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Capitulo 9. Un atardecer de oro y plata.


- Eras un rayo verde – le dijo Aramen. – Cuando vi que no estabas en tu casa me di cuenta de que podías haberte dirigido al campo de batalla del simulacro y casi me muero. Corrí tanto que se me salía el corazón por la boca. Cuando llegué ya estabas delante de Auris en medio de un fulgor de mil colores. Ella no se defendió en absoluto. Solamente alzó la mano para intentar hablarte... y entonces la clavaste la flecha con un gesto terrible, y un segundo después parecías haber visto un fantasma... Argentis creó el escudo a vuestro alrededor...y menos mal que resultó la conexión, porque volaron unas cien flechas de todos los elementos en vuestra dirección, incluida una mía, debo confesar... Fue un espectáculo espeluznante. Argentis luchaba para interceptar todos los ataques y a todos los que se acercaban a ti. Su expresión era de terror absoluto. Apenas me dio tiempo a acercarme a ella cuando se desmayó...totalmente agotada. La llevé a su casa totalmente inconsciente. Cuando se despertó insistió en ir a tu casa. Pensábamos que Auris estaría...

- Pensabais que la había matado.

- No sabíamos que habías cerrado la herida. Por el camino nos lo contaron, así que pasamos antes por casa de Auris y vimos que estaba consciente y batallaba con Flora... – rio un poco recordando – como si no hubiera pasado nada; se negaba a estar quieta...poco más tarde pareció dormirse. Y un minuto más tarde estábamos en tu casa.

- ¿En un minuto? ¿Dónde está la casa de Auris? – preguntó Beril, extrañado.

Solo había un pequeño grupo de casas sobre la colina donde habitaba Beril, las demás distaban al menos 10 minutos de allí.

Aramen tragó saliva, visiblemente incómodo.

- Era una forma de hablar... – dijo.

Beril sonrió tristemente al ver la expresión de Aramen y se frotó la cara con las dos manos, suspirando.

- No sabes cuánto me arrepiento de haber perdido la cabeza. No me lo podré perdonar nunca. Yo... espero que Auris se recupere pronto y que todo esto no tenga ninguna consecuencia. Me siento como si estuviera en deuda con ella, al mismo tiempo que no puedo soportar siquiera pensar en que por su culpa... 

- Auris puede ser de todo, pero no es mala persona Beril... lo que pasó aquel día... – dijo Aramen con las cejas levantadas que resaltaban su afirmación.

- Entonces, ¿está bien? – preguntó sin mirarlo directamente.

A Aramen pareció cogerle por sorpresa la pregunta.

- Tu lanza la atravesó de parte a parte, el corazón estaba dañado, pero por fortuna con las curas de la señora Flora la herida está cicatrizando rápidamente y volverá a ponerse en pie en breve.

- ¿En breve? – resopló de nuevo.

- Es curioso...

- ¿El qué? – pregunto Beril.

- Ella también me preguntó por ti cuando he pasado a verla hoy. En realidad, me pidió que te dijera que se alegra de haber sido ella la que ha resultado herida esta vez, y que siente muchísimo que no hayáis coincidido sin que uno de los dos salga con el corazón herido.

Aramen rio ante el gesto de Beril, que se había quedado con la boca abierta, sorprendido de la ironía algo cínica con la que ella había hecho alusión a sus dos únicos encuentros, a decir verdad, bastante dramáticos. Después se acordó de su madre con la flecha clavada en el pecho y la comicidad de la frase le pareció cruel.

- Dile de mi parte que lo debería sentir más por aquellos que salieron con algo más que una pequeña cicatriz.

Aramen le había pedido perdón a Beril al día siguiente de todo lo ocurrido. Se sentía culpable de lo que había pasado, y aunque Beril le había dicho que no tenía por qué, sabía que seguía creyendo que, si él no hubiera abandonado su puesto, nada habría ido mal. También se sentía culpable por todo lo que había dicho a Beril, que ni siquiera pensaba realmente.

Llevaban semanas entrenándose en las conexiones y aunque al principio habían mejorado considerablemente, ahora estaban estancados. Aramen había formado conexión con Olivin, Uvarovi con Rod y Quarzo con Opal, pero la unión no resultaba con Malaquio y Amonina, lo que ponía nervioso a Malaquio.

Habían pasado varias semanas y él y Argentis seguían sin hablarse fuera de lo necesario durante los entrenamientos. No lo evitaba ni lo ignoraba, simplemente parecía indiferente a su presencia.

Olivin se había convertido en una gran amiga. Daban largos paseos en los que ella le ponía al día de detalles que él no conocía. Con ella salió de Alasdain en un par de ocasiones a pasear. Mucha gente salía de vez en cuando, sobre todo a beber algo o a ver a amigos que conservaban en el exterior.

El pasadizo en la roca se vaciaba de agua en algunas ocasiones. Cuando estaba inundado debían nadar para salir de Alasdain. Un guardián custodiaba la entrada.

Había otra salida "secreta", pero era arriesgado porque había que pasar nadando bajo la roca arrastrado por la corriente adecuada. Y las corrientes podían ser muy traicioneras. Hacía falta conocerlas y saber nadar muy bien.

Algo más allá de donde se reunían en el círculo, había una pequeña playa de rocas blancas que se adentraban en un agua trasparente y verdosa donde Olivin aseguraba que muchos iban a bañarse durante la época de más calor.

Con Olivin era fácil hablar de cualquier cosa, le había contado sus dudas acerca de estar allí, y ella le había tranquilizado. Incluso le había hablado de Ferin.

- Ella era desde siempre mi único amor, estuve enamorado de ella desde que tenía 5 años... Un día desapareció con sus padres. Pensaba que no volvería a verla. Era mi mejor amiga y perderla fue... – se dio cuenta de que la había perdido definitivamente y no pudo seguir hablando.

- Pero volvió, ¿no? – preguntó Olivin, dándole tiempo para recuperar la voz.

- Si...cuando cumplió los 20 años volvió...habían pasado más de diez años... buscaba sus orígenes.

- Y te encontró a ti...

Beril rio. La historia parecía mucho más romántica contada desde fuera y después de tanto tiempo.

- Si ... ella no esperaba encontrarme...yo era casi como un fantasma en el recuerdo de ella.

- ¿La tuviste que conquistar de nuevo? – preguntó Olivin riendo.

- La regalé mi primera piedra tallada. Una esmeralda.

- ¿Una esmeralda? ¿Como tu elemento? Qué coincidencia, ¿no?

- El primer día que estuve en el taller de su padre él me la regaló, y poco después me enseñó a tallar, con esa misma pieza, donde no parecía haber más que polvo verde. Dos semanas más tarde de volverla a ver la pedí que se casara conmigo. En el anillo de pedida había engarzado yo mismo la esmeralda.

Estuvieron unos momentos callados.

- Es una historia preciosa... – dijo Olivin.

- Si...

- ¿Crees que alguna vez podrás amar a alguien como la amabas a ella?

La dirección que tomó la conversación le puso sobre aviso. No quería tener que pensar en eso ahora que no tenía claro lo que sentía por Argentis... De hecho, se sentía algo culpable de sentirse atraído por ella.

- No, no creo. – dijo tajante para disuadirla de continuar en aquella línea.

En esos momentos empezó a diluviar en la playa y corrieron hacia la entrada de Alasdain. Dentro caía una fina lluvia. Se despidieron y cada uno fue hacia su casa.

Se despertó durante la noche bañado en un sudor frío. Durante las últimas semanas sus pesadillas habían empeorado. Eran sueños donde se repetía la escena donde había casi matado a Auris, después ella se convertía en Argentis y al mirarla de nuevo era Ferin la que moría entre sus brazos, frágil pero fuerte como siempre, que le repetía sus últimas palabras.

Se sobresaltó al notar que alguien se movía en la habitación. Se levantó de un brinco y se encontró cara a cara con Argentis.

- Beril... – lo llamaba en la casi total oscuridad de la habitación.

Finalmente, comprendió que no estaba soñando.

- ¡¡Argentis!! ¿Qué haces aquí?

- He venido a avisarte, ¡¡vístete!! ¡¡Tenemos prisa!!

- Aún es de noche... – dijo sin comprender.

- Ha llegado un aviso...

- ¿Una misión? – preguntó Beril despertándose repentinamente.

- Estaba durmiendo en casa de Auris y han venido a llamarla... pero ella aún no está suficientemente recuperada Beril... quiero ir yo en su lugar.

Beril dudó un segundo.

- Y ¿qué ha dicho Auris? – preguntó.

- No lo sabe. No la he despertado. Ella se empeñaría en ir, pero no quiero que se esfuerce... ni siquiera ha comenzado a entrenar de nuevo desde que...

Se hizo el silencio.

- Y entonces, ¿por qué la han avisado?

- Auris es muy buena elemental. Imagino que, si no va, habrá un agujero en la defensa...si sucediera algo...pero no creo que suceda.

- ¿Si sucediera qué?

- Si hubiera un ataque...

Beril se frotó la cara para desperezarse.

- Escucha Argentis, sé que quieres proteger a tu hermana, pero piensa un segundo, ¿por qué han llamado a los de tercer nivel y no a nosotros?

- Beril, he venido a buscarte porque creía que tú me ayudarías, teniendo en cuenta las circunstancias por las que Auris esta así... pero si tienes miedo, no te preocupes...iré sola, pero igual es el momento de que entiendas donde estas...

Se dio la vuelta y salió a grandes pasos de la habitación. Beril resopló y salió también de la habitación cogiendo su ropa al vuelo. Se fue cambiando por la escalera mientras llamaba a su compañera que salía de la casa sin volverse a mirar si la seguía.

A mitad de camino vio cómo ella le sonreía. Valía la pena correr el riesgo por verla así, pensó. Y no podía ser tan malo desobedecer una orden por proteger a otra persona. ¿O sí?

Vio que varias personas iban saliendo por la gruta que daba paso al exterior. Se envolvieron bien en la capa poniéndose las capuchas. Eran varios grupos. Nadie les preguntó por qué ellos estaban allí.

Al salir montaron en una embarcación que emprendió la marcha rápidamente. Iba a una gran velocidad. Soplaba un viento fuerte y fresco, y la espuma del mar los salpicaba constantemente, de forma que en pocos minutos estuvieron completamente mojados a pesar de estar cubiertos con las capas.

Al alba aún no habían alcanzado su destino y el viento seguía siendo fuerte, pero el sol calentaba la nave y la espera se hizo más llevadera. Durmieron algo apoyados el uno en el otro. Ninguno de su grupo se encontraba allí, lo que hizo alarmarse un poco a los dos del primer nivel.

Debía ser ya mediodía cuando el barco aminoró la marcha y decenas de botes recorrieron el agua hacia tierra firme.

El espectáculo que encontraron al pisar tierra hizo que Beril clavara los pies firmemente en la arena. Las casas estaban derruidas. La gente gritaba y lloraba buscando entre los cascotes a sus seres queridos. La escena le resultaba familiar y aterradora, como si sus peores pesadillas se hubieran hecho realidad.

Argentis se volvió hacia él, dándose cuenta de la situación.

- Probablemente por esto no nos han llamado a nosotros, – susurró. – ¿estas bien?

- Si, si...

Vieron cómo se reunían en círculos y se unieron a uno de ellos, donde un responsable daba instrucciones. Argentis le explicó que el responsable que daba indicaciones era el experto Axon.

De repente se fijó en ellos y los llamó a parte.

- ¡Argentis! ¿dónde está Auris? Vosotros no deberíais estar aquí...– dijo mirando evidentemente malhumorado a Beril.

- Ella no estaba bien, así que he ocupado yo su lugar. – respondió tranquilamente.

En el experto Axon parecieron desatarse todas las furias.

- ¿Que no estaba bien? ¿No has pensado que hay siempre una razón por la cual se llama a un elemental y no a otro cualquiera? No tienes las habilidades de tu hermana. Esta no es una misión para vosotros. Si lo fuera, ¡¡os habrían llamado!!

- Demasiado tarde – dijo alguien a su lado. – necesitamos dos personas más y han decidido ellos mismos. Pueden venir conmigo. – se giró hacia otra chica que tenía al lado - Buscad a Platio y decidle que Auris se ha quedado en casa...la estará buscando.

- No lo he visto tampoco a él. Creo que era Auris quien debía avisarlo. 

Miraron al recién llegado. Reconoció al hombre con el que había visto a Argentis durante el brindis de Eilean en la fiesta de aniversario. Era un hombre rubio, alto y corpulento, poco mayor que él mismo, sobre los 30 años aproximadamente. Debía estar en el último nivel.

- Soy Ruten. Encantado. – dijo.

- Beril. – dijo estrechándole la mano que le había ofrecido. – Soy el compañero de Argentis.

- Lo sé.

Miró seriamente a Argentis.

- Sabes que no deberíais estar aquí ¿verdad? Podría ser muy peligroso...

- Si... – respondió Argentis tímidamente. – Lo sé Ruten, pero Auris...

- Tu hermana es más fuerte de lo que crees. Fortísima. ¡¡Espero que estés a su altura, porque hoy nos espera un día duro!! Venid por aquí.

Fueron con un pequeño grupo de gente hasta las ruinas de un edificio que estaba solo parcialmente en pie.

- Bien. – dijo con voz bien audible Ruten. – Acercaos. El edificio que tenemos detrás es un hospital. Hay aún gente dentro, personas que no han podido escapar por su propio pie, y necesita ayuda para salir. La estructura está bastante frágil y no aguantará mucho peso por lo que entraréis por parejas, turnándoos e intentando no debilitar más el edificio, pero liberando el paso en la medida de lo posible.

Empezaron a entrar por parejas sin perder un segundo. Ruten se acercó a Argentis.

- Argentis, a veces Auris me ha ayudado en la colocación de una estructura, de tal forma que pueda albergar a la gente que consiga salir... un hospital provisional. ¿Puedes ayudarme tu en eso?

- Si...claro...

Argentis estaba un poco indecisa.

- Beril, puedes empezar tú allanando la superficie... creo que tu elemento iría a la perfección...

Beril intentó crear placas que se adaptaran a la superficie irregular del terreno, en tantas ocasiones no conseguía que se cohesionaran entre si las partículas. Tardó bastante en realizar una parte de la superficie que Ruten le había sugerido, bajo su supervisión y su ayuda paciente finalmente lo consiguió. Ruten alzó unos postes en forma de tienda de campaña en torno a la superficie que Beril había creado. Entre tanto Argentis había formado unos camastros y sillas de plata mate. Encontraron unas grandes telas que engancharon a cada estructura con cuerdas. Ruten hizo una pequeña red, parecida a una tela de araña, que colocó a media altura a modo de muros abiertos. A Beril le asombró la rapidez con la que aquella estructura había tomado forma. Al mirar hacia el viejo hospital vio que los que habían entrado habían reforzado muchos muros, paredes y escaleras por donde habían pasado, y tenía un aspecto coloreado y pintoresco. Mucha gente de la que había en el hospital eran personas mayores y niños. Lloraban en estado de gran nerviosismo. Algunos elementales les socorrían, curaban heridas con vendas, ungüentos, cremas y tónicos que habían llevado.

Reapareció Ruten.

- Han encontrado a una mujer que me ha indicado dónde vive uno de los médicos del hospital. Argentis y Beril. Venid aquí.

Les explicó cómo llegar hasta donde vivía el médico.

- Valorad cómo está la situación. Si notáis algo extraño o hay algún atisbo de peligro, volved enseguida a avisarme. Hoy estáis bajo mi responsabilidad y no quiero que suceda nada desagradable. ¿De acuerdo?

- De acuerdo – dijo Argentis.

Caminaron por donde les había indicado. Era complicado reconocer por donde discurría la calle debido a los cascotes que invadían toda la zona. Se equivocaron un par de veces. En algún momento se detuvieron para ayudar a alguien que les pedía ayuda.

Llegaron a una casa grande, pintada de azul con el tejado blanco, como les había indicado Ruten. Solo que aquella casa no estaba en ruinas, como se hubiera esperado. Entraron en el pequeño jardín lleno de flores que perfumaban el ambiente.

- Cualquiera diría que aquí el terremoto no ha pasado de los muros de este jardín. – dijo Beril.

- Quizá tenga los cimientos más resistentes. – dijo Argentis empujando la puerta de la entrada. – Vamos, encontremos al médico y volvamos.

En el interior de la casa los objetos se encontraban cada uno en su lugar, las lámparas no se habían resentido ante el temblor de la tierra.

- Argentis... – comenzó a decir Beril sin saber bien qué quería decir.

- Lo sé...hay algo raro...

Caminaron recorriendo las habitaciones.

- ¿Hay alguien aquí? – la voz de Argentis sobresaltó a Beril.

Argentis se dio cuenta de su sorpresa y se echó a reír con una risa que resonó por toda la casa vacía.

- Beril, no tengas miedo, ¡¡es solo una casa vacía!! No hay nadie. Hemos recorrido todas las habitaciones y no hay nadie. El doctor podía estar en el hospital cuando ha ocurrido todo esto...

- No puedo evitarlo...es como si esta casa me resultara familiar...

Argentis se puso seria.

- ¿Familiar? ¿Has estado alguna vez en esta isla, Beril?

- Creo no haber cogido un barco en mi vida antes de hoy. – dijo.

Argentis pareció valorar algo en sus pensamientos.

- Venga, salgamos de aquí. – dijo al final.

Mientras cruzaban la puerta de entrada vieron por encima de la puerta del jardín cómo la tierra sacudía los edificios al otro lado de la calle de donde acababan de sacar a aquellos que habían quedado atrapados en el interior.

El corazón se les encogió en el pecho cuando vieron que las piedras se derrumbaban alrededor de donde ellos se encontraban. En torno a la casa los cascotes rebotaban sin herir siquiera la superficie azul de la casa.

No podían hablar porque la voz parecía haberles abandonado. Se quedaron temblando en el mismo sitio minutos más tarde de que todo hubiera acabado.

Donde antes se escuchaban infinitos gritos, lamentos y peticiones de socorro ahora quedaba solo silencio. Un silencio sepulcral que no auguraba nada bueno.

- Tenemos que movernos. – dijo finalmente Beril.

Argentis no pareció haberlo escuchado.

- Argentis. ¡¡Argentis!! ¿Estás bien? ¡¡Tenemos que irnos de aquí, tenemos que encontrar a alguien!!

- No, no...yo no me muevo de aquí... – negaba con la cabeza rápidamente.

- No podemos quedarnos aquí. ¡¡Tenemos que encontrar a Ruten, tenemos que volver a casa!!

- ¡¡No!! ¿No te das cuenta? ¡¡Volverá a explotar!! ¡¡Lo se!! ¡Lo presiento! ¡¡Volverá a explotar y moriremos!!

Beril la observó un momento. Tenía los ojos desorbitados y temblaba sensiblemente.

- Argentis escucha...- la dijo con la voz más calmada que consiguió - tenemos que correr el riesgo. Sea lo que sea que ha ocurrido, tenemos que irnos y tenemos que intentar encontrar a alguien...

- ¡¡Están todos muertos!! – gritó.

Beril se dio cuenta de que no era capaz de razonar.

- Yo te protegeré Argentis, no nos pasará nada. – la agarró la cara para obligarla a mirarle a los ojos.

Ella comenzó a sollozar.

- Tengo miedo... no soy capaz de continuar... no soy capaz...

- Yo te protegeré, ¿de acuerdo? Fíate de mí Argentis.

Tardó un momento en liberar la garganta para poderle responder.

- Si...si...

- Te sacaré de aquí, créeme... – dijo mientras la abrazaba fuertemente para darle una fuerza que apenas él mismo sentía.

La cogió de la mano y salieron por la puerta que se abría en el muro intacto del jardín.

No estaba preparado para la desolación que vio. Intentó que Argentis no mirara en torno a ellos. No quedaba piedra sobre piedra en kilómetros a la redonda. A su paso vieron los cuerpos de la familia a la que habían ayudado unos minutos antes a salir de su casa. La mujer aún abrazaba al bebé que Beril había trasportado en sus propios brazos. Se agachó para acariciarlo cuidadosamente. Controló su pequeño cuerpecito. No se movía.

Estaban todos muertos tal y como había pronosticado Argentis. Se estremeció.

Saltó por encima de todos ellos solo gracias a su instinto de supervivencia. Se dirigió hacia donde creía que se encontraba el hospital. En el punto donde habían erigido la cabaña temporal solo se reconocían algunas esquirlas de color verde esmeralda, rotas, desperdigadas por el suelo.

En el centro, el cuerpo de Ruten yacía en una posición antinatural, con la pierna girada en un ángulo extraño. Sin pedir ayuda, sin lamentarse.

Beril soltó la mano de Argentis para acercarse a él en silencio. No respiraba. Colocó su cuerpo en una posición más natural, con las manos sobre el pecho y cerró los ojos de un gris oscuro.

Argentis se había dejado caer de rodillas a tierra. Ya no lloraba.

- Ruten está muerto. Están todos muertos.

Beril cayó sentado a su lado, sin saber qué hacer ni que decir.

- Me alegro de estar yo aquí en lugar de Auris. Ella está destinada a cosas mucho más grandes que yo... – dijo mirando al infinito.

- Argentis, salgamos de aquí...vamos a los barcos. – dijo, dudando de que éstos hubieran resistido a la explosión que habían presenciado.

Se levantaron con la fuerza de la última esperanza. Fuera lo que fuera lo que había ocurrido, saldrían de allí y llegarían a casa para poder explicarlo todo a los demás.

Al llegar a la costa vieron cómo alguien arrastraba por la arena de la playa una pequeña embarcación de vela. Se ocultaron con miedo, pero una figura pequeña se volvió hacia ellos en medio segundo y gritó.

- ¡¡Beril!! ¡¡Se que estás ahí!! ¿¿Estás con mi hermana?? – la voz de Auris puso la piel de gallina a Beril. No pensó jamás que se alegraría tanto de escucharla de nuevo.

Argentis atravesó la playa a grandes zancadas, y se arrojó rápidamente en los brazos de su hermana.

- ¡¡Argentis!! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los demás?

Beril se acercó hasta el grupo. Argentis lloraba sin conseguir el aliento necesario para hablar, de manera que Auris y su compañero lo miraron interrogativamente.

- Platio – se presentó el compañero de Auris, ofreciendo la mano cortésmente a Beril, quien no se percató absolutamente, ocupado en mirar fijamente a Auris. Sin el polvo de oro era aún más parecida a Argentis, únicamente se diferenciaban ligeramente por el color de su piel y sus ojos: los de Auris eran de un marrón dorado, y su piel naturalmente bronceada contrastaba con la piel luminosa de Argentis, quizá también una tonalidad más cálida en el pelo de Auris, pero dudaba que pudiera diferenciarlas si no las tenía delante a ambas.

- Hemos visto una gran ola que provenía de la isla – dijo, evitando mostrarse incómoda por la forma tan directa en que Beril la escrutaba.

- Ha.... ha explotado todo... – dijo como toda respuesta Argentis entre sollozos.

- ¿Explotado? – preguntó algo nervioso Platio.

- Cuando llegamos había habido un gran terremoto, ayudamos a Ruten a desalojar a la gente de un hospital, construimos un hospital provisional, luego fuimos a buscar al doctor de la zona, pero la casa estaba vacía...

- Entonces explotó todo – sollozó de nuevo Argentis.

- Simplemente saltó todo por los aires. – explicó Beril.

Auris y Platio pasaron la mirada de uno al otro con los ojos enormemente abiertos.

- ¿Dónde está Ruten? – preguntó Auris con un susurro de voz.

Su voz tembló imperceptiblemente al hacer la pregunta. Beril la miró a los ojos y comprendió que ella no estaba preguntando solo por un compañero.

- Nadie se ha salvado... excepto nosotros.

Apareció la comprensión y la sorpresa en sus ojos.

- ¿Qué quieres decir? – pregunto Platio. – ¿Dónde están los demás?

- En esta isla no hay nadie más que nosotros cuatro y deberíamos irnos lo antes posible. – respondió.

Pasaron unos segundos en los que observaban a Beril y a Argentis sin saber qué decir.

- Vosotros... ¿cómo habéis hecho para estar al margen de la explosión? – le preguntó Auris con los ojos entornados por la sospecha.

- Yo no soy el causante de todo esto, si es lo que estás pensando. – respondió Beril con hostilidad.

- No ha dicho eso – dijo Platio. – ¿dónde estabais cuando explotó todo?

- Estábamos en la casa del doctor. – dijo Argentis, que parecía empezar a tranquilizarse con la presencia de su hermana.

Platio y Auris intercambiaron una mirada que no se le escapó a Beril.

- La casa quedó intacta...pero estaba vacía...no había nadie allí.

Platio se giró hacia Auris.

- Tenemos un problema, – dijo – tenemos que salir de aquí cuanto antes.

- No. Él tiene que estar aún aquí. – le respondió duramente ella.

- Precisamente por eso. Estamos a cargo de dos del primer nivel. Tenemos que salir de aquí.

A Beril le molestó ser tratado como un niño.

- ¿Qué es lo que está pasando? ¿Quién está aún aquí? – preguntó.

Ambos le miraron y se miraron de nuevo sin responder a Beril.

- Maldición Auris, son de primer nivel. Hay que ponerlos a salvo. No pueden participar en un ataque directo, ¡¡aún no han participado más que a un simulacro de diez minutos!!

- A mí me parece que los dos son capaces de participar a un ataque, y tengo una cicatriz para demostrarlo.

Se giró hacia Argentis y Beril.

- Bien, hay una persona muy peligrosa rondando por esta isla, capaz de repetir esta catástrofe en otro lugar. ¿Os veis con capacidad de cubrirnos las espaldas? Si no es así, subiremos al barco y saldremos de aquí, poniéndonos a salvo...pero quien ha hecho esto escapará... tenéis que decidir vosotros.

- Es el mismo hombre por el cual murió mi madre, ¿verdad? Es el que causó la catástrofe de Mulg.

Auris pareció pensar un momento.

- Es un temperamental. Se llama Antimiun. Y, como ves, es peligroso. Pero en esta isla ya no puede hacer daño a nadie más. Es una buena ventaja, si lo consiguiéramos reducir aquí.

Beril miró a Argentis. La calma la abandonó nuevamente. Comenzó a llorar silenciosamente.

- Papá tenía razón. No estoy preparada para esto. – se repetía sacudiendo la cabeza.

Beril la cogió de las manos y la atrajo hacia sí.

- Escucha, - le dijo en un susurro – decidas lo que decidas eres una de las personas más valientes que conozco...y suceda lo que suceda quiero que sepas que te quiero... tal y como eres...

Ella lo miró y dejó de sollozar. Respiró profundamente.

- La boca de Beril se posó fugazmente sobre la de ella con ternura. Cuando se separaron Beril advirtió una mirada de Auris que le pareció cargada de resentimiento.

Argentis habló con un hilo de voz, pero la decisión se leía en su mirada ahora serena.

- Estoy lista.

- Bien, vamos allá. – dijo Auris.

Dejaron atrás la arena de la playa y entraron en la ciudad derruida. Llegaron a donde estaba Ruten. Auris se acercó a él en silencio. Cuando Beril la siguió Platio lo frenó en silencio con una mirada significativa. Auris se arrodilló a su lado y lo besó en los labios. Le acarició el pelo que caía sobre su rostro y le susurró algunas palabras que no escucharon. Tras un breve momento se enjugó fugazmente una lágrima silenciosa que corría por su mejilla y le acarició de nuevo la frente con suavidad. Después se levantó con gesto duro.

- Veamos. Creo que debemos ir a la casa donde estabais cuando ocurrió todo esto.

- Está en el centro de la ciudad. – respondió Argentis.

- Bien, ¿nos podéis conducir hasta allí?

Auris señaló hacia el interior de la isla. La casa se veía desde gran distancia por ser la única construcción que se mantenía en pie.

Cuando llegaron a la casa Platio y Auris se miraron.

- ¿Has visto? – preguntó Auris.

- Repite el patrón de nuevo.

- ¿No deberíamos entrar dentro de la casa, en vista de que es la única que resiste a una explosión? – sugirió Beril.

- No tiene sentido. – dijo Auris – Tened los ojos bien abiertos.

- A mí me parece que... – comenzó a decir.

- Beril, ¡cállate! – dijo Argentis en un susurro.

No entendía qué estaban haciendo. Cuando los miró vio que tenían los ojos cerrados. Al volverse vio a un hombre aparecer por la puerta de la casa. La impresión le hizo dar un salto hacia atrás y tropezó con sus propios pies, cayendo al suelo. Era el único que estaba viendo a aquel hombre de aspecto terrible. Tenía el pelo bastante largo, sucio y revuelto. La cara sin afeitar se contraía en una sonrisa torcida. Los labios finos dejaban entrever unos dientes amarillentos. Se acercaba a ellos con la espalda encorvada. Los demás aún no parecían haberse percatado de su presencia. Platio había formado un campo de protección y el cabello de Auris flotaba desperdigándose. Argentis lo imitó creando un campo a su alrededor que lo sorprendió.

- Con quien me encuentro de nuevo... Aurissssss – la boca de la figura se retorció pronunciando el nombre de la mujer dorada que había empezado a moverse reclamando su elemento. La última letra se transformó en una especie de risa al pronunciarla.

Al sentir su nombre Auris abrió los ojos y se detuvo, rodeada ya de oro.

- Tienes la opción de rendirte y venir pacíficamente con nosotros antes de que nadie se haga daño, Antimiun.

- Eres una chica muy valiente...podría contarte muchas historias...

- Nadie quiere escuchar tus historias. Ríndete y te llevaré a la prisión custodia.

- ¿¿Me llevarás tu misma?? - rio mostrando una sonrisa maliciosa. – O...podríais venir vosotros conmigo...

No podía apartar la mirada de aquel hombre corroído. Pese a todo había algo familiar en todo aquello. La casa azul con el tejado blanco la había visto en algún sitio...la conocía...y aquel hombre...de alguna manera...

Entonces se inclinó y Auris y Platio se acercaron a él lentamente. Comenzaron una batalla en la cual todos los elementos lanzados por Auris rebotaban, volviendo en su contra, cada golpe que intentaban dar era parado hábilmente por el hombre que se había erguido en su total estatura. Entonces Beril despertó de su estupor y se levantó, con Argentis avanzando a su lado indecisa, comenzaron a infligir golpe sobre golpe sobre Antimiun que escapaba cual culebra saltando y rodando por el suelo, esquivando hábilmente cada golpe. Entonces Beril creó una lanza y atacó mientras Auris lanzaba pequeñas agujas desperdigadas. Una de ellas dio en el blanco, hiriendo a su combatiente.

- ¡¡Beril ahora!! – gritó Auris.

Como si hubiera estado esperando su llamada, Beril saltó girando en el aire clavando la lanza en el costado del hombre que cayó a tierra.

Antimiun agarró la lanza clavada en su cuerpo a pocos centímetros de la mano de Beril y emitió un gruñido hacia él. Al mirarlo a los ojos Beril vio solo a un pobre hombre lleno de tristeza y dolor, muchos años mayor de lo que demostraba apenas un minuto antes.

- Es mejor que te quedes al margen, Beril... - susurró. 

Beril se estremeció y soltó la lanza. El cristal verde se rompió en mil pedazos, quedando parcialmente dentro del cuerpo del hombre.

En ese momento el hombre emitió un grito acompañado de una onda expansiva que lanzó a los cuatro jóvenes varios metros hacia atrás.

El suelo tembló violentamente resquebrajando los muros de la casa azul, que comenzó a caer sobre ellos. Platio formó un campo a su alrededor al igual que Argentis, pero las piedras eran demasiado pesadas.

Tuvieron apenas el tiempo de ponerse a salvo fuera de la zona donde se desmoronaba la última casa que quedaba en pie en la isla.

Al volverse vieron a Antimiun que, a pesar de las heridas que sangraban profusamente, se mantenía en pie sin que el temblor de la tierra lo afectara, con los pies ligeramente sobre la tierra. Los cascotes que le caían encima salían despedidos metros más allá.

Lo vieron inclinarse con las manos crispadas como garras hacia el suelo.

- ¡¡No!! – gritó Argentis. Corrió poniéndose frente a Beril.

Sin más aviso una explosión resonó en los oídos de Beril. Cayó a tierra arrastrando consigo a Auris. Desde el suelo Beril podía ver la figura de Argentis, firme entre ellos y el hombre que la había detonado. Todo a su alrededor se convirtió en polvo y cenizas.

La tierra tembló y una fuerza gigante los mantuvo como aplastados contra el suelo.

- ¡¡Argentis!! – gritó Beril antes de perder el conocimiento.

Se despertó. Le dolía la cabeza y no oía absolutamente nada...o todo estaba en un absoluto silencio. Tranquilidad absoluta cubierta de plata. Al moverse se dio cuenta de que estaba aplastando con su peso a Auris. Ella yacía inerte, pero la notaba respirar. Notaba también su corazón que palpitaba tranquilamente. Se levantó despacio, tambaleándose. A unos metros de ellos se encontraba Platio. Miró a su alrededor, pero no vio a Argentis. Cenizas brillantes se alzaban con el viento. Todo estaba cubierto de plata...pero no había signos de la presencia de ella. Tampoco de Antimiun.

- ¡¡Argentis!! – gritó.

No obtuvo respuesta. Ni siquiera el viento se atrevía a susurrar.

La llamó de nuevo, recorrió las ruinas reducidas a polvo gritando su nombre.

Al final se arrodilló vencido en un montículo de piedras blancas y miró al horizonte. Ninguna construcción se elevaba a más de un metro del suelo.

El sol estaba empezando a caer ya y no se sentía con fuerzas ni siquiera de pensar. Argentis no estaba. Estaba con ellos y un minuto después una montaña de cenizas plateadas cubría el lugar donde ella había desaparecido.

Ferin había muerto en sus brazos y Argentis había desaparecido.

Le comenzaron a escocer los ojos. Estaba contento al menos de que nadie pudiera verlo en aquel momento. Estaba totalmente solo en aquella isla perdida del mundo. No creía ser capaz de volver a Alasdain y afrontar todas las miradas... Le dolía todo el cuerpo.

A sus espaldas todos habían perdido la vida, una multitud entera, familias, niños, ancianos y personas jóvenes...

Recordó a Ruten. Hoy les había creído capaces de formar parte de una misión a la cual no habían sido llamados. En lugar de denunciarlos y hacerlos esperar en la nave los había incluido en su grupo.
Recordó entonces su gesto cuando había hablado de Auris. Cómo había mirado de reojo a Beril...evidentemente consciente de lo que había hecho a alguien a quien amaba. Y aun así se había portado bien con él.

En todos ellos había una capacidad de hacer siempre lo mejor por quien tenían delante, sin importarles quien fuera o qué hubiera hecho en el pasado. Una capacidad por ver el valor de cada uno en el presente.

Argentis se había interpuesto entre él y la explosión, salvándole.

Si ella se había sacrificado por él, debía hacer que hubiera valido la pena.

Aún podía hacer algo bueno también él.

Miró hacia atrás. El sol había teñido las nubes de rosa y oro...

Se levantó del montículo y caminó hacia el cráter de la segunda explosión.

Allí, extendida sobre la arena, una mujer delgada y frágil, con el cuerpo teñido del metal noble brillando con las últimas luces del atardecer... La mujer que había matado a su madre, la mujer que Argentis había querido proteger y por quien había perdido la vida.

En su rostro la expresión era incomprensiblemente tranquila. Se acercó a ella despacio, la respiración era regular y notaba los latidos de su corazón agitarse en el pecho. La acarició la mandíbula como había hecho una vez con Argentis, eran tan parecidas...

- Auris - la llamó con un susurro.

El sonido de su propia voz entre todo aquel silencio, llamándola, lo estremeció.

No respondía. La tocó el hombro repetidamente y la sacudió ligeramente. No despertaba.
El sol empezaba a esconderse en el horizonte, pero Auris no daba señales de volver en sí.

Le pasó el brazo bajo los hombros y la atrajo hacia sí, agarró sus piernas y se alzó con ella en brazos. Era bastante ligera.

Emprendió la marcha con Auris en brazos hacia la playa. El recorrido desde allí era de un par de kilómetros. Brillaban las estrellas en el cielo cuando pasaron el montículo donde horas antes habían decidido seguir a Antimiun.

Les había costado caro.

Al llegar a la playa le sorprendió un alboroto de voces. Entre ellas reconoció la voz de Eilean dando órdenes con preocupación. Apenas los vieron se hizo el silencio y se paralizaron. Vio a Aramen seguido de Olivin frenar en seco.

Se notaba los brazos entumecidos de llevar el cuerpo de Auris. Continuó caminando, hundiendo los pies en la arena blanda de la playa. Se dirigió hacia el Namak. Al llegar a él vio cómo por un momento la incomprensión invadía su rostro. Agarró el cuerpo de su hija y se deslizó hasta el suelo, sostenido aun por Beril.

- Está viva – le dijo Beril.

Eilean se derrumbó y comenzó a llorar silenciosamente.

- ¿Dónde está Argentis? – preguntó Aramen desde detrás de Eilean.

Beril alzó la mirada hasta él, pero no dijo nada. Todos comprendieron sin necesidad de añadir nada.

Cogieron a Auris y se la llevaron. Alguien arrastró detrás a Eilean. Inmediatamente después Beril se vio asediado por un grupo de gente a la que tuvo que contar lo sucedido. Lo escuchaban mirándose entre ellos, preocupados, algunos asustados y derrotados. Luego entraron en la isla, desapareciendo entre las ruinas.

Después de eso Olivin lo agarró por los hombros y lo hizo entrar en una de las naves en las que habían venido. A su lado una camilla improvisada sostenía a Auris, tapada con mantas. Parecía descansar tranquilamente. Envidió el poderse mantener ajena a todo aquello. En su pecho una mancha de sangre oscurecía su piel.

No pudo dormir, aunque se lo hubieran aconsejado. Estuvo despierto hasta que todos hubieron vuelto de la expedición en la isla.

No habían encontrado señales de vida a parte de Beril y Auris.

No encontraron el cuerpo de Argentis. Parecía haberse volatilizado.


La señora Flora pasaba cada día a ver cómo estaba. A pesar de unos cuantos rasguños, Beril físicamente se encontraba bien, era por dentro donde tenía las heridas más profundas.
Unos días más tarde pasaron a visitarle todos sus amigos del grupo a su casa. Le animó ver que seguían siendo los mismos de siempre.

- ¿Cómo fue? – preguntó Malaquio.

- Sucedió todo muy rápido. No nos dio tiempo a hacer nada. Delante de nuestros ojos todo saltó por los aires excepto el lugar donde estábamos. Entonces aparecieron Auris y Platio y decidimos perseguir al que había causado todo aquello.

- Argentis siempre ha sido muy dura... – comentó Aramen.

Beril lo miró por un segundo y recordó el estado de agitación de Argentis, inmersa en el pánico. Recordó también la noche de su primera misión. Pero no dijo nada. Los ojos de Aramen estaban más brillantes de lo habitual.

- Entonces delante de aquel tipo... Antimiun.

- ...si... luchamos contra él lo mejor que pudimos...por un momento... pero cuando se vio acorralado...

- Hizo estallar el infierno... – dijo Olivin en un susurro.

- Argentis se interpuso y paró la onda que nos abatió a todos. – recordó. – Solo Argentis consiguió hacerle frente creando la protección que nos salvó la vida.

Se quedaron en silencio un momento. Todo el grupo resentía la pérdida de uno de sus miembros.

- Lo que no entiendo es... si Argentis creó un campo... ¿por qué no estaba ella dentro? – preguntó.

Malaquio lo miró triste.

- Por lo que cuentas Argentis no creó un campo... se interpuso ella misma para formar un escudo bastante denso que resistiera a la explosión para protegerte. – contestó – Caolín nos explicó que en alguna ocasión había sucedido...

Después de mirarse entre ellos Aramen continuó preguntando.

- Solo que Auris no podía estar protegida por Argentis. Solo tú podías estarlo. A Auris no le protegería un escudo que no fuera de Platio.

- ¿Por qué? – preguntó.

- Funciona así. El campo de una conexión protege solo al compañero. El elemento es como si se enlazara al tuyo y reacciona creando una especie de barrera...únicamente para los dos. A Auris no ha podido cubrirle.

Beril no sabía qué decir.

Se levantó pesadamente.

- Perdonadme. Estoy muy cansado...

- Si, claro... – dijo Olivin, y dirigiéndose a los otros – Dejémosle descansar tranquilo.

Se levantaron y fueron saliendo sin más conversación. Se despidieron de él. Al salir por la puerta Aramen se detuvo un momento.

- Aun no comprendo cómo pudo salvarse Auris...los demás...todos... – se le quebró la voz.

- Durante la explosión yo mismo estaba sobre Auris...

Aramen pareció pensativo un momento.

- Si necesitas cualquier cosa... – dijo.

- Gracias Aramen. - Vaciló un momento. - ¿Has ido a ver a Auris?

Aramen pareció sorprendido.

- Si, claro.

- ¿Cómo esta? ¿Recuerda algo? – preguntó.

Aramen pareció sorprendido de nuevo.

- Beril, Auris aún no se ha despertado. Creía que lo sabías.

- ¿Cómo? ¿Por qué? Esta...

- No, no, ella está bien...quiero decir...físicamente parece estar bien, pero... – hizo un gesto de negación con la cabeza - no saben por qué...

Aramen se despidió de él y se fue deseándole buenas noches.

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