolos y menos nobles y sentimentales.
—¿Qué es lo que sucede brujo?—
rugió con furia la Reina de las hadas
—. ¿Acaso te volviste loco? ¿Cómo te atreves a contrarrestar una de mis órdenes?
—Su...Alteza...no podemos matarlos en estas tierras...—tartamudeó el hijo de Lilith pegado a su oído—. Recuerde que ya las hemos purificado el terreno para la invocación del ángel. Si se mancha con sangre inocua...todo este sitio quedará corrompido.
La Reina debió dar la orden formal de detener las ejecuciones, aunque aquella decisión le había pesado a sobremanera.
—Para su buena suerte no morirán ahora. Tendrán el placer de contemplar la ceremonia y luego será su fin, junto con la humanidad que tanto aman—declaró la Reina mirando a sus prisioneros con irritación—. Brujos, armen prisiones de electrum para que nuestros enemigos no escapen—sentenció, y los zahories pusieron manos a la obra de inmediato.
En cuestión de minutos, las mágicas celdas individuales estaban distribuidas por distintos puntos del terreno, en torno al inmenso pentagrama, que aún seguía reluciendo en el centro.
La última en ser arrojada dentro de aquella encantada jaula de barrotes eléctricos fue Johanna.
—Déjame cerrarla, brujo—dijo Amatis, tomando la varita mágica del interpelado, y colocando personalmente el cerrojo a la celda de la hija de Lucifer. Hecho esto, y ante la tirria mirada de Johanna, se acercó a ella para hablarle. En menos de un segundo, con la agilidad de un felino, metió su mano entre los refractantes barrotes, y sujetó su rostro, clavando sus afiladas uñas similares a garras férreamente en su mentón, obligando a la demonia a permanecer ahí inmóvil, sosteniéndole la mirada—. Por si estabas pensando en volver de la muerte e intentar frustrar nuestros planes nuevamente en otra línea temporal, te tengo noticias—siseó el hada—. Aunque nos hayas arrebatado la caja hemos hallado otro método de deshacernos de ti—las comisuras de sus labios se estiraron en una oscura sonrisa y sus ojos se encendieron como calderos de fuego lila—. Por medio de un hechizo se sujeción quedarás ligada a tu anfitriona de forma permanente. Y cuando el Ángel venga y desaparezca a los humanos de la faz del planeta, te irás junto con ella para siempre—sentenció soltando una sonora carcajada—. Así que disfruta tus últimos momentos con vida, mi querida, porque tu eternidad se ha agotado—dicho aquello, soltó su rostro con la misma agudeza con la que lo había sujetado.
Las heridas que habían dejado sus filosas uñas en la piel de Julieth estaban sangrando y pequeñas gotas escarlatas se escurrían por su cuello, hasta ser absorbidas por el cuello de su chaqueta.
Acto seguido, Amatis se giró sobre sus talones, y se encaminó hacia el pentagrama.
Un momento más tarde, uno de los brujos presentes, ocupó el sitio de su Majestad y realizó el conjuro de unión. El cual resultó bastante simple y rápido, y para la ventura de Julieth, indoloro.
La verdad era que la joven no se sintió diferente después de aquel, aunque sí estaba preocupada y desmotivada por su actual situación. Johanna en cambio, ignorando cualquier sensación o sentimiento, que amenazara con desestabilizarla, lucía bastante concentrada.
Fijó sus ojos en el reloj digital que yacía en su muñeca, aquel objeto que había acompañado a lo largo de su travesía y de cual había estado a merced en todo momento. El tiempo era tirano, en efecto, y un tirano más implacable que Amatis. Y ahora más que nunca era su enemigo más peligroso.
Cuando las 12:00 en punto se marcaron en la pequeña pantalla, titilando débilmente con luz roja, y augurando el comienzo de un nuevo día, la verdadera ceremonia al fin había dado comienzo.
—Silencio todo el mundo—dijo Merliot con voz resonante y el clamor que se alzaba en torno al mago fue cesando de a poco, hasta apagarse del todo—. Es hora de empezar—finalizó y abrió el libro de Enoc, el cual sostenía entre sus manos.
En ese momento, la auténtica Reina de la noche, la luna, hizo su aparición en aquel cielo umbrío y su pálida luz se derramó sobre los homólogos cuerpos de los presentes, todos cubiertos de largas túnicas anaranjadas, que vestían especialmente para la ceremonia; y especialmente posó sus rayos sobre las ancestrales páginas del manuscrito celeste, confiriéndole cierto brillo místico. Su único ojo de lechoso iris, contempló al grupo desde lo alto, de manera expectante.
El hijo de Lilith empezó a leer las arcanas palabras del rito, las cuales eran inentendibles para Julieth y posiblemente para la mayoría de los presentes y de inmediato, oscuras runas, que estaban trazadas en cada una de las puntas del pentagrama se incendiaron con aquel fuego mágico.
—El idioma es enochiano. Es la lengua de los ángeles—le informó Johanna a su anfitriona— . Merliot está llamando al celeste, para que descienda al mundo mortal.
Pasaron unos segundos, de gran tensión, donde las ansias de todos estaban puestas en el firmamento pero nada parecía suceder. Demasiada quietud y silencio. Ni siquiera la brisa se atrevía a soplar por aquellos parajes.
El brujo comenzó nuevamente a recitar aquel antiguo verso, y continuó haciéndolo una y otra vez, cada vez con más ahínco y brío, hasta que finalmente un rayo pareció cortar el cielo, dejando sobre este una luminiscente herida, una estela zigzagueante, que se mantuvo visible unos instantes, hasta que todo se oscureció de nuevo.
Cuando el zahorí pronunció casi por enésima vez su prosa, la grieta ya estaba abierta en el cosmos, por lo que el celestial se abrió paso a través de esta y comenzó a descender como una superestrella de fuego dorado, como un pequeño febo, que impuso en aquel océano oscuro una marea de luz y obnubiló a la luna por completo.
Por unos instantes pareció que estaban en los albores de un nuevo día, donde la escena se vislumbró completamente nítida y clara. Pero luego la luz fue tan potente, que incluso los presentes acabaron eclipsados, cegados por la flama.
El grupo de subterráneos oscuros se replegaron y cubrieron sus ojos con sus manos u ocultaron sus rostros dentro de las capuchas de sus ceremoniales vestiduras. Hasta Johanna estaba prácticamente ciega y debió cerrar sus ojos y retroceder hacia uno de los rincones de su celda mágica.
Ninguno advirtió nada más, pero todos oyeron cuando el alado cayó sobre aquel diseño enorme y perfecto, grabado en la explanada, exclusivamente para albergarlo y contenerlo, pues el suelo bajo sus pies tembló. La tierra se agitó como si estuviera aconteciendo un auténtico sismo. Pero todo fue cuestión de segundos, hasta que el ángel se afianzó totalmente en el terreno y luego todo se estabilizó, incluso la visión.
La potente luz fue mermando, decreciendo desde el exterior, en la llanura, hasta los límites del gráfico. La estrella central ya se había desdibujado por completo, pero se mantenía intacta la circunferencia perfecta, en torno a la cual se alzó una especie de campo de fuerza; que asumió la forma de una semi esfera protectora. Al mismo tiempo, un halo resplandeciente cubrió individualmente al ser celeste, que yacía dentro de esta.
Anfitriona y huésped contemplaron a una de las creaciones más puras de Dios, irguiéndose majestuosamente, desplegando sus plumosas alas, cuyas puntas torneadas cubrían la total extensión del nuevo diseño, pero sin salirse de su eje, develando su forma perfectamente acabada, apolínea.
Julieth estaba extasiada. Nunca había vislumbrado una simetría tan cabal. La figura de aquel ser era inmejorable. El ángel se parecía a un humano, pero en tamaño aumentado. De brazos musculosos, abdomen marcado y un rostro de trazos esculpidos, entre fieros y delicados. Cada facción y rasgo, perfectamente perfilados con aquella luz dorada, que los acentuaba y los volvía más bellos. ¡Y aquellos ojos! July jamás había vistos ojos tan hermosos. De un tono celeste y absoluto, como un diáfano cielo.
—Cuando termines de babearte por el alado celestial—murmuró Johanna en su mente—necesito que te concentres, pues en breve saldremos de esta jaula.
Aquella declaración sin duda hizo que Julieth dejara de fantasear con la inmaculada imagen del ángel y se pusiera alerta.
—¿Te refieres a que ya sabes cómo hacerlo?—indagó, en un tono que denotaba entre incredulidad y sorpresa.
Su escepticismo ofendió a Johanna.
—¡Me extraña que todavía dudes de mis capacidades niña! Calla y observa a la verdadera maestra—dijo con sorna y acto seguido, se quitó el reloj que llevaba en su muñeca y lo desplegó en sus manos—. "Commutare"—musitó en mayestático tono, y el reloj se convirtió en una vara.
—¡Acabas de hacer magia!—señaló July, está vez absorta.
Johanna se encogió sutilmente de hombros.
—Fue algo simple. Ya sabes que por ser hija de Lilith la magia está en mi esencia, pero nunca la he desarrollado, ni practicado demasiado como para hacer grandes cosas—
explicó Johanna con simpleza—. Astrid me enseñó este truco de conmutación. Consiste en intercambiar el último objeto con el que hayas tenido contacto, por otro, con el cual también lo has tenido.
—Vale—asintió Julieth comprendiendo finalmente lo que pasaba—. Lástima que en vez de tocar una rama, no hubieras tocado una llave.
Johanna blanqueó sus ojos.
—¡Está no es una rama mujer! Es nuestra llave. La vara mágica, con la que Amatis cerró la celda, la cual pude tocar, cuando ella estaba muy ocupada "con toda esa basura de tortura psicológica" que nos soltaba hacía rato.
—¡¡Eres una autentica genio!!—exclamó la mundana con alegría, y tomando control del cuerpo se abrazó fuertemente a sí misma.
Johanna se sintió abochornada.
—¡Era hora de que lo reconocieras!—se jactó la demonia—. Pero, para ya con esas muestras cursis y salgamos de aquí. ¿Vale?
—¿Iremos a por nuestros amigos? –inquirió Julieth cuando ya habían logrado vulnerar el cerrojo y escapar de la prisión.
La respuesta de Johanna fue una negativa. No había tiempo para rescatar a todos, e incluso era una acción muy arriesgada, ya que podrían ser descubiertas.
—Ellos estarán bien—dijo con tal seguridad, que sus palabras lograron serenar a su anfitriona—.Ahora debemos enfocarnos en salvar a la humanidad.
—Pero...—siguió July—creí que ya no teníamos esperanzas. Han logrado invocar al Ángel.
—Aún tenemos una chance. Todavía falta pedir el deseo.
Johanna aguardó oculta entre el distraído grupo, cuyos ojos estaban puestos en el ser místico y en el momento que Merliot abrió una brecha en aquel campo de fuerza protector, para que el subterráneo que se había convertido en el "elegido" que hablaría con el Ángel, pudiera atravesarlo, la demonia salió de las sombras imperantes.
En ese instante las celdas mágicas que mantenían cautivos a los miembros de la Guardia se evaporaron completamente y ellos quedaron libres.
"Más vale tarde que nunca" pensó la súcuba, cuando comprobó que Astrid al fin había llegado al rescate, y velozmente cruzó la abertura.
Pero antes de que el campo de energía volviera a cerrarse le destinó una sonrisa de superioridad a la Reina de las Hadas, quien contemplaba incrédula la escena, totalmente impotente, pues no había podido prever aquel giro en sus planes. El caos había comenzado a gestarse a su alrededor, los subterráneos de ambos bandos se trenzaban en una acalorada lucha. Ya era demasiado tarde para cambiar las cosas. La brecha se había cerrado y era totalmente hermética, impenetrable. Nadie más podría vulnerarla. Lo que pasara dentro de aquella bóveda celeste dependía enteramente de Johanna.
El futuro de todos estaba en sus manos. Las cartas estaban echadas.
—Te estaba esperando hija de Lucifer—dijo la estrepitosa voz del Ángel.
"Esto tiene que ser una broma" pensó Julieth.
—Esta vez yo también estoy sorprendida, créeme— aseguró Johanna leyendo sus pensamientos.
Luego, avanzó hacia aquella descomunal figura celeste, que medía unos tres metros y medio de altura y emanaba luminosidad dorada.
Una vez frente al ángel, permaneció inmóvil, sin mirarlo de frente, fijando la vista en sus pies, los cuales estaban desnudos, como todo él.
—Puedes mirarme a la cara hija de Lucifer. No he desvelado mi Gloria todavía—declaró con parsimonia.
—¿Y qué me dices del suntuoso brillo que emanas? ¿Nueva moda celestial? –inquirió la súcuba con desconfianza, manteniendo su mirada aún fija en el suelo. No quería ser incinerada.
—Es un brillo completamente natural—explicó el espíritu celeste.
"Natural, claro. Brilla más que la estrella de Navidad. Luego dicen que los ángeles no son ególatras" pensó Johanna.
—¡CONTROLA TUS PENSAMIENTOS HIJA DE LUCIFER. Y MÍRAME A LA CARA O LAS COSAS SE PONDRÁN PEOR QUE LA ÚLTIMA VEZ! —clamó el ángel.
La demonia, inmediatamente alzó los ojos hacia el alado. No por temor a su ira, sino porque al fin había descubierto la identidad del ángel que yacía frente a ella y esa revelación no le hacia ninguna gracia.
—Azrael—pronunció su nombre con cierta aversión y en ese mismo instante el baúl de sus más recónditos recuerdos se abrió.
La escena cambió cuando la evocación de Johanna adquirió fuerza y definición.
Ya no estaban en la bóveda celeste, en aquel océano de luz. Julieth reconoció un bosque, similar a aquel en el que habían estado hacia horas, pero un tanto más mustio.
La mayoría de las copas de los árboles estaban despojadas de hojas, y sus ramas se asemejaban a blancos huesos desnudos. Unas pocas especies aún conservaban sus perennes follajes, cubiertos por el velo níveo de la nieve invernal.
Sobre el sendero blanco yacía desvanecida una joven, de la edad aproximada de Julieth. Sus largos cabellos rojizos, llameaban bajo los rayos del incipiente sol, totalmente desperdigados, abiertos, como los pétalos de una fulgurosa flor sobre un campo de hielo.
Del lado opuesto del sendero, había otra joven. Su tez era clara, en contraposición a sus oscuros cabellos, donde parecía haber hecho su nido la noche. La misma contemplaba a la mujer caída con aquellos ojos negros como el ónix, mientras sus labios finos dibujaban una mueca de regocijo.
Julieth no supo exactamente cómo lo había resuelto, si había sido la familiaridad de su sonrisa, o aquellos turbios ojos, que brillaban más siniestros que nunca, o si simplemente su sabiduría radicaba en que estaba siendo participe de los recuerdos de la súcuba, pero estaba segura de que aquella mujer era su huésped. No una más de sus anfitrionas mundanas, que ella hubiera habitado con antelación, sino la misma Demonia Mayor: Satrina.
La profesora se percató de que las manos de Satrina, estaban cubiertas de sangre. La misma escurría de sus largas uñas cóncavas, similares a garras, y salpicaba el inmaculado suelo, que absorbía el linfático líquido adquiriendo un matiz rojo intenso. El mismo tono sanguinolento tachonaba las prendas que vestía aquella mujer recostada en el sendero.
Entonces, lo comprendió. Esa mujer no estaba desvanecida, sino muerta.
De pronto, lo veía todo claro. Captaba con más precisión los aterradores detalles de la escena.
Era un tiempo antiguo, otra época. El suntuoso vestido de la fallecida, lo evidenciaba. También las partes de su carruaje, el cual estaba volcado, a pocos metros más adelante.
Julieth intuyó que lo que había percibido inicialmente como manchas oscuras en el níveo manto, eran los restos de los destrozados caballos.
Aquello había sido una masacre. Había muerte y sangre por todos lados. Incluso en la cabellera de la joven, de tono natural rubio, cuya gama rojiza, se la habían conferido sus propios fluidos.
Satrina se acercó al cuerpo mutilado de la chica, su víctima, dejando huellas rojas impresas en la cellisca y la giró de lado. Fue cuando el verdadero horror sobrevino.
Julieth comprobó que parte de la voluptuosidad de aquel vestido se debía a un abultado vientre de embarazo.
Deseó con todas sus fuerzas salir de aquel recuerdo, pero estaba atrapada, sujeta a las memorias de aquel monstruo que había asesinado a una madre y a su hijo no nato y que sin ningún ápice de culpa, contemplaba su obra, como un artista vislumbra sus trabajos.
Mientras tanto el olor a sangre, a ella la estaba abrumando. Era horrible, detestable y estaba comenzando a viciar todo el aire.
En medio de su desesperación una recia luz invadió la imagen mental y los ojos de Julieth, que estaban sensibilizados, apenas avistaron fragmentos blancos.
La joven creyó por un momento, que la evocación se estaba terminando, pues logró distinguir la familiar silueta del ser alado, frente a ella. Pero aquel pensamiento duró hasta que comprobó que no estaba en la bóveda celeste, sino en el mismo bosque de muerte. ¡Seguía en los recuerdos de su huésped!
El Ángel se dirigió a Satrina cuando habló con aquella voz estrepitosa, y hueca, que se esparció por todo el silencioso bosque.
—Hija de Lucifer, por tus abominables crímenes, hoy vas a ser juzgada.—inició el celestial. Sus orbes refulgían con intensas llamaradas, quemando las pupilas de Satrina, quien no podía apartar sus ojos de aquella flama— Yo, el Arcángel Azrael, por todo el poder que mi Gracia me confiere, te despojo a ti demonio, de tu cuerpo inmortal y condeno a tu esencia maldita a morar cuerpos mortales por toda la eternidad. Desde ahora y para siempre vivirás a merced de los hijos del Padre, a los cuales durante tantos siglos, sus vidas les has arrebatado sin piedad.
Dicho aquello volvió a reinar el silencio un momento, hasta que Satrina lo rompió, al comprobar que todo estaba igual, que en ella nada había cambiado.
—¿Y se supone que toda esa palabrería debió haberme asustado? ¿No te das cuenta, que las burdas maldiciones del Ángel de la muerte no me afectan? ¡Soy la Hija de Lilith y Lucifer! Estoy por encima de ti alado—dijo con una voz similar al siseo de una serpiente.
El Ángel sonrió brevemente, posando una vez más sus ojos, que eran mareas de fuego celeste, en los oscuros de la contraria. Luego estiró su mano y tocó la frente de la demonia.
—En nombre del Altísimo, que así sea—finalizó, y luego se volatizó frente a ella.
Julieth pudo ver como aquella marca luminosa que había quedado grabada en la piel de Satrina, donde antes los dedos del Ángel habían estado posados, comenzaba a acrecentarse, a extenderse por todo su cuerpo, mientras la súcuba gritaba y se retorcía de dolor. La luz había empezado a quemar la oscuridad y la estaba venciendo.
Tiempo después, el cuerpo físico de Satrina había desaparecido por completo. July percibió una nube de humo negro girando sin dirección mientras un fulguroso portal se abría frente a esta, llevándose aquella vacua bruma directo a los infiernos.
—Recordaba esa escena final, un tanto menos dramática—dijo Azrael a Johanna.
A Julieth le pareció percibir que el Ángel bromeaba.
—Debatiremos sobre diferentes perspectivas cuando examinemos tus recuerdos sobre aquel maldito día—contraatacó la demonia, confirmando lo que ya había deducido July: que Azrael también había sido participe de sus evocaciones.
—¿Todavía lo ves como una maldición Satrina? Pensé que esa concepción había cambiado—musitó el Ángel, que de pronto había adoptado un trato más casual, más familiar, con la demonia.
—"Castigo, maldición"—la súcuba se encogió de hombros—. Da lo mismo. Y no me llames Satrina. Mi nombre es otro...
—Por supuesto. Había olvidado que adoptaste el nombre de la hija no nata de la última humana que asesinaste...—reveló, para sorpresa de July—. Eso sí me sorprendió, debo admitirlo. Aunque no sabía si lo hacías para provocarme, por arrepentimiento, o como un eterno recordatorio de tus viles acciones.
—¿Y ahora lo sabes?—inquirió Johanna, alzando una ceja.
—He descubierto muchas cosas, durante todo este tiempo en el que te estuve observando. Pero me gustaría que seas tú quien las admitas en voz alta.—la animó.
—¿Qué admita qué exactamente?—cuestionó Johanna.
—Para empezar que has aprendido la lección—indicó el celestial—. El día en el que fuiste juzgada, no te estaba dando un castigo, sino impartiendo una enseñanza. Deseaba que aprendieras de la humanidad que tanto odiabas y que a través de esa dependencia forzosa comenzaras a sentir empatía por los hijos del Padre. Yo creo que lo he logrado... ¿Por qué otro motivo sino, te empeñarías tanto en salvarlos?
Johanna emitió un sonoro suspiro.
—¡Okey, me has descubierto!—se cruzó de brazos y blanqueó sus ojos—. Me caen bien los mundanos del Altísimo...—Azrael sonrió satisfecho, enseñando sus inmaculados dientes de perlas—.Y puedes grabarte bien estas palabras en tu memoria, pues esta será la única vez en tu eternidad que me oirás decirlas en voz alta—hizo una breve pausa y luego prosiguió—. Entonces, supongo que ahora que sabes esto, no te molestará demasiado cumplir mi petición ¿no?
El Ángel lo sopesó un momento y luego dijo:
—Estoy dispuesto a cumplir tu deseo, pero antes, quiero saber si la empatía se hubo gestado de ambos lados. Me gustaría que sea tu anfitriona la que responda ¿si ha logrado sentir afecto por ti durante este tiempo de convivencia forzada o sí tú has resultado nociva para ella de algún modo?
Johanna se puso rígida, tensa. Podría jurar que horas atrás Julieth había aceptado totalmente amarla, pero luego de que ella dejara escapar aquel recuerdo -quizá el más brutal que había albergado y que tanto se había empeñado en proteger, pues develaba su secreto mejor guardado y su lado más cruel- no estaba tan segura de que ella se sintiera muy a gusto en su compañía. De hecho, hasta podía sentir remotamente que sus lazos internos se habían quebrado.
Julieth guardó silencio, durante largos y extenuantes minutos. Y aunque Johanna hubiera querido perpetrar sus pensamientos, estaban muy seguros y no tuvo acceso.
Finalmente, la pelirroja abrió sus labios, para expresarse.
—Yo...admito que desde el principio sentí miedo, y rechazo por mi huésped. Reconozco que ella siempre se ha manejado de maneras poco ortodoxas, e incluso un tanto crueles y que varias veces dudé de su empatía hacia el resto del mundo. Y ahora, en esos flashbacks donde la he visto dañando a uno de mi especie, sin el menor atisbo de culpabilidad o remordimiento, solo he comprobado lo obvio—"Genial Julieth, si querías hundirme ya lo estas logrando" pensó Johanna— . He comprobado que en efecto mi huésped es una completa demonia en esencia, pero es el demonio más extraordinario y asombroso que he conocido. Pues no importa que su origen sean las sombras. La oscuridad es la contraparte necesaria que la luz necesita para ser declarada. Y yo he visto también luz en Johanna. En cada acción heroica que ha hecho, en cada palabra de aliento que me ha dicho, o en esa fuerza e impulso que me ha dado para salir de aquel estado de letargo que yo misma había creado y en el que me estaba hundiendo día tras día, haciéndome descubrir lo mucho que valía y ayudándome a vencer mis propios obstáculos. Sí, Johanna es un demonio. Pero ha sido el mejor y el más beneficioso demonio, de los tantos que he tenido.
"¡Por el Altísimo!" Exclamó Johanna mentalmente y acto seguido rodeó con sus brazos el cuerpo, en un abrazo de uno. "Gracias."
—Creo que eso es todo—dijo Azrael completamente ufano—. Ahora puedes pedir tu deseo. Pero recuerda cuál es el precio.
—¿Cuál precio?— preguntó de inmediato Julieth a Johanna.
—Oh si, sobre eso...Es mi alma la que debes tomar como pago Azrael. No la de Julieth—reveló la demonia.
—¿Cómo que tu alma como pago? ¡Estás loca! Eso significa que morirás al pedir el deseo—la pelirroja estaba sollozando. No quería si quiera pensar en separarse de su huésped y entonces lo recordó—. Además no puedes simplemente dar tu alma. Ambas estamos unidas, ligadas. ¿Acaso olvidas el hechizo?
"Demonios" pensó Johanna, y luego se disculpó con el Celeste, que ya la estaba mirando de mal modo por blasfemar en su presencia.
—Azrael tú eres el poderoso Ángel de la muerte. Esta es tu área. Sé que puedes hallar la manera de vulnerar el hechizo y de desprender nuestras almas—declaró Johanna.
—Es posible que lo logre, pero tendré que extraer ambas almas del cuerpo primero para hacerlo. Y una vez en el limbo, no sé cuál será la energía que se adhiera a mí, y cuál la que retorne al cuerpo.
—Estoy dispuesta a correr el riesgo—se anticipó a decir Julieth, antes de que Johanna protestará.
—Muy bien...—masculló Johanna, confiando en que su alma sería la que no tendría retorno.
Ambas, en mutuo consenso, cerraron sus ojos.
—Si no volvemos a vernos recuerda que siempre voy a quererte—susurró la humana en sus pensamientos.
—Si esto funciona, tú no sabrás siquiera que existo. Pero créeme cuando te digo que seré yo, la que siempre te piense. Donde quiera que este—musitó la demonia—. Hasta alguna otra vida Julieth...
—Hasta alguna otra vida Johanna...
Esas fueron las últimas palabras mentales que ambas compartieron y luego formularon el deseo, que era simple, pero definitivo y absoluto. Pues la concreción de aquel anhelo implicaba la destrucción completa de todas las líneas temporales pasadas, presentes y futuras, que giraban en torno a un único objeto celeste, causante de tantos males. Ambas desearon que el Libro Inédito de Enoc jamás hubiese existido.
La separación de dos almas, que se han ligado por voluntad y por amor genuino, más que por efecto o acción de cualquier magia es la fragmentación más dolorosa a la que algún ser puede ser sometido.
Tal dolor fue el que sintieron demonia y humana, cuando sus respectivas esencias fueron divididas volviendo a la individualidad con la que habían sido creadas.
Cuando el ánima de Julieth volvió a habitar su cuerpo lo sintió más amplio, solitario y vacío; pero la joven supo rellenar aquel espacio abierto, aquella herida invisible, con un recuerdo. Uno que aunque duró tan solo unos instantes- aquellos en los que la realidad de su entorno se iba resquebrajando y rompiendo, como los últimos vestigios de un sueño- le brindó paz, le dió consuelo: vio al alma de su huésped emprendiendo su etéreo viaje, hacia lo que sería su más glorioso cielo, aquel en donde un Rey de dorados cabellos, la esperaba paciente, al final del sendero.
FIN.
¡Hola adorados lectores!
Quiero darles las gracias a todos los que me han acompañado a lo, que espero, haya sido un emocionante y por qué no, educativo, viaje a través de las sombras. Mi anhelo más profundo es que hayan disfrutado con la historia y que los personajes que he creado hayan podido ganarse un sitio duradero en su corazón. 💜
Esta ha sido una historia que en lo personal me representa, y que despierta en mi demasiadas emociones, y recuerdos de algunas vivencias. Por eso sé que he puesto lo mejor de mi en la concreción de esta obra en particular. Ese plus adicional, que quizá no le he dado a otras. Y me siento satisfecha con este pequeño gran logro.
Espero que me sigan acompañando en el Epilogo, aquellos que gusten enterarse de aquellos "detalles" "escenas" que han quedado pendientes en el antes y en el después de este final. Y por supuesto espero que también lean los extra que tendrá esta historia donde volveré sus ship realidad. 😉
Así que si gustan que escriba alguna escena entre Johanna y Mark, Gwyllion y Edrielle, Astrid y Ellylon o algún otro ship que se les ocurra, me dicen y los consentiré.
Sin más que decir, me despido de ustedes queridos míos. Hasta el próximo viaje.
¡Los amodoro!💟
PD: Este capi va dedicado a todos mis fieles lectores, pero mencionaré a aquellos que se han sumado al último y no figuran en ningún otro capi. Ellos son: _Pardo_Red_ JorgeBalderas xandy547 ItsasoAU unachicaanominax Miku_Pink MiliConti9 Itsmeblue19 RubnPrezPardo lFiori
Y especialmente a JayCam la adorable Jen de mi historia 😊
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