Había perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde la última vez que el espejo reflejaba su mirada, había dejado de mirarse hacía tantos años que le costaba reconocerse.

Los años y la vida fueron dejando su huella innegable del paso que hicieron por ella, la vida se estaba alejando de ella y la falta de color en aquellos cabellos que recogía en la misma coleta descuidada diariamente le daban la razón.

Negando lentamente mojó sus manos en el agua que caía del grifo perdida en su pensamiento.

Sintió un golpe en su cuerpo al abrirse la puerta del pequeño baño de su "hogar".

-Tardas horas– gruñó.

Odiaba eso de él, no poder tener jamás su privacidad, fue uno de los motivos por los que dejó su aspecto tan descuidado.

-¿Puedo asearme tranquila al menos una vez?- susurró.

Ignorándola como cada día siguió haciendo sus necesidades a su lado, sin importarle en lo más mínimo su reclamo.

Soltó un largo suspiro siguiendo hacia la improvisada cocina para preparar el desayuno a su hijo que debía ir a la escuela.

-¿Panes?- volvió a oír tras ella.

Buen día amor, ¿cómo amaneciste?, un beso en la frente, era tanto pedir. Negó lentamente en respuesta a su pregunta sabiendo lo que seguiría.

-Una cosa no puedes hacer bien, sólo...

-Ve y compra si quieres- gruñó harta.

Tomó la taza con el desayuno de su hijo y se la llevó al escritorio en el que se estaba preparando. Sonrió al verlo ya preparado.

-Desayuna y vamos a la escuela –dijo sonriendo.

Sin pensarlo mucho abrió la puerta de su ropero tomando uno de los jeans gastados que tenía junto a una remera igual en el mismo estado. Ató los cordones de sus zapatillas y salió al encuentro de su hijo con un único pensamiento en su mente.

Serás mejor hijo mío y serás feliz.