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Capitulo 4. Un lugar en el mundo.


A la mañana siguiente se sentía como si le hubiera pasado una manada de elefantes por encima mientras dormía. Le dolía la cabeza, por no hablar de los brazos y las piernas que le molestaban con cada movimiento.

Había dormido toda la noche sin despertarse, y por primera vez en mucho tiempo, no había tenido pesadillas que le alterasen el sueño.

Le sonaban las tripas cuando alguien llamó a la puerta. Salió a abrir, comprobando que la señora Flora no estaba por ningún sitio.

Era Aramen. Traía con él una bolsa de papel que sostenía en los brazos.

- ¡¡Buenos días dormilón!! – dijo echándole una mirada llena de simpatía.

- Hola.

- He imaginado que no tendrías nada en la despensa aún. – Pasó de largo y se dirigió al ángulo opuesto, donde para sorpresa de Beril estaba dispuesta una pequeña cocina visible integrada en un entrante, detrás de una columna.

- Yo... la verdad es que no sabía ni siquiera que hubiera despensa.

Hasta ahora no había tenido que preocuparse por nada de eso, y ni se le había pasado por la cabeza, pero tampoco sabía cómo hubiera podido hacerlo.

- Ok, ok... – dijo Aramen – poco a poco. Para empezar un buen café y unos buenos huevos revueltos, ¿ok? ¡Yo aún no he desayunado tampoco y estoy muerto de hambre!

- Emmm... gracias... – dijo Beril algo confuso. Aramen se dio la vuela, le sonrió mientras manejaba una sartén que había encontrado en uno de los armarios y con un gesto de la mano le dio a entender que no se preocupara.

A los pocos minutos sobre la mesa circular de la sala Aramen dispuso unos platos con comida y unas tazas de café con leche. Se sentó en una silla y empezó a comer rápidamente. Beril se sentó en otra de las sillas y probó los huevos. No se había dado cuenta de que tenía un hambre voraz.

- Mmmmm... – Aramen dio un sorbo al café y levantó la vista hacia Beril.

- Ahora empezamos a razonar, ¿eh? – reía siempre estrepitosamente con una risa contagiosa.

- Muchas gracias por... todo esto... yo... no sabía que tenía que haber ...

- Si, si... ya me lo imagino... aquí cada uno es responsable de sí mismo, de su casa y de su comida...

- ¿Su casa? – preguntó Beril.

- Veo que nadie te ha explicado una sola palabra... también es normal – reflexionó en alta voz. – Bien. Empecemos entonces desde el principio, si te parece...

- Si, serìa ùtil. ¡¡Gracias!! – dijo Beril.

- Ok... a ver... Esta – señaló a su alrededor – es tu casa, ¿vale? Vivirás en ella mientras estés Alasdain. Lo normal es que lleguemos aquí siendo niños. De hecho – dijo riendo - hay una zona en Alasdain en la que es mejor no entrar a no ser que sea estrictamente necesario, allí las normas no tienen validez aún.

Su gesto era còmico y risueño mientras hablaba.

- Pero tú esa etapa te la has saltado. Así que tienes que asimilar mucha información rápidamente. Cuando el Namak observa ciertas características en nosotros y calcula que estamos preparados empezamos el entrenamiento. Entonces nos trasladan a todo el grupo y nos entrenamos y vivimos cerca de la gente con la que solemos estar, nuestros amigos y tal... tú entrenarás en mi mismo grupo... aunque tú has llegado a destiempo y en unas circunstancias algo...diferentes – Aramen normalmente reía mientras hablaba, pero mientras decía esto miró al suelo e hizo una mueca – Entonces te asignaron a esta casa que no está precisamente cerca de los que estamos en grupo del primer nivel, imagino que terminarán cambiándote de casa...sería más fácil, pero no lo se.

- ¿Dónde estáis vosotros?

- ¡¡¡Pfffff!!! ¡¡Al otro lado de Alasdain exactamente!! Jajajaj... cada uno se entrena con los miembros del grupo, cerca de las casas que habitan... es más cómodo asì... – gesticulaba con las manos mientras hablaba. – Mi casa está cerca de la pradera, donde nos visitaste ayer con Eilean mientras esperábamos al maestro...

- Ah...

- Si... ¡¡Eso quiere decir que cada vez que entrenemos tendrás que correr para llegar puntual!! Jajajaj

A Beril no le importaba despertarse algo antes para llegar en horario.

- ¿Y qué grupo es el que está en estas casas?

- Emmm... estás entre los elementares de tercer nivel...pero no me preguntes por qué te han puesto aquí... – una sombra le cruzó casi imperceptiblemente el rostro. - ¡¡Imagino que creían que no estarías mucho tiempo!! – se burló amistosamente Aramen, y su expresión hizo reír a Beril. Al fin y al cabo, él tampoco había esperado estar mucho tiempo allí...

Aramen se irguió, se puso serio y giró la cabeza.

- Vamos, - dijo – se hace tarde y tengo que explicarte aun unas cuantas cosas. Venga.

Bebieron el café a grandes sorbos de pie antes de salir por la puerta del jardín apresuradamente.

Aramen corría más que andaba y Beril notaba cómo le tiraban todos los músculos de su cuerpo.

- Ven, vamos a hacer un pequeño tour por el mercado porque si no morirás de hambre...

- ¿El mercado?

- Claro, ¿creías que te llegaba sola la comida a casa? - dijo, riendo de nuevo.

La claridad no era tanta como cuando había estado con Eilean, o eso le parecía. Pero quizá solo se estaba acostumbrado a aquella luminosidad.

Bajaron por el prado inclinado como había hecho el día anterior, pero giraron a la derecha al llegar a la explanada. Al girar un grupo de casas se encontraron con una pequeña muralla de caliza de un color amarillento y grisáceo, coloreado de verde por el musgo en algunos puntos.

- Este es el mercado. En realidad, es un pequeño poblado de comerciantes, como veras.

- Y ¿qué hacen aquí?

- Bueno... ¡¡trabajan!! – la expresión de Aramen resaltaba que la respuesta era obvia.

Pasaron por un arco y se encontraron de lleno en un mercado bullicioso repleto de pequeños puestecitos donde se amontonaban artículos de toda clase y color, desde comida, especias, carnes hasta ropa e incluso instrumentos musicales...le pareció increíble la variedad de artículos.

- Si quieres puedes comprar un par de cosas que te hagan falta, pero rápidamente, así después pasamos por tu casa para dejarlas al vuelo y corremos al campo de entrenamiento.

- Ya... solo que yo no tengo dinero...

- ¿No tienes dinero? – preguntó Aramen, aunque era una pregunta de la cual ya sabía la respuesta.

- Justo cuando toda mi vida estaba en ruinas y herido, yo estaba justamente pensando en recoger mis ahorros para poder venir aquí a comprar souvenirs en vuestro mercado... – dijo irónicamente, algo molesto.

Aramen rio, lo que hizo sentir a Beril un poco fuera de lugar. Por lo que alzó los ojos al cielo, se dio media vuelta y empezó a caminar de nuevo. Pero Aramen lo alcanzó en dos pasos y lo frenó agarrándolo por el brazo. Beril intentó desasirse, pero Aramen lo sostenía con una fuerza extraordinaria.

- Escucha... – se plantó delante de él, cerrándole el paso.

Beril se detuvo en seco y miró a Aramen.

- Yo no tengo nada. Todo lo que tenía ha quedado en la ciudad de dónde vengo...

- No tienes que preocuparte por eso... los mercaderes que ves aquí trabajan para traer lo necesario a nuestra población y a cambio reciben elementos que nosotros les proporcionamos.

- Pero yo... - comenzó Beril.

- Lo sé, pero no tenemos que preocuparnos por ello... Al menos por el momento. Ellos te darán lo necesario, no te pedirán a ti nada a cambio.

Meditó un momento sus palabras antes de continuar su explicación.

- Nosotros somos aprendices de primer nivel. Llevamos a cabo los entrenamientos, poco a poco nuestra habilidad crecerá y podremos realizar pequeñas misiones...cada uno dependiendo de sus capacidades.

- ¿Cómo...?

- Por el momento es mejor que te centres en el entrenamiento...

De nuevo se enderezó y giró la cabeza como escuchando algo.

- Bueno, entonces dejamos las adquisiciones para otro momento, ¿ok? Vamos, o llegaremos tarde a tu primer entrenamiento.

Atravesaron la pradera de nuevo pasando por delante de la pendiente que llevaba a su casa, pero esta vez siguieron de frente. Atravesaron un bosque, dejaron atrás la fuente derruida y llegaron a la esplanada donde el día anterior había encontrado al grupo del que supuestamente formaba parte.

- Buenos días, Maestro Caolín.

El grupo entero se giró en su dirección.

- Ah, aquí estáis por fin... – dijo uno entre ellos que parecía el mayor. Al volverse hacia ellos Beril vio que se trataba de un anciano. No lo habría adivinado jamás por su figura y su postura.

- Buenos días. – dijo también Beril, mientras observaba al anciano. – Soy Beril Arcomayor, y creo que ...

Se detuvo ante un gesto del hombre que tenía delante. Lo observaba atentamente. Hubo un murmullo de fondo.

- Eres peculiar, si... – se movía con delicadeza como llevado por el viento. - Al entrar aquí te has despojado de tu apellido...serás únicamente Beril... curiosa elección tu nombre... – alzó la mano nudosa e hizo ademán de tocarle la cara. Beril se apartó rápidamente pero no consiguió evitarlo, el viejo parecía saber con antelación como se movería. La mano le inmovilizó la cara y la acercó a la suya, mirándole fijamente a los ojos. Beril le sostuvo la mirada al principio con sorpresa, más tarde con desafío... aunque sospechaba que habría sido inútil intentar deshacerse de esa mano.

- Beril... – los ojos de un profundo negro le resultaron familiares y confortantes.

Con la rapidez con la cual lo había agarrado, lo dejó libre, diciendo:

- Veremos qué es lo que sale de dentro de ti, Beril...

Todos los miraban. Se encontraba algo perdido, no sabía a qué se refería. De nuevo, había partes de la imagen que desconocía.

- Perdone...soy nuevo aquí y no sé muy bien qué es lo que espera de mí...

- No me interrumpas y ve a tu sitio. – obtuvo por toda respuesta.

- ¿Mi sitio? No sé cuál es mi sitio...

El anciano se giró de nuevo hacia él.

- Bien, eso es lo que tienes que buscar para empezar... – y comenzó a golpear con su bastón en el suelo, alejándose.

A su alrededor todos se movían silenciosamente realizando movimientos que él no comprendía, todos distintos unos de otros.

Nadie le prestó atención mientras los observaba, concentradísimos en sus gestos.

Entre ellos reconoció a Argentis, que se movía con los ojos cerrados, como una chiquilla que baila al compás de una música imaginaria. Destacaba entre todos los demás del grupo con su piel casi transparente bajo la luz blanquecina de la bóveda.

No sabía bien qué hacer. Caolín no parecía verlo mientras observaba atentamente a sus discípulos moverse.

Prestó atención a Aramen, también él se concentraba en seguir unos pasos concretos. Se dio cuenta de que estaba descalzo. Todos lo estaban. Se agachó y se sentó en el suelo mientras se quitaba los zapatos, que tiró hacia un lado. Se puso de pie cerca de Argentis, cerró los ojos e intentó escuchar una melodía que todos parecían oir menos él. Los golpes del bastón cesaron de repente y cuando abrió los ojos vio que todos habían interrumpido su movimiento y lo observaban. El maestro estaba de nuevo mirándolo fijamente.

Temió haber hecho algo mal, aun no habiéndose movido.

- Veo que has encontrado tu sitio, Beril. – decía el anciano con gesto duro.

- Bueno...si quiere me puedo poner en otro sitio.

- Basta de dudas, Beril...cada uno decide donde quiere estar... la vida está hecha de millones de elecciones que nos van mostrando quiénes somos. Si este no es tu lugar lo sabrás y te moverás tù solo. Sentémonos un momento.

Todos se sentaron y comenzó a hablar.

- No es habitual tener en el grupo a un discípulo como Beril, tan atrasado... – Beril se sintió algo ofendido, pero no dijo nada. – esto podría retrasar al grupo por entero, por tanto, es responsabilidad de todo el grupo que él alcance el nivel de los demás y adquiera la destreza y la sabiduría necesarias para poder avanzar todos juntos, de otra forma no estaréis listos para ninguna misión cuando sea necesario. Beril, todo el grupo depende de ti. Tengo la sospecha de que pronto conseguirás estar a la altura de seguirlos, ellos te ayudaran y tú a ellos. Por esto, te pedimos que hagas el esfuerzo de seguir a todos tus compañeros de grupo, aunque muchas veces no comprendas...que imites lo que ellos hacen para poder entenderlo...

- No querría retrasar a nadie, antes preferiría...

- Has aceptado y llegarás hasta el fondo con todas las consecuencias...que como bien sabes, no afectan solo a tu persona...

Beril miró a Argentis. Ella le devolvió la mirada solo con el rabillo del ojo, apretando los labios...

- De acuerdo. – respondió.

- Bien. Ahora cerrad los ojos y centrad la atención en vuestra respiración...

La voz del anciano era tranquilizadora, suave y armoniosa. Intentó hacer lo que decía.

- Una respiración pausada, el aire que pasa a través de la nariz y llega hasta los pulmones, refresca nuestro cuerpo y nos renueva, vibra dentro de nosotros y nos deja tantas cosas a su paso...

Notó las manos firmes del anciano que corregían su postura, le enderezó la espalda tirando hacia atrás de los hombros. Notó crujir sus huesos y le dolieron los músculos. Se centrò nuevamente en la respiración.

- Notad cómo el cansancio desaparece y nos llenamos de calma y fortaleza...y dejamos ir el aire exhalando partículas de nuestro propio ser ...Notad el aire que nos envuelve, la luz que nos ilumina, el terreno que tocamos...notad cómo vibra cada elemento con una nota diversa...

Permanecieron así largo tiempo, los músculos de Beril dejaron de dolerle y la posición le proporcionaba efectivamente calma y tranquilidad.

Sin previo aviso la voz de Caolín dejó de sonar y todos empezaron a levantarse a su alrededor. Silenciosos como si despertaran de un sueño. Caolín había desaparecido.

Se levantó también él y vio que se le había acercado Argentis.

- Argentis, quería decirte que anoche yo...

- Sssshhhh... Sé lo que vas a decir. Olvídalo, por favor, no te preocupes. – lo frenó seriamente colocando suavemente las yemas de sus dedos sobre los labios de Beril – Creo que ya has conocido a Aramen. Bueno, no te fíes demasiado de él, ¿eh? Es un bromista de campeonato.

- ¡¡Ehhhhh!! – protestó el aludido desde detrás de Beril. Se intercambiaron entre ellos una mirada de complicidad.

- Y... te presento a los demás que aún no conoces. Este es Malaquio, la cabeza de nuestro grupo... hasta el momento – bromeó guiñándole un ojo.

- Y también el más aburrido – añadió Aramen acercándose a su oreja, pero sin moderar la voz para que no lo escuchara Malaquio, que rio entre dientes.

- Y ellos son Rodio y Quarzo.

- Llámame Rod – dijo el primero.

Todos se acercaron y le estrecharon la mano.

- Y.... las que van por allí son Uvarovi, Amonina y Opal.... y... ¿dónde está...? Olivin – una chica poco mayor que Argentis se acercó y ella la agarró por el brazo. – Olivin hace el mejor bizcocho de chocolate que hayas probado jamás. Recuérdalo, ¡es importante!

- Encantado – Olivin le fijaba unos bonitos ojos casi transparentes, pero de un verde más intenso que los suyos propios.

- Si... creo que os llevareis bien... - dijo Argentis, y luego dio un golpecito con el puño sobre el hombro de Olivin.

- Te hemos preparado una comida de bienvenida – dijo Rod – porque imaginamos que no estas aún muy familiarizado con la vida de aquí...

- Si, ¡¡¡además vive lejísimos!! – aclaró Aramen, riendo como siempre – No os imagináis las carreras que se va a tener que dar, además en la parte más alta de la colina.

Algunos rieron también y comentaron la novedad de que uno de ellos viviera tan lejos.

El entusiasmo de todos sacó a flote la timidez de Beril. Él nunca había sido muy sociable, y se encontraba un poco sobrepasado con todas estas amistades inesperadas.

Lo arrastraron hacia un grupo de casas cercano, que bordeaban una pared rocosa.

Sentados a la mesa, comieron unas tortas saladas hechas con verduras y un pollo asado.

Mientras comían hablaban con toda normalidad de la vida que llevaban. A Beril le parecía una escena irreal, y lo más irreal de todo era que él se encontrara en ella.

Le preguntaron con curiosidad por qué había hablado así al Maestro Caolín.

- ¿Hablado cómo?

- Cuando le preguntaste cual era tu sitio... ¡¡parecía que lo estuvieras desafiando!!

- No...no lo pretendía...es solo que no entiendo qué es lo que estabais haciendo...

Se miraron con preocupación entre ellos. Fue Malaquio, quien parecía el mayor de todos, quien rompió el silencio.

- Beril, te debe parecer muy raro todo ¿verdad?

- Bueno...

Todos rieron mirándose entre ellos.

- Nosotros estamos aquí para aprender a defender a las personas como tú de... algunos peligros, que pueden ser... terribles.

- ¿Personas como yo? – preguntó Beril.

- Técnicamente – interrumpió Aramen – personas como eras tú antes de... hoy.

Se hizo el silencio.

- Entiendo, gente... común y corriente.

- Exacto – apuntó Aramen, contento de que Beril lo hubiera entendido, sin advertir al inicio la ironía con la que había dicho las últimas palabras.

Se volvieron mirándose inquietos los unos a los otros.

- Beril... somos solo personas que entrenan habilidades para ayudar y proteger...

- Evidentemente guardáis algunas diferencias basicas, diría yo.

- Físicamente somos iguales. La única diferencia reside en que nuestra vida está dedicada a observar el mundo, a conectarnos con él, con su naturaleza, de la que todos formamos parte, para proteger y ayudar a los que lo habitan.

La respuesta de Argentis le dejó sin palabras.

- ¿A conectaros con la naturaleza? – preguntó.

- ¡¡No puedo creerlo!! – estalló Quarzo dando un puñetazo sobre la mesa. – ¿Cómo es posible que ignore absolutamente todo? No podremos ponerlo al día de una vida de cosas. Nos retrasarà demasiado.

- ¡¡Quarzo!! – reprendió Olivin y algunos de los que estaban sentados a la mesa se tensaron.

Los demás callaron, lo que indicaba que en el fondo a todos se les había pasado por la cabeza la preocupación de Quarzo.

- Yo creo que esta situación será negativa a largo plazo. No puede... - se interrumpiò inesperadamente escuchando la risa que venia del sitio de Aramen.

Todos lo miraron.

- ¿De qué te ríes? – exclamó Quarzo, agresivo.

Aramen seguía riendo como si le hubiera dado un ataque. Quarzo saltó de su silla haciéndola caer y empujó la mesa hacia el lado donde se sentaba Aramen, arrastrando a todos los que estaban en su trayectoria. Aramen cayò de espaldas al suelo y al levantarse todos sus músculos estaban crispados.

- ¡¡Basta!! – gritó Opal. Refulgió de todos los colores con una explosión. Todos se calmaron momentáneamente. – No tiene sentido pelearse por esto. No está en nuestras manos. Afrontémoslo y sigamos adelante. Si no, nos quedaremos bloqueados en esta situación, esto lo comprendemos todos, incluido Beril. – lo miró con algo de reprobación. – El grupo esta así constituido completo y es necesario que colaboremos todos por igual.

La mitad de ellos se había levantado de la mesa. Argentis había llevado aparte a Aramen para calmarlo. Quarzo los miraba de reojo.

- Beril no debes juzgarnos por ser lo que somos. – dijo Malaquio. – Porque, por lo visto, lo que somos nosotros, lo eres tú también. A ninguno se nos ha escapado que tienes una habilidad muy concreta, por mucho que esté totalmente cubierta de... – señaló a Beril por entero – materia bruta.

- ¿¿Qué?? – Beril no podía creer que lo llamara materia bruta.

- ¡¡No pretendía ofenderte!! – dijo Amonina. – Es solo que... - comenzó, indicándolo.

- ¡Bizcocho de chocolate para todos! – interrumpió Olivin viendo que la discusión estaba a punto de volver a estallar.

Aramen se echó a reír de nuevo, Quarzo se lanzó hacia él, seguido de Opal, Amonina y Uvarovi que lo agarraron justo a tiempo.

- ¡¡Dejadle, dejadle!! – gritaba Aramen por encima de Argentis, mientras Rod lo paraba con el brazo.

Malaquio seguía la escena desde fuera sin intervenir sacudiendo la cabeza.

De repente Quarzo apartó de un manotazo a los tres frente a él. Antes de que su mano llegara a Argentis, que se encontraba entre los dos, Beril se interpuso apoyando todo su peso contra Quarzo cuyo tamaño estaba cerca de doblar el suyo.

Le miró directamente a los ojos e intentó que no avanzara, pero antes de darse cuenta de sus movimientos, Quarzo había agarrado su muñeca, aprovechando todo su impulso y lo lanzó contra la mesa, que cayó con todo lo que tenía encima, incluido el bizcocho de chocolate de Olivin.

Se hizo el silencio. Beril sintió algunos cortes sangrando en la espalda. Abrió los ojos y vio que nueve personas se inclinaban sobre él. Quarzo le ofreció la mano y lo alzó como si de una pluma se tratara, con los ojos muy abiertos.

Como si no le doliera ya el cuerpo por todos los acontecimientos vividos últimamente se le añadieron unos cuantos cortes.

- Disculpadme..., no pretendía hacer daño, a nadie – dijo con una nota de arrepentimiento al darse cuenta de lo que habìa provocado.

- Creo que si sobrevivo aquí una semana estaré entrenado ya para hacer frente a todos esos peligros de los que habláis... – dijo Beril en un susurro.

Todos rieron.

Olivin volvía con gasas y agua. Argentis le quitó la camisa y todos hicieron un gesto de preocupación al ver la sangre.

- Nos van a matar. – dijo Aramen, que había dejado de reír.


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