Bahía Dorada, 25 de agosto de 2024

Luciana Barquet se ha robado mi corazón. ¡Y aquí el ladrón se supone que era yo!

Trato de disimular el hecho de que verla alegra mi corazón y su risa me da cien años más de vida. Es linda, inteligente, algo terca, pero amable. Soy un completo desconocido para ella y lo odio, quiero ser tan cercano que lo único que haga es pensar en mí siempre que le suceda algo bueno, o algo no tan bueno. Es muy parecida a su tío, y también muy bromista con él.
No puedo evitar asomarme por la ventana con la esperanza de encontrarla frente a mí, en su lugar, me he encontrado con Cristian, su tío me cae bien, lo adoro, pero ¡SEÑOR QUIERO VER A SU SOBRINA, NO A USTED!. Me ha tocado disimular en mas de una ocasión mi decepción cuando se asoma por la ventana y a pesar de que sé con certeza de que nunca se asomará ella, cada noche como si fuera un habito me asomo anhelándola.

Su tío me ha contado un poco sobre la diabetes que tiene, se la diagnosticaron cuando tenía 13, fue duro para ella, y todos sus hipócritas amigos se alejaron como si se tratara de una enfermedad contagiosa, no los conozco desafortunadamente, pero que sepan que les guardo profundo rencor y también una patada por si me los llegase a encontrar. Es valiente y fuerte, no me la imagino a tal edad procesando la repentina y brutal llegada de una enfermedad totalmente desconocida para ella, con la que tendrá que vivir el resto de su vida aunque para ser honesto hoy en día lo lleva de una manera demasiado impresionante.

Debo admitir que busco hasta la excusa más tonta para aparecerme en su casa. Debo aprovechar cualquier momento para verla aunque sea pocos minutos. Se ofreció a buscar a Bigotes, solo en ese instante desee que bigotes apareciera más tarde. Bigotes, perdóname.
Es demasiado creativa y logra lo que quiere. No me importan las demás chicas, mi celular casi explota gracias a ella, pero si tan solo supiera que a la única con la que quiero y deseo tener una cita es con ELLA, no con desconocidas que se dejan llevar por el físico, ni siquiera muestran un poquito de interés por mi gato malagradecido y perdido.

Y quiero confesar que las tripas se me revuelven, la cabeza me explota y el hígado se me retuerce cuando baja de la camioneta que la trae de regreso todos los días. Sé que no soy nada de ella para pedirle cuentas, pero admito que muero de envidia, esa persona tiene la dicha de pasar tiempo con ella.

¿Debo apurarme y exigirle que me deje ser más que su vecino?

Es una pregunta completamente loca que no he podido sacarme de la cabeza desde que besó mi mejilla en forma de saludo, fue natural y dulce. Supe ese día con certeza que sus labios son tan suaves como aparentan. Ese día quise besarla, probar sus labios, pero una vez más, tuve que fingir demencia.

Si alguien lee esto por error probablemente me manden a prisión... así que, pido discreción,

Julio.

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