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Capitulo 8. Simulacro esmeralda y carmesí.


Cuando llegó al campo de entrenamiento ella aún no había llegado. Aramen le hizo un gesto interrogativo con la mano mientras Caolín los llamaba al orden.

- Ya veo que continúas sin un elemento Beril. Esta tarde se ha organizado un simulacro.

Se desató un murmullo de excitación en el grupo.

Caolín miró a Beril y continuó su explicación:

- De vez en cuando hay un simulacro de batalla al que están llamados a participar todos los que se están entrenando. Aunque aún no hayáis conseguido vuestras conexiones hemos pensado haceros tomar parte en él. Exceptuando a Beril, porque evidentemente no tiene aún relación con un elemento.

Beril sintió la mirada de todos fija en él.

- Quiere decir que quedo excluido. De nuevo.

- Esta tarde tú estarás aquí e intentarás descubrir tu elemento con todas tus fuerzas.

- Pero yo creo que podría aprender tanto de...

- Aramen permanecerá contigo.

- ¿¿¿Qué??? – dijo el aludido. - ¡¡No tengo intención de perderme mi primer simulacro!!!

- ¡¡Es una orden!!! – Caolín se alzó en toda su amenazante estatura. – Cada uno aquí tiene su lugar y su cometido. Tendrás que vivir más simulacros y batallas de las que querrías. Pero en este momento debes ayudar y apoyar a uno de tus compañeros. Si no entiendes esto, no avanzarás de nivel.

- No necesito que nadie se quede conmigo... – intervino Beril.

- Mi percepción es diferente. – dijo el maestro zanjando la cuestión.

El anciano sacó un cuaderno lleno de flores y hojas secas.

- Hoy hablaremos de las plantas medicinales. Pueden ayudaros en muchas ocasiones, incluso...

Beril miró hacia Aramen. Seguía la lección sin mirarlo, aparentemente muy concentrado.
Argentis no había aparecido y nadie la había nombrado.

Después de comer llegó al campo de entrenamiento. No esperaba encontrar tan pronto a Aramen allí.

- Bueno, siéntate. Vamos a intentar que encuentres este elemento de una maldita vez.

Aramen le estuvo explicando cómo intentar llamar al elemento desde las partículas del entorno, le hizo ver astillas de cobre formándose de la nada, y le explicó lo que sentía cuando aparecían. Beril trató con todas sus fuerzas formar partículas reuniéndolas entre ellas. Conseguía alzar una pequeña corriente donde algunas partículas se movían pesadamente, pero le resultaba muy difícil.
No podía dejar de pensar en Argentis.

- No te estás concentrando lo suficiente. – dijo impacientemente.

- Perdona, lo intento de nuevo.

Notaba la furia de Aramen por estar obligado a estar allí con él.

- No, no tienes que intentarlo, tienes que hacerlo, ¡y ya! – Se pasaba las manos nerviosamente por el pelo y paseaba arriba y abajo hasta que se plantó delante de Beril.

- ¡¡Lo que pasa es que estás demasiado ocupado pensando en otras cosas!! ¿O debería decir en otras personas?

- Aramen siento mucho que tengas que estar aquí conmigo en lugar de estar en el simulacro....

- Ya, lo sientes mucho...pero aquí estamos. Todos bloqueados por tu improvisada aparición. Iba todo fantásticamente y de repente apareces y es como si hubiéramos empezado de nuevo desde el principio... todos estábamos dando grandes pasos y ahora estamos de nuevo al nivel del suelo. Nos has caído encima como una montaña.

Las palabras de Aramen le cayeron como un jarro de agua helada, lo había considerado siempre su amigo, el primero que había tenido allí.

- No tenía ni idea de que pensaras así...esto no lo he elegido yo Aramen...

- Si, lo sé, tu enorme desgracia...

- Si hubiera sabido que pensabais así no habría impuesto a nadie mi presencia, me  habría ido.

- Hubieras hecho bien.

- Lo intenté si no lo recuerdas...Argentis me lo impidió.

De repente Aramen lo miró de frente.

- ¿Qué es lo que le has hecho a Argentis hoy?

Beril tragó saliva. Argentis no había ido a los entrenamientos de la mañana y estaba casi seguro de que era para evitar encontrarse con él.

Repentinamente, Beril dio media vuelta y se dirigió a casa de Argentis. Tenía que verla y pedirle perdón... quizá debería irse definitivamente, pero no lo haría sin despedirse de ella.
Aramen no le siguió.

Llamó con fuerza a la puerta de la casa de Argentis. Nadie respondió.

La llamó con voz decidida unas cuantas veces, pero no advirtió ningún sonido proveniente del interior de la casa.

Probablemente estaba en el simulacro. No importaba, debía encontrarla. Tenía que decirle que él también sentía algo por ella, de nada servía negarlo. Y tenía que agradecerle cada día que estaba allí. El haber incluso arriesgado su vida para salvarlo en el acantilado...
Escuchó el ruido que provenía desde la explanada de las ruinas, donde seguramente estaban todos.
Se dirigió rápidamente hacia allí. Pronto vislumbró a los primeros que saltaban y luchaban entre ellos.
Saltaban y peleaban cuerpo a cuerpo cada uno brillando y reluciendo con su elemento entorno a sí mismo.


Entonces la vio.

Sobre unas grandes escaleras blancas, brillando con los rayos de sol que escapaban de entre las hojas de los árboles.

Era ella. La mujer de oro que había asesinado a su madre saltaba y se movía ágilmente esquivando golpe sobre golpe, con una larguísima vara de oro reluciendo en su mano. Su gesto era tranquilo y a veces parecía sonreír. La asesina de su madre que aún lo atormentaba en sueños.

En ese momento el gesto de ella cambió. Su cabeza se volvió rapidamente en dirección a Beril y todo el movimiento de su cuerpo cesó. El rumor de la falsa batalla prosiguió a pesar de todo a su alrededor.

Un calor desconocido invadió a Beril mientras se dirigía con paso lento pero decidido en dirección a aquella mujer pequeña pero amenazadora.

Nadie pareció darse cuenta de la escena. Cuando llegó a unos metros de distancia a su alrededor el viento se hizo más fuerte y notó la fuerza que lo unía a las partículas que se arremolinaban en torno a él. En pocos segundos su cuerpo se tiñó de un verde brillante, traslúcido. Concentró la fuerza sobre su mano derecha donde comenzó a aparecer una afilada punta de cristal verde. No tuvo siquiera que desearlo. Notaba su corazón que latía fuerte pero lentamente. Le parecía una escena vista desde fuera, tranquilamente irreal. Se acercó a ella y a su alrededor creció una fuerza dorada, una corriente más potente aún que la suya. Apuntó sin pensar al pecho de la joven mujer y el cristal verde atravesó con sorprendente facilidad la piel dorada.

La batalla había cesado, o él ya no la oía. Se oyó solo un grito ahogado de una voz que conocía, ajena a la escena. El brillo dorado a su alrededor cesó, las partículas de cristal verde también se apagaron. Notó solo el delgado cuerpo de ella perder fuerza cayendo inerte e instintivamente lo sostuvo entre sus brazos, sintió la sangre caliente cubriendo sus manos, y un recuerdo horrible le sacudió por dentro. El recuerdo de Ferin que se agitaba buscando sus últimas bocanadas de aire. Miró a los ojos de ella y vio unos rasgos familiares, aunque ligeramente diferentes...sobre la cara dorada de la joven volaron algunas pequeas partículas de plata provenientes de una figura cercana... entonces reconoció los rasgos de Argentis...

El horror de lo que acababa de hacer lo dejó paralizado.

Cayó de rodillas sobre el suelo con el cuerpo de ella entre los brazos. De pie frente a él vio a Argentis teñida de plata observaba la escena con los brazos extendidos hacia fuera en tensión. La mujer que tenía entre los brazos, llena de sangre y de oro no era Argentis..., pero la semejanza entre ellas era verdaderamente inverosímil.

Vio a su alrededor multitud de flechas de todos los colores brillar clavándose en el aire denso de plata. El rostro de Argentis era férreo y su mirada clavada en la suya le dijo todo sin necesidad de que abriera la boca. Volvió de nuevo la mirada al rostro de la mujer de oro... la hermana de Argentis. El rostro de Auris traslucía un gran dolor.

Sobre su pecho refulgía un afiladísimo cristal verde, oscurecido por la sangre que brotaba de la herida que él mismo le había infligido.

En ese momento cesó la ráfaga de viento plateado y vio que Argentis se desmayaba sobre Aramen, que lo miraba horrorizado.

A su lado apareció la señora Flora. Le miró acercándose con precaución hasta que comprendió por el gesto de Beril que no había nada que temer. Pasó la mirada preocupada hacia Auris.

- Ayúdela, por favor - susurró Beril notando cómo le invadía una profunda náusea por lo que había hecho.

Sentía un tumulto a su alrededor, pero no prestaba atención a nada.

Acababa de convertirse en aquello que más odiaba.

- Beril – lo llamaba Flora – Beril, ¡despierta! ¡¡Vuelve en ti!! Es importante, si quieres ayudarla tendrás que darme una mano.

Beril asintió despacio con la cabeza.

- La lanza está clavada en el corazón, pero podemos taponar la herida.

- ¿Qué?

- Concéntrate, debes invocar a tu elemento y sacarlo de su cuerpo, poco a poco, pero debes dejar dentro la astilla que está taponando el corazón. Si la quitas, no podremos impedir que se desgarre la herida y morirá.

- ¿Pero cómo puedo hacer eso?

Flora lo miró consternada.

En ese momento apareció a su lado el maestro Caolín.

- Beril, si te concentras lo suficiente notarás que puedes sentir la parte del corazón de Auris que está en contacto con tu elemento. Como si lo acariciaras con tu propia piel.

Era la primera vez que escuchaba a un Maestro Caolín al que se le atropellaban las palabras. Beril prestó atención al cuerpo que sostenía en su regazo. Notaba cómo la sangre caliente de Auris brotaba a través de la lanza. La sensación de nausea y vértigo crecía por momentos.

- Sí, creo que sí – dijo.

- Bien, ahora empieza a llamar la materia hacia ti como lo has hecho antes. Siéntela, siente por donde pasan sus partículas y su contacto.

Agarró de nuevo el cristal verde, que incrementó la horrible sensación que ya tenía y no supo si lo que comenzó a temblar fue su mano o el cristal clavado en el pecho de Auris.
Poco a poco se fue deshaciendo en su mano. Notó la astilla palpitando junto al corazón de Auris, y la dejó intacta. Era solamente una pequeña esquirla. Todo lo demás se había convertido en polvo, un polvo verde brillante, finísimo, como ceniza oscurecida al contacto con sangre sobre su mano. La sangre de la mujer que tenía entre sus brazos.

Y se odió por ello.

Un segundo más tarde un grupo grande de gente pasó sobre él y se la llevaron, transportándola tumbada en una camilla improvisada, dejándolo a él inmovilizado en el suelo.

Permaneció arrodillado sin saber qué hacer, sin mirar a su alrededor hasta que oyó una voz.

- Levántate. – era Quarzo.

Su grupo entero lo observaba sin ninguna sombra de miedo o recelo.

- Venga tío. – dijo Rod mientras se acercaba a él y lo ayudaba a levantarse.

Se dejó llevar por ellos sin mirar por donde pasaba.

Entre todos le llevaron a su casa.

Olivin se hizo responsable de la situación y dio órdenes para que cada uno se ocupara de una cosa: la chimenea, la cena... todos se pusieron manos a la obra.

Olivin preparó un baño caliente, lo ayudó a desvestirse y lo obligó a entrar en la bañera.
Cuando lo hizo inesperadamente se sintió algo mejor.

- Soy un asesino. – dijo.

- Beril...

- He clavado una flecha en el pecho de una mujer – dijo mirándola a los ojos.

Ella apretó los labios y frunció el ceño. Al final dijo:

- Todos nosotros opinamos que alguien te tenía que haber dicho la verdad...quizá yo misma...sobre todo cuando reaccionaste como lo hiciste al ver a Argentis en su elemento. Yo quería hacerlo, pero me convencieron de que era mejor para ti no saberlo aún...que habrías abandonado...quizá tuve miedo de que fuera así...o que la buscaras para...

Se quedaron en silencio mirándose el uno al otro por un momento.

- No sé cómo he podido hacerlo...

- No seas tan duro contigo mismo...viste a la que pensabas que era la asesina de tu madre y la ira te ganó la mano.

- Olivin, ella ES la asesina de mi madre. Solo que eso no me hace sentir mejor. Ni justifica lo que yo he hecho.

Olivin lo miró indecisa. Al final cedió y comenzó a hablar.

- El día que llegaste aquí habían recibido una llamada... uno de los espíritus elementales que vive fuera de aquí nos avisó de que una persona a la que están buscando desde hace mucho se encontraba donde tú vivías. Era una persona peligrosa, no se mucho más...del tercer nivel para arriba se sumaron. Se pusieron en marcha y cuando llegaron descubrieron el desastre que había ocurrido, la cantidad de víctimas era impresionante...algunos de los elementales fueron para ayudar en caso de necesidad, otros tenían como objetivo perseguir al culpable que lo había provocado... Por lo que se, Auris fue quien lo descubrió delante de tu casa y cuando fue a por él, tu madre apareció... Entonces tú la atacaste lleno de ira y ella instintivamente te atravesó con una lanza...exactamente como has hecho tú esta tarde.

Beril se deslizó hacia el fondo de la bañera sumergiendo la cabeza.

Lo que él había vivido cuadraba con lo que contaba Olivin.

Sacó la cabeza de nuevo.

- ¿Por qué no me lo habíais contado?

- Fue decisión de Eilean que nadie te contara que la persona que había matado a tu madre era uno de nosotros. Al principio tú no ibas a estar mucho tiempo aquí...y siendo su hija...

- Pero continué...

- Si...nadie se lo esperaba...y creo que nadie supo bien cómo te lo tomarías, ni cómo decírtelo...lo siento tanto...quizá si te hubiéramos contado la verdad...

- Vosotros solo seguíais órdenes. Pero Eilean debió haberlo hecho.

Pensó en Eilean que era el padre de Argentis...el padre de Auris.

Escucho a través de la puerta la voz de Eilean.

Saltó fuera del baño como si tuviera un resorte, y se vistió rápidamente.

Eilean estaba delante de él en el salón. Su expresión era un enigma.

- Tengo que hablar contigo, Beril.

- Yo... lo siento. Recogeré mis cosas y me iré de aquí lo antes posible.

- No pretendo que abandones Alasdain ni tu entrenamiento Beril. Soy consciente de que has atacado a mi hija, pero también de que la has salvado la vida después. Como hizo ella contigo.

Permanecieron en silencio. Los demás escuchaban la conversación discretamente.

- Me habíais dejado creer que ella era uno de los peligros contra los que nos entrenábamos. Durante meses he imaginado que la habría encontrado y la habría hecho pagar por el dolor que me ha provocado...

- Y, ¿te sientes mejor ahora? – comenzó Eilean.

Beril lo miró sorprendido. Le pareció que leía dentro de él. Se sentía horrorizado de haber sido capaz de haber causado ese dolor. A Auris, a Argentis...a Eilean.

- No. Pero hoy me he dado cuenta de que estoy luchando junto a mis enemigos...y que yo mismo...me estoy convirtiendo en uno de ellos.

- No – dijo Eilean tajantemente. - Auris lanzó la flecha que atravesó a tu madre, pero la flecha no iba dirigida a ella. Ella la interceptó, no sabemos por qué lo hizo, pero no era ella a quien estaba dirigida. Es posible que ella protegiera deliberadamente a quien causó el caos y la muerte aquel dia en Mulg.

- Eso es absurdo ¿por qué lo habría hecho?

Eilean miró al suelo.

- No lo sabemos.

Beril se movió incómodo.

- Lo que ha ocurrido hoy...yo no deseaba hacer daño a nadie.

- Lo sé.

- Pero eso no disminuye el hecho de que Auris es la asesina de mi madre, y casi la mía. No puedo perdonar algo así.

El silencio se hizo denso en la habitación. En ese momento se oyeron voces en la puerta y una figura pequeña entró como una exhalación seguida de un joven corpulento de piel bronceada.

- ¡Papá! – dijo Argentis sorprendida.

Pasó la mirada asustada de su padre a Beril.

- ¿Cómo estás, Argentis?

- Bien papa, gracias... – ella agachó la cabeza.

- Imagino que vienes de casa de Auris.

- Si... – parecía preocupada.

- Enhorabuena a los dos. – dijo.

Beril se quedó petrificado. ¿Enhorabuena? Era la cosa más extraña que hubiera podido esperar oírle decir a su hija en esos momentos. La mirada de Aramen parecía incandescente.

Dicho esto, Eilean salió con paso apresurado por la puerta.

- Beril, ¿cómo estás? – preguntó ella una vez que su padre había salido de la casa.

No habían hablado desde que durante la noche anterior en su jardín habían estado tan cerca de darse un beso. De pronto le volvió a la mente su intención de decirle a Argentis que sentía algo por ella, la discusión con Aramen...recordó la expresión de Aramen mientras sostenía a Argentis desmayada entre los brazos en el campo del simulacro de batalla.

- Yo... ¿cómo estas tu?

- Enhorabuena – le dijo Aramen. Ante su gesto de desconcierto prosiguió – por la conexión con Argentis.

Beril abrió los ojos de par en par.

- Yo no...

- Durante tu ataque-no simulado en el simulacro, Argentis formó un campo de protección a tu alrededor mientras atacabas a su propia hermana. ¡¡El resultado diría que fue perfecto, así que...enhorabuena!! ¡¡Has pasado a ser el alumno aventajado!! – dijo irónicamente.

Todos estaban en silencio. Olivin rompió el hielo.

- ¡¡La cena está lista!! Venga, todos fuera...dejémoslo descansar un poco. Quarzo, igual sería buena idea si alguien se quedara esta noche con él...

- Si... de acuerdo...

- No...de verdad, estoy bien, no hace falta. – se quejó Beril.

- No discutas – sentenció Olivin.

Por el tono supo que sería inútil seguir discutiendo.

- Puedo quedarme yo... – dijo Aramen.

- No te preocupes, ve a descansar. – dijo Quarzo, dándole una palmada en la espalda.

Aramen lo miró algo indeciso, luego se despidió y salió por la puerta sin añadir nada más.

Tuvo una pesadilla detrás de otra aquella noche.

Al día siguiente temía lo que iba a ocurrir al salir de casa. La compañía de Quarzo lo tranquilizaba. Al cruzarse con la gente se dio cuenta de que nadie parecía tenerle mucho afecto, y que todo el mundo conocía lo sucedido el día anterior.

Caolín los esperaba paseándose por la zona donde entrenaban habitualmente.

- Buenos días. – los recibió.

Miró a Argentis.

- ¿Cómo esta Auris?

- Bastante débil... – dijo con pesar en la mirada.

Improvisadamente se sintió fuera de lugar. No era capaz de mirar a Argentis. Un sentimiento de culpabilidad le crecía dentro. Era la asesina de su madre, se repetía, pero esto no conseguía calmarlo.

El entrenamiento de esa mañana le hizo olvidarse un poco de la tensa e insólita situación que había en el grupo. Caolín había traído unos caballos salvajes que tuvieron que aprender a controlar. El ejercicio físico lo ayudó a no tener que pensar. Dudaba de poderse concentrar en nada ese día, pero el contacto con el animal lo ayudó a relajarse. Siempre se había sentido cómodo sobre un caballo. Aunque sobre esos caballos no había montura alguna, y aunque prefería a la larga la silla de montar, se acostumbró rápidamente.

Al terminar el entrenamiento matutino Caolín los reunió.

- No voy a ignorar lo ocurrido ayer. – dijo.

Beril miró hacia otro lado.

- Aramen desobedeciste una orden directa y eso comporta un castigo.

- Maestro, soy muy consciente de mi error y de lo que conlleva.

- Bien. Quiero que os deis cuenta de que desobedecer una orden es, en primer lugar, perjudicial para vosotros mismos y para los que os rodean. Es peligroso porque quiere decir que abandonáis vuestro lugar y esto ocasiona un agujero por donde empieza a colarse el agua, que puede crear un escape más grande, con más consecuencias...y llegar a dañar a personas a las que amáis. Es importante, no quiero que se os olvide. Esta vez el peligro ha podido ser contenido a un cierto nivel, más adelante podríais no tener esa suerte.

- Entendido. – dijo Aramen.

- ¿Entendido Beril? No se puede abandonar cualquiera que sea la circunstancia o problema o miedo. – Caolín se dirigió directamente a él. – Provenga de donde provenga, incluso del pasado.

- Si, lo he entendido.

- Entonces espero que la confianza que todos depositamos los unos en los otros no se vea defraudada...de nuevo. Aunque no lo comprendamos. 

Caolìn hizo una pausa antes de proseguir.

- Y quería felicitar a Beril por el descubrimiento de su fantástico elemento y con Argentis por la rapidísima conexión conseguida. Espero que la entrenaréis más adecuadamente de ahora en adelante.

Argentis hizo un gesto de asentimiento silencioso.

- ¡¡Argentis!! – la llamó Beril una vez que el maestro se hubo retirado y cada uno se empezó a dispersar. 

Ella frenó la marcha y se volvió para mirarlo.

- ¿Damos un paseo? – la preguntó. Ella pareció indecisa.

- Tengo que hablar un momento contigo... – la explicó.

- Si...en el fondo voy en tu dirección.

Comenzaron a caminar lentamente.

- Quería pedirte perdón.

- ¿Por apuñalar a mi hermana o por no haberme contado antes que estas casado?

La afirmación directísima le hizo enrojecer de la cabeza a los pies y frenó en seco. Argentis paró también y se encaró con él.

- Ah, por lo primero... – dijo con gesto irónico como si le restara importancia.

- ¿Por qué no me explicaste quien era tu hermana?

Ella pareció sorprendida. Pensó un momento antes de responder.

- Mi padre me lo prohibió. Estuve a punto de contártelo en un par de ocasiones. Creía que lo entenderías, pero bueno, visto cómo reaccionaste no tengo remordimientos por haberte omitido la información. Cada vez que actúo como me parece a mí me doy cuenta de que los demás tenían razón...

- Argentis, no fui capaz de hablarte de Ferin...y lo siento. Pensé que lo sabias. Que todos vosotros conocíais mis circunstancias y lo que pasó ese día.

- Aramen tenía razón. – resopló y comenzó a caminar nuevamente.

- ¿Aramen tiene razón sobre qué?

- Me advirtió que no me acercara demasiado a ti. Que podría no ser la mejor idea. ¡¡Ha sido más cierto de cuanto hubiera podido esperar!! Y ahora además has intentado matar a mi hermana, tenemos una conexión y tendré que soportar estar siempre contigo...qué ironía.

Comenzó a caminar de nuevo y la siguió casi corriendo.

- ¡¡Argentis!! ¡¡Espera!! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me protegiste?

Frenó de nuevo.

- Te habrían matado, ¿sabes? – se encogió de hombros – Fue un impulso. Un instinto. – lo miró directo a los ojos antes de continuar – Pero tampoco me arrepiento. Te dejo, tengo prisa y tengo que pasar a ver como esta Auris. Te veo después.

La dejó ir, un poco avergonzado de haberla distraído de su tarea.


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