V. Su nombre es Bianca.
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CAPÍTULO CINCO: SU NOMBRE ES BIANCA
Oscuridad, ramas de árboles desnudas, hojas cayendo sobre el parabrisas. Pie en el acelerador, corazones latiendo rápido, la vista en llegar a la carretera. ¿Cómo más se podría describir este momento?
La señora Roble y yo habíamos salido de ahí con el corazón en la boca, ella más histérica que yo. Me aferré al asiento como si mi vida dependiera de ello.
—Señora Roble, cálmese, ese hombre no nos está siguiendo. ¿Puedes manejar bien para que al menos terminemos el día con vida? —La juzgué con la mirada, sin embargo sus ojos estaban fijos en el frente—. Genial, estás en shock. Olvídalo —rodé mis ojos y me aferré a mirar por la ventanilla.
Comencé a ver las luces callejeras y hogareñas del pueblo, a través de la ventana vi líneas más claras interferir en el resplandor de las bombillas. Sentí el olor a tierra mojada, un relámpago iluminó el cielo.
—¿Podrá la noche ponerse peor? —la señora Roble se quejó.
—Maneja bien.
Pasamos por la manzana del parque y la universidad, me sorprendí al ver a los chicos jugando futbol, todos empapados. Hombres, ni la lluvia les impide su amor por el deporte.
Quedaron pequeños en el retrovisor antes de verlos desaparecer cuando doblamos por una de las calles. Nos estacionamos en casa, el auto quedó en reposo, el movimiento se pasó a mi cuerpo cuando salí disparada de ahí hacia dentro.
—¡¿Qué fue eso?! —La señora Roble cerró la puerta—. ¡Dios, qué hombre más maniático! Perdóname, mi intención fue ir a relajarnos, no alterarnos más.
Caminé hacia la barra que separaba la amplia sala de estar de la cocina en busca de una jarra de agua. Serví algo temblorosa el líquido en un vaso de cristal. Me lo llevé a mi boca y tragué rápidamente. Lo volví a colocar en la barra.
—Pierde cuidado, ese señor se apareció en medio de la nada. Incluso me dio la impresión... —me interrumpió.
—¿De qué?
No sabía si debía decirlo, pero me arriesgué.
—De que quería suicidarse.
—¡¿Qué?! —El rostro de espanto de la señora Roble me impactó— ¡¿Por qué demonios piensas en esas cosas tan terribles?!
—Madre, es la realidad, vi sus intenciones de lanzarse al lago.
—No sabes de lo que hablas.
Solté un resoplido, estaba cansada, había sido un día pésimo. Salí de la cocina a paso seguro, entrando por la puerta de mi habitación que se encontraba frente por frente a esta. Entré, la señora Roble me siguió. Me senté en la cama, lanzando mis botas hacia donde cayeran.
Mi madre se agachó al suelo para recoger mis botas que habían caído en el medio de mi habitación azulada. Se puso erguida y lentamente me analizó.
—Haz algo productivo y no pienses más en eso. Estudia, lo más probable es que tengas que repetir el examen.
—¡Ash! ¡No quiero eso! —tomé una almohada y la choqué con fuerza contra mi cara. Me lancé hacia atrás, estrellando con fuerza mi cabeza en la pared que olvidé que se encontraba ahí—. ¡MIERDA!
Me reincorporé en un instante y me llevé la mano a la nuca, el dolor comenzó a recorrerme la cabeza, tanto que me hizo cerrar los ojos y olvidar todo lo que había vivido el día de hoy por un momento.
—El dramatismo no te va a llevar a ningún lado —fue el consuelo de mi madre antes de salir de la habitación. Saqué mi dedo medio aunque no me hubiese visto.
Respiré profundo, esta vez miré hacia atrás y me recosté boca arriba en la cama. La ventana quedaba en la otra esquina de mi habitación, como a tres metros de mi cama, cubierta por una cortina. Mi vista se paseó por la mesa de estudio que estaba a su lado, llena de papeles con párrafos, esquemas y escritos que tanto me estudié. En la otra esquina, estaba mi armario completamente negro, así como la mayoría de la ropa que tenía dentro. Las botas no faltaban en mi calzado, y el rosa brillaba por su ausencia. Me volteé en la cama para ver mi espejo, que a la vez servía de soporte para varios calcetines, abrigos y ligas para cabello.
En fin, un desastre.
Al lado de este, el baño que iluminaba ahora el dormitorio, puesto que la luz principal estaba apagada.
Bienvenidos a mi rincón oscuro.
Sentí los ojos pesados, di por concluida mi lucha por mantenerlos abiertos y pronto, dejé de escuchar cuando todo se puso oscuro...
—Pasa, Alejandra. —habló sin siquiera mirarme.
—¿Disculpa? ¿Alejandra? —Fruncí el ceño, él miraba a sus pies— ¿Crees que me llamo Alejandra?
—¡No te hagas la tonta, Alejandra! Decidiste marcharte y nunca volviste —alzó su voz y unas venas marcaban su cuello— ¡No vengas a hacerte la desentendida ahora...!
Ojos claros, ojos oscuros, ojos siniestros.
Oscuridad...
—¡Ginger, tenemos que irnos de aquí!
La vieja puerta de madera chocó estrepitosamente con la pared de la cabaña, causando que brincara sobre mi posición. Ella llegó apresurada y repentinamente, dejándome confundida.
—¿Por qué...? —traté de mirar su cara, pero estaba borrosa.
—Te explico luego, ahora vamos a jugar con las muñecas.
Oscuridad...
—¡Natasha! —gritó el anciano desde adentro haciéndome brincar— ¿Por qué tu hija no volvió por aquí? ¿Le impediste a Alejandra verme como las otras veces? ¿Eh mujer?
Oscuridad...
—¿Esos son autos de policía en el bosque? –inquirí al escuchar sirenas afuera.
Oscuridad...
—¡Huye, Natasha! Huye con tu hija que es lo que mejor sabes hacer.
Oscuridad.
Abrí mis ojos. Me senté con rapidez. Muchos latidos. Boca seca. Sudor.
Tenía que haber sido una pesadilla, una horrible pesadilla.
***
Un chapoteo ocasionaban mis botas al correr por las calles, todo estaba gris y húmedo, el tiempo estaba comenzando a cambiar. Sentía el cambio de temperatura en el ambiente, todo se estaba volviendo frío. Los autos parqueados en las calles tenían sus cristales empañados; a mi lado, la cristalera de uno de los cafés impedía que pudiera mirar a su interior. Deslicé mi dedo índice por todo el cristal, mientras caminaba mirando mi reflejo en los charcos de agua del suelo. Mis botas negras estaban ya mojadas, en mi mano cargaba un paraguas, con la otra sostenía mi bolso.
Crucé la calle del parque y subí apresurada por las grandes escaleras de entrada de Tyles. Atravesé el umbral de la gran puerta, las enormes paredes me protegían un poco del mal tiempo. Miré mi reloj de pulsera: llegaba tarde, así que lo mejor era apresurar el paso.
Llegué a mi salón de clases después de estar tocando la puerta del profesor de Literatura como 5 minutos; necesitaba saber si había hablado con el rector, sin embargo, no hizo acto de presencia. Todos estaban atendiendo a la secretaria que daba informaciones sobre nuestros estudios, al parecer.
Detuve mis pasos en la puerta, emitiendo un chillido con la azuela de mis botas, lo que hizo que todos se enfocaran en mí. Gloria se chocó la palma de la mano con su frente y respiró profundamente, mientras Keyla se estaba riendo por lo bajo y tratando de desviar la mirada hacia una de las ventanas por la reacción de la pelirrosada.
—Perdón por la hora, estaba resolviendo un asunto importante —me excusé, tratando de mantener la calma.
La secretaria me detalló a través de sus anteojos redondos y finos, antipática. Permanecía seria, callada y cansada, como si detestara las interrupciones. Su cabellera rubia ceniza caía sobre sus hombros y formaba un cerquillo sobre su frente. En la esquina de su mesa, noté una taza de la cual despegaba vapor. La tomó y se la llevó lentamente a sus labios, sin emitir una palabra. Agarré mis manos frente a mi cuerpo en lo que esperaba que con su paciencia se tomara la bebida. La despegó de sus labios, colocó la taza sobre la mesa, haciéndola sonar.
—Avanza, ¿qué esperas? —ordenó, con radicalidad.
—Su permiso —contesté con el mismo tono y desvié la mirada, sin embargo sentí la de ella en mi espalda en lo que detallaba las mesas, en busca de una silla bajo estas que no estuviera ocupada.
Esta mujer no me caía bien ya, la veía muy seria, muy estricta, capaz de amenazarte con la mirada solo por cometer un desliz.
Me apresuré a una silla desocupada delante de Keyla y Gloria, justo al lado de Plech.
—¿Tan temprano y metiéndote en problemas? —inquirió Plech mientras yo ponía el bolso sobre la mesa y empezaba a sacar los libros.
—Mejor no preguntes —susurré mirando hacia al frente, evitando que esa mujer pusiera sus ojos sobre mí.
—Vamos, te levantaste con el pie izquierdo.
Decidí ignorarlo y empezar a alistar una hoja para copiar sobre lo que la mujer hablaba.
—Estoy hablando contigo.
—Shh —lo callé y devolví mi vista a la mujer, rígida, firme, como si me fuera a enterrar un rifle en la cabeza.
—Me estoy preocupando por ti y así es como me pagas —pude ver cómo se recostó en el espaldas de su silla y se resbaló más para abajo en esta—, está bien.
—Sabes que no es eso —susurré—, de esto depende mi carrera así que déjame tranquila.
Le dictaminé poniéndole punto final a la conversación, colocando mi mentón sobre la palma de mi mano y mirando fijamente a la secretaria.
Cuando de pronto, sentí un calor en mi otra mano que me tomó por sorpresa.
Despegué la mano que tenía en mi mentón quedándome quieta, tratando de pensar o de hallar una causa. Sin darme cuenta, mis labios se entreabrieron y mi mirada bajó a la mesa, y lentamente por mi brazo, hasta que llegué a mi mano.
Plech la tenía entrelazada con la suya y me miraba fijamente, como si quisiera averiguar más sobre mí, más de lo que se reflejaba en mis ojos y de un modo u otro esa mirada fija me ponía nerviosa.
—Lo sé —me susurró mientras sus ojos recorrían los míos—, solo es que me gusta molestarte a veces.
—Estoy preocupada.
—Tranquila, lo de la prueba se solucionará —sentí el apretón de su mano, luego más fuerte—. Lo hiciste bien y eso nadie puede cambiarlo. Verás que encontrarán que todo lo que te sucedió fue un accidente, o peor, un fraude.
—Espera... ¿Cómo sabes lo del examen?
Me puse seria de inmediato, alcé una ceja y me alejé un poco. Me volteé hacia atrás, Keyla a mis espaldas estaba totalmente seria mientras me miraba, Gloria miraba a todos como si temiera que sucediera algo.
—Eh... Keyla me dijo algo de eso —respondió.
Miré a la castaña, ella asintió, luego desvió la mirada. El alivio me recorrió, enfocándome en la letra de Plech. No era la del examen.
—Además, confío en ti. Ya verás que superarás esto —dicho esto, alejó su mano de la mía. Una pequeña sospecha de que Plech estuviera interesado en darle celos a Keyla se apareció por mi cabeza, mas estuve impresionada por sus palabras, a tal punto de pedirle un consejo. En ese momento, sentí que tenía en él a un amigo, que era más que el amigo de Rafa que jugaba con él futbol todas las noches en el parque.
Lo sentí más cercano, como si él fuera un amigo íntimo, como si nunca existiese una distancia entre nosotros.
Pero entonces, un sonido nuevo me hizo saltar de mi ensimismamiento. Un tintinear muy fino y detallado en el suelo, pero que a la vez se sentía firme y hasta molesto.
Algo me decía que girara la cabeza, que significaba peligro e inmediatamente escalofríos recorrieron mis manos que pronto comenzaron a sudar.
—Bianca, querida —la secretaria habló y entonces alcé la mirada.
Ella estaba ahí, con su singular elegancia y vestida de blanco. Un pantalón de campana blanco y alto completamente de tela, sujetado por un cinturón negro y brillante que unía su conjunto con una blusa tan blanca como la nieve y sobre esta, un collar dorado con un medallón en el medio de la abertura que dejaba al descubierto su blanco y largo saco, lentes sobre su cabellera rubia y corta, y su perfume inundando todo el salón.
—Bienvenida a tu nuevo salón de clase.
Estaba ahí. Sí.
La chica misteriosa estaba ante mis ojos. La misma chica que seguí esa noche y que había quemado unos papeles luego de salir de la universidad.
Ella estaba ahí. Frente a mí, y tranquila sobre todo.
—Gracias, profesora —asintió con delicadeza, como una perfecta fina de la alta sociedad.
Noté cómo todos mis compañeros la detallaban, comentaban y empezaban a preguntar dónde había ella comprado ese perfume que ahora se entrelazaba con el frío del ambiente. Plech, a mi lado, no despegó la mirada de ella ni por un momento.
—¿No vas a pasar? —Inquirió la secretaria—. Adelante, pasa.
La chica asintió lentamente y comenzó a caminar hacia el centro del salón, al lado de la secretaria, quien le señaló con el dedo índice a unas mesas tras de mí.
—Siéntate ahí, al lado de Rafael —le ordenó la profesora y mi boca casi llegó al suelo.
¡¿Qué rayos?!
Volteé a ver a Rafa. Mi Rafa, y ahora me pregunto desde cuándo he sido tan posesiva con algo que ni siquiera es mío.
Pero que quisiera que fuera mío.
Ella colocó su bolso sobre la mesa y se acomodó en su silla, ofreciéndole una mirada cargada de inocencia al chico a su lado, a la cual el idiota se la devolvió.
¡Rayos!
Me giré sobre mi silla mirando al frente y frotando las palmas de mis manos contra mi sien.
Calma, Ginger.
Calma.
Él no es tuyo. Solo le sonrió.
Calma.
¿Han escuchado esa frase que dice que todos los caminos llegan a Roma? Pues ahora siento que todos los míos se cruzan con ella:
Bianca.
Al fin tengo su nombre.
—Celosa a la vista —me dice Gloria y la amenazo con los ojos, a lo que ella se comienza a reír.
—Tranquila, que en un día no te lo va a quitar —trata de calmarme Keyla—. Pero en una semana tal vez sí. —Y lo empeora para molestarme, supongo que era el karma.
Mi cara se transformó en un rígido mármol, algo que hizo que Keyla hiciera a un lado su sonrisa cuando vio que Plech se encontraba frente a ella y al lado mío.
—Mejor me callo.
—¡Sí, mejor! —dictaminé y me giré hacia el frente cruzada de brazos, mientras escuchaba risitas por parte de Gloria.
Solo concéntrate en lo que dice la secretaria, Ginger.
—Como bien he dicho hasta ahora, ustedes se están formando para ejercer sus carreras como unos profesionales, por eso deben esforzaste desde ahora en la universidad con detalle y dedicación. Les sugiero mejorar sus notas para que culminen con los mejores resultados posibles, que estudien más, pues en la última prueba que fue la de...
—¡Literatura! —le completó Gloria.
—Eh, gracias linda. ¿Cuál es tu nombre? —Le preguntó la secretaria.
—Gloria.
—Gracias, Gloria. Como dice ella, Literatura. Hubo notas muy bajas y quiero decir que hasta hubo suspensos. —La secretaria abrió su boca y sus ojos parecían como si quisieran acuchillarme, o acuchillarnos, a todos.
Antipática.
—Deben mejorar eso. Están en una carrera de letras, en la universidad de Tyles. Saben ustedes el prestigio que tenemos en el país a pesar de estar en este pequeño pueblo, y se están jugando su carrera. La universidad es para estudiar todos los días, acostarse tarde, leer, investigar, porque ahora ustedes son la generación que poco a poco va remplazando a la anterior, y todo quedará en sus manos. —Tomó aire mirándonos a todos, deteniéndose en Bianca—. Bianca, cielo, iré a la reunión con los profesores para ver qué haremos con los suspensos de este año —le dijo y la chica asintió—. Cuídame el bolso.
Quedé totalmente incrédula, ¿de dónde la secretaria conocía a esa chica? ¿Por qué tenía tanta confianza con ella?
Bianca se levantó de la silla en la que estaba y se dirigió a la mesa en donde estaba una vez la secretaria. Si no le viera el rostro las confundiría pues tenían idénticos el color del cabello.
Se sentó y se acercó el bolso a ella. Todos la miramos como a una profesora, como si fuera a dar una clase sentada en ese jodido trono.
Keyla y Gloria no sabían nada de lo que ocurría esa noche, para ellas, mi antipatía con Bianca sería debido a Rafael, pero no. Era algo más.
Siempre fue algo más.
Esos papeles...
Vi cómo se agachaba y abría la carpeta que tenía a la mano, de ella sacó unas hojas blancas con manuscritos. Las letras son distintas, había unas grandes y otras pequeñas pero desde donde estaba no podía saber lo que era.
Solo podían ser algo...
Tomó la carpeta e introdujo unas cuantas hojas adentro, sin embargo, otras las dejó en el suelo. Se levantó y revisó el bolsillo trasero de su pantalón. Al parecer no encontró lo que buscaba porque revisó el otro bolsillo y de este sacó algo que no distinguí.
Lo presionó y una llama de fuego se vislumbró entre la oscuridad. Tomó los papeles y les prendió fuego.
Eran los exámenes.
¡Aunque se hable con el rector, será imposible probar todo! ¡Las pruebas están hechas cenizas! Y sin embargo, tiene el valor que venir aquí y mirarme a la cara fijamente como lo está haciendo ahora. Al final, mis suposiciones eran ciertas.
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