Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VIII. Rector desaparecido.

♦♣♥♠

CAPÍTULO 8: RECTOR DESAPARECIDO

Despedí el hospital de una manera agresiva con mi rápido caminar. No sé qué me sucedía que últimamente me enojaba tanto, pero a veces pienso que todo lo malo me ha pasado en muy poco tiempo.

—¿Cuándo dejarás de hacer eso? —Keyla venía apresurada tras de mí—. ¡Espérame que tenemos que hablar!

—¿De qué quieres hablar? ¿De qué te arrepientes de haberme traído aquí y que te perdone? —contesté con total ironía.

La entrada del hospital pasó sobre nuestras cabezas y el frío aire me recibió con sus grisáceos cielos que insinuaban el cambio de tiempo.

—No, sino de que me debes unas cuantas explicaciones. ¿Qué fue eso que la secretaria y tú discutían? ¿Cómo que a quién se le cae el imperio primero?

—Keyla, esa mujer me odia y por más que intento buscar un motivo para eso no lo encuentro.

—¿La secretaria te odia?

—Sí, y como contraste, siente un gran aprecio por Bianca desde el primer día que llegó, ya se conocían desde antes, por algo ella va a visitarla. No te pienses que es por pura humanidad —confesé, reflexionando en cada una de mis palabras antes de que salieran por mi boca.

—¿Qué supones? ¿Qué son amigas...?

—Lo que supongo es que se puede interponer cualquier relación de conveniencia entre ellas dos, y puedan estar trabajando juntas, porque si Bianca fue amenazada por el profesor de literatura para que quemara los exámenes... él y ella pueden trabajar juntos, es solo una posibilidad.

—¡Ja! Trabajar juntos para joderte un examen? —Keyla me miró con una ceja enarcada totalmente incrédula—. ¿Y desde cuando tú eres tan importante para que alguien quiera que suspendas?

De inmediato, me callé, en primera porque me dolió eso viniendo de una amiga, en segunda porque puede que tuviera razón, y en tercera, yo sí era importante para quien sabía mi verdadera identidad y mi verdadera familia.

—No es un tema que deba contarte todavía.

—¿Qué tema? —preguntó repentinamente.

¡Joder! Nada más se me ocurre presentarle una duda.

—Solo te diré que tengo una buena razón para que mucha gente me odie.

—¿Pero cómo?

—¿Me vas a dejar de juzgar por algún momento en este día? —La encaré, ya salida de mis casillas—. ¿O tengo que recordarte que eres la principal sospechosa de lo que le sucedió a Bianca?

—Sabes que no fui yo...

—¿Ah sí? ¿Y quién me lo asegura? —enarqué una ceja mirándola con presión.

De inmediato dio un paso hacia atrás, su rostro mostró confusión y luego dolor.

—Ginger... ¿En serio crees que sería capaz de intentar asesinar a Bianca?

—Tenías el vestido manchado de sangre, podrías haberlo hecho y volver a encender las luces, nadie sabría el tiempo que estarían apagadas más que tú.

—¿Acaso te volviste loca?

—Viste que me empujaron, o sentiste cuando lo hicieron cuando se rompió la copa. Aprovechaste la oportunidad y atacaste a Bianca. La mancha en tu vestido pudo ser la sangre de la chica o que no pudiste lavar bien tus manos. Te pusiste nerviosa y olvidaste ese detalle.

—¡¿Qué demonios estas hablando?! ¡Nunca sería capaz de asesinar a alguien! ¡Me mataría luego!

—¿Y tienes pruebas para que te crea más que tus palabras? —ataqué, dejándola estupefacta.

—Estás loca... Inventas historias sin sentido... Debes tener algún problema psicológico.

—Yo te creo, Keyla, pero las pruebas juegan en tu contra. Soy la única que puede declarar y salvarte aun por encima de todas las pruebas porque teníamos un plan, y si funcionó es que estabas en los lugares correctos, yo creo en tu inocencia, aunque no parezcas inocente. No es justo que me juzgues a mí.

Podría parecer tajante, pero si tus propios amigos no te creen. ¿Quién va a hacerlo entonces?

—Perdona... —respondió.

—¿Me juras que no tuviste nada que ver con eso?

—¡Obvio que no...!

—Ya, suficiente. Yo tampoco sé de lo que esa mujer me hablaba, ni por qué me trata tan mal. Eso es algo que debo descubrir, pero necesito que me creas.

Keyla asintió, sin embargo no mencionamos mas nada por el resto del camino. Sabía que su mente estaba en debate, pero a veces debemos encarar a las personas aunque nos duela hacerlo.

—¿Qué harás con tu examen? —inquirió la chica cuando llegamos a la escuela. Las clases debieron haber empezado hace dos horas.

—Debo buscar al profesor y exigirle una explicación a todo esto.

—Te deseo suerte, yo voy a clase. ¿Me cuentas después, vale?

Asentí y la chica se alejó.

Tomé aire profundo, ya que hoy me propondría acabar con este asunto de una vez por todas.

Mis pasos me dirigen a nada más y nada menos que el departamento de mi profesor de literatura: mi principal sospechoso, uno que aunque me dedicara a otros asuntos, seguía entre mis cejas. A él no le podría chantajear con contarle el secreto a su esposa: ¿qué esposa conocía yo? Ni si quiera sé si tiene. Sé que no es gay gracias a la madre de Gloria, solo tengo conciencia de eso.

—Buenos días —toco la puerta entreabierta de su departamento y me asomo—, profesor...

Está con su celular entre sus dedos, su mesa queda lateral a la puerta, tanto que cuando lo asomo puedo ver su rostro de perfil. Gira su rostro hacia a mí, al verme se me hielan los huesos. Lo sentía malvado, sus cejas parecían arrogantes, la tranquilidad con la que me dedicó una falsa sonrisa para luego mirar otra vez el teléfono me puso los cabellos de punta.

—¿Ginger Roble, no? —dice mi nombre—. La chica del examen.

—La misma —respondo, trato de parecer segura.

—¿Qué quieres, Ginger? —El hombre sigue mirando su celular, así como exige respeto y atención y no ofrece nada a cambio.

—Saber en qué quedó lo de mi examen... —pauso, me trago el orgullo por mi futuro a continuación—, por favor.

Él suelta su celular, lo apaga y lo desliza sobre la mesa, me dedica su atención asintiendo levemente. El profesor que siempre va vestido con el mismo modelo de traje cada día, una corbata, un saco y unos zapatos antiguos, pantalón de corte recto y telas enterizas. Era un profesor elegante, pero lo mismo que tenía de elegancia, lo tenía de cínico.

—Ay Ginger, ese problema tuyo no depende de mí —suelta una risa baja—, tu examen pasó a niveles superiores, hasta ahora no tengo conciencia de nada.

—¿Niveles superiores? ¿El Ministerio de Educación está encargándose de eso?

—El rector se encarga de eso —me aclara—, debe estar encargándose, si no te ha dado ninguna respuesta después de estas semanas no lo sé. Ya no es mi problema.

Me maravilla la manera en la que se libran de los problemas que les tocan.

Me dirijo a la puerta sin rechistar, no tenía nada que hacer ahí.

—Y Ginger... —me interrumpe cuando voy a abrir la puerta, me giro sobre mis talones.

—¿Si?

—Estudia, te hace falta.

Tomo aire profundo, dedicándole mi más perra cara de culo.

—Eso llevo haciendo desde antes y después de la prueba, que si acabaran de resolver el problema, se darían cuenta de que no estría suspensa —digo con seguridad y salgo disparada hacia fuera.

¿Qué se creía ese maldito estúpido? Tomo aire y relajo mis tensiones, pero... Esperen, todo no dependía del director: él debía tener control de sus exámenes, de la cantidad, de dónde estaban, nadie podía sacar ninguno de ahí sin que él lo supiera. Ese hombre sí tenía la culpa, y esa culpa no podía echársela al rector.

—Olvidaba una cosa —entro por esa puerta de una forma demandante que la hago chocar contra la pared.

—¡¿Por qué tiras así la puerta?! —espeta, se para de su asiento y agita sus manos. Sus cejas están notoriamente fruncidas.

—¡¿Por qué usted me está mintiendo?! —grito—, sabe muy bien que usted guardó esas pruebas bajo sus cuidados. Absolutamente nadie podría abrirle la maleta, sacar mi examen y poner otro en su lugar sin su consentimiento. ¡Es más que obvio que usted fue cómplice del fraude, y usted lo sabe! Sabe que la prueba que calificaron no es la mía, y sabe que sacaron la mía entre esos papeles porque usted lo permitió. Ahora dígame. ¿Tiene que parar esto en la policía?

Estaba fuera de mis cabales, mi pecho subía y bajaba al ritmo de una respiración acelerada. Sabía que me estaba arriesgando, que estaba llegando incluso demasiado lejos, pero era necesario, era más que necesario.

—¡Me amenazaron, ¿vale?! ¡Me amenazaron con despedirme, dijeron que iban a acabar con mi vida si no lo hacía! —responde, dejándome absolutamente estupefacta.

Notoriamente estupefacta.

No puede ser posible. Lleno mis pulmones de aire, me relamo los labios y alzo mi barbilla.

—¿Quién lo amenazó?

Esa pregunta, esa pregunta era primordial. Después de saber la respuesta, sabría quién era el culpable de todo esto, quién quería jugar conmigo. ¿Ya confían en mí? Tenía el presentimiento de que alguien quería verme mal, hundirme, hacerme sufrir.

La respuesta estaba cerca, cuando sus labios se movieron, no hubo vuelta atrás.

—El rector.

Ya no hay vuelta atrás.

¿Por qué cada vez que intento acabar con esto se complica cada vez más?

—No se piense que esto lo libra de culpas, usted es el máximo responsable de que casi pierda mi carrera, y no me voy a quedar de brazos cruzados. Usted pagará por esto, todos lo harán —me largué de su departamento furiosa, la sangre hervía en mis venas. Podría darle un puñetazo al primero que se atravesara en mi camino.

Ni siquiera le conozco la cara a ese hombre, ¿quién demonios se creía que era para ordenar que me suspendieran en el examen? No me importa que sea una figura de autoridad, lo voy a enfrentar y si osa con mentirme, pondré a ambos cara a cara para que se dejen de mentiras.

—Ginger.

Me detuve y miré hacia al lado. Keyla me acababa de hacer una seña para que me detuviera.

—Espera, ¿a dónde vas?

—Al rectorado, acabo de hablar con el profesor de Literatura con respecto a mi examen y me ha dicho algo horrible —confesé, aun sin creerme que fuera una persona tan baja.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que el rector lo amenazó para que me suspendiera —escupí, esa verdad se sintió como un vómito.

—¿Pero qué mierda? —gritó, vi su rostro espantado, se cubrió la boca con las manos— ¿Qué motivos tendría el rector para hacerte eso?

Asentí, confirmándole a Keyla que tenía la misma duda que yo.

—Eso es lo que quiero averiguar ahora.

—¿Lo vas a encarar? —preguntó con precaución, miré su rostro y lucía algo asustada.

—Sí, ¿qué tiene?

—Es que me parece peligroso —confesó, provocando que me riera.

—No me van a echar de la universidad por eso, vamos —me giré pero esta me tomó por el brazo.

—No, será peor. ¿No te resulta raro que el anterior rector se marchara sin dejar rastro? Así de repente... no me da buena espina.

—¿De qué estás hablando?

No entendía nada de lo que me estaba diciendo, ¿de qué no me estaba enterando?

—¿No has visto las noticias? —Inquirió, a lo que negué extrañada—, enciende tu teléfono, y mira. Es lo más reciente en Cambrigstone.

Busqué mi celular con rapidez en mi bolso, y una vez que lo encontré, deslicé mi dedo por la fría pantalla hasta la sección de noticias. La página del pueblo tenía varias notificaciones. Una vez en ella entré a la primera noticia:

El rector de la universidad de Tyles ha abandonado la ciudad. Después de una semana sin asistir a la institución fue dado de baja con la excusa anterior pues no se encuentran más explicaciones para dicha falta.

El pueblo de Cambrigstone no comprende la razón de tantas desapariciones en el centro educacional. ¿Tal vez se debe al comportamiento de los profesores? ¿O tal vez al de los alumnos?

¿Habrá estudiantes que no aceptan a sus profesores y los hacen marcharse a un lugar desconocido?

—¿Por qué vengo a darme cuenta de esto ahora? —musité.

Keyla se acercó a mí.

—La noticia está corriendo por el pueblo desde esta mañana, recuerda que nos atrasamos por ir al hospital y... a la comisaría —susurró la última palabra.

—¿Y por qué nos enteramos por una noticia y no nos hacen el comunicado? —inquirí extrañada, pero luego supe la respuesta—. Claro, la perfecta Universidad de Tyles no puede ser manchada con malos rumores.

Tenía que ser irónica, era lo único que me quedaba. Odiaba que ocultaran las cosas.

—¿Y entonces...? ¿El profesor de literatura estaba jugando conmigo? Es obvio que ganaría echándole la culpa a alguien que ni se encuentra en la ciudad.

—¿De qué hablas?

—Me dijo que el culpable de mi suspenso era el rector, que lo amenazó para que me suspendiera. Es obvio, quería deshacerse de la culpa. Serán adultos responsables pero en realidad es que son unos burros.

Sentía asco de esa gente, si por mi fuera me largara de esta escuela y con ello desaparecerían todos mis problemas.

—¿Por qué no dejas de pensar en eso y mejor estudias para la próxima prueba? Pienso que es lo mejor.

Tomé aire profundo, dispuesta a mirar a Keyla mal, pero luego recordé que estaba en la universidad, donde lo principal eran los estudios y no solucionar exámenes falsificados. Mi carrera era Comunicación Social, no detective.

—¿Estudiamos luego en la biblioteca? –le sugiero.

—Si...

La discusión con el profesor se convirtió en un impulso para mis estudios, ya que me motivó a demostrar mi capacidad para concentrarme y obtener buenos resultados académicos.

La sala de conferencias era el espacio donde todos los grupos se reunían para recibir una clase en común. Las paredes estaban pintadas en un tono crema y la estructura del lugar era circular y ascendente. Los asientos estaban dispuestos en filas y círculos, formando su especie de escaleras, como los asientos de un teatro circular, donde cada nivel estaba un poco más alto que el anterior. En la parte delantera y central, yacía el primer nivel de la secuencia de escalones, donde había una pequeña plaza en la que el profesor caminaba mientras explicaba.

Un proyector reflejaba las imágenes por encima de nuestras cabezas hacia un lienzo blanco que el docente señalaba con su puntero. Mi lápiz bailaba sobre las hojas y reposaba sobre mis labios mientras prestaba atención a este escribiendo en el gran y blanco pizarrón al lado del proyector.

A lo lejos con su cabello rosado y corto, puedo distinguir a Gloria entre la multitud. Está a varios escalones más abajo, en el primero para ser exactos. ¿Desde cuándo está ahí y cuándo ha llegado?

Al culminar la clase y luego de habernos ordenado hacer cinco trabajos a entregar la semana que viene, corro hacia uno de los pasillos laterales que separaban los tres grupos de asientos por donde los estudiantes iban saliendo. Ni siquiera esperé a guardar los libros, los dejé sobre la silla y para ir a donde está Gloria.

—¡Hey, hola, Glo! –le saludo con entusiasmo—, no te vi por la mañana. ¿Llegaste tarde?

Ella me mira mientras guarda sus cosas.

—No, por el contrario, llegué más temprano y entré aquí a esperar. Keyla y tú fueron las que llegaron a la hora exacta –confiesa, en su voz no hay ningún cambio y respiro en relajación.

—Ahh, si. ¿Y por qué no fuiste con nosotras?

—Sabes que tengo problemas en la vista –comenta dedicándome una mirada seria al terminar de guardar sus cosas.

—Cierto... Oye, Keyla y yo vamos a la biblioteca ahora a estudiar. ¿Vienes con nosotras?

—Ja, ¿estudiar? ¿Estudiar qué? ¿La clase de hoy?

—Si –asiento. Gloria me analiza con una cara de incredula, pasea sus ojos de arriba abajo como si no se lo quisiera creer, como si buscara algún defecto en mí o muestras de una pronta enfermedad.

—Qué bueno que empieces a estudiar, a ver si levantas esas notas –asiento—, okey vamos...

Suspira. Se mantiene callada en todo el trayecto, por lo que busco mi mochila y los libros que había dejado al abandono para salir a donde ella y Keyla me esperaban. Era hora de un cambio de personalidad, debía volverme más responsable.

El pasillo y nosotras caminando sobre él, las escaleras dirigiéndonos al mundo de los libros, desde el cual por la serie de ventanas a nuestra izquierda se podía observar el campus con algunos chicos haciendo deportes.

—¿Y bien? –dice Gloria colocando su mochila sobre la mesa que escogimos junto a la ventana.

Me siento en una de las sillas que apunta en dirección a Defne, su madre, quien es la bibliotecaria de la escuela, Gloria le da la espalda en la suya y Keyla se sienta a su lado, junto a la ventana como yo.

—Empecemos –ordena Keyla quien me saca de mi ensimismamiento—. Creo que lo mejor es hacer resúmenes, esquemas... Podemos hacer fichas, las ponemos al revés sobre la mesa, seleccionamos una y la explicamos. Después intercambiamos y así podemos mantenernos.

—Es buena idea –apoyo, Gloria asiente.

—Solo necesitamos hojas. –Gloria se pone su mochila sobre las piernas, comenzando registrar.

—Creo que tengo hojas por aquí, marcadores también. –Hago lo mismo con mi mochila, sacando un monto de hojas blancas. Vamos a hacer los resúmenes, después tenemos que almorzar

Dieciocho páginas he terminado, ni más, ni menos, dieciocho resúmenes más argumentados que el mismísimo diccionario. Mi cabeza late, mi estómago ruge, sentía que me iba a desmayar.

—Joder, chicas, que nos hemos pasado más de dos horas aquí –espeta Gloria cansada, mirando su reloj—. Son casi las dos de la tarde, no hemos comido nada.

—Creo que me están dando mareos –confieso, presionando los labios—. Terminemos, vamos a almorzar. ¿Vale?

—Podemos ir al café de la otra esquina, está frente a la Prensa del pueblo –sugiere Keyla. Me quedo pensativa.

—No tengo ni puta idea de qué café hablas –suelto.

Gloria deja escapar un resoplido.

—Está de lujo, no lo ves porque tu casa queda para el otro lado. A mi me hace camino a casa. Lo abrieron los otros dias, aunque no sé qué tipo de comida servirán.

—Que sirvan cualquier cosa, me comería un elefante ahora mismo. Creo que mi cerebro se ha llevado toda la comida en mi estómago para entender literatura. Si va a ser asi siempre, creo que voy a terminar pesando 100 kilos.

Mis amigas se ríen por mis ocurrencias, comienzo a guardar los apuntes con la mente en la comida. Nos hacen bien los descansos, juro que en ocasiones sentí que sudaba frío.

Al bajar las escaleras, subía nada más y nada menos que el rector, quien se ha ganado mi mirada fría y de desaprobación. Las chicas siguieron bajando las escaleras, yo me detuve en medio de estas a la espera de que me pasara por al lado. Cuando lo hizo, me miró por una milesima de segundo, disminuyó su paso, y luego tomó impulso para seguir.

—¿Es usted el nuevo Rector? –me volteo, él se detiene en el escalón, no se gira, se mantiene quieto, como si un león lo estuviera vigilando.

—¿Si? –mira sobre su hombro. Podía ver su rostro de perfil.

—¿Puedo hablar con usted? –frunce el ceño al escuchar mi voz.

—Claro, ¿en qué puedo ayudarle?

—El profesor de literatura me ha dicho que el anterior rector lo amenazó para que me suspendiera en el examen. ¿Fue por eso que se fue?

El hombre ante mí abre los ojos, suspendido por la acusación.

—¿Qué? ¡Eso es completamente falso! ¿De qué me está hablando usted?

—Él me dijo que le amenazó con que si no me suspendía, habría consecuencias para él.

—¿Cuál es tu nombre?

—Ginger.

—Bien Ginger, soy nuevo en esta universidad, discúlpeme pero no tenía conciencia de eso. Solo me llamaron para que tomara el puesto en el rectorado porque el rector tenía problemas personales.

—¿Problemas personales dice? ¿Quién le dijo eso?

—No creo que tenga importancia que usted sepa esa información, estudiante. No obstante, lo que plantea es una acusación muy grave. ¿Está segura de que el profesor dijo eso?

Asiento con firmeza.

—Sí, estoy segura. Me lo dijo literalmente frente a mis narices.

El rector respira profundamente, visiblemente molesto por la situación.

—Bien, entonces necesito hablar con el profesor de literatura. Si esto es cierto, es una violación grave de la ética escolar.

Asiento, sintiendo un poco de alivio al ver que el rector estaba tomando en serio mi denuncia, y no a juego como lo han hecho todos hasta ahora.

—¿Qué va a hacer al respecto?

Él sigue subiendo los escalones que le faltan para llegar al segundo piso, pensaba que no me respondería, pero se voltea para mirarme de frente.

—Voy a investigar esto inmediatamente y tomar las medidas necesarias para que esto no vuelva a suceder. Lamento mucho que hayas tenido que pasar por esto, Ginger. Por favor, ten la seguridad de que haremos todo lo posible para resolver este problema. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro