Capítulo 9
Capítulo 9
Misteriosa chica
Salgo de la habitación donde está Keilyn. Ha logrado quedarse dormida a pesar del ligero dolor que sentía.
—Lu, ya es tarde, vete a dormir —dice Julio.
Ya es muy tarde, pero aún tengo que darme una ducha antes de caer rendida.
—¿Puedo utilizar tu baño? —pregunto apenada.
En realidad, me sentía un poco apenada, no me gusta molestar a los demás, peor cuando estoy a un paso de la casa de mi tío. Claro que si decido ir, no podré volver. Realmente me desvelaría pensando en el estado de mi amiga.
—Por supuesto —me da pase.
Me guía hasta su habitación y me indica las cosas que puedo utilizar en el baño, es decir, todo. El ojo se me desvía un poco, lo que me cuesta prestarle total atención al chico. Es una habitación grande, pero sencilla. Las paredes color crema, la cama inmensa y ordenada sin una sola arruga. Bueno, para ser que vive solo tiene esta casa pulcra. Puedo asegurar que mi habitación no está ni la mitad de limpia que esta. Me avergüenzo por ello y me obligo a limpiar mi habitación apenas ponga un pie en ella.
—Me avisas si necesitas algo —dice antes de marcharse de la habitación.
Entro al baño, que no es indiferente al resto de la casa, es decir, limpio de esquina a esquina. Huele a vainilla y canela. Podría husmear un poco más, pero el cansancio me lo impide. Me baño en menos de cinco minutos y me envuelvo en mi propia toalla, saco de mi bolso mi ropa limpia, pero me doy cuenta que he olvidado la camisa. Estoy por entrar en desesperación total, no puedo ponerme de nuevo el buzo que traía porque se mojó un poco. Está sucio, húmedo e imposible de ser usado una vez más.
Me quiero dar contra la pared.
Yo: Julio, ven aquí un momento
Envío el mensaje con la esperanza de que Julio lo vea rápido, pero corro el riesgo de que Julio esté atendiendo a los gatitos y no escuche la llegada de mi mensaje. Segundos después ve mi mensaje y minuto más tarde toca la puerta.
—Julio, ¿estás ahí? —pregunto entre aliviada y nerviosa— He dejado la mitad de mi ropa en casa de mi tío.
—¿Quieres que vaya a buscarla? —pregunta desde el otro lado.
—Si, ve, toca la puerta y cuando abra le dices "Oh, Cristian, Luciana se estaba bañando cuando se dio cuenta que no trae la ropa suficiente, me dejas subir a su habitación y recoger lo que le hace falta" y por supuesto mi tío sin dudar te dejará pasar.
—Tienes razón. No había pensado en eso —admite—. Puedo prestarte algo mío.
—Por favor.
Julio desaparece y vuelve minuto más tarde con una camisa manga corta con tela de algodón. La recibo aliviada y me la pongo de inmediato. Termino de peinar mi ondulado cabello y lavar mis dientes. Puedo aconsejar totalmente el tomar una ducha fría luego de un día cansado o agobiante.
Al salir del baño, veo a Julio agarrando almohada y sábanas.
—¿A donde vas? —pregunto.
—Me voy a dormir abajo —responde muy tranquilo.
—¿Que? ¿Por qué?
—Porque vas a dormir aquí —dice muy tranquilo.
—No, yo voy a dormir abajo. Esta es tu casa —me niego.
—Si, por eso mismo, como es mi casa yo decido. Tu duermes aquí y yo me quedo en el mueble.
—No puedo permitir eso. No puedo dormir aquí tranquila sabiendo que dormirás en ese incómodo mueble.
—No hables así de mí mueble. Es muy cómodo, te lo aseguro —dice divertido.
—El otro día me quedé dormida no más de cinco minutos y me dolió el cuello —recuerdo.
Julio se ríe de mí, pero estoy hablando en serio.
—Esta bien, hasta mañana —digo inmediatamente.
Abro la puerta y estoy por salir de la habitación, pero Julio me agarra del antebrazo. Mi mirada cae en su mano. Está por encima de mi cicatriz. Él se da cuenta. Es algo que hoy en día me avergüenza y me enoja.
Por un momento creo que va a decir algo, pero nada sale de sus labios. Me suelta inmediatamente y se gira.
—Lo siento, no debí...
Es algo muy privado para mí. Las personas me han juzgado por la desesperada decision que tomé hace seis meses, creen que pueden juzgarme, decir que solo quería llamar la atención y que por eso sobreviví. Porque claro, si de verdad quisieras morir te cortarías mas profundo, o tal vez harías un corte más largo. Creo que esos comentarios ya no pueden afectarme, llegaron a su límite en mi y ya no causan ninguna emoción.
Estoy preparada para escuchar algo parecido o al menos preguntas, pero Julio no dice nada más. Ni siquiera me mira.
—Bien, puedes descansar.
Y pasa por mi lado para salir de la habitación. Me interpongo entre la puerta y él.
—Luciana, déjame salir.
—¿Por qué? De repente no puedes estar conmigo en la misma habitación por mis cicatrices —lo encaro— ¿Te da pena? ¿O en tu mente dices lo estupida e ingrata que soy?
Es cuando logro que esos brillantes ojos azules miren directamente mis ojos marrones.
—Creo que no me conoces lo suficiente, Lu. No soy así, no me gusta juzgar a las personas, menos si no conozco las razones.
—Entonces ¿por qué te ves tan molesto? —cuestiono.
No puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. Recordar lo que me hice a mi misma me hace odiarme. Recordar los gritos de mi madre al encontrarme aún son parte de mis pesadillas. La decepción de mi padre aún está presente como si hubiera sido ayer.
—Estoy molesto porque no puedo imaginar que te ha pasado para que tomes una decisión así de difícil. No entiendo que tuvo que suceder para que alguien tan especial no le encuentre sentido a su vida, no comprendo como es que una chica tan bonita se lastime así misma deseando la muerte —dice angustiado.
Mis lágrimas corren por mis mejillas, tan tibias y veloces. No puedo parar.
—Yo también estoy molesta conmigo —le aseguro — porque esa noche de verdad quería morir, quería dejar de respirar, solamente quería paz, pero créeme, después de ver a mis padres mal por mi culpa, odié haber tomado esa decisión y si pudiera volver el tiempo atrás yo, tal vez no lo hubiera hecho.
El chico que tengo en frente limpia mis lágrimas con sus suaves dedos.
—Lo siento, lo siento mucho, Lu —dice abrazándome— No se que sucedió, pero lamento mucho que hayas tenido que pasar por eso.
Recibo su abrazo y lloro libremente en su pecho. Julio me acaricia el pelo sin decir nada más. Solo su respiración y mis sollozos se escuchan en esta habitación.
—Podemos compartir la cama —propongo más calmada.
Julio empieza a reírse. Se aleja para mirarme.
—¿Estás bromeando, cierto?
Niego.
—¿Que hay de malo? ¿Hay algo de malo? —me cuestiono.
—Compartir la cama contigo no es un problema para mí...
Lo interrumpo.
—¿Entonces?
Al final Julio se ha quedado a mi lado. Claro, que entre nosotros se interpone una gran franja de almohadas, que las ha puesto el propio dueño de esta habitación.
—Límites, no está mal poner límites —dice, no se si para él o para mí— Hasta los países más pacíficos se aseguran de poner límites.
—No tengo nada en contra de los límites —respondo—. Buenas noches.
—Buenas noches, Luciana.
Y me quedo profundamente dormida en segundos. Es que de verdad estaba muy cansada, llorar ayudó más y debía admitir que me sentía segura al lado de Julio.
Abro los ojos y todo sigue oscuro a mi alrededor. Todo parece tranquilo, excepto por el hecho de que Julio me tiene abrazada o ¿yo lo tengo abrazado? A ver, la mano que esta primera es la de él, así que determino que es él quien cruzó los límites. Aunque claramente fui yo la primera en ignorar las almohadas que ahora presiento que están en el piso. Trato de quitar mis manos de encima del chico, pero las suyas sobre las mías crean peso. Si lo muevo y lo despierto no sabría cómo explicar esto. Me quedo así unos minutos, sin saber que hacer. Procedo a contar hasta tres para tomar valor y alejarme de él. Cuando digo tres en mi mente, aprovecho y me doy la vuelta al lado izquierdo para alejarme, pero me es imposible porque Julio también se mueve, posando su mano en mi cintura para apegarme a él.
En mi defensa, me siento tan cómoda y acurrucada que no tuve la oportunidad de moverme, porque lastimosamente me quedo dormida de nuevo.
—Lu —escucho una suave y seductora voz—, Luciana...
Abro los ojos totalmente desorientada. También algo mareada. Sigo en la habitación de Julio. La luz está encendida y logro ver el asustado rostro de mi vecino.
—¿Que sucede? ¿Ya amaneció? —preguntó algo aturdida.
—Se te han bajado los niveles —Julio dice completamente asustado, creo que le va a dar algo—. ¿Llamo a la ambulancia? ¿Los bomberos? ¿Tus padres? ¡¿QUÉ HAGO?!
Me doy cuenta que estoy sudando y temblando. Hace mucho que no se me bajaba la glucosa en la noche, mientras duermo.
—Necesito algo dulce.
—¿Jugo de naranja?
Julio sale corriendo de la habitación y en menos de 30 segundos vuelve. Está temblando tanto que ha derramado un poco de jugo en el piso. Me tomo el jugo inmediatamente.
—¿Te sientes mejor? ¿Quieres algo más?
Estoy por responder cuando su celular suena.
—Es el doctor, un momento —pide.
¿Ha llamado al doctor? ¿En qué momento?
—Quiere hablar contigo.
Julio me pasa a su doctor de confianza, primero que nada el doctor me pregunta cómo me siento, que si creo que fue suficiente con tomar el jugo de naranja. Hace mil preguntas cuando solamente quiero seguir durmiendo. Le seguro diez veces que me siento mejor, y que no es necesario que venga a revisarme a esta hora de la madrugada, finalmente ambos me hacen caso y cierro la llamada.
—Me siento mejor —aseguro— Solo quiero seguir durmiendo.
—Me asusté mucho.
—Lo siento.
—No te disculpes, no lo hagas.
Julio vuelve a la cama, esta vez ignora la frontera que el mismo había trazado hace unas horas.
—¿Y que pasó con el límite?
—Ahora me importa muy poco.
Julio me abraza con fuerza. Creo que se asustó mucho y me siento muy apenada, interrumpí su sueño.
—Luciana, ¿estás dormida?
—Casi...
—Eres muy fuerte, te admiro muchísimo.
Pienso responder, pero me quedo dormida.
Al despertarme me doy cuenta que la habitación está vacía. Aún es temprano, mi celular timbra y lo tomo para revisar. Es mamá, y quiere hablar conmigo. No puedo imaginar que tema quiere tocar, aunque probablemente eso de dormir en casa ajena le molestó un poco. Reviso mis niveles como de costumbre, están en el nivel aceptable, como si en la madrugada no se hubieran bajado tanto.
—Gracias cuerpo, te lo agradezco, te lo juro —me hablo frente al espejo.
Es una forma de agradecerse a sí mismo que hace poco estoy intentando usar.
Me lavo la cara y los dientes. Salgo de la habitación para ir a revisar a Keilyn. La habitación está vacía y sus cosas no están. Le escribo y obtengo respuesta inmediata.
Keilyn: Tuve que regresar a casa inmediatamente, mi madre tuvo una emergencia, pero estamos bien. Muchísimas gracias por todo, en serio, estoy muy agradecida. Tú y tu amigo son unos ángeles.
Salgo de la habitación entre confundida y apenada.
—Lu, tu amiga se marchó muy temprano —Julio habla saliendo de otra habitación.
Tiene las manos manchadas de pintura. En realidad, no es mucho, una que otra mancha de color.
—Me acabo de enterar —pero mi atención está detrás de esa puerta— ¿Que hay en ese cuarto? ¿No me digas que eres un artista?
Estoy a punto de pasar a la habitación, pero Julio me detiene como un oficial.
—No puedes pasar. Es una zona prohibida.
Y me río.
—¿Acaso estás llevando a cabo un plan macabro para asaltar un banco?
—¡Oh, me descubriste! —dice dramatizando—. No quiero hacerlo, pero me veo obligado a deshacerme de ti. Podrías delatarme, ser la causante de una desgracia... de mi desgracia.
—Entonces, ¿no me dejarás ver?
Niega con la cabeza. Hago una mueca de pena.
—Bueno, en algún momento te distraerás y yo entraré. No podrás evitarlo.
Pero Julio cierra la puerta y seguido le pone llave. Bueno, me lo gané por amenazarlo con entrar.
—Eso sí que no —dice sonriendo— ¿Tienes hambre?
Sigo a Julio como los gatos lo siguen cuando tienen hambre, la diferencia es que ellos cuando mueren de hambre gritan con fuerza, como dándole orden a su dueño, yo a diferencia lo sigo muy contenta porque me ha prometido pancakes. Adoro los pancakes, si fuera por mi comería pancakes todos los días.
Lo observo cocinar con atención, es agradable e incluso relajante verlo desenvolverse tan bien en su cocina.
—Puedo cortar las frutas —me ofrezco para ayudarle un poco.
Julio acepta y se dispone a poner en el sartén la espumosa masa. Termino de cortar las fresas mientras le cuento sobre una película que vi hace unos días.
—En realidad, estaba buenísima, no soy de ver muchas películas de terror, me dan miedo esas escenas que de la nada te sobresaltan, pero esta estaba diez sobre diez.
—La veré cuando tenga tiempo —asegura.
Sirve los pancakes y también llena los vasos con jugo mientras añado las frutas. No es mucho, pero es trabajo honesto. Se ve todo delicioso y el aroma delicioso de la comida inunda mis sentidos. No voy a negarlo me estoy babeando por probar un solo bocado y mis tripas están rugiendo desesperadamente.
—Si, yo también muero de hambre —Julio sonríe—. No tanto como tus tripas furiosas. ¿Tienes tu insulina?
—Ya me inyecté, no te preocupes, no moriré por comer esto. Tengo todo bajo control.
—No lo dudo ni un poco. Ahora si, podemos empezar a comer.
Me siento en mi lugar, agarro la cuchara y... esto es un manjar. Quiero remecer a Julio de felicitaciones.
—Nunca en mi vida he probado algo tan rico —admito emocionada por la comida.
—Eso es porque no me conocías.
Iba a responder, pero me atraganto con la comida por lo que inmediatamente doy un sorbo al jugo. También está delicioso cabe recalcar.
—Lu, come despacio, nadie te va a quitar nada —me aconseja el chefcito— Ni siquiera Bigotes come con tanta desesperación.
—¡Es que esto está demasiado rico!
Mi comentario le engrandece el ego a mi querido vecino.
—Lo sé, es que soy un buen chef.
—No es para tanto, yo también podría hacer unos pancakes así de ricos —intento molestarlo.
—Pero nunca tendrán el mismo sabor, créeme —me guiña el ojo.
Pienso darle otro bocado a mi plato, pero me detengo a mitad de camino con la cuchara en el aire. Alguien toca la puerta, no cualquier persona.
Julio y yo chocamos miradas aterradas y me levanto inmediatamente.
—Es mi tío —susurro entrando en pánico.
Si mi tío me encuentra aquí estaré en problemas.
—Julio, ¿estás ahí? —lo escuchamos.
Mi tío toca la puerta tres veces y espera, mientras nosotros no sabemos dónde escondernos.
—Si entra estaré en problemas y aunque le diga la verdad, ya no hay ni rastro de mi amiga en esta casa. Cielos, se pensará lo peor. Estoy en problemas y claramente te meterás en problemas por mi culpa.
—Lu, cálmate y respira lentamente.
Y eso trate de hacer, pero mi tío volvió a llamar a la puerta.
—Quédate aquí y no salgas hasta que venga por ti.
Asiento y me quedo escondida en el baño principal. Pongo el seguro a la puerta y no puedo evitar ponerme nerviosa ante la presencia de mi tío en esta casa.
¿Vino por mi? ¿Él sabe que estoy en esta casa?
Escucho murmuros, no tan entendibles y con curiosidad pego mi oreja a la puerta con el propósito de escuchar mejor, pero en mi enredo algo cae al piso y al saber que puedo estar descubierta, me quedo inmóvil y casi que ni respirando.
—¿Tienes visitas? —pregunta mi tío.
—Seguro son los gatos, esos chiquillos son terribles. La otra vez encontré uno en la encimera. ¿Sucede algo?
Trato de escuchar el resto, pero ya es casi que inaudible porque se han alejado. Los pasos se escuchan en el comedor. Abro un poquito la puerta para seguir escuchando.
—Interrumpí tu desayuno —dice mi tío— Ah, te descubrí, entonces si tienes una invitada, ¿tal vez esa misteriosa chica en la que tanto piensas?
¿Misteriosa chica? Algo dentro de mí se encoge, ¿Por qué yo no sé de esa misteriosa chica y mi tío si?
Quiero escuchar la respuesta de Julio, pero los pasos se acercan. Cierro la puerta con cuidado y me quedo quieta para evitar más ruidos.
—Muchas gracias —dice mi tío— nos vemos luego.
La puerta principal se cierra y Julio abre la puerta del baño.
—Ya se fue —avisa.
Yo suspiro aliviada, pero curiosa.
—¿Necesitaba algo?
—Que reciba un paquete importante.
Asiento y salgo del baño.
—Esta bien. Iré a su casa antes de que vuelva y...
Julio me detiene.
—No te terminaste tu desayuno —dice apenado.
—Debo irme, esto ya fue una señal, imagínate si vuelve. En serio, no quiero meterte en problemas, suficiente con el favor que me hiciste ayer.
—Si te vas ahora le será sospechoso, digo. Quédate un rato más, al menos hasta que se vaya —dice, al ver que no entiendo, continúa— Tiene una reunión muy importante en una hora. Por eso me pidió recoger el paquete.
Estoy pensándolo hasta que mi piel siente el cálido dedo de Julio en mi comisura. Me quedo inmóvil ante su acción, pero este me sonríe como si no estuviera haciendo esto.
—Tenías un poco de crema —aclara divertido.
Aunque su roce fue por una buena causa, algo dentro de mi reacciona. No quiero que esto suceda, me conozco y sé que puedo hacerme miles de ideas en un segundo, pero no puedo hacer esto con Julio, es el vecino de mi tío y mi amigo... solo eso y nada más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro