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Capítulo 46: Simple II

La cena en la casa de los Jones transcurre en silencio más que los que permiten los cubiertos sobre los platos. En la mesa de cuatro se integraron dos bancos para que seis se sentaran alrededor. El padre de familia, Oliver Jones está en un extremo comiendo mientras observa deductivo el ambiente, a su izquierda su esposa come sin dar importancia a dicha sensación de tensión en el aire, en el otro extremo Snow come de la misma manera que Gaia, a su derecha se encuentra Arthur, y a la izquierda Heka, por lo que esos dos quedan de frente. El mellizo come sin ver al plato, pues sus ojos están puestos escrupulosa y mordazmente sobre el pelinegro, quien sonríe cortés a él, y a los demás. Y por supuesto, al lado de Heka está sentada Aurora, comiendo tímida, con una sonrisa pequeña pero muy apreciable. Arthur de vez en cuando quita los ojos de Heka para mirar a su hermana con extrañes. Entonces nota que su hermana come con el cubierto en la mano izquierda, y Heka tiene la suya en la derecha, las manos de ambos, las restantes, yacen bajo la mesa.

—Arriba, ahora —gruñe Arthur levantándose abruptamente de la mesa, con ambas manos sobre la superficie—. Ustedes dos —inquiere a la pareja—, las manos donde pueda verlas.

Aurora abre la boca indignada, rueda los ojos y mira a su madre. Su padre, con la comida masticando, alza la mano como pidiendo hacerlo. Así lo hacen, muestran que las tienen unidas y así las dejan sobre la mesa, aunque Arthur exigía la separación.

—Siéntate —ordena la madre, fuerte pero serena. Arthur obedeció.

Al muchacho no le tenía contento el hecho de que justo llegando junto a sus padres, vieran que Heka salía de la casa por una ventana, de la habitación de su hermana, tan infraganti como un bandido.
Hecho una fiera se le fue encima una vez el pelinegro estaba con los pies en el suelo, Gaia y Snow tuvieron que separar al muchacho que no dejaba de ladrar que mataría a Heka por aprovecharse de ella, pero él no regresó ni contestó la agresión, solo se cubría de aquello. Y el motivo por que ahora todos están cenando juntos es porque la madre así lo ordenó sin aceptar protesta.

Oliver es más discreto que su hijo, pero incluso así no da por sentado la relación, aunque sí capta esa complicidad entre su hija y Heka. No dice mucho aparte de simples conversaciones que lleva para hacer más ameno el ambiente, pues se dedica a escudriñar los gestos de esos dos, incluso cuando está sentado en el sofá mirando por la ventana que da al frente de la casa, en donde alcanza a ver a Heka y Aurora riendo y charlando de manera burlona y tierna, notando la interacción cariñosa y juguetona.

Una vez Heka se va —con demasiada lentitud, opina el padre— Aurora entra con la sonrisilla tímida, su actitud corporal no es diferente, se encoge de hombros mientras mete las manos en los bolsillos de su sudadera. Parece nerviosa, y lo está en cierto modo, pero la emoción de la alegría es la dominante. Gaia se para al lado de su marido, sonríe serena mientras está cruzada de brazos, mira a su hija, y mira a su hombre, después alarga la sonrisa de forma maliciosa, mostrando los pequeños dientes de tiburón, haciendo su expresión más tétrica que traviesa.

—Mamá, das miedo —confiesa Aurora burlona.

—Concuerdo —añade el padre, causando la carcajada de la mujer que niega antes de mandarla arriba y ella quedarse sentada en el regazo de Oliver—. Se ve muy enamorada.

—Sí, así es —Gaia toma delicadamente el rostro de Oliver por la mejilla, acurrucando la cara en el cuello.

—Ese tipo también… —sonríe cuando escucha el ronroneo de su mujer— No quería que este día llegara.

—Lo sé, lo dejaste en claro cuando no hacías mucho por que Arthur soltara a Heka —Gaia ríe mirando a Oliver con ternura—. Eres un primor celando a nuestra hija.

—Es mi niña.

Gaia se limita a sonreír. Podría contestar que ya es una mujer, pero piensa que es mejor asentir y quedarse siendo mimada por su esposo, sin necesidad de ocultar ya la costumbre de afecto de su raza, que es básica y comparativamente a la de un felino.

Por su parte, al Aurora entrar a su habitación, encuentra a Arthur sentado a la orilla de la cama, del lado que da a la puerta. Está de brazos cruzados, una pierna sobre la otra y el ceño fruncido. Ella pone los ojos en blanco y cierra la puerta para recostar su espalda a la madera, adoptando la misma postura en los brazos que él pero permaneciendo parada.

—No —dice Aurora, autoritaria e impostada, antes de que su hermano dijese algo.

Él cierra la boca arrugando más el entrecejo. Se lo piensa, pero niega. Aurora sonríe para ir a sentarse a su lado. Observan al conejo estar quieto en su reja, permanecen en silencio hasta que Arthur suspira cansino llevando su peso a la cama, recostando la cabeza en los brazos para mirar las figuras en el techo.

—Tim era mucho mejor opción.

—Heka me gusta.

Arthur gruñe levantándose en un salto. —Se aprovecha. No debería de estar aquí. Ese infeliz t-te manipula aprovechando tu inocencia.

—¿Mi inocencia? —Aurora se para también con rapidez, teniendo el rostro abochornado— Tú no puedes venir ahora, de hecho, jamás, a decir eso.

—Tú no —se muerde la lengua. Tampoco es fácil para él, en realidad, quien debería hablar es su madre—. Ese tipo no se puede seguir acercando de esa manera a ti.

—Aja —rueda los ojos frotando los ojos—. Si quieres también me hago monja —al hermano no le hizo gracia.

—Aurora, hablo en serio.

—Yo también —le reprende con la mirada—. Me estoy cansando de decir lo mismo.

—Ya somos dos.

—Arthur, estoy hablando en serio.

—Igual yo.

Silencio, un momento, pero incómodo y retador.

—¿Por qué echas la culpa a él? ¿Por qué no pensar que tal vez yo lo incito a cruzar un límite que quiero que cruce?

—Más vale que no porque lo mato.

—Sal, ahora. O le digo a mamá lo que insinúas.

Y como si la llamaran, Gaia se posa en el marco de la puerta. Da una rápida mirada a las caras de sus hijos que conoce bien y entiende que han estado en una breve discusión. Niega con la cabeza sin perder la sonrisa materna antes de propinar un beso en la frente a ambos. Obliga a los dos darse un abrazo y disculparse como cuando eran niños y se discutían la mitad de una galleta. En cierta forma, es un agradable recuerdo que les hace revivir.

—Arthur, deja a tu hermana ya —el chico casi interrumpe, pero la severidad de su madre lo frena—. Ella no es una inútil —el muchacho asiente. Gaia le pide salir y así lo hace, quedando con Aurora a solas y sentadas en la cama. La llama con suavidad—. A pesar de que entiendo que la sobreprotección de Arthur te agobie, la verdad es que también le comprendo. Lo mantuviste dentro de tu habitación, escondido, pasaste el tiempo en casa con él, hoy —suspira recordando a Heka bajando por la ventana, apoyando los pies cuidadosamente.

—No hicimos nada, en verdad —se defiende Aurora apenada, trayendo a su mente todas esas situaciones en las que no llegaron lejos, pero casi.

—Pero puedo apostar a que casi lo hacen.

No solo las mejillas de Aurora se pintan, también lo están sus orejas, declarando que la han atrapado. Gaia ríe bajo tomando las manos de su hija. Ha llegado la hora de La charla. Ese momento en el que los hijos crecen y deben hablar sobre los cuidados y consecuencias de los actos íntimos, y el cambio del cuerpo. Aurora ya había pasado por eso, claro, como es lo normal en la especie humana, pero ahora toca a su otro lado.

—Cuando alcanzas cierta etapa, cariño —carraspea—, sientes una afiliación a tu pareja. Experimentas una crecida de tus emociones y… otras necesidades —la joven la mira atenta, confusa y muy nerviosa—. Los estudios que te hacíamos decían que no había que preocuparse por nada que no fuera de lo común como humana. Creíamos que jamás ibas a activar los genes. Estaban ahí, por supuesto, pero sin repercutir en nada. Eran como esas partes de tu cuerpo sin ninguna utilidad pero que están ahí presentes.

Aurora no interrumpe a pesar de querer decir algo, pero a decir verdad, no tiene nada que aportar. «Hay veces que algo detona la activación de ciertas enfermedades, como una persona alérgica a las abejas. Que ha sufrido una picadura y no le pasa nada, pero cuando sufre una segunda su cuerpo reacciona con la alergia. Algo así ocurrió con tus genes. Así que experimentas cambios.»

—No me siento diferente —la mayor ladea la cabeza, y Aurora sonríe asintiendo—. Bueno, sí, como más segura de mí, algo más despierta.

Gaia asiente. —Claro, pero no solo eso, ¿cierto?

La joven traga nerviosa. Niega tratando de huir de la fija mirada de su madre y ella entiende cierto pánico en su interior. Gaia resopla gentil para decirle que terminarán de hablar en otro momento.

—¿Mamá? —su voz tiembla un poco, es baja pero su madre la escucha— Lo quiero.

Gaia sonríe, tierna y triste. —Lo sé. Se nota y se siente.

—Arthur parece que no lo ve.

—Lo hace, por eso actúa así. Pero yo me encargo, solo trata de no ser tan sincera frente a él —ríe siendo acompañada por su hija.

—Espera. El viernes habrá una fiesta, ¿crees que haya problemas con todo lo que ha pasado?

La mujer se lo piensa, unos segundos después niega sonriente. —No lo creo. Según nuestros informes no es posible otro ataque enemigo. La investigación y testimonios indican que este combate era por prevención, para tener una ventaja extra en la guerra. De cualquier manera no veo mal una distracción de todo esto.

—Gracias, mamá.

—Solo un favor.

×~×~×~×~×

—¿Me llamó? —Snow entra a la habitación de Arthur, quien asiente y con ademán en la mano indica que cierre la puerta— ¿En qué puedo ayudarle?

—Deja los formalismo.

—Lo siento, Arthur. ¿Qué pasa?

—Todo —se contiene de gritar su frustración—. No quiero que te separes de ella ni un momento. Mírala aunque parezca inapropiado cuando esté con ese tal Heka. Y por ninguna razón que estén solos.

—Entiendo.

×~×~×~×~×

El viernes por la mañana es tranquilo, pero intenso para Aurora desde que se ganó algunas atenciones entre los estudiantes. Las clases se habían recuperado de cierta manera, aunque todavía hay algunos en calidad de refugiados en la escuela. Aurora era parada para preguntarle sobre los visitantes, muchos de ellos teniendo real fascinación, pero ella nunca puede contestar, en su lugar lo hace Snow, con cortesía y amabilidad, y Aurora siempre le agradece su rescate porque el nerviosismo le gana, sin mencionar que los medios televisivos no han dado tregua para sacar toda nota de reportaje que pueden. A pesar del agradecimiento, el peliblanco declina el gesto y vuelve a responder con que es su deber.

Claro, cualquiera que te pida mi hermano, piensa Aurora mas no lo dice. Porque su hermano efectivamente ha hecho que la cercanía entre Heka y ella sea nulo. Y con eso la molestia crece más. Pero no solo por ello Aurora se siente frustrada, sino porque hace poco encontró a sus padres y hermanos conteniendo una discusión, dejándola afuera (otra vez). Le habían prometido confiar y no excluirla, pero le piden no involucrarse por seguridad. Mira a Snow, ya intentó varias veces hacer que le dijera sobre ese secretismo que se trae su familia, y el de ojos rojos siempre responde con que confíe.

—Snow —se aclara la garganta desviando la atención al equipo de fútbol en el campo, que casi termina su reunión grupal. No han tenido entrenamiento, solo se juntaron para afinar los detalles de la fiesta. Se comprometieron a llevar la mitad de las bebidas.

—Dígame, Aurora.

—¿Qué es eso que no pueden decirme? —antes de que el contrario respondiera su siempre «No debe preocuparse. Confíe en su familia» ella agrega— Dímelo.

Snow sigue sonriendo, pero frunce el ceño sintiendo que la joven ordena con seriedad. Esta vez usa La Voz para obtener respuesta. La felicita, pues a aprendido a usarla en corto tiempo, con la eficiencia de apenas tres días, en las prácticas que recientemente se le empezaron a dar. Ha conseguido que varios nievmanos la escuchen y obedezcan en sencillas órdenes.

—No se preocupe. Confíe en su familia.

—Aaaahg —expresa cansina pasando las manos por su cabello—. Responde —recibe la sonrisa gentil de Snow—. ¿Por qué no funciona contigo? Esto de mi poder. Los demás sí me responden, pero ellos no saben nada.

—Porque no se lo has preguntado a las personas correctas —ante el brillo en los ojos de la chica, él agrega—. Y aunque lo hagas ellos no responderán nada —Aurora frunce el entrecejo—. ¿Recuerda lo que dijo —mira al grupo de chicas al otro lado del campo, e inquiere con la barbilla a Susana— esa chica el día en que nos conocimos?

—¿Lo que dijo Susana? —intenta hacer memoria, toca su mentón con el nudillo del dedo índice— No, ¿qué dijo?

—Teorizó que puedes usar tu poder para hacer tu voluntad por completo —Aurora lo mira asombro.

—¿No es así?

—No del todo —se encoge de hombros—. En realidad no puedes lavar el cerebro. Lo que haces, al igual que la reina y sus sucesores, es inclinar a la decisión, señalar lo que quieres obtener. Si te lo dan o no depende de cuan convincente eres para hacer que te obedezcan. Todo depende mucho de tu seguridad en tus palabras.

Aurora se lo piensa. Ha estado perdida en su mente con todo lo nuevo que conoce, y lo que todavía no ha podido comprender del todo.

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