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Capitulo 18. Ataque y rendición de Alasdain.


- ¡¡Venid!! ¡¡Pasad! Hoy hace un calor tremendo... a veces desearía vivir en una cueva – les dijo con tono de guasa – pero Rosse cree que allí se está húmedo y frío. – rio de la broma.

Pasaron al interior de la grande casa de Beremit.

- ¡¡Has ampliado por lo que veo!!

- Si... aproveché que la mitad de la casa estaba derruida y alargué de aquella parte. De cualquier forma, acaba de llegar otro miembro de la familia – dijo mirando a su mujer que cocinaba sobre un taburete alto. A su lado una pequeña cuna se mecía en silencio.

Auris se dirigió a ella.

- ¡Enhorabuena! Es un bebé precioso. – le dijo, haciendo una caricia a la criatura, pero la mujer no le dedico más que una vaga sonrisa de reojo.

Después se dirigió a Beril.

- Me hubiera gustado que Ferin estuviera aún entre nosotros para verlo...

Al soltar esa última frase dirigió los ojos hacia Auris con un poco de malicia.

Beril se dio cuenta y le apenó que la vieja amiga de su mujer hiriera de aquella forma a Auris.

Ella parecía mortificada sin saber dónde ponerse.

Beril se acercó a ella y rodeó su cintura con un brazo, mirando al niño en la cuna, sonriendo después a la madre de la criatura se volvió hacia Auris.

- Auris acércate, quiero que Beremit te enseñe su colección de piedras ... tiene algunas que creo que te encantarán.

Beremit rio complacido y sacó un par de estuches.

A Auris le impresionaron vivamente algunas de las piedras que le mostraron.
Permaneció observándolas y valorándolas con cuidado.

Beril sacó unas cuantas fundas de terciopelo de dentro de un estuche y las mostró a Beremit y a su esposa Rosse.

Finalmente le vendió algunas de las piedras más bonitas que había visto Auris en su vida.

- Beril tiene un talento particular para tallar las piedras. – dijo el amigo. – Parece sentirlas bajo la roca de la que están recubiertas.

Auris rio con la inocente afirmación, probablemente mas acertada de lo que él pudiera imaginar.

Llegó el turno al ópalo que Auris había elegido de dentro de la roca.

- Oh... – apreció Rosse. – Este es increíble...

La sostuvo en la palma de su mano y la puso a la luz. Inmediatamente de la piedra surgieron destellos dorados.

Beremit se la arrebató a su mujer y la observó con cuidado.

Beril miró con atención a su amigo. La estudiaba sin soltar palabra.

- Beremit es uno de los expertos de piedras preciosas más famoso que existe – explicó Beril a Auris.

Después de unos minutos Beremit posó la piedra sobre el trozo de terciopelo negro.

- Está piedra es extraordinaria – le dijo... – ¿veis ese resplandor detrás del dibujo que forma pequeñas nubes? – dijo a Auris. Ella asintió advirtiendo lo que decía el amigo de Beril. - Juraría que ahí detrás hay una gota de oro que refleja la luz, dándole ese color tan vivo a la piedra entera.

- Parece un atardecer verdadero. – dijo Rosse. – La mujer que la posea será afortunada.

- Creo saber a quién se la puedo vender. – dijo Beremit. – Por esta piedra sacarás un buen precio Beril...

Beril se incomodó un momento.

- Si, la encontré gracias a Auris... – dijo.

La pareja se enderezó para mirar a Auris.

Era hora de cenar y todos pasaron a sentarse en la mesa.

Mientras cenaban Rosse pidió ayuda a Auris y se dirigieron juntas a la cocina.

- ¿Desde cuándo estáis juntos? – preguntó Rosse.

- Poco. Desde hace un mes... más o menos. – respondió pensando más bien a cuando habían creado la aleación. No era exactamente lo que le había preguntado, pero no le pareció adecuado contarle la verdadera historia. Tampoco quería decirle que no estaban juntos de la forma en la que ella imaginaba.

- Es increíble...hace menos de un año era tan feliz con Ferin...jamás hubiera pensado que se repondría tan pronto de algo así...al fin y al cabo estaban juntos desde niños...lo compartían todo y él la concedía todo cuanto ella quería... – suspiró. – Creo no haberle oído nunca decirle a ella que no...

- Veo que lo conoces desde hace mucho... – contestó por toda respuesta.

- Cuando éramos niñas Ferin y yo escalábamos el muro de la casa de Beril...ella inventaba historias en las cuales siempre terminaba casándose con Beril... yo le decía "mi madre dice que la vida no es como una la inventa en los cuentos de hadas y que harias mejor no inventar todos esas historias" pero ella una vez me contestó que todas las historias pueden ser cuentos de hadas...era tremendamente carismática.

A Auris no le pasó inadvertida la frase que Beril le había repetido unas horas antes y se dio cuenta de cómo esa mujer que ya no estaba físicamente influía aún en su vida.

Salieron de la casa de los amigos de Beril con varias piedras menos, pero con dinero suficiente para emprender el viaje al día siguiente sin necesidad de que Auris creara su elemento levantando posibles sospechas. Ademas de no esforzar aun sus manos heridas.

Llegaron a la casa de su madre y entraron. El sol se había puesto y sobre el jardín pendían las estrellas iluminando toda la noche.

Beril se dejó caer en un sofá, visiblemente cansado.

- Ahora entiendo a qué te referías cuando decías que con Ferin nadie podía permanecer enfadado. Debía ser una mujer llena de espíritu.

A Beril le sorprendió a donde iba a parar la conversación.

Estaba cansado de que la gente le preguntara por Ferin. Le parecía mucho mas del tiempo que había pasado realmente desde que ella ya no estaba y encontrarse con la gente que la quería había supuesto un gran desgaste para él.

- ¿Sabes? Por primera vez me doy cuenta de que he estado muy cerca de desaparecer – dijo a Auris. – Tenía a todos tan encantados con su belleza, con su simpatía y su encanto que creo que estaba empezando a olvidarme de preguntarme quien soy yo...

La afirmación de Beril sorprendió a Auris.

Beril rio de su gesto.

Auris rio con él y se sentó a su lado, acomodándose en su pecho.

Se fueron a dormir cada uno en una habitación y durmieron toda la noche sin sobresaltos.


Beril cerró su casa y emprendieron el camino de vuelta.

Los caballos cabalgaban más ligeros ahora. Se detuvieron varias veces en la cercanía de poblaciones colindantes al camino. Durmieron en cómodas habitaciones en las posadas gracias al dinero de las piedras preciosas de Beril y algunas monedas de oro que Auris copió de las que poseían sin tener que arriesgarse demasiado.

Cuando se encontraron cerca de la posada donde fueron envenenados discutieron sobre lo que era mejor, si dormir a la intemperie o arriesgar de nuevo la noche allí.

Decidieron que era más peligroso dormir a la intemperie además de que había empezado a llover.

Cuando entraron a la posada la posadera enrojeció visiblemente.

Tampoco Beril se encontraba cómodo con la situación.

La posadera los acompañó a una preciosa habitación. Cuando Beril quiso pagarla ella se negó.

- No podría... me avergüenzo de todo lo que os causé la otra vez...no estuvo bien lo que hice...y tampoco he podido quitarme de la cabeza que hubieran podido haber hecho daño a Auris...

Los dos recién llegados saltaron en el sitio. No recordaban haberle dicho sus verdaderos nombres.

- ¿Cómo sabes mi nombre? – dijo Auris con tono amenazador, preparada para atacar.

- ¡Ehi! No te enfades... – la respondió, y señalando a Beril dijo – fue él quien no paraba de nombrarte mientras estaba conmigo, así que supuse...

La afirmación fue como un cubo de agua helada.

- Ok...ok, muchas gracias. – la cortó antes de que pudiera seguir diciendo cosas de las cuales él tuviera que arrepentirse...más aún.

Beril movió la cabeza en dirección opuesta para que Auris no pudiera ver su expresión mortificada. Le pareció que el corazón se le había parado durante más de un segundo mientras oía a la posadera.
Y con esa frase volando en el aire los dejó solos en la habitación. La cama tenía un dosel del que colgaban unas cortinas finísimas de lino blanquísimo.

- Yo diría que hoy podemos cenar en la habitación para evitar cualquier contacto o peligro. -dijo Beril.

Auris se había quedado algo intimidada cuando se quedaron solos. No se atrevía a mirar a Beril y se sonrojó cuando se decidió a acercarse a ella y la levantó la cara para que lo mirase a los ojos.

- No sirve de nada pensar en algo que ha ocurrido ya. Y créeme que yo lo siento más que tú.

- Ya... estoy segura de que para ti ha sido una experiencia espantosa...

Beril rio.

- No lo recuerdo en absoluto, si te sirve de algo.

- No... no me sirve.

- Entonces debería servirte saber que estaba convencido de estar contigo.

Ella se agitó más aún. Beril la sostuvo y acercó su boca a la suya delicadamente.
Auris lo agarró despacio del pelo, impidiendo esta vez que se separase, causándole un estremecimiento.

Se pegó a ella como si necesitara sentir su contacto en cada centímetro de su cuerpo.
Finalmente se consiguió separar de ella.


(* Nota de la autora: En este punto se inserta el Capítulo Extra (+18) que está publicado separadamente, en mi perfil.  Atención, dicho capítulo es de contenido adulto. >> https://www.wattpad.com/story/386708204-extra-descubriendo-alasdain-capitulo-18 )


- Detente. No sucederá nada más esta noche. – dijo él.

Pero ella se pegó de nuevo a él peligrosamente.

Beril rio.

- ¿Qué pretendes?

- Quiero que seas plenamente consciente de que sí estás conmigo...esta vez. Y que lo seas cuando digas mi nombre...esta vez.

Beril siseó.

- Ten cuidado o te diré algo más de lo que esperas escuchar...

- Dilo... – le susurró.

La hizo girarse hacia él y la besó tímidamente al principio, convirtiéndose en un beso cada vez más intenso.
La agarró de la cintura apretándola contra sí y acarició su mejilla.

- Auris...te amo con todas mis fuerzas...

Se sintió mareada, su respiración era agitada y su corazón le golpeaba el pecho... ¿o era el corazón de él?

Poco a poco su boca descendió por su mandíbula y por su cuello, besando la hendidura de su clavícula.

Con manos delicadas deshizo los enganches de su ropa, dejándola caer.

Besó su piel suavemente, pero con firmeza.

Bajó aún por su cuerpo siguiendo la línea entre sus costillas hasta su ombligo, arrodillado frente a ella deslizó su ropa interior suavemente, sin dejar de besarla. Improvisadamente se alzó en pie y levantándola, la depositó delicadamente en la cama. Ella lo ayudó a quitarse la ropa despacio, con mano firme y se extendió a su lado, acariciando suavemente la cicatriz de su pecho.
Parecían saberlo todo el uno del otro.

El resplandor que crearon sus elementos causaba un gran estruendo, iluminándolo todo con una luz que hubiera podido a iluminar Alasdain como el sol del mediodía. Pero ellos no lo notaron. No notaron tampoco que el oro y la esmeralda se acumularon durante toda la noche inundando la habitación donde se encontraban, coloreándola toda de verde y oro.

A la mañana siguiente Beril se despertó y vio que Auris lo miraba con una sonrisa en los labios.
Su cabello resplandecía cubierto de polvo de oro y pequeñas piedras de esmeralda como gotas de rocío.
Beril se alzó y cogió un pequeño estuche oscuro.

Se lo alargó a Auris sonriendo.

Ella lo abrió con cautela y vio el ópalo del atardecer. El que tenía oro en su interior.

- Pensaba engarzarlo en un anillo de oro antes de dártelo, pero anoche tuve una idea mejor...

Auris se sonrojó con una sonrisa pensando en la noche anterior.

Beril rio viéndola. Después cogió la piedra y la colocó en el dorso de la mano de Auris, pegada a su dedo anular.

Ella lo comprendió. Desde la piedra parecieron brotar hilos de oro que formaron una trenza rodeando el fino dedo, sosteniendo la piedra como si surgiera del interior de esta.

- Es fantástico...

- Si...lo es...

Entonces él se lo quitó de la mano y lo guardó de nuevo en el estuche satisfecho.

- Creía que era un regalo. – dijo ella, algo molesta.

Beril la miró con detenimiento.

- Lo será...a su debido momento.

Luego saltó de la cama y se vistió rápidamente.

- Vamos, estamos cerca de Alasdain ya.

Auris no se opuso, ella también quería llegar ya a casa.

Tendrían que explicarse con su padre, que ahora era además su maestro...que era el Namak...Auris sintió una punzada de temor pensando en qué sucedería cuando su padre los viera aparecer, pero intentó cancelar el miedo de su mente.

Unas cuantas horas más tarde se encontraban en la entrada de Alasdain. Atravesaron la gruta silenciosa y desembocaron en el otro lado.

No encontraron a nadie por el camino.

Nadie.
Auris y Beril se miraron nerviosos.

- Vamos a casa de mi padre – sugirió Auris.

Beril estuvo de acuerdo.

En unos minutos llegaron a la entrada de la casa blanca.

Entraron sigilosamente, advirtiendo ya que algo había ocurrido.

- Beril mira... – lo llamó Auris desde la habitación de Argentis.

Beril entró en la habitación con cuidado mirando todo con atención.

Auris estaba frente a la ventana desde donde se veía el acantilado.

más allá de donde se había llevado a cabo el simulacro, tras el bosque y las ruinas vieron a lo lejos un campo de batalla cubierto de nuevo de gente que peleaba.

- Es otro simulacro – dijo Beril.

- Eso he pensado yo también al inicio. Pero mira cuántas personas hay... son muchas más que la última vez... y hay gente herida en el campo.

Era cierto. Había demasiada confusión para ser algo organizado.

- Alasdain ha sido atacada... – susurró Auris.

En ese momento de entre un grupo de personas salió el Namak.

- Eilean se está entregando... – dijo Beril.

Corrieron sin detenerse hasta allí ambos cubiertos ya de oro y esmeralda.

Llegaron jadeando. Reconocieron el grupo que había estado protegiendo a Eilean hasta ese momento. Entre ellos se encontraban sus amigos. Aramen estaba tumbado en el suelo sangrando y Olivin lo sostenía sollozando.

Eilean había dejado atrás el grupo de jóvenes y se había entregado al enemigo. Una cadena oscura lo envolvió, paralizando sus brazos y enroscándose alrededor de su cuello.

Atravesaron el grupo y alcanzaron al Namak situándose frente a él.
Escucharon a sus espaldas el murmullo del grupo de aquellos que aún se encontraban a salvo.
Beril miró a Eilean, que le devolvió la mirada, y por un segundo vio en su expresión un atisbo de reproche.

Cerró los ojos algo apesadumbrado y los abrió de nuevo para mirar a su oponente. En ese momento Beril giró la mirada hacia delante y reconoció en seguida la figura graciosa de piel rojiza como la que tantas veces había estrechado entre sus brazos. Sacudía con fiereza la cabellera naranja.

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