Capitulo 7. Baile del aniversario de Alasdain.
Argentis se encontraba delante del árbol que había frente a la casa de Beril.
Llevaba un vestido blanco con encajes e incrustaciones de plata. Era de corte sencillo, dejando al descubierto en parte su espalda inmaculada. Los zapatos de tacón la hacían parecer casi igual de alta que él.
El vestido la hacía brillar con luz propia bajo los destellos de la cúpula de Alasdain.
En el recibidor del salón, el Namak vestido con un elegante traje reluciente daba la bienvenida a los que iban llegando al evento.
Beril lo saludó silenciosamente con una inclinación de cabeza y dejó que Argentis lo guiara entre la gente.
El salón se encontraba en el lateral de la casa donde residía el Namak. Estaba lleno de plantas y flores que trepaban por las paredes y estantes, colgaban incluso del techo, ofreciendo aromas increíbles al pasar. Todo estaba lleno de vivos colores gracias a las flores recién colocadas.
Beril tuvo la impresión de estar en un lugar mágico.
No podía dejar de observarlo todo. Las mesas estaban dispuestas con innumerables bandejas repletas de pequeños bocaditos de colores y sabores extravagantes.
- Las bebidas son a base de fruta y licor, ten cuidado con ellas - dijo Argentis riendo entre dientes. - Más de uno sale siempre tambaleándose.
Beril rio. En ese momento encontraron a lo lejos a Quarzo y a Opal que hablaban con un grupo de gente que él conocía de vista por la noche en el círculo.
Cuando se acercaron lo presentaron.
- Él es Galium, - dijo Argentis señalando a uno de ellos mientras se acercaban. - y ella se llama Sélica. – una joven delgada y muy alta, con el cabello casi blanco que le descendía ordenadamente a lo largo de su figura. Lo miraba con unos profundos ojos negros llenos de curiosidad. – Estuvimos en su grupo en la primera misión, son del tercer nivel.
Los saludó con una sonrisa y una leve inclinación de la cabeza.
Llegó otro hombre también joven que saludó a Galium y a Sélica.
Saludó a Beril y después fijó su mirada en Argentis.
- Espero que bailarás conmigo esta noche. – la dijo más afirmando que preguntando.
- Beril, este es Ax...es... un amigo de mi hermana...
- Y también un fiel admirador tuyo. – dijo sin dejar de mirarla.
- Si, claro... – dijo Argentis con sonrisa nerviosa.
- No tenía idea de que se bailara en esta fiesta – dijo Beril cambiando de tema.
- No te preocupes, no es necesario bailar. Yo lo odio. – respondió alguien detrás de Beril.
Aramen apareció entre la gente sin previo aviso. A Beril le sorprendió lo cambiado que estaba sin la media barba habitual y vestido elegantemente. Aramen no era amigo de formalidades.
Olivin apareció poco después.
- Beril, ¿me acompañarías a por algo de beber? Tengo una sed horrible... – dijo cogiéndolo del brazo sin dejarle alternativa.
Argentis la miró algo molesta, pero no se atrevió a decir nada.
Cuando se acercaron a la mesa donde estaban las bebidas Beril sirvió dos copas y pasó una a Olivin.
- Odio las multitudes. – dijo ella exasperada.
- Ya somos dos.
Observaron cómo los salones se llenaban de gente joven y no tan joven, todos vestidos con elegantes vestidos y trajes.
Habría cientos de personas en la fiesta cuando Eilean llamó la atención de los asistentes.
- Queridos amigos – comenzó – estamos aquí de nuevo para celebrar, juntos una vez más, el aniversario de la creación de esta compañía que ha salvado a lo largo de la historia a millones de personas.
La gente aplaudió las palabras de Eilean.
- Este año es el quinto centenario de la fundación de Alasdain. El primer Namak, vio que había personas con ciertas habilidades destinadas a ayudar a los demás. Los reunió y les dio un objetivo que desde entonces seguimos por encima de cualquier coste y sacrificio. Proteger el planeta, servir y ayudar a las personas. Abrió un pasadizo en la durísima roca, el ùnico hasta hoy que ha conseguido tallar sus rocas, y que nos llevó a la que hoy es nuestra casa.
Se paró y cogió una copa que alguien le alargó, levantándola sobre su cabeza en dirección a sus oyentes.
- Y hoy quiero deciros, que brindo por cada uno de vosotros: por vuestro empeño y sacrificio que hace que esto continúe siendo posible. Así que, de nuevo, gracias.
Cada uno de los presentes alzó la copa, también Beril y Olivin.
A lo lejos, en una esquina de la sala vislumbró a Argentis, acompañada por un rubio alto y bien parecido. Se encontraba bajo una lámpara de velas con lágrimas de cristal cuyo reflejo emitía luces doradas sobre su vestido, sobre su pelo y su piel. Le devolvió la mirada y levantó ligeramente la copa en su dirección.
Él la imitó y se volvió hacia Olivin.
- ¿Quién es el tipo que la acompaña? – la preguntó señalando ligeramente con la cabeza hacia la dirección donde había visto a Argentis.
- ¿A quién? - preguntó Olivin.
Beril miró de nuevo hacia la esquina. Argentis y su acompañante ya no estaban allí.
Al poco rato comenzó la música y bastantes parejas se dirigieron a la pista de baile.
Vio a Argentis pasar con Ax, el joven que le había pedido el baile al inicio de la fiesta.
Aparecieron Aramen, Quarzo y Uvarovi.
- ¿Os divertís tortolitos? – preguntó el primero.
Olivin se sonrojó de la cabeza a los pies. Miró a Beril, quien no le devolvió la mirada, fingiéndose absorto en dos parejas que habían chocado sobre la pista.
- Me encanta esta música ¿Quieres bailar conmigo Aramen? – dijo ella dirigiéndose directamente a Aramen y extendiendo una mano hacia él.
Este la miró con una mirada gélida que no parecía suya.
- Ni por todo el oro del mundo.
Ella apartó la mano, lo miró con la cabeza ladeada y los ojos empequeñecidos y se dio media vuelta, alejándose.
Aramen se volvió hacia Beril, que lo miraba sorprendido por el tono de la contestación.
- No me mires asì. No encuentro ningún motivo que me tiente a un pasatiempo tan estúpido como el baile.
La rabia con la que dijo aquella frase se contrarrestaba con la tranquilidad de su expresión perdida en el infinito.
- Pero podías haber sido más amable. – le recriminó Beril.
- No hace falta que me des una lección. Para Don Amable ya te tenemos a ti. – le soltó.
Pocos segundos más tarde vieron a Olivin con Gallium dirigiéndose juntos hacia el centro de la sala. Olivin bailaba con soltura.
Aramen se escabulló en dirección contraria sin decir nada.
- También yo adoro esta música - dijo Uvarovi, incómoda por la situación.
- No te importará que te dejemos solo un momento... – dijo Quarzo dirigiéndose a Beril.
- No, claro que no. Divertíos. – respondió este.
Quarzo ofreció gentilmente un brazo a Uvarovi, mezclándose con la gente que bailaba.
Beril vagó por las salas repletas de gente y descubrió una gran vidriera que estaba abierta y daba paso a un jardín.
Salió de la casa y se encontró al aire fresco de la noche.
No vio a Aramen por ninguna parte. Su comportamiento había sido extraño y quería preguntarle si se encontraba bien.
El barullo del interior lo había aturdido.
Comenzó a pasear tranquilamente por el interior del laberinto formado por arbustos perfectamente cortados. La luna iluminaba con resplandor tenue el exterior de la casa. Paseando vio a muchas parejas que habían tenido la misma idea que él de tomar un poco el aire. Pasaba junto a ellos discretamente intentando no perturbar su intimidad.
Continuó caminando. Bajaba por un entrante de terreno hasta que se encontró en un sendero solitario, que corría al borde de un riachuelo.
El sendero estaba rodeado de vegetación y vagaba entre las rocas.
De repente escuchó unas voces que discutían acaloradamente. Miró a su alrededor, pero no consiguió ver a nadie. No había nadie en el sendero. Camino guiándose por su oído y llegó a una abertura de la roca de dónde salía un ligero destello. Se pegó a la pared de roca e intentó entender lo que decían las voces.
- ...no podrás continuar así mucho tiempo...
- No lo pretendo – respondía una voz ronca de mujer.
Siguieron unos ruidos parecidos a un forcejeo y por último el sonido de loza que se caía.
- Tendrás que hablar algún día...
La voz de mujer se hizo tremendamente dulce.
- No sé qué pretendes teniéndome así encadenada de esta manera...no puedo escapar de aquí...casi no puedo ni moverme...si fueras tan solo un poco amable conmigo...yo...
- Tú...
- Yo podría recompensarte el día que salga de aquí...
- Tú no saldrás de aquí nunca...ya me han advertido de tus trucos.
Beril se acercó al borde de la estrecha abertura. Miró hacia dentro sin conseguir distinguir a ninguna de las personas que había oído en el interior.
Vio un viejo escritorio de madera y una cama destartalada.
No tuvo ninguna duda de que se trataba de una prisión.
La mujer hizo una pausa y su risa sonó divertida.
- Tú no sabes nada – susurraba – no comprendes a quien tienes ante ti... ni a tu alrededor... - hizo una pausa breve en la que Beril contuvo la respiración, aunque estaba seguro de que no hubieran podido escucharle – Pero yo sí que lo sé...yo lo veo...lo siento todo tras estos muros...
El guardia se había alejado pensando que la mujer estaba divagando y se había escabullido de la celda. Escuchó cómo varios cerrojos y candados atrancaban una puerta.
- ¡¡¡Cállate!!! – le gritó el valeroso carcelero a través de la puerta.
La mujer se dirigió hacia la ventana mientras canturreaba.
"Tenía el cabello rojo
tenía el rostro encarnado
rojo como la rosa
como la sangre sobre su pecho..."
Beril se estremeció.
En ese momento un grupo de jóvenes se acercó armando jaleo.
Beril retrocedió cuando escuchó al guardia salir de un pliegue en la roca aledaña y se escondió entre las sombras, junto a una pequeña caída de agua.
- ¿Quién está ahí?
Provenientes del grupo, que no había prestado atención a la abertura en la roca, se escucharon algunos murmullos.
El guardia, viéndolos en el sendero, se dirigió a ellos.
- ¿Qué demonios hacéis aquí?
- Estamos dando un paseo...venimos de la fiesta - dijo uno de ellos. Reconoció la voz de Gallium.
- Esta parte del sendero está prohibida al paso. ¿Cómo habéis entrado?
- No hemos encontrado ninguna advertencia – respondió Gallium de nuevo, convirtiéndose en portavoz del grupo. - ¿Quién dice que está prohibido?
El guardia gruñó unas palabras que Beril no consiguió entender.
En pocos segundos otro guarda salió de una puerta cercana a donde estaba Beril, que retrocedió instintivamente, metiendo los pies en la corriente de agua helada. Ahogó una exclamación y el guardia se giró hacia él.
- Camun os acompañará hasta la fiesta y se asegurará de que la verja permanezca cerrada.
El grupo se alejó, pero el primer guardia permaneció en el balcón, de manera que Beril tuvo que alejarse con los pies dentro del agua que borbotaba, pegado a la roca oscura.
Cuando llegó a la puerta de la verja vio que efectivamente el guardia Camun la había cerrado con cadena y candado.
La observó con aprensión. Las barras eran altas y terminaban en una punta de lanza.
Una barra horizontal le sirvió de apoyo para los pies. Se encaramó a la roca para atravesar las puntas de la reja, con la mala suerte de que las suelas mojadas de sus zapatos resbalaron y cayó de espaldas, por fortuna indemne y al otro lado de la verja.
Oyó acercarse al guardia corpulento con paso lento y pesado. Se levantó rápidamente y se deslizó hacia el aromático laberinto de laurel del jardín que había recorrido momentos antes.
Entró en la sala pensando en la mujer que había escuchado en el sendero. Estaba seguro de que había notado su presencia y que la canción era un mensaje que iba dirigido a él.
Pero: ¿cómo podía saber quién era él?
- ¡¡Beril!! - sonó una voz aguda a su espalda.
Se giró para ver a Argentis que lo miraba con cara pálida.
Aparecieron también Aramen y Olivin.
- He.... salido a tomar el aire un par de minutos... – dijo confundido.
Ella lo miró con cara de enfado.
- Has desaparecido casi una hora – dijo Aramen riendo. – pero creo que puedo hacerme a la idea de dónde has estado... aunque no imagino con quien. – dijo señalando con fingido disimulo el pelo de Beril.
- Estábamos preocupados. - dijo Argentis.
Beril se pasó la mano por el pelo y descubrió que estaba lleno de trozos de hojas y hierba.
- ¿Te... apetece bailar? – preguntó dirigiéndose a Argentis, cambiando de tema.
- Lo siento, estoy ocupada ya – dijo Argentis resoplando y volteándose para dirigirse hacia donde la esperaba Ax, dejándolo plantado en el sitio. Aramen hizo una mueca a Beril y también él se adentró en el salón hacia la mesa de las bebidas.
La vio bailar alegremente con Ax y sintió una punzada en el estómago.
- Ven, te acompaño a casa... es mejor que te cambies esos zapatos mojados o cogerás una pulmonía. – dijo Olivin sin pedir más explicaciones, y lo agarró del brazo llevándole hacia la puerta de entrada.
Al dia siguiente el entrenamiento extra comenzó a las 2 de la madrugada con alguien que llamaba a la puerta. Se había levantado con tiempo suficiente para prepararse y ya estaba esperando, preguntándose cómo habría pensado cada uno ayudarlo donde el propio Caolín no había tenido éxito.
Encontró a Olivin en la puerta.
- Buenos días – dijo sonriente.
- Buenos días – respondió Beril, algo más inseguro.
- ¿Damos un paseo? – pregunto ella.
- Emmm... deberíamos entrenar...creo...
- Bueno, eso no es del todo exacto... tenemos plena libertad y por lo que sé, ¡¡¡estas obligado a obedecerme!! – ella sonreía aun, con chispas en los ojos verdes.
Beril rio e hizo un exagerado gesto de resignación.
- ¡¡Haré el esfuerzo!! Cojo la capa. - dijo, mientras sonreía.
- Ok. – dijo ella, girándose para mirar hacia el exterior.
Estando fuera caminaron en silencio.
- ¿Te gusta estar aquí, Beril? – le preguntó.
No había esperado una conversación personal y un paseo a la luz de las estrellas como entrenamiento para descubrir su elemento.
- Si... – dijo tras pensarlo brevemente. – Creo que sí.
- ¿Por qué?
Eran cosas en las que no había pensado y a las que no había tenido que responder hasta ahora.
- No creo que tuviera otro sitio al que ir...no tendría ningún sitio donde volver...
Hubo una larga pausa. Olivin empezó a dirigirse hacia el acantilado.
- Yo no quería estar aquí, ¿sabes? Cuando llegué, quiero decir.
Llegaron al precipicio. Se oía la cascada y el agua que chapoteaba muchos metros bajo ellos. Beril miró hacia abajo y se apartó instintivamente del precipicio, recordando la última vez que había estado en ese punto.
- Mis padres se habían ido de viaje, tenían que estar fuera poco tiempo...pero no volvieron...
- Lo siento. – dijo Beril, sinceramente.
- Si... Pase una época complicada, difícil... Con 12 años me acogió una pareja de elementales, me escapé varias veces de su casa. – sonrió. Beril imaginaba que le contaba eso por su intento de fuga terminado casi en desastre. Pero no dijo nada sobre el tema.
- No aceptaba estar con ellos...no tenía amigos...no me relacionaba con nadie. En alguna ocasión me habían traído a Alasdain...pero Eilean no parecía convencido de tenerme aquí. Decía que aún parecía faltarme algo. Aun así estreché una buena relación con Argentis y Auris, la hermana de Argentis. Un verano, en una de esas escapadas, me topé con un grupo de chicos que perseguían a una chica algo más joven que yo. Los seguí y vi que estaban a punto de agredirla. Me metí en medio...y la chica consiguió escapar.
Beril la prestaba total atención. Sabía que sus compañeros tenían grandes habilidades, pero no se había percatado de que Olivin resaltara especialmente por su coraje, tan joven, aparentemente tan delicada y siempre tan dulce. Pero sin duda alguna, lo era.
- A mí no me dejaron escapar tan fácilmente.
- ¿Te...hicieron daño?
- Me hicieron daño, sí. – dijo sin dejar de observarlo atentamente.
- No tenía ni idea...
- Si. Mis padres adoptivos se habían percatado de que yo había desaparecido, me buscaron por todas partes... fueron Argentis y Auris quienes me encontraron. Poco después me trajeron a Alasdain.
Hubo una pausa y Olivin siguió hablando.
- Pocas semanas más tarde estando con ellas aquí mismo, descubrí mi elemento...
- ¿Crees que la agresión que sufriste te cambio para conseguirlo?
- Creo que lo único que cambió es que por primera vez estaba segura de donde estaba y sabía que no conseguiría nada estando yo sola...que siempre se necesita a alguien.
Miró hacia el suelo y dijo:
- Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites...
- Gracias. – respondió sinceramente.
Se miraron unos segundos en la oscuridad iluminada únicamente por la luz del firmamento que se reflejaba en la cúpula de Alasdain. Entonces Olivin se acercó despacio y lo abrazó. La devolvió el abrazo sintiendo que el cariño que sentía por ella crecía sincero y totalmente ausente de ambigüedad alguna.
El resto del tiempo lo pasaron meditando y reflexionando, a veces hablaban sobre alguna duda que Beril tenía. Pero no ocurrió nada.
Al volver, Olivin se despidió de él a mitad de camino dejándolo solo para desayunar.
Pero no se desperdició el desayuno que había preparado porque en la puerta de su casa encontró a Aramen esperándole. Entraron en la casa y sentándose a la mesa soltó la pregunta que flotaba en el aire.
- ¿Y bien? ¿Qué tal con Olivin? – le preguntó con una sonrisa astuta.
- No creo que debieras tomarte todas las cosas a broma Aramen.
La mirada de Aramen se hizo seria e interrogativa.
- ¿Qué es lo que hay entre vosotros? – soltó.
- ¿Qué te hace pensar que haya algo? – dijo Beril.
- No sé... ¿que se ofreciera la primera para pasar la noche contigo? Y la noche de la fiesta...
Beril hizo un gesto de resignación con la cabeza, rellenó el vaso de Aramen con zumo de naranja y contestó.
- Por cierto, no he descubierto mi elemento, por si te interesa... esta noche te toca a ti. Llegamos tarde. ¡Bébete eso y vamos!
Aramen parecía malhumorado mientras Beril se levantaba y cogía una chaqueta.
Ninguno de los entrenamientos especiales había dado ningún resultado hasta el momento. Habían sido todos enormemente esclarecedores e interesantes. Todos y cada uno de ellos se habían mostrado disponibles y dispuestos a la ayuda que necesitara. Pero seguía sin conocer su elemento. Aquella noche era el turno de Argentis y Beril empezó a preparar el desayuno antes de que fuera la hora de que llegara.
Ella se presentó como siempre antes de tiempo. Traía una pequeña bolsa de papel.
- Para ir picando algo...no soporto estar levantada en mitad de la noche en ayunas.
- ¿Fresas? – pregunto Beril abriendo la bolsa que tenía Argentis en la mano.
- Habría traído bollos de chocolate...pero la fruta nos ayudara más a estar despiertos.
Escapó de Beril y fue directa a la cafetera.
- Eso y el café, por supuesto...qué sueño a quien se le ocurre...
- Espera, ese café está frío, te hago otro...
- No hace falta, frío esta fantástico.
Esperó mientras Argentis se servía una taza grande de café y daba un par de sorbos. Lavó las fresas rápidamente bajo el chorro de agua fría y las colocó enteras en un cuenco grande, agarró de nuevo la taza y atravesó el salón.
- ¡¡Vamos!! ¡¡Tenemos trabajo que hacer!!
- ¿En el jardín? – preguntó Beril.
- Si, mejor con el aire fresco.
Siguió a Argentis hasta la hierba y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas como había hecho ella.
Había dejado el recipiente con fresas entre los dos. Cerró los ojos y comenzó a concentrarse sin mediar palabra. De vez en cuando la oía coger una fresa y comerla en el silencio más absoluto.
Nada parecía saber que estaban los dos allí, solos y en silencio. Después de una hora en esa posición, Argentis cogió otra fresa, mientras se la comía Beril abrió los ojos para observarla.
Ella abrió los ojos apenas un segundo después.
- No te estas concentrando en absoluto Beril. Lo noto.
Beril se quedó un momento sin decir nada, pillado por sorpresa.
- Quizá no es la mejor forma de concentrarse quedarse con los ojos cerrados en silencio en mitad de la noche. Y menos comiendo. No entiendo cómo esto me puede ayudar a descubrir mi elemento.
Las últimas palabras las había pronunciado con claro escepticismo.
- Si estas con esa actitud, puedo comprender por qué no lo has descubierto aún.
Beril se quedó de piedra.
- Nadie se puede concentrar contigo al lado... quiero decir...que haces ruido. – se defendió.
- No hace falta silencio absoluto para descubrir un elemento. ¡¡Simplemente presta atención!! ¡¡Surge solo!!
- No. No es tan sencillo...quizá para ti haya sido siempre natural, pero yo no entiendo para nada que es lo que hay que hacer para que aparezca en tu mano un remolino de partículas de metal que obedecen a tus pensamientos o para que millones de partículas te rodeen creando un campo de fuerza.
Argentis lo miraba fijamente. Saltó sobre sus pies.
- De acuerdo. Ven, ponte de pie. – le dijo.
Beril se incorporó a su pesar. Argentis parecía dar por descontadas muchas cosas que para él eran completamente nuevas.
Entonces Argentis hizo algo inesperado. Se colocó detrás de Beril y agarrándole las manos lo atrajo sobre sí misma como en un abrazo. Beril se tensó y se separó instintivamente.
Pero ella no se dio por vencida y se acercó a él de nuevo con decisión. Mientras lo hacía, el polvo de plata que había visto ya muchas veces los rodeó. Beril sintió una especie de corriente eléctrica sobre la piel de Argentis que atravesaba su propio cuerpo para atraer las partículas a su alrededor como si ella fuera un imán, para después mandarlas de nuevo hacia el exterior como si estuviera cargada de energía. El aire se arremolinaba en torno a ellos, brillando bajo la luna. Argentis agarró la mano de Beril y este notó como la carga pasaba a través de él y se concentraba sobre su mano, como si de un calambre se tratara. Con esa energía Argentis llamaba a las partículas de plata y sobre la mano de Beril fueron arremolinándose más y más de forma que se fundían entre ellas, comenzando a crear una forma alada, como si de un pequeño pájaro de plata se tratara, con un largo pico, que movía rápidamente las alas. Un segundo después la corriente cesó y el polvo brillante cayó sobre la hierba fresca, difuminándose con la brisa. El sol empezaba a iluminar la bóveda creando mil destellos colorados.
Beril se giró hacia Argentis que estaba llena de polvo de plata. Acercó una mano a su cara y le acarició la mejilla, arrastrando con el dedo parte de la ceniza plateada que la cubría. Argentis tenía la expresión serena mientras lo miraba.
- Estaba segura de que yo habría podido ayudarte... pero no ha sido así... – dijo tristemente.
Beril acarició su mandíbula con la mano, y vio su boca plateada tan cerca de la suya. Entonces ella se acercó aún más, rozando sus labios, pero Beril la dejó ir.
- Argentis, sabes que no puedo... – la dijo.
Ella no había esperado esta reacción por su parte.
- ¿Qué es lo que no puedes? – le preguntó.
- Sé que conoces todos los detalles de lo que pasó aquel día... sabes que lo perdí todo.
- Por tu madre... – los ojos de Argentis parecían hacer mil preguntas aun no habiendo formulado ninguna.
- No, por Ferin... – pronunció el nombre por primera vez en voz alta desde aquel día.
Argentis pareció recibir un golpe. Retrocedió unos pasos.
- ¿Ferin? – preguntó finalmente.
- Ese día no perdí solo a mi madre...perdí también a la persona a la que más he querido en el mundo.
- Tu novia...
- Era algo más que mi novia desde hacía cinco años...
- Ferin...
- Si. – Beril miró al suelo y tragó antes de decir – No creo que nadie pueda remplazar jamás el lugar que ella ha ocupaba. Lo siento...
- No tenía ni idea... – se separó de él sin mirarlo directamente.
- Argentis, yo pensaba que tú sabías...
- ¿Pensabas...? ¿De verdad? – dijo mirándolo un segundo a los ojos – Estos meses tú... pensabas. De acuerdo, déjalo, no importa...
Sin decir una palabra más atravesó el jardín hacía el interior de la casa. Beril la siguió despacio, vio como cogía sus cosas y salía sin mirarlo de nuevo.
- Nos vemos después – le dijo como despedida.
No la siguió, aunque estuvo a punto de hacerlo. Lo frenó solo la decisión firme que había tomado al respecto.
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