Capítulo 11: Experiencia
El sonido de las teclas siendo golpeadas resuena en el cubículo personal de la joven pelinegra. Una y otra vez prueba sus ecuaciones esperando que las modificaciones que hace, por más mínima que sea, funcionen en la simulación, resopla frustrada y revisa sus apuntes, rehace los cálculos y vuelve a intentar. Suelta el lápiz y empuja la libreta teniendo el estrés carcomiendo su mente al no ser capaz de seguir la cadena de resultados a pesar de que tiene el rastro del anterior al cargo. Maldice en sus adentros que él se haya ido junto a su progreso, mira al lado, a esa foto con el joven castaño que conoció, suspira lento y lastimada por su recuerdo, sin embargo sus sentimientos de culpa se le arrancaron cuando unos chiflidos se le fueron dados. Sus ojos molestos se dirigieron a ese grupo de tres hombres mayores que pasan los cuarenta años, que se burlan de su capacidad por su edad e incluso por su género, la creen menos por ser joven, alguien que sólo juega a ser científica cuando funciona más como una muñeca.
Ella les ignora, bloquea su computadora y toma sus notas, se va con la frente en alto a cruzar la sala yendo por los pasillos, sabiendo lo que vale y que por eso, nada más ni nada menos que el propio Richard Hanmer le pidió trabajar con él en su equipo, lo sabe, está consiente, pero aún así le duele que otros duden de ella y la hagan menos, por eso en la sala de archivos abraza su libreta y deja salir esas lágrimas de impotencia y frustración, porque incluso desde niña sus propios padres la tachaban de perdida tiempo, de rara porque se interesaba más en la ciencia que en los chicos que le coqueteaban, o que gastaba su dinero en la suscripción de revistas de los últimos avances de la ciencia que en los de la moda de temporada. Si hasta se burlaban por ser una mujer que supiera de integrar y armar circuitos en vez de combinar los colores de su maquillaje, que también sabe, pero parece que la creen capaz solo de eso último y no tomarla en serio por lo primero. Lo detesta pero lo aguanta, porque sabe lo que vale y por eso seca sus lágrimas, acomoda su bata y sonríe para ella.
—Oh no —se queja conteniendo su voz al darse cuenta que la puerta se cerró y no puede abrirla por dentro. Tal vez sí es un poco tonta a veces—. Esto tiene que ser una broma.
Mira la ficha tirada en el suelo, alguien seguramente lo puso entre la cerradura y el marco de la entrada para que la puerta no se cerrara.
¿Cómo es que un edificio que se jacta de crear la mejor tecnología no puede arreglar una miserable puerta común?
Son ironías que hacen divertida a la vida.
Resopla desganada pensando en gritar para pedir ayuda, pues no sabe quién la oirá, si es uno de los que le muestran un poco de respeto sería genial, pero si es de los que la ven menos entonces sabe que la dejarán ahí como broma o mínimo recibirá un poco de burla antes de dejarla salir. Se cruza de brazos sintiendo que perdería algo de orgullo y da una vuelta chillando de frustración.
—¿Por qué no te callas? —la voz con un poco de timbrado le hace dar un pequeño salto del susto— No me dejas leer a gusto.
Ella mira a una mesa oculta por unos estantes, nota los zapatos sobre la superficie y se acerca hasta ver lo cómodo que está el hombre sentado en la silla, recostando los pies sobre la mesa. En sus manos se haya un libro que ella reconoce a la perfección, un escrito que ella misma lo tiene en la categoría de teoría fallida, inconclusa por no decir imposible. Investigación que ella realizó, su mayor fracaso al no poder comprobar su teoría.
—¿En serio piensas que el problema está en las moléculas? —cuestionó el hombre bajando el expediente, dejando visualizar sus ojos plateados desde la parte superior del escrito.
Ella carraspeó con altivez. —¿Qué hace aquí? ¿Por qué no está en la habitación?
—Me aburrí —cerró el libro arrojándole sin fuerza a la mesa—. No estás muy equivocada.
—¿Perdón? —cuestiona la chica confusa mirando que él peina el cabello con la mano y bosteza cansado— Debería dejar de salir y descansar como es debido.
Él sonríe divertido, se levanta para sentarse en la superficie de la mesa e inquiere con la cabeza al escrito. Cuestiona lo que está plasmado en él, hace a la contraria sumirse en la molesta frustración de recordar su fracaso que le hizo perder un poco de credibilidad ante los ojos de su jefe.
—¿Y tú te lo crees? —dice ojeando nuevamente el libro mientras la mujer se pasea de izquierda a derecha a paso lento, analizando al otro con desconfianza.
—Una perdida total de tiempo. No es posible los enlaces entre las moléculas ya que requieren una energía estable que les mantenga unidas.
—¿Y qué clase de energía sería capaz de enlazarlas?
—Ninguna. O al menos no una en la Tierra —su mirada bajó, el ser notó que ella aprieta sus brazos y tensa la mandíbula.
—¿Cómo se te ocurrió la idea? —preguntó fijamente mirándola a los ojos.
La respiración de la joven Luna Dickens se vio afectada por un momento en que se cruzó con los intensos y penetrantes ojos del ser a su frente. Tragó saliva nerviosa y sonrió al recordar la idea —Mi abuelo era astronauta. Murió allá arriba, en el espacio a causa de una nave que no estaba hecha para soportar más de lo que se le exigió—. Ella rememora al hombre que a pesar de estar más ausente en persona se sentía con más presencia que nadie, el único que la animaba a leer y explorar sus posibilidades. Recuerda cuando recibió al agente de la gran empresa a la que su abuelo trabajaba, en esa puerta le dieron la peor noticia. Su abuelo había fallecido en servicio, la cápsula en la que estaba transportándose no soportó la presión de atravesar la atmósfera de un planeta, lo que causó que explotara.
Una de las metas que la joven Dickens se había propuesto al entrar a trabajar para la misma empresa a la que su abuelo dedicó gran parte de su vida, fue que ayudaría a cumplir la misión en la que él pereció, sin embargo se encontró con la piedra en el zapato llamado compresión, pues las naves no son capaces de resistir la fuerza con que se topan, por lo que tener un recubrimiento que les permita absorber dicha presión era lo que concluyó que necesitaba.
—Sí, lo sé —masculló la mujer sin querer ocultar la presión que su corazón siente—. Es una tontería. Ciencia Ficción. Colocar una especie de campo como si fuera un-una clase de impermeable —explica mientras hace ademanes que suelta al aire, el contrario le mira atento sin decir algo—. Sí, ríase si quiere.
Después de unos segundos, cierra la carpeta y camina a ella que deshace su postura decaída para tensar su cuerpo al ver que la criatura se le acercó demasiado. La confusión le atacó cuando entregó sus datos en las manos y algo le susurró a su oído, para al final forzar la puerta y salir a dirigirse a merodear. Luna se quedó quieta, pensativa de lo que le confesó, después salió corriendo a prisas por donde pasó a un lado del ser que la vio perderse al doblar en una esquina, las personas que la vieron entrar a la sala de trabajo directo a su cubículo la miran con extrañeza y confusión, pues llegó a arrojarse a la silla y encender casi con desespero su ordenador. Ella busca un programa en el que hace tiempo guardó sus datos y ahora los desempolva en rápidos tecleados. Se detiene mirando su dedo encima de la tecla Enter sintiendo la presión, tiene ilusión y eso le asusta porque no quiere otra decepción. Los hombres que siempre le fastidian la ven sin entender lo que le pasa aunque ya la juzgan de que es una perdida de tiempo.
Luna respira profundo, mira decidida y oprime el botón.
La simulación comienza y el porcentaje sube, mira los datos de la pantalla en verde a la inconsciente espera de que se vuelvan rojos como siempre y que dicho porcentaje se detenga en el siempre noventa por ciento. Espera paciente por algunos minutos hasta que llega al número, su corazón se detuvo por una milésima al llegar, y luego…
91%, 92%... Sigue subiendo y ella se para abrupta de la silla con las manos en el escritorio, viendo como sube hasta que se completa la simulación.
100% Simulación exitosa. Se lee en la pantalla de forma parpadeante. Ella sonríe feliz, verdaderamente feliz desde hace mucho tiempo. Alza los brazos y deja salir esa alegría en forma de saltos, lanzadas de brazos y un grito de victoria, lo hace sin importarle que la vean. De esa forma descarga sus resultados en una memoria para luego apagar su computadora y correr de nuevo a la vista de todos. Va caminando por los pasillos a pasos rápidos y entusiastas hasta llegar a la puerta que buscaba, apenas abre con su tarjeta electrónica y se adentra viendo la habitación vacía, pero eso no le hace retirar su enorme sonrisa mientras escucha la puerta deslizante cerrarse.
La pelinegra camina a la puerta al lado de la cama, la entrada se abre y el ser que salía del baño con la cara y cabello húmedo la ve alzando una ceja. La joven le recorre con la vista, sólo el pantalón de algodón trae puesto y no puede evitar escanearlo por completo hasta detenerse en sus ojos. Regresa su sonrisa y se hace atrás permitiéndole salir tomando una toalla para secarse.
—Por tu cara deduzco que seguiste mi consejo —dice frotando su cabeza volteándose para mirarla.
—Sí, en verdad funcionó. ¡Eso es lo que me faltaba! —empezó a caminar por la habitación, el contrario le sigue su caminata sin dejar de verla ni un momento— No sabes cuánto me esforcé en encontrarlo, siempre fallando, y ahora todo encajó —suspiró—. Pero ahora falta comprobarlo.
—Pasará la prueba —asevera arrojando la toalla a un lado.
Ella vuelve a suspirar, ahora con plenitud, le sonríe con gran emoción que al contrario le hace tener una sonrisa ladina. —Gracias, no sabes lo mucho que esto significa para mí. ¿Cómo puedo pagarte? —comenta sincera, sin esperar que el contrario se acercara tanto que su sonrisa se borró, pues una mano de él tomó su cabeza por detrás y la alzó, más no se detuvo ahí, pues la criatura bajó su rostro a unir sus labios con ímpetu. La chica no sabía qué hacer, sus ojos se movían desconcertada y más cuando sintió que él se aventuró a explorar su boca y rodear su cuerpo por la cintura con su otro brazo, las manos femeninas las lleva dudosa a tomar los hombros masculinos, cierra sus ojos empezaron a quejarse por la falta de aire, cosa que él nota y la deja respirar admirando guasón la cara cambiada en rojo y su estado descolocado.
Él se relame los labios, no la suelta y no tiene intención de hacerlo, se lo deja saber cuando baja al costado de su rostro y lame su mejilla hasta que llegó a su oreja. —Tengo una muy buena idea —susurró con descaro alzándola en brazos y llevándola a la cama teniéndola bajo su cuerpo.
Luna respira entrecortada sintiendo los besos a su cuello y las caricias a su cuerpo, que cada vez es más despojada de sus prendas. Se sorprende de sí misma porque no se resiste, se deja llevar, disfrutando de la experiencia que acaba de descubrir.
×~×~×~×~×
En las horas tempranas, Heka se había quedado mirando a que la chica se retirara, permaneció un par de minutos con las manos en los bolsillos moviéndose ligeramente en su lugar con una enorme sonrisa sin separar sus labios, pareciendo un niño risueño luego de que ese abrazo despertara en él una emoción que le hacía temblar y que siguió mientras conducía la motocicleta a toda velocidad por las calles de la ciudad. El casco tapa su rostro altamente enervado en entusiasmo, sumándole la adrenalina al sentimiento recién experimentado. Pasa a velocidad hasta que decide desacelerar para frenar y luego ir en retroceso para ver al lado de la acera y a un punto fijo. Se lo piensa un poco antes de retirar su casco y llamar por teléfono al rubio que recién sale de su hogar a punto de montarse en bicicleta para ir a la universidad.
—¿Hola? —dijo al contestar.
—Hey, Nico, ¿dónde estás?
—Estoy por… —sin embargo las palabras del muchacho son cortadas de inmediato.
—No importa, necesito que vengas a un lugar ahora —dijo con autoridad haciendo al contrario concluir que cuando le preguntó su ubicación, en realidad no le importaba, sólo quería exigir su presencia con impaciencia.
—Claro, ¿dónde? —pronto miró la foto que se le hizo llegar, reconociendo el punto y sorprendiéndose de verlo— Voy para allá.
Nick se montó en su bici y pedaleó rápido al lugar indicado, miró al alrededor buscando a su amigo hasta que recibió la llamada de él informándole que entrara a la tienda, así lo hizo afianzando su vista hasta que Heka le alzó la mano cerca del mostrador pero un tanto alejado de las personas.
—Bien, ¿por qué la urgencia? —calló de inmediato al ver lo que el ser le extendió— ¿Y eso?
—Cómpralo —demandó firme ocasionando al contrario enarcar ambas cejas con sorpresa y confusión—. No poseo tu moneda. Lo robaría, pero hay muchas miradas y se que Jones me va a recriminar si lo hago. Si hasta se molestó conmigo cuando supo que robé las zanahorias de Stuart del huerto de alguien.
—¿Quién es Stuart?
—Nuestra criatura.
—¿Cuál…? —sacudió la cabeza— Olvídalo —miró a lo que hay en la mano contraria—. Es lindo, pero no creo que vaya con mi estilo, o con el tuyo.
—No seas tonto, es para Jones.
—Eh… Bien —bufó divertido llevando lo que se le pidió a pagar, luego regresó con el mayor entregándole una bolsa con el producto dentro y saliendo del lugar—. Ahora me iré a la escuela. Tengo entendido que iremos a tu eh, cueva, para ver en lo que puedo ayudar.
Asintió. —Así es, pasaremos a su casa a recoger algo que ella quiere llevar.
—Muy bien —acepta acomodándose en su bici.
—Hey, que no se te ocurra decirle a ella lo que compré —replica señalándole con dedo acusador y ceño fruncido.
El joven no puede evitar reír ante la amenaza y niega con la cabeza divertido por lo que jura pasa con la actitud de su amigo. Una vez se va, Heka mira el interior de esa bolsa sintiendo orgullo de verlo, imaginando la cara que tendrá la chica al recibirlo.
Mientras tanto, Aurora se encuentra sentada en su salón de clases con los audífonos puestos revisando su lista de canciones y haciendo una playlist alterna. Está concentrada en eso cuando las manos que toman sus brazos por detrás la asustan con el entusiasmo que le otorga.
—¡Tim! —expresa entre risas sin ocultar su cara. El pelirrojo se sorprende de verla soltarse como hace tiempo.
—Wow, en verdad eres una impostora —comenta sonriendo ladino sentándose sobre el pupitre al lado.
Arquea una ceja sin entender al contrario, pues le comenta que le han hecho saber sobre su rutina de animadora y lo que el propio director le ofreció, ya que él veía sentado en las gradas superiores las prácticas.
—¿Por qué rechazaste formar parte del equipo? Hasta te lo pidió frente a ellos —cuestionó curioso el ojisverdes analizando el rostro de la joven sonriente.
—Como le dije al director, sólo quería probar si lo podía hacer. Antes quizá tenía la meta de entrar —suspiró nostálgica acariciando su collar con los dedos—, pero era porque mi hermano estaría en el equipo de fútbol y él me decía que fuera su estrella fugaz para darle suerte. Además Susana y sus amigas no me toleran, así que es mejor no estar ahí.
—¿Entonces no quieres ser mi estrellita fugaz? —sonrió con coquetería haciendo bailar una ceja.
Ambos carcajearon al instante, el pelirrojo la mira reír como en el pasado y se siente realmente feliz por eso, aunque no le agrada del todo cuando piensa en la posibilidad de que la razón sea el hombre pelinegro de piel canela. Ahora ríe con ella, pero le remueve el sentimiento de haberla visto abrazando a ese sujeto de manera tan especial, el solo hecho de pensar que alguien más pueda recibir sus ojos de mar oscuro le molesta y perturba.
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Hola. (≧▽≦)
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Nos leemos pronto. (。•̀ᴗ-)✧
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