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Capítulo 18: Diferente II

Las sombras se alzan conforme el sol se aleja y es oculto tras los grandes sedimentos de roca rojiza y anaranjada, el viento puede soplar recio o en calma, pero mueven esas hojas flácidas que cubren las ramas fuertes de donde nacen. De un hoyo en el suelo con apenas un puñado de pasto casi sin color, llegando a percibirse un color blancuzco queriendo pasar a la transparencia, unas antenas se asoman de la oscuridad de la salida de esa criatura que se deja ver al no percibir presencia de algún depredador. Se alza con las patas delanteras clavando a la orilla sus pezuñas que terminan en puntas afiladas, luego su cabeza se ve, esférica, como una seta mientras posee cuatro ojos saltones y negros cuyos párpados se cierran vertical, cada uno distribuido alrededor de la cabeza, es decir, uno adelante, uno atrás y uno a los costados, creando su visión de casi 360 grados. El resto del cuerpo sale de su madriguera, un largo cuerpo de cinco pares de patas en total, todas con una garra al final perfecto para atrapar y desgarrar a su comida, como esos roedores de pelaje medio largo parecidos a una rata con largas orejas casi del tamaño de su cuerpo, pero que en cuya cola hay pequeñas púas con toxinas que envuelven a su víctima en una alucinación.

Ese insecto que ha encontrado a su presa de hoy descansando a la sombra de una roca estando moribunda y sola, posiblemente por golpe del calor y haberse separado de su grupo, se prepara levantando cuatro patas filosas para perforarla. Inclina su cabeza con precaución al igual que acerca sus patas para que la criatura escurridiza no escape, más se da cuenta de su error cuando el ojo trasero mira a la colonia de ratas encima de las rocas, siendo esa su emboscada, y que la moribunda especie solo fingía, habiendo hecho del depredador ahora la presa.

Y ahora, habiendo sido interrumpidos en su comida, un par de seres se abalanzan sobre ese grupo de roedores. Uno consigue tomar dos pequeños, el otro a una grande y rechoncha. Los seres de delgado cuerpo oscuro con una estatura y tamaño de niños de diez años, rugen mientras comen a sus presas, las púas no le sobreponen un problema, apenas y alguna ralladura se ve en la piel. Devoran saboreando la carne cuando hace cinco días no probaban comida alguna. Dejan a las que acaban de matar y persiguen a más para poder llevar raciones con ellos. Capturan ocho en total, a todos les han comido primero la cabeza, con eso se sacian para meter el resto de los cuerpos en una bolsa que uno de ellos carga entrando entre los huecos del gran cañón, correteando entre los pasadizos altos que les llevan a una tribu que vive ahí.

Las habitaciones a las que llaman bases son propias de la pared de roca. El par empezó a correr por el puente, cruzan el de piedra que los llevan al otro extremo y que a la mitad del camino uno de ellos se asoma a la enorme caída que obtendrían de una altura de más de cien metros. El que carga la bolsa da un pequeño empujón a su amigo que tambalea el equilibrio, achica los ojos en reproche para su guasón compañero que muestra los dientes con diversión.
Y comienzan a correr de nuevo, esta vez porque el que recibió la broma quiere atrapar al que se la hizo.

No se detienen hasta entrar a casa en la que paran ante una criatura de dos metros y medio aproximadamente, de rasgos más delgados, pero con musculatura trabajada, y curvas que hacen saber su género.

—¿Erhew uyeo? (¿Dónde estaban?) —habló con un poco de perturbación poniéndose frente a ellos.

—Olko twah ew tge (Mira lo que conseguimos) —el de la bolsa enseñó el contenido, con gran entusiasmo se lo extendió a la hembra que rió un poco.

El otro muchacho metió la mano en la bolsa y sacó el ejemplar más grande y se lo extendió a ella. —¿Nis toit treag? (¿No es genial?)

—Esy, yrve dogo ghintun (Sí, muy buena caza) —ella tomó la bolsa dejándola en la mesa. Se dirigió a tomar dos telas que a estaban en la estructura plana y larga casi al ras del suelo, las cuales se los lanzó a ambos inquiriendo que se las pusieran, quedándoles como una especie de túnica que les llegaba a los tobillos—. Kicuq, isti olsmat miet. (Rápido, casi es hora.)

El par de niños cambiaron su apariencia, ambos quedaron con cabellos oscuros y ojos grises, pero uno con la piel blanca y el otro de color canela, siendo este un poco más bajo que el otro. Se empujaban entre bromas causando a la mayor reír mientras jalaba una tapa de piedra que estaba sobre el suelo, en cuyo hoyo, sacó una gran criatura casi de su tamaño, de piel verde, contextura lisa y gruesa, en su lomo sobresale parte de su esqueleto como si fueran púas, en su hocico yacen dos cuernos al igual que en su frente.

—¡Erya giznama! (¡Eres increíble!) —vociferó con alegría el muchachito moreno admirando la caza de ella, quien comenzó a caminar con eso en su hombro y los niños siguiéndole— Erya eht tseb nerhut, sersit. (Eres la mejor cazadora, hermana.)

El joven de piel clara le dio un leve empujón para ser ahora él, quien se dirigiera a la mayor. —Ifit nis erew orf uyio, erhe ew dulwo elbal tosl. (Si no fuera por ti, todos aquí estaríamos perdidos.)

Admitió bajando la mirada con cara entristecida, recuerda lo que solo hace unos años le ocurrió. La temporada oscura siempre es un martirio para todos, que deben terminar cada ciclo esperando a que al sol se le permita brillar de nuevo en el cielo. Mantenerse alimentados es crucial para subsistir lo mejor que puedan, pero en un lugar hostil, casi sin ley es difícil, en especial para aquellos que viven a merced de los más fuertes. Ese joven Júpiter tenía una familia con la que vivía alejado de la tribu, pues se las arreglaban para criar algunas criaturas e incluso cultivar alimentos que luego compartían con su gente, pero entonces, dos ciclos atrás una pesadilla apareció.

El área en el que sobreviven está habitada por dos tribus, los del Norte y los del Sur. Ahora mismo vive con su amigo y hermana que pertenecen a los del segundo grupo. Ese joven recuerda cuando la tribu del Norte pasó sus límites, irrumpieron en la base bajo tierra de su familia, saquearon no solo su comida, sino que sus vidas también. Tuvo la mala suerte de conocer lo que es el canibalismo mientras que él estaba oculto detrás de los muros, aterrado de lo que su especie podía hacer por sobrevivir.

No se movió de ese punto ni siquiera cuando vio hasta al último de esas criaturas de piel roja irse. Podría jurar que uno de ellos se cruzó con su mirada, más no dijo nada.
Pasó varios días ahí, solo y asustado, casi al borde de la muerte y la locura, al menos hasta que un grupo pequeño de su propia tribu se adentró a la casa por preocupación de no saber nada de sus allegados. Entre ellos estaba la hermana de quien luego se convirtió en su amigo, con una túnica que le llegaba a las rodillas, ella le obligó a salir del escondite, pero estaba tan aterrado que no quería que nadie le tocase.

—Isti yaok (Está bien) —mencionó ella cambiando de apariencia. Su tamaño se redujo a una estatura de alrededor de un metro setenta y nueve, haciendo que su túnica ahora pareciera un vestido, su cabello negro creció casi llegando a la cintura. Como es común en su gente, sus ojos eran grises, y su piel un poco más morena que el de su hermano—. Enmoc, emoc emthiw. (Vamos, ven conmigo.)

Su especie no puede llorar, pero eso no les eximen de no sollozar mientras tomaba la mano que se le extendió, y que luego le llevó a vivir con ella y su pequeño hermano, al que cuidaba después de que sus padres también hubieran muerto en una batalla contra la tribu del Norte.

Un rugido infantil del moreno le sacó de sus tristes recuerdos, el otro le respondió de igual forma empezando a perseguirlo yendo cuesta abajo junto a todos los demás de su pequeña colonia, que se reunían en el centro de la gran base. Puede que vivieran en un lugar de escasa comida y rodeada de una zona de inmensa nada, sin embargo, su gente orgullosamente cazadora era pacífica, compartían lo que tenían con la colonia, racionan lo justo y necesario para sobrevivir, especialmente cuando se aproxima la Temporada Oscura.

Llegando al centro donde ven a los más longevos presidir el acto de la unidad y hermandad antes de que todos los cazadores pongan a sus presas reunidas, para que así luego se reparta una ración a cada uno para la cena. Se escucharon las risas de algunos mayores al ver que junto a la mejor cazadora, unos niños iban a su lado con una bolsa de su pequeña caza.

—Emses ew veah wen srenprat (Parece que tenemos nuevos compañeros) —dijo divertido una criatura haciéndose a un lado para dejar pasar a los menores, quedándose cerca de la hembra que ya había dejado su parte.

—Retbet nhat uyeo (Mejores que tú) —se burló la mujer siendo altiva a la vez que emite un bajo gruñir cerca del rostro masculino. El macho sonríe respondiendo el claro cortejo de su prometida.

Los chicos ignoran su demostración de cariño para volver a correr y sentarse junto a los demás niños, la mayoría estando en su apariencia original. Pronto la cena comenzó, la comida se repartió y el convivio entre todos se vio en una amena charla y juegos entre los infantes, incluso en peleas amistosas.

Para el par de amigos eso era una dicha en su difícil vida, pero que sin duda alguna disfrutaban con libertad, aunque al pequeño Heka ver a su hermana y su pareja cortejándose le molestase, más le calmaba saber que ese macho era lo mejor para ella, pues no sólo era de los más fuertes, también de los amables que cuidaba de quien sea. Su ejemplo a seguir y quería ser como él.

Como cada noche junto a su amigo, va a la cima de la base, se recuesta sobre la simple área de pasto azulado y flores que brillan para ver las estrellas que parecían que podrían tocarlas. Pasaban las cortas horas ahí hasta dormir pensando qué hay ahí afuera, si hay más como ellos y si los conocerían algún día. Eran días gratos los que vivían, al menos hasta que luego de unos momentos los rugidos de adentro ya no se escuchaban con alegría, ahora había furia. Con prisa bajaron para ver que su hermana estaba iracunda, bramando con fuerza y golpeando sin piedad a otro de los cazadores que poco podía bloquear los ataques.

—¡Kaspe giana! ¡Irty! (¡Vuelve a hablar! ¡Inténtalo!) —los jóvenes, que no sabían lo que el otro le había dicho, estaban seguros de que lo que fuera era algo que no tenía cabía en la razón para haber hecho enfurecer a la joven de semejante manera.

—¡Ew ginyd! ¡Isti het ilno ywa! (¡Estamos muriendo! ¡Es la única manera!)

Ambos desataron la voz gutural con amenaza de una gran batalla, sin embargo un anciano con voz débil y cuerpo robusto impuso su presencia para callar a todos.

—Isti nis essudids, ew nis od’twah uyeo gesgust (Esto no está a discusión, no haremos lo que sugieres) —sentenció con autoridad al hombre que gruñó indignado antes de salir de la base y perderse de vista.

La atmósfera se había quedado con una de inquietud que poco se pudo recuperar. Los muchachos luego se enteraron sobre el motivo de la riña, ese cazador propuso que debían desterrar a los más débiles, que si se resistían entonces tendrían que eliminarlos, y también que se debía erradicar a la tribu del Norte. Él, como muchos en la colonia tenían rencor contra ellos, sin embargo se contenían de no sucumbir a una batalla que dejaría muchas bajas. Comprendían su sentimiento, pero no la decisión que poco tiempo después había tomado de unirse a la tribu del Norte y ayudarles a conquistar a la del Sur.

Sometieron a su tribu, los cazadores pelearon fervientemente, pero no lograron contenerlos a todos. La mayor tragedia que sufrieron fue ver que la mejor de ellos fue usada de ejemplo para imponer sus reglas. La hermana de Heka había acabado con muchos guerreros de la tribu del Norte, habría ganado al mejor de ellos de no ser porque la obligaron a rendirse a cambio de no lastimar a sus hermanitos, que era como también consideraba a Júpiter.

El guerrero de la tribu del Norte contra el que peleaba estaba tan enfureciendo de haber estado perdiendo, que arremetió con rabia a la mujer que no se defendía para que no le hicieran daño a su familia, y su pareja nada podía hacer para ayudarla cuando ya había sido aniquilado por intentar proteger al par de niños. Y aunque el hermano biológico se esforzaba por querer ir a ayudar a su hermana, nada logró hasta que se le fue arrebatada la vida frente a sus ojos. Miró con odio a ese ser de piel roja oscura y a sus ojos blancos gélidos que le sonreía guasón teniendo en su mano la cabeza arrancada de su hermana.

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Aurora abraza sus piernas estando sentada en la silla de copiloto, no logra parar las lágrimas imaginando lo mucho que debió de haber sufrido Heka al haber visto lo que vivió, también Júpiter, pues explícitamente le dijo lo mucho que le apreciaba siendo su segunda familia.

—Luego de ese día —al pelinegro le costó no hacer temblar su voz—, los del Norte hicieron un festín con los fallecidos. A los que no comían los amedrentaron casi hasta la muerte.

Aurora miró atónita al contrario cuyo semblante era el más miserable que alguien pudiera expresar. No quiso preguntar la sola idea que parecía tan clara, más no hubo necesidad de hacerla cuando el contrario narró que un trozo de carne jamás les había parecido tan grotesco en sus vidas como el de ese momento. Por primera vez no les parecía mala idea morir por inanición. Los días posteriores fueron un calvario para su pueblo, a los que no cooperaban con el nuevo estilo de vida que se les impuso eran sometidos y castigados, pocos lograban sobrevivir, y los infantes de la tribu del Norte, que no eran muchos, eran puestos a pelear con los “nuevos miembros” para que fueran aprendiendo a ser guerreros. Cabe mencionar que muchos tampoco resistían los entrenamientos a los que se les sometían.

—¿Cómo es que ustedes dos…?

Júpiter interrumpió de inmediato para responder, su voz parecía querer quebrarse, pero se obliga a permanecer fuerte con afligido semblante. —Él me hizo vivir —dijo para luego quedar en silencio que Aurora tuvo que romper.

—¿Qué dices?

—Él… ah, Heka. A pesar de que ambos deseábamos tomar venganza contra ese malnacido que mató a nuestra Asro, me hizo no hacer nada y fingir adaptarnos a su conquista.

—Por Asro ¿te refieres a la hermana de Heka?

Asintió dibujando una sonrisa nostálgica, de esas que reconoce porque ella misma se la ha visto al espejo. —Así llamamos a quienes son importantes para uno. Ella siempre veía por todos, especialmente por mí y su hermano. Asro es un título que se suele usar para referirse a un alma que te envuelve en un sentimiento de —carraspea apenado rascando la nuca— amor. No necesariamente de pareja.

Aurora rió bajo secando sus mejillas haciendo saber que le comprendía. Y aunque no quería quitar esa expresión más alegre en su rostro, tenía la duda de saber cómo es que pudieron soportar vivir con las personas que le arrebataron a su Asro.

—Luego de tres ciclos nos preparamos para dejar la colonia y el hábitat —comentó serio, como si los ojos plateados miraran lo que la mente recordaba—. Empacamos en una bolsa cada uno comida que robamos para poder cruzar la zona vacía.

—Huyeron —susurró con lo obvio estando sorprendida.

Júpiter asintió mirándole a los ojos que parecían tragarle. —No sabíamos a dónde ir, jamás habíamos salido del hábitat y menos entrado a la zona vacía. Como dije antes, podemos mantenernos vivos en parte gracias al sol, pero también requerimos comida, la cual es delicada ante el calor. Nos la vimos mal para cruzar, la mayoría de nuestros alimentos se nos echó a perder, caminábamos sin rumbo a cualquier lado. Llegó el punto que luego de, digamos para que entiendas, quince días, ya estábamos a punto de morir. Yo ya quería darme por vencido, pero Heka me insistía y alentaba a seguir. Pero no pude más, la falta de comida me hizo desmayar.

Aurora estaba más atenta que antes a la anécdota del hombre enfrente, sus ojos parecieron haber recuperado cierto brillo por sus recuerdos que sentía algo refrescante sobre eso, y eso obtuvo, cuando felizmente el ser empezó a hablar con más viveza contando que cuando despertó estaba en una habitación muy rara para él en ese momento. No era de piedra ni rojiza como en su hogar, no había calor, y la luz natural entraba por una enorme ventana con un campo de fuerza que les impedía cruzar al exterior. Algo demasiado impresionante a su vista de cuando se asomó. Muchas estructuras de un color gris oscuro, pero que para nada podía asociar con una roca cuando la superficie se veía muy lisa y nada corrugada, menos cuando sentía que estaba fría, y ni qué hablar de su textura, dura, sí, pero nada que pudiera decir que estuviera arenosa.

Pronto su consternación subió más al escuchar un ruido a su espalda. Una entrada apareció de la nada, y por ella atravesó gente con cierta vestimenta que jamás en su corta vida había visto, trajes ceñidos color negro con líneas que a simple vista no se notan a no ser que se ponga mucha atención, cubrían todo el cuerpo deteniéndose en el cuello, y lo cual le daba la impresión de que era alguna clase de tela delgada.
Esa gente usaba su forma original, algunos de ellos eran muy bajos y delgados en comparación a los que acostumbraba a ver en su tribu, los cuales eran un tamaño promedio y de complexión robusta. Solo miraba que dos de ellos les llamaba la atención, uno que reconoció a simple vista ser una hembra de piel azulada oscura y ojos del mismo color, pero con un brillo en ellos, y otro al que su piel le enardecía ver. Hombre que al actual Júpiter ahora recuerda con mucho respeto al igual que su amigo Heka, pues ese luego se convirtió en el mentor de ambos, con él aprendieron a conocer más que su propio mundo, hombre que les acogió en su flota y les hizo cumplir su sueño de ver el espacio.









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Holis~ ( ╹▽╹ )
¿Qué tal? ¿Cómo están?

Curiosidades:
1. Mi "nuevo idioma" se basa en reacomodar las letras de un idioma conocido. Claro que me tomé el lujo de cambiar algunas cosas.
¿Quieren intentar adivinar de cuál se trata?

2. Asro es más fácil, está en español. Es rosa.

Sus impresiones, opiniones y/o teorías déjenlas aquí.
(☞゚ヮ゚)☞

Nos leemos pronto. (。•̀ᴗ-)✧

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