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Capitulo 2. El Namak: quien ve el interior del alma


- No, no tengo pensado revelar más de lo necesario. – decía una voz grave.

- Algo me dice que no lo aceptará...así sin más... ¡La atacó desarmado! No acatará tus ordenes sin hacer preguntas...

- Que yo responderé... con escuetas palabras.

Le dolía la cabeza, y todas estas palabras le parecían un sinsentido. No reconocía tampoco las voces. Parecían proceder de dentro de su cabeza, formar parte de los pensamientos agitados que ocupaban su mente.

Intentó a abrir los ojos, pero el exceso de luz le atravesó la cabeza como un rayo, y cayó nuevamente en un sueño intranquilo.

- ¡¡Buenos días!! – una voz juvenil le hizo girar sobresaltado la cabeza en dirección a su interlocutora. - ¡¡Has dormido una eternidad!! ¡¡¡Ya empezaba a pensar que no ibas a despertar jamás!!! – aunque su voz parecía alegre y reía abiertamente, sus palabras sonaban llenas de preocupación. – Todo bien?

Beril miró a su alrededor con sorpresa. Se encontraba en una habitación únicamente iluminada por el fuego de una chimenea delante de la cama que, a su vez, irradiaba un calor reconfortante. Las ventanas, que ocupaban los muros a los dos lados de la cama, estaban cerradas con contraventanas de madera. Parecía ser de noche porque desde fuera no se adivinaba ninguna luz. La puerta, cerrada, estaba junto a la cabecera de su cama. No reconocía nada de todo aquello.

Volvió la atención nuevamente a la chica que lo había hablado. Era muy joven, alrededor de los 15 años, pensó. Su piel era extremadamente luminosa, su pelo liso, rubio casi blanco y sus ojos grises. Ojos de luna. Tenía un aspecto extraño, irreal.

- No sé dónde estoy... – le confesó. Ella lo miró con atención.

- ¿No recuerdas cómo te trajeron hasta aquí? – preguntó ella.

Ella entornó los ojos, observándolo atentamente.

Poco a poco los recuerdos volvieron a su cabeza como un mal sueño...

- La mujer de oro...

- Eh... si... decías eso todo el rato mientras estabas inconsciente.

- Había una mujer... lanzaba puntas doradas... – se llevó la mano a la herida en la parte izquierda del tórax. – y tenía una lanza...

- Si, lo sé – bajó la mirada y miró hacia la puerta antes de continuar – te tuvieron que arrancar la lanza, tuviste suerte... por poco no lo cuentas.

Tenía toda la zona cubierta con vendajes limpios, pero sentía una tirantez dolorosa al mover el brazo izquierdo.

- ¿Qué más recuerdas? – insistió ella. Beril notó la ansiedad en su voz esta vez.

Los recuerdos acudieron ahora vívidamente a su mente. Su madre con los ojos muy abiertos. El último beso de Ferin. El temblor de la tierra que acabó con todo lo que él conocía...

Pero no dijo nada.

- Estoy... muy cansado... me da vueltas la cabeza.

Se abrió la puerta en ese momento. Una señora bajita y regordeta entró en la habitación a toda prisa. Acomodó a Beril sin mirarlo siquiera, sumergida en sus propios pensamientos.

Beril se movió algo tenso mientras la mujer lo manejaba.

- ¡¡¡Ohhhh!!! – lo miró a la cara por primera vez. – oh, chico que susto me has dado!! ¡¡Esperaba encontrarte dormido!! No has despertado apenas durante dos semanas, y cuando estabas despierto no decías una sola palabra, parecías totalmente ausente.

Volvió la cara hacia la chica a su izquierda. Según ella había divagado continuamente.

Pero no había rastro de ella. Las ventanas seguían totalmente cerradas y nada parecía indicar que ella había estado allí.

- Me siento algo confuso...

- Si si, es normal chico, has sufrido heridas muy graves. Una lanza te atravesó...rozándote el corazón. Tuvimos que... no fue nada sencillo, estabais...

Se calló de inmediato sobresaltada como quien se da cuenta de haber hablado de más.

- Fue particularmente difícil. – zanjó.

Lo dejó pasar. No sacaría nada en ese momento y estaba de verdad demasiado cansado.

- Había alguien aquí antes de que usted entrara...

- No, no, aquí nadie puede entrar si no es con mi permiso, y no se lo he dado a nadie hoy, aquí no ha entrado nadie...- mientras decía esto inspeccionaba la habitación con la mirada – debe ser fruto de tu imaginación debido a lo que has pasado...

- Qué extraño, parecía tan real... – pero en estos momentos, él mismo dudaba de sus sentidos.

- Bueno será mejor que descanses. Aún tienes mucho por recuperar.

- ¡¡¡Ya, pero... – indicó a su alrededor – pero es que no sé dónde me encuentro!!!

La señora fijó sus ojos en Beril seriamente. Apretó los labios y dijo:

- Estás en Alasdain, Beril Arcomayor.

- Alasdain? – dijo a medías divertido mirando a su alrededor. También eso debía ser un sueño...o una pesadilla. De cualquier forma, una alucinación. Solo había escuchado ese nombre en cuentos de viejas.

- La ciudad de los espíritus elementales – dijo ella.

Beril se quedó sin respiración al oír esto.

Los espíritus elementares... Las leyendas los definían como una raza particular que aparecía en momentos de algún peligro. Una raza que poseía habilidades particulares que los convertían en una especie de soldados.

En los cuentos antiguos parecían ser personas extrañas, que vivían fuera del mundo. Se habían convertido en una especie de mal augurio.

No sabía que pensar. No podía creer en su existencia, pero, si existían realmente: ¿cómo había ido él a parar allí?

Le daba vueltas la cabeza.

- En breve vendrá alguien a hablar contigo que te explicará todo mejor que yo, ten paciencia, chico...si me necesitas estaré en la habitación de al lado. Intenta descansar.

Se quedo de nuevo solo en la habitación. Cerró los ojos siguiendo el consejo de la señora que lo había atendido. Aún se sentía demasiado cansado. Volvió a caer en un sueño profundo donde se sucedían imágenes entrecortadas de su madre, de Ferin diciéndole que lo amaba... de la mujer de oro que bailaba frente a sus ojos, con la larga melena dorada siguiendo sus movimientos. Las chispas que atacaron a su madre. Los ojos de su madre que se transformaban en unos ojos fríos y grises del color de los de la chica que había encontrado al despertar...

Se despertó sobresaltado con un ruido cercano a él.

- ¡¡Ah!! ¿Te he despertado? Lo siento, esta ventana se atasca siempre por lo que veo, no se cierra bien. Habrá que arreglarla.

Estaba abriendo de par en par las ventanas, dejando pasar el sol a raudales, que iluminaba la habitación y la rescaldaba. Entraba también un perfume de flores que le recordó al jardín de su casa: mimosa y margarita, hierba húmeda...

- ¿Cómo te encuentras? – dijo.

- Mejor, gracias... mucho mejor. Me parece haber dormido durante toda una eternidad...

La señora lo miró divertida antes de responder.

- ¡¡¡En efecto, así ha sido!! – dejó escapar una risita rápida y casi inaudible. – ¡¡Han pasado días desde nuestra última charla, chico!! ¡¡Creo que empieza a ser hora de levantarse o tus piernas no recordarán cómo sostenerte en pie!!

Beril sonrió a la señora. No la conocía de nada, pero agradecía el tono afectuoso con que le hablaba.

Al incorporarse la cabeza le jugó una mala pasada y se le nubló la vista. La señora corrió a sostenerlo.

- Despacio chico. Has estado mucho tiempo recostado.

Volvió a abrir los ojos para mirar a la señora.

- Aún no me ha dicho su nombre. – le dijo dedicándole una media sonrisa tímida que casi la hizo sonrojar.

La señora dejó escapar de nuevo su risa simpática, y respondió.

- Perdona. Normalmente aquí todos me conocen. Soy la señora Flora. Atiendo a todo el que lo necesite aquí dentro.

- Le agradezco sinceramente sus cuidados.

- Chico...es mi trabajo... - pero en su gesto se veía una sincera preocupación.

En ese momento alguien llamó a la puerta. Un hombre grande entró inmediatamente, sin esperar una contestación. La señora Flora se incorporó rápidamente para mirar al recién llegado.

- Buenos días Eilean.

- Buenos días, Flora. ¡Veo que casualmente he llegado en un buen momento! ¡¡Nuestro bello durmiente se ha despertado finalmente!! – dijo sin mirar siquiera a la señora Flora y fijando toda su atención sobre Beril.

Beril no contestó. Hizo caso omiso de sus comentarios irónicos y continuó alzándose de la cama despacio como le había aconsejado la señora Flora.

- Buenos días, Señor Beril Arcomayor. Mi nombre es Eilean.

Hizo una pausa para ver la reacción de Beril, que siguió ignorándolo a pesar de que le había sorprendido escuchar su nombre completo. No le gustaba la actitud de las personas demasiado seguras de sí mismas.

- Soy el Namak de Alasdain, donde te encuentras en estos momentos. Imagino que querrás saber el motivo por el que estás aquí.

Beril lo miró ahora. Sí, quería saber por qué estaba allí, dado que no había tenido jamás ningún contacto con personajes como espíritus elementares, guerreros y leyendas del estilo... ni él, ni su familia... ni ningún habitante de su ciudad natal, que él supiera.

- Ahhh, veo que he captado tu atención.

Se sentó en la butaca al lado de la cama, cruzando las piernas. Su vestuario era muy cuidado, ajustado a su figura, pero cómodo e informal. A diferencia de él, Beril vestía unos pantalones anchos y una camisa de lino blancos, a modo de pijama.

Permaneció de pie frente a la butaca ocupada por Eilean, apoyándose ligeramente en la cama tras él para no caer. Lo miró fijamente a los ojos, esperando que continuara.

Eilean sonrió con una nota de amargura.

- Durante una misión en la ciudad de Mulg hubo un episodio desafortunado, tu madre resultó malherida y a causa de eso atacaste y resultaste atravesado por una lanza que por poco no acaba con tu vida – hizo un alto para observar la reacción de Beril nuevamente.

Beril escuchaba una versión absurdamente limpia y sencilla de lo que había vivido, pero no interrumpió el relato, por lo que Eilean continuó su monologo rápidamente.

- Nuestra gente te transportó aquí, y te atendimos como a uno de los nuestros. En cuanto estés totalmente recuperado, abandonarás Alasdain y podrás retomar tu vida donde la has dejado.

La señora Flora bajó la mirada con un gesto extraño dibujado en su boca, pero no se atrevió a decir nada.

Beril en cambio sí reaccionó. Rio abiertamente como si la situación lo divirtiera enormemente. Rio aún más fuerte por la sorpresa que se dibujó en la cara de sus dos interlocutores.

- Es curioso – dijo con gesto amargo cuando dejó de reír – que entre todos los que resultaron heridos me trajerais aquí solo a mí.

Lanzó una mirada helada a Eilean.

- De todas formas, estoy de acuerdo con abandonar este sitio, no quiero seguir aquí... pero volver a mi vida resultará algo complicado. Habéis matado a mi familia, a mis amigos...mi ciudad ha sido reducida a la nada...

Hablaba en un susurro cada vez más bajo. Eilean lo miró a los ojos y permanecieron en silencio unos segundos.

- Lo siento Beril. – dijo mirándolo extrañamente. Finalmente, su reacción parecía sincera.

Se levantó de la butaca. Se acercó a la ventana mirando hacia fuera, cerró los ojos y respiró profundamente.

- Margaritas... – volvió la mirada a Flora y después cerró los ojos de nuevo concentrándose en algo desconocido para Beril.

Susurraba. Movía los labios sin emitir sonido. Hasta que dijo:

- Me gustaría poder explicarte todo esto. – dijo – Pero temo que no podrías comprenderlo.

- Puede que se sorprendiera de lo que soy capaz de entender.

Eilean se sobresaltó casi imperceptiblemente, pero a Beril no se le escapó.

- ¿Tienes alguna idea de quienes somos los elementales, Beril?

Beril recordaba muchas historias populares, canciones, versos. Algunas de ellas siendo niño lo habían hechizado, y se desenterró en su interior la escena en la que suplicaba siempre a la madre de Ferin que le contara las antiguas historias de aquellos seres espirituales y a veces un poco maléficos que parecían en conexión con la naturaleza y escuchaban el mundo mientras el fuego ardía. El torno moviéndose, despertando la materia que surgía del interior de cada piedra que su maestro tallaba.

Dudó un segundo con el recuerdo en la cabeza ardiéndole como el fuego antes de dirigirse hacia Eilean de nuevo.

- No, nada en absoluto.

Eilean cerró lentamente los ojos y los abrió a la misma velocidad.

- Y sin embargo... hay algo... - se acarició las sienes – Mañana al amanecer vendré a buscarte. Quiero saber algo acerca de ti. Quiero que estés preparado para salir al amanecer.

Al decir esto se dirigió rápidamente hacia la puerta y salió de la habitación sin pronunciar más palabras.

Beril miró a la señora Flora. Ella agachó la cabeza para no encontrar la mirada de él. Se acercó a la ventana y también ella respiró profundamente. Otros aromas se entremezclaron a los que habían llenado la habitación anteriormente. Aromas de plantas aromáticas que Beril no conocía. Miró a Beril, pareció meditar algo, y volviendo sobre sus pasos cerró la ventana y salió ella también. Entró un par de veces trayendo comida y agua, sin hacer grandes comentarios.

A la mañana siguiente se despertó antes del alba. La señora Flora se esforzaba por parecer más animada que el día anterior. Le trajo un desayuno a base de mermeladas de frutas dulcísimas y tortas de cereales.

- Aquí tienes tu ropa. ¡¡He conseguido quitar todas las manchas milagrosamente!!

Al vestirse notó que los pantalones le quedaban algo más cortos de lo habitual y sonrió sin decir una palabra. La camisa tenía un pequeño bordado blanco a la altura de su nueva cicatriz.

- Hala, ahora puedes salir de aquí. Eilean te espera en el piso de abajo. Ve despacio chico, aún no estás recuperado. No te fuerces, ¿oyes chico?

Beril asintió y rio sinceramente ante la preocupación de la señora Flora. Se acercó con un movimiento rápido y la besó en la mejilla fugazmente.

- Gracias... por todo. – dijo a modo de despedida. No sabía si volvería a verla.

Ella asintió.

Mientras salía escuchó como la señora Flora dejaba escapar pesadamente el aire.

Cuando salió se dio cuenta de que se trataba de una pequeña casa. El piso superior albergaba una única habitación – donde había dormido – y una antesala con un baño. En el piso inferior una pequeña estancia hacía las veces de comedor, cocina y salón. Atravesando este había una pequeña parcela de jardín invadido de margaritas y un frondoso árbol de mimosa en la esquina, cargado de pequeñas esferas amarillas que despedían un aroma intenso.

Ahí lo estaba esperando Eilean, vestido igual que el día anterior.

Al aparecer Beril en el umbral se dio la vuelta y lo sonrió.

- ¿Listo?

Beril alzó los brazos encogiéndose ligeramente de hombros.

- Enseguida serás libre.

Beril no pudo sentir una especie de vacío en su interior al pensar en su vuelta a Mulg.

Salieron de la casa y la luz cegó por un momento a Beril. No había esperado que hubiera tanta luz tan temprano. Cuando consiguió abrir los ojos vio que Eilean se alejaba a pasos largos, sin advertir que Beril quedaba atrás. Tuvo que correr para alcanzarlo. La curiosa mirada de Beril no acertaba a fijarse en un solo detalle. No hubiera esperado encontrarse en un sitio así cuando le habían hablado de Alasdain. Según los cuentos de los ancianos de Mulg, Alasdain se trataba de un sitio mágico y encantado, pero oscuro y misterioso.

Frente a él se extendía una inmensa pradera de hierba que descendía abruptamente. Beril seguía los pasos de Eilean fatigosamente, en parte por su prolongado tiempo postrado, pero también por la dificultad del terreno a la cual, evidentemente, Eilean estaba acostumbrado.

En lugar de encontrarse bajo el azul del cielo, sobre sus cabezas se extendía una gran cúpula que relucía con mil colores brillantes mientras caminaban. Era esta la causa de la fuerte luz de la mañana. Beril no era capaz de alzar la mirada prolongadamente, y esperaba no estar a "cielo abierto" durante las horas en las que el sol estuviera más alto en el firmamento.

Intentó alcanzar a Eilean al mismo tiempo que le preguntaba.

- Señor... Eilean... el... - le faltaba el aliento y no podía perder de vista el suelo, mientras pasaban un punto más complicado en su descenso – el cielo... ¿Qué es lo que hay en el cielo? – consiguió articular.

El señor Eilean se paró en seco a mirarlo. Sorprendido de no haberse dado cuenta de que Beril apenas conseguía seguirlo.

- Perdón Beril, no me había fijado de lo agotador que tiene que resultar para ti este terreno. Además, en este estado. ¿Necesitas descansar? – En su cara, una sonrisa algo irónica transformo su rostro. Pero en esos momentos Beril no podía – o no quería – notarlo, con su atención fija en todo lo que veía.

- Gracias. – dijo deteniéndose para tomar aire. – ¿Qué es? – señaló el cielo que los cubría.

- Bueno, no es el cielo, ¿verdad? – dijo.

Beril lo miró con curiosidad esperando una respuesta.

- Aunque lo pueda parecer por el paisaje, no estamos en campo abierto Beril. Esto es una gruta... inmensa, donde viven miles de personas que lo mantienen como lo ves.

- ¿Todo esto ha sido construido por vosotros?

- No, construido no... digamos que es un refugio natural. No ha sido creado por el hombre...pero es donde vivimos. Es nuestra casa.

Seguía atónito mirando a Eilean, quien levantó la vista al cielo.

- Lo que ves sobre nosotros es una cúpula de gemas que se encuentra bajo las rocas del exterior.

La mirada interrogante de Beril hizo sonreír a Eilean, quien continuó explicando.

- Las rocas son porosas y, con la inclinación adecuada, dejan pasar algunos rayos de sol, las gemas reflejan esa luz y la amplifican generosamente, como ves.

Beril alzó la mirada entrecerrando los parpados y protegiéndose con las manos.

- Este es el momento del día en el que más luz dejan pasar. – dijo mientras reía bajito observando la escena de Beril que no conseguía mirar hacia lo alto.

- ¿Pero dónde nos encontramos exactamente? – Eilean se volvió serio ante su pregunta.

- Prosigamos, o se nos hará de noche, al paso que llevamos... – dijo.

Llegaron a una explanada sin mediar más palabras.

Eilean entrecerró los ojos y le señaló un oído, como para señalarle algún sonido, pero Beril no oía nada.

Al hacer amago de preguntar, Eilean alzó la mano para impedírselo. Mientras, empezaron a aparecer figuras desde todas las direcciones. Caminaban rápidamente, pero siguiendo un ritmo particular, algunos caminaban ágilmente como si sus pies no pesaran sobre la hierba.

Iban vestidos muy sencillamente, pero sus ropas se adaptaban a cada uno de ellos, como un vestido hecho a medida.

Beril los observaba pasar cerca de el con curiosidad, algunos de ellos lo miraban al pasar, algunos con gestos poco simpáticos, otros parecían absortos en alguna otra cosa y parecían no advertir su presencia. Muchos otros saludaban únicamente a Eilean con una ligera inclinación de cabeza.

Iban en pequeños grupos o en parejas y llevaban direcciones diferentes.

- ¿Quiénes son? – Preguntó Beril.

- Son los espíritus elementares – respondió Eilean. – o, mejor dicho, los aprendices, los expertos raramente pasan mucho tiempo en Alasdain. Hay demasiado que hacer y actualmente somos muy pocos.

Un grupo pasó cerca de ellos, algunos parecían muy jvenes.

- Cada uno de ellos es elegido y evaluado según sus habilidades, forman pequeños grupos, donde se desarrollan y sirven de apoyo a todos los que ya forman parte de él.

- ¿Quién lo elige? ¿Quién lo decide?

Eilean lo miró algo divertido. Se veía que no acostumbraba a explicar estas cosas tan básicas para los que se encontraban allí.

- Bien...yo lo decido. Soy el Namak. Aunque no es una decisión solo mía...es una experiencia que se va verificando en el tiempo.

- ¿¿¿Qué es un Namak???

- Quiere decir "el que ve dentro del alma" – citó Eilean. – Adelante. – dijo, señalando con la mano y atajando todas las preguntas que se empezaban a agolpar en la expresión de Beril.

Tomaron la misma dirección que llevaba un grupo.

Se pararon justo al borde de un acantilado.

Eilean se acercó hasta el mismo borde. No lo siguió. Beril no podía soportar las alturas.

A pesar de permanecer distante podía ver que las rocas oscuras descendían verticalmente unos treinta metros hasta tocar el agua oscura bajo su sombra. No comprendía cómo alguien podía moverse libremente en proximidad al precipicio. Algunos de los que se encontraban allí lo miraban divertidos ante la evidente reticencia de Beril por avecinarse. Eilean también sonreía, a Beril no le pasó desapercibido, aunque lo disimulara bajando la mirada.

Comprendiendo que no se acercaría, Eilean se reunió con él en el punto donde Beril parecía haberse quedado clavado en la tierra.

- Este es uno de los grupos. Sus habilidades son diferentes entre ellos. Son capaces de sentir lo que ocurre a su alrededor con una especie de... vibraciones... mediante las cuales controlan los elementos de su entorno. Cada uno posee la habilidad de controlar un elemento que acude a él cuando éste lo llama.

En ese momento se alzó un fuerte viento cargado de pequeñas partículas, que envolvió a Beril y lo arrastró varios pasos adelante, hacia el acantilado, haciéndolo caer de rodillas sobre la hierba.

Eilean alzó la mano y el viento cesó inmediatamente. En el grupo muchos empezaron a reír abiertamente.

- Pero ¿qué es lo que hace alguien cómo él aquí? – se oyó proveniente del grupo.

- ¡¡Basta Ax!! – llamó al orden Eilean. – Recuerdo a cada uno de vosotros la integridad de la intención que debe poseer un espíritu elemental. Quien usa cualquier tipo de habilidad contra una persona común a propósito será castigado con la expulsión. Recordemos el motivo por el que estamos aquí.

El silencio se hizo denso. Las miradas eran serias ahora, algunos de ellos parecían observar el suelo con desmesurada atención, evitando la mirada del Namak, aunque este miraba severamente a un solo miembro del grupo que lo observaba abiertamente a su vez.

Eilean comenzó a andar alejándose de allí, y Beril se levantó y lo siguió sin mirar atrás.

Llegaron a otro grupo, mucho más pequeño que el anterior. Estaba formado por seis personas. Se encontraban en un campo de olivos.

permanecían callados, con los ojos cerrados y arrodillados en el suelo.

Al acercarse ellos, levantaron la mirada como si los hubieran despertado sincronizadamente.

Todos miraron a Beril con interés. Algunos giraban la cabeza como escuchando algo que decía sin emitir sonido. Se preguntó si podían leerle el pensamiento.

- Ellos son otro grupo de espíritus elementales. Están a punto de recibir el voto máximo de su entrenamiento. A estas alturas son capaces de sentir algunas cosas que suceden a su alrededor y pueden presentir cosas que están por ocurrir en su entorno...

La sensación que le produjo este grupo fue la tranquilidad de sentirse en casa, junto a su madre.

En el momento en el que se acercaron un poco más a ellos, giraron la cabeza bruscamente hacia otro lado, como sobresaltados por un ruido que Beril no era capaz de escuchar, con los ojos sorprendidos.

Eilean retrocedió un par de pasos y cerró los ojos. Beril lo miraba con gesto de interrogación.

- No es nada – dijo respondiendo a una pregunta que no había formulado – dame un momento.

Abrió los ojos y Beril por primera vez apreció que su mirada había cambiado por completo. Continuó guiándolo entre el grupo de personas que permanecían sentadas.

- Los elementales expertos a veces se colocan entre la gente común para guiarlos...igual que guían a los Elementales que has visto antes. Observan lo que ocurre y nos avisan en caso de algún peligro o interferencia. Tienen una unión especial con todo... que los hace entender el mundo, verlo más claramente. Otros tienen habilidades más defensivas...

Vino de repente. Una voz muy débil, con un deje etéreo.

- Beril, solo tú puedes decidir...

Se quedó congelado mirando a la persona de la que provenía la voz. Era una mujer joven, de poca estatura...

Otra voz se unió a ella, repitiendo confusamente las mismas palabras que cada noche resonaban en su mente desde hacía poco más de un mes.

- Beril...

- ...solo tú...

- ...tú puedes decidir...

Observó a todas las figuras, esperando que todo eso fuera una ilusión suya. Una traición de su mente... En lugar de eso vio como las figuras movían los labios articulando las palabras con voces espectrales. Y por la expresión de Eilean comprendió que él también las estaba escuchando.

Se le empañó la mirada y retrocedió impulsivamente, tropezando con una roca que le hizo caer de nuevo al suelo.

Las últimas palabras de su madre le hacían revivir toda la secuencia de acontecimientos que lo había llevado hasta allí.

Le dolía la cabeza y el corazón parecía querer escapársele del pecho.

Eilean observaba la escena, pensativo, parecía confuso.

Las voces cesaron tan repentinamente como habían comenzado y todos volvieron a su tranquilidad inicial. Totalmente indiferentes a la agitación que habían despertado en él.

Beril continuaba en el suelo, sentado sobre la arena, demasiado conmocionado para poder incorporarse de nuevo...

- Creo que a la señora Flora no le parecería bien que continuásemos ahora, probablemente deberíamos volver. Seguiremos en otro momento.

Le tendió la mano para ayudarle a incorporarse y lo miró detenidamente. Efectivamente no se encontraba en su mejor momento.

- ¿Por qué me ha traído aquí? – dijo.

Los elementales levantaron de nuevo la cabeza, esta vez con expresiones de enfado y fastidio ante la interrupción de sus meditaciones.

- Sssssshhhh....ven, continuemos hablando más allá.

Llegaron a una especie de pérgola de árboles secos alrededor de una fuente también seca y algo destartalada. Había también unos bancos de piedra donde Eilean hizo sentarse a Beril.

- Mi intención era hacerte ver que los que viven aquí... – miró a Beril pensativo – no son malvados. Ellos trabajan y luchan por la gente común a la que desconocen. Gracias a nosotros permanecen ajenos a un mundo de peligros reales... agresiones y desastres que los amenazan.

- ¿Para qué?

- Para que intentes comprender lo que le ocurrió a tu familia, a tus amigos...

- No me hace falta entender qué sucedió. Lo vi con mis propios ojos.

Eilean no dijo nada. Únicamente miró al suelo, pensativo.

- ¿Ves Beril? Cada uno tiene su destino, que puede aceptar y seguir... o negar...en este último caso la vida le manda señales y desviaciones para retomarlo. A veces uno no acepta jamás su verdadero camino...es cuestión de tomar la decisión, elegir algo que te ha elegido primero.

- ¿Y qué tiene que ver conmigo todo eso? Yo no formo parte de todo esto.

La sorpresa se dibujó en la cara del hombre maduro que se encontraba de pie frente a él.

- Este es exactamente el punto. Yo mismo no lo comprendo. A veces las señales indican cosas que resultan extrañas también para aquellos que están acostumbrados a leerlas.

Beril se había tranquilizado un poco. La curiosidad creciente lo distraía de las imágenes que luchaba por olvidar.

- ¿Y que indican ahora?

Eilean pareció escuchar algo y alzó la mano para hacer que Beril guardara silencio.

- Argentis... – susurró.

- ¿¿¿Qué???

Él no lo estaba mirando. Permanecía con los ojos perdidos en el infinito. Su expresión estaba entre la sorpresa y el enfado ahora. De nuevo con chispas cambiantes.

- Argentis ... – llamó de nuevo. Beril no entendía con quién estaba hablando, y buscó a su alrededor, pero no vio a nadie.

De repente de detrás de una de las figuras de la fuente sonó una risa ligera.

- Imaginaba que era inútil esconderse...

- En efecto... – respondió Eilean ahora con una sonrisa dibujada en la boca.

De detrás de la estatua de piedra que representaba a una mujer que sostenía una gran cesta se deslizo una figura pequeña y delgada.

- Tendrás tiempo después para explicar por qué no estas ahora con tu grupo. Pasaremos por allí y me aseguraré de que permaneces donde debes.

- Al fin y al cabo – dijo ella con un tono travieso que hizo sonreír a Beril – es una cuestión de elección del camino.

El gesto antes amigable de Eilean se había convertido en una expresión autoritaria. Se volvió hacia Beril y dijo.

- Te presentó a Argentis. Del grupo de los espíritus elementales de primer nivel.

- Es un placer... – dijo Argentis arrastrando las palabras.

Salió de las sombras salteando felinamente entre algunas piedras y se acercó a ellos despacio con pasos armónicos.

La sorpresa se dibujó en la cara de Beril. Él ya la conocía. Era la chica que había encontrado al despertar la primera vez en la Alasdain.

- Tú...

El Namak se situó con cierto gesto de temor entre ellos momentáneamente. Al cabo de un segundo su expresión fugaz desapareció y se convirtió en una expresión enfadada mirando a Argentis.

- No haré preguntas sobre el por qué os conocéis, pero habrá consecuencias sobre esta desobediencia. – dijo mirando a Argentis, quien le devolvió una mirada tímida con una media sonrisa.

- En marcha. – dijo enérgicamente. Beril se alzó rápidamente del banco para seguirlo. En vista de la situación, no quería seguir añadiendo lena al fuego que pudiera causar problemas a la chiquilla que se había colado en su habitación días atrás. Sentía una simpatía espontanea hacia ella. Inevitable.

Le costó seguirlos a través de un bosque de árboles pequeños, con el terreno inclinado hacia un pequeño río que corría siguiendo su camino. Argentis caminaba a su lado. En algunos momentos difíciles le ofreció ayuda. Él hizo caso omiso y se esforzó por estar a la altura, pero ella era mucho más ágil y rápida que él. A veces se distanciaba bajando al río y los alcanzaba nuevamente sin aparentes signos de fatiga.

Llegaron a un prado, separado del rio mediante una hilera de pinos altísimos que se inclinaban sobre un grupo de gente que parecía estar saltando y bailando lentamente. Era el grupo más joven de los tres que había visto.

Al verlos llegar se detuvieron y los miraron con gesto curioso. Algunos susurraban entre ellos indicando hacia Beril.

- Buenos días. – dijo Eilean al grupo, haciendo que calase el silencio sobre ellos.

El grupo fijó la atención en su Namak.

- Buenos días, - repitió. - quiero presentaros a Beril Arcomayor. Como ya sabéis, ha llegado hasta nosotros en unas circunstancias un tanto...especiales. – los miró significativamente antes de continuar. – Ha perdido gente muy querida para él...su familia, sus amigos, y todo cuanto poseía durante el asalto que intentamos evitar en Mulg, un pueblecito de gente común... campesinos y artesanos por lo general... gente sencilla.

Al principio, como muchos de vosotros y de los maestros, pensé que su estancia aquí era...un accidente, un error. Que apenas estuviera en condiciones habría que alejarlo de aquí. Pero nada sucede por error en este mundo. Todo tiene su sentido.

Al hablar con él pensé que podría ser como una especie de puente entre nosotros y el mundo.

Hizo un alto para observar sus gestos, algunos parecían indignados.

- Pero ahora...me pregunto... – se volvi para mirar a Beril, que le devolvió la mirada silenciosamente – he podido observar muchas más cosas... que nos han traído justo hasta aquí. Y me pregunto...si no lleva toda su vida caminando hacia nosotros.

No se conoce ningún caso similar que nos haga pensar que un hombre adulto normal...un hombre aparentemente corriente que jamás ha tenido contacto con nosotros, que no conoce nuestra historia – señaló a Beril con la mano, quien frunció el ceño algo molesto de este adjetivo que en este caso parecía tener algo de peyorativo – pueda llegar a convertirse en uno de nosotros...

La gente se agitó, comenzaron a hablar entre ellos, sorprendidos. Algunos negaban con la cabeza. Beril dejó de mirar al grupo para centrarse en Eilean, que lo observaba calculando sus reacciones.

- Sin embargo, Beril Arcomayor, tienes algo de conocido para mí. No sabría decir qué es, aún. Pero Alasdain vibra diferente desde que tú has llegado. Algo ha cambiado y sería estúpido ignorarlo o esperar que todo vuelva a ser como antes. Porque todo cambia continuamente. Nada es igual al momento anterior. Y podría ser...

Eilean parecía hablar y desvariar solo, pensó Beril.

- Este grupo se formó con un elemental menos del que necesitaba, o uno más. Y me obstinaba a buscar quien debía entrar o salir de él. Pero nunca he sido yo a decidir realmente vuestro lugar, únicamente soy un mediador.

Beril, tienes delante un camino, si lo aceptas, como miembro de este grupo de espíritus elementales de primer grado.

Beril no se lo había esperado. No lo había visto venir y le había sacudido como un puño en el estómago. Se sintió nuevamente desorientado.

Estalló un murmullo entre los miembros del grupo. Evidentemente se quejaban de lo absurdo de las afirmaciones que acababan de escuchar.

- ¡¡Silencio!! – Eilean llamaba al orden, pero la tranquilidad no llegaba. - ¡¡silencio!!

Cuando por fin el grupo se concentró en su Namak, se podía percibir la expectación por la respuesta de Beril. Se dirigió directamente a Eilean en un tono de voz que los demás pudieron oír fácilmente gracias a su cercanía.

- No...

Se escucharon risas escépticas entre la multitud, y alguno soltó alguna frase irónica.

- Yo no soy como... como vosotros... – y la última palabra, pronunciada tal y como lo hizo, le hizo avergonzarse a sí mismo del sentimiento de rechazo que reflejaba.

El grupo permaneció helado también, observándolo.

Mientras hablaba, Argentis había alzado la mano, mirando al cielo. Miles de gotas plateadas se alzaron lentamente del suelo, como partículas de tierra, que se fueron concentrando sobre el grupo. A un movimiento de su mano ágil, hicieron un sonido agitándose como las hojas de los árboles agitándose movidas por el viento, y una miríada de polvo de brillantísima plata cayó sobre el grupo.

El aire brillaba.

Después se acercó a Beril y lo miró de cerca, plantándole cara antes de decir.

- Esto es lo que "nosotros" – extendió la mano y con el índice toco en el punto del pecho aun sensible por la nueva cicatriz – somos, luchamos contra peligros que el mundo, gracias a nosotros, no conoce en toda su magnitud. Es cierto, no siempre conseguimos evitar catástrofes, pero luchamos hasta morir por salvar a la gente como la que tú has perdido... si éste es tu camino, no conseguirás continuar tu vida en otro sitio.

- ¿Cómo podría yo ser...? – la espetó incrédulamente.

- La pregunta no es cómo, sino si te atreves a serlo.

Los otros miraban con incredulidad la escena.

Beril entornó los ojos mirando a Argentis inquisitivamente. Ella le había resucitado, solo por un momento, el coraje que se descubría al lado de Ferin. Volvió a la realidad en un segundo.

- Tienes que decirlo, tienes que decir que lo aceptas... – dijo ofreciéndole la mano.

Los ojos de esta chica tan joven le resultaban tremendamente hipnóticos. Momentos más tarde se preguntó si había actuado por propia voluntad cuando aferrando aquella mano que parecía frágil – pero no lo era – respondió.

- Lo acepto.

Argentis apretó su mano. Curiosamente lo sorprendió su calidez. Ella lo sonreía y sus ojos se empequeñecían al hacerlo. No sabía por qué lo había hecho. Nunca en su vida había sentido el deseo de grandes hazañas. Solo sabía que, si se alejaba de la fuerza que emitía aquella pequeña mujer, no tardaría en desmoronarse y hundirse en su propio sufrimiento.

- Bueno, suficiente por hoy... La señora Flora no lo dejara salir en meses si no se lo devuelvo ahora mismo.

Se despidió del grupo y lo dejó atrás. Eilean no decía palabra, pero lo observaba de cerca, caminando lentamente ahora.

En seguida estuvieron delante de la casa donde Beril había dormido durante todo ese tiempo, y que ahora estaba plagada de plantas exóticas de chispeantes colores...le parecía que hubiera pasado mucho tiempo desde que habían salido de allí.

- ¡¡¡Oh!!! ¡¡¡Pero como me lo traes así!!! ¡¡¡Ya te lo dije!!! – acusó Flora mirando a Beril. - ¡¡Mira que pálido estas, chico... a comer y a descansar!!

- Muy bien, yo os dejo aquí...volveré más tarde para hablar con usted Flora. Hasta pronto Beril, descansa....

Eilean escapó antes de que la señora Flora abriera la boca para dirigirse a él.

La señora Flora había preparado la cena en el piso inferior, cerca de la puerta y entraba un agradable aroma y calor que, junto a la deliciosa comida, le devolvió un poco las fuerzas, pero la señora Flora lo envió a la cama de todas formas.

No había reparado en lo cansado que estaba, pero apenas se tumbó, su cuerpo lo traicionó quedándose profundamente dormido.


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