Capítulo 33: Inquietud
—Estamos cerca de alcanzar al destino —menciona la figura femenina de estatura aproximada al metro ochenta, complexión delgada pero de músculos proporcionados, su cabello negro es corto casi al ras con un pequeño flequillo de lado izquierdo. Su cuerpo está cubierto por un una armadura negra similar a los del SWAT.
—Bien —el sujeto sentado en la silla de comandante, suspira profundamente para calmar las ansias que le genera el acercarse más a ese lugar.
Mira parte de su rostro que se refleja en la hoja de una de sus armas antes de envainarla y ver a su frente, aprieta la mano sintiendo la presión de su interior que por una parte está feliz de volver, y por otra aterrado de los ojos que lo recibiran. Detesta la idea de que a quien ama le mire con reproche, ya incluso siente sus golpes y maldiciones.
Se frota los ojos con cansancio deseando que el momento de reencontrarse sea aplazado lo más posible, o que no llegue jamás, la sola imagen mental de las lágrimas corriendo expresando dolor y alegría le calan, entiende lo que conlleva su regreso, no sólo se expone a él mismo a sufrir las consecuencias de la mentira, sino que sus allegados resultarán alcanzados por la mirada adolorida.
Pero no hay marcha atrás, por eso mira una última vez a ese collar de luna y estrella antes de guardarla entre las prendas que cubre el pecho, listo mirando las nubes que surcan y están a punto de pasar.
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El cantar de las aves es lentamente captado por los oídos, también el chapotear de las minicascadas cayendo a la bañera natural, siente el calor que esa agua emana y la sensación similar a la del sol que esta le transmite. Junto a esos relajantes sonidos de la naturaleza llega otro, uno que reconoce bien y que le es más grato que todo lo que le pueda rodear, por eso la busca una vez sus ojos se acostumbran a la tenue luz con que se ilumina el interior del gran espacio en el que está.
Sus ojos se adaptan rápido, pues el alba apenas está llegando, pero es lo suficiente para que sus iris, ahora de un color verde casi pálido, capten a la figura que lava su cuerpo con el agua en la que están sumergidos, a la joven que tararea suave alguna melodía. Ve su cuerpo de espalda, descubierta por tener todo el cabello acumulado por el frente y de lado, empapado con el agua hasta la cintura. La ve embelesado.
Ha escuchado y leído sobre esos mitos, sobre las criaturas que te hechizan con la voz. Conoce las versiones que dicen que son hermosas salvadoras y las otras que son viles desalmadas que engañan con su magia. Solo hay un problema: No están en el océano.
Lo sabe, pues las rocas que los ocultan y las aguas para nada heladas hacen notarlo fácilmente.
—¿Estoy muerto? —pregunta en voz baja ocasionando que la joven Jones se voltee de inmediato— Oh, las alucinaciones empezaron…
—Imbécil —ella le da una mala cara sumergiéndose para nadar hasta él, que está a la orilla con el agua llegando al pecho—. ¿Cómo te sientes? —pregunta tomando el rostro masculino, sintiendo que el calor de las aguas termales naturales han mitigado lo álgido que antes estaba.
—Nunca antes me había sentido mejor —la estrecha entre sus brazos pegando sus cuerpos, la sensación del roce entre sus pieles le electrifica con gusto.
Se empeña en cerrar el espacio que separa a sus labios, pero ella se aparta de un empujón, el otro no puede evitar descolocarse ante el arrebato y los golpes que su brazo recibe.
—¡Qué alegría! ¡Es perfecto para poder matarte yo misma! —dice enojada, alejándose para dar un último golpe al agua— Imbécil —musita dándose la vuelta, nadando para poder llegar a la orilla, pero no consigue salir por los brazos que la aprisionaron por detrás y la mantienen aferrada.
Se queda quieta por la agradable sensación que la envuelve, y que le gusta cuando siente que su cuello es descubierto con delicadeza, los dedos que se deslizan por la piel apartando las hebras castañas, y luego los gráciles ósculos con que los labios se depositan. Eso la enoja, no quiere perdonarle tan rápido y fácil el susto que le dio horas antes, pero más que eso la alegría pudo con ella, se volteó para abrazarlo y llorar porque volvió, abrió sus ojos y regresó.
—¡No vuelvas a hacer eso! —exigió siendo acariciada en sus cabellos, afianzada por el brazo contrario, y teniendo besos en el hombro— Estabas muy frío, pensé que morías.
Lo hacía. Pensó él en su mente, más no lo dijo, no se arriesgaría a que su amada lo cumpliera, en especial cuando la droga que usó le hace tener una alta sensibilidad y los golpes de su humana son hasta dolorosos ahora.
—Lo siento, estaba asustado, no quería perderte.
—¡Y yo no quiero perderte! —ella vuelve a enfadarse, le da con los puños en el pecho, él se aguanta porque la gracia le gana— ¡Deja de reírte!
Heka perdió la diversión al ver las lágrimas de la joven salir con fuerza, bajó la mirada con tristeza y culpabilidad, buscó su mano debajo del agua y la hizo emerger entrelazada con la suya, para después llevar la palma de ella a que acunara la mejilla de él, el remordimiento de haberla preocupado se atisbó con recelo en las entristecidas orbes, ya casi completamente vueltas a su color natural.
—Te amo.
Ella se lanzó a besarlo con efusividad, siendo demandante en que sea correspondida con desesperación, y eso obtiene, el hombre toma el control de su boca, arremolina la mano en el cabello femenino y va más allá del simple beso, la reconoce, acaricia la piel de la espalda haciéndola suspirar por el tacto masculino. La lleva a chocar contra la orilla, deleitarse con tocarla, estremecerla, gozar de ella, la hace jadear de apetencia, soltar alguno que otro gimoteo que se esfuerza en retraer, y eso a él le causa gracia.
Podría detenerse, tal vez debería luego de lo que aconteció en la noche y regresar para dar algunas explicaciones a su amigo y a la agente, que dicho sea de paso, Júpiter estará molesto con él por hacer recurrido a la medida drástica que utilizó, pero opta por jugar un poco más.
La hace voltear, a tener sus manos sobre la orilla, la mantiene abrazada con un brazo mientras que su otra mano la recorre, pega el pecho en la espalda de la fémina, descansa su barbilla en el hombro y lleva su mano al punto más sensible.
Ella gime. Aprieta sus ojos, tiembla, forma puños que no separa de la roca, se remueve con la respiración entrecortada. Es la sensación más complaciente que había experimentado, el solo tacto y roce lo siente como fuego, un ardor que se cuestiona es capaz de quemarla, que le hace pensar que vale la pena terminar hecha cenizas. Respira rápido por la calma que regresa a ella, el corto momento hace a la pareja reír cómplice, a Aurora mover la cabeza y ojos en el rango de su visión sin buscar nada en específico, lo tacha de idiota a la vez que se ríe nerviosa, causando al contrario una cara embelesada que le hace dar dulces besos a la humedad piel de la chica. Se acomodan para quedar abrazados y sentados, sumergidos disfrutando un poco más del pequeño y cálido paraíso.
—¿Qué es este lugar? —pregunta Heka ocultando el rostro en el cuello de ella.
—Mi escondite secreto. Mi hermano y yo solíamos a explorar el bosque, íbamos por cada recóndito lugar, y un día encontramos el árbol con la corteza rota en la parte de abajo —juntó las manos para acunar agua entre ellas, las alza mirando como escapa y cae de nuevo al resto—. Lo mantuvimos oculto como una segunda base. Él fue el que puso la puerta y colocó el sistema de iluminación en el túnel.
—¿Y tú qué hiciste? —dice burlón haciendo que Aurora gire rápido su cabeza y ría.
—¡Oye! —se queja con fingida ofensa— Yo le daba apoyo.
Se besan con terneza, disfrutan del momento olvidándose de lo demás, se admiran con lo que sus ojos ya hablan sin que las palabras sean necesarias, y unen nuevamente sus labios para explorarse una vez más.
—Júpiter mencionó que te drogaste.
Heka bufó teniendo las frentes unidas. Asintió recordando la desesperación que le embargó al pensar en que no podría enfrentar a su enemigo, y que este cumpliría el juramento de hacerle daño al asro que posee, por lo que tenía que conseguir la fuerza necesaria para ganar, y lo único disponible para contrarrestar el desenfreno del otro, era la droga en forma de líquido de color verde intenso y brillante, droga que acelera la producción de energía en sus sistemas, generando un descontrol y desequilibrio en el mismo.
Droga cuyo uso está prohibida dado que lo efectos registrados son el aumento de la ira, pérdida en el reconocimiento del lugar en el que se encuentra y las personas, así como una baja de temperatura corporal conforme la sustancia deja de surtir efecto. La joven estupefacta de las consecuencias se aferró al abrazo de su pareja, pide ser más consiente de ese recurso para no tener que usarlo, y él responde con un abrazo, besándola con terneza, causando que ella se sienta más aliviada.
—Bien, ahora vámonos —menciona entre risas y besitos la chica, intenta soltar al otro que se niega a dejarla escapar de su cariño.
—¡No! —ríe alejándola de la orilla— Quedémonos un poco más. Me gusta este lugar, es como tu tina.
La muchacha cambió su expresión alegre, él se extrañó de la ahora angustia de ella y no comprendía lo que se le dijo. —Sí no hacemos algo, no tendremos oportunidad de regresar aquí.
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El equipo militar corre apresurado ante las órdenes de la agente Natalia Snovak, que a voz fuerte y firme indica los pasos que hay que hacer.
—¡¿A dónde vas?! —reclama a la criatura que se retira, ella se interpuso en su camino.
—¡¿A dónde crees?! —responde con un rugido que se le escapó— Voy por mi mujer.
—Te necesito aquí.
—Voy a regresar, pero necesito ponerla a salvo.
Natalia no dijo más, se apartó viendo como el contrario se iba con rapidez por su amada, mientras que ella volvió a lo suyo con disciplina para prepararse a lo que su compañero le avisó. Momentos antes luego de que la riña con el ser rojizo terminara con esos resultados, Josep llamó informando lo que los vigilantes que monitorean el globo terrestre encontraron: Tres naves reconocidas, pero que no responden a la comunicación, se aproximan al planeta, y al juzgar por la transmisión que se captó por la línea entre ellos, todo indica que el pueblo en el que están ahora será el punto de aterrizaje.
Júpiter sintió la necesidad de salvaguardar primero a Luna, fue a encontrarla a su casa, pero ahí no estaba, renegaba de no haber tomado el móvil para llamarle, sin embargo su mente le sugirió ir al segundo lugar donde pasa mucho tiempo, así que corrió dirigiéndose a la empresa. La confusión vino cuando extrañamente no había personal dentro de las instalaciones, su primera impresión fue ir a la oficina de Hanmer y preguntar por si acaso él sabe el paradero de la joven, sin embargo, se quedó detenido al entrar a la oficina.
Hanmer efectivamente está ahí, acompañado de su personal de seguridad y, uno de ellos, es el calvo que por lo general lo ve a una distancia moderada. Mira al jefe con las mangas arremangadas arriba de los codos, limpiarse las manos con un trapo manchado de un color en particular, líquido que también tiene una parte del piso.
—¿Qué pasó? —ve a esa mancha unos instantes y luego al hombre, los empleados por el contrario están atentos al ser.
Hanmer, quien le dirige sus ojos cansados, hace capaz de notar la expresión que no muestra gesto o indicio claro de emoción aparte del desagrado.
—En tu habitación —dijo el hombre sentándose en la mesa.
Júpiter entendiendo que se refiere a la ubicación de Luna, decidió dejar por ahora el misterio de quién hizo enojar al carismático y benévolo hombre, pues la preocupación que siente por su amada es mucho mayor, inquietud que apuñalaría el centro de su pecho en cuanto abrió la puerta en donde su unión empezó.
La paz que por instantes había entrado como un soplido se fue de la misma manera en que llegó, esa mujer estaba asustada en primera instancia, sus ojos enrojecidos decían las horas de llanto que había pasado, y sin entender en realidad el motivo, Júpiter experimenta una enardecida emoción que quiere dejar escapar a quien hizo derramar las lágrimas de su hembra.
Pero ella, sin poder sentir esa negativa naturaleza, se levantó rápido de la cama hasta que sus brazos atraparon lo que pudo del torso de él, causando que el de otro planeta se viera adolorido. Cambió de forma para poder tener una mejor manera de estrechar su cuerpo, de cortejarla casi como si pudiera derramar lágrimas, llorando lastimero, deseando lograr hacer llegar con facilidad el vínculo que tienen.
Su cultura no es la única a la que le gustaría conectar sentimientos, Hanmer mismo piensa que eso haría a cualquier relación fácil de comunicarse. Cuánto le habría funcionado en el pasado, cuando por mucho tiempo ignoró sin querer las señales que se le daban, y que aunque descubrió después parte de la verdad de su esposa tras comunicarse, todavía había un cráter que no terminaba de rellenarse, tal vez nunca lo haría.
Tomó su teléfono, pidió a sus subordinados salir para tener privacidad en la llamada, esperó hasta que el tono de la línea fue contestado.
—Papá, ¿dónde estás? Dijiste que vendrías y ya amaneció —Jake fue el primero en hablar, su timbre molesto mezclado con nerviosismo provoca una sonrisa melancólica al padre—. ¿Papá? —el joven calma su reproche tras el breve silencio.
—Te amo, hijo —la voz le tiembla, no sabe si trata de controlarlo, pero tampoco presta atención.
—Lo sé, papá, yo también te amo.
El muchacho que se sienta en la silla al lado de su madre, la ve sabiendo que su padre debe de estar derramando alguna lágrima, siempre le ha parecido extraño que el hombre llame de la nada, o incluso lo despertara de madrugada para abrazarlo con fuerza y repetir las mismas palabras.
—Nunca lo olvides, eres mi hijo, mi orgullo.
Jamás ha sabido exactamente qué responder a eso, sólo corresponde porque siente eso le hace feliz y le da una sensación cálida.
—Y tú eres el mejor padre.
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