Capitulo 17. El ópalo del atardecer.
Lo había siempre visto desde el otro lado. Bajó del caballo, conduciéndolo con Auris en la silla.
Llegó hasta donde se levantaba su casa, que era la última desde ese lado de la ciudad.
La casa estaba intacta, tal como la recordaba. Se encontraba cerrada. Beril dio un fuerte empujón a la vieja puerta de la acequia que cedió dejándoles pasar. El patio, siempre rodeado de rosas y flores aromáticas estaba como un desierto. Nadie lo había curado y el sol había secado las plantas.
Solo los naranjos y algunas rosas habían resistido al abandono. Un arbusto de moras había invadido una zona delante de la casa.
Tiró del caballo e hizo descender a Auris.
Se volvió y vio una zona oscurecida en las piedras justo delante de la entrada. Avanzó hasta aquel punto y se agachó para tocarla, como si fuera lo último que quedara de ella.
Auris caminó hacia la derecha de la casa, donde otra mancha oscura teñía el suelo. Se agachó de espaldas a él y lo rozó con las yemas de los dedos. Se alzó de nuevo y se giró a mirarlo. Sus ojos se entrecerraron con una mueca de dolor.
- Ven, Auris. – la dijo. Ella lo obedeció aquella vez.
Le sobrevino un calor intenso cuando la vio apoyar los pies desnudos en el último punto donde había visto a su madre.
Estaba frente a la mujer que había asesinado a su madre en el punto donde lo había hecho.
Y se encontraba perdidamente enamorado de ella.
El solo pensamiento de ello lo hacía enrojecer con mil sentimientos encontrados. Apartó la mirada de ella.
Se preguntó qué diría su madre.
Suspiró y se giró hacia la casa. Parecía igual que la última vez que la había visto.
Se acercó a la puerta y la abrió con la llave escondida bajo una roca. Como si no hubiera pasado un solo día desde la última vez que la había cogido.
Se volvió hacia Auris que parecía clavada en el suelo.
- No entraré si no quieres en la casa de tu madre.
La dirigió un gesto para que se acercase.
- Ven, vamos a ver si podemos curarte mejor esas heridas.
La guió a través de la casa hasta un baño. Llenó la bañera con agua limpia y salió del cuarto de baño para dejarla intimidad.
Entró en la habitación de su madre y abrió el armario. Dentro estaba toda la ropa de su madre como si ella nunca hubiera dejado la casa. Eligió un vestido de tonos claros que pensó le podría servir a Auris y se lo dejó sobre la cama.
Después se dirigió a su antigua habitación y entrando en el baño aledaño dejó correr el agua sobre su cuerpo apoyando la cabeza sobre las baldosas brillantes.
Agradeció enormemente la sensación de tranquilidad familiar y se vistió con ropa limpia sintiéndose descansado.
Al salir de su habitación vio a Auris con el vestido de su madre. El vestido la quedaba algo corto y holgado.
- Gracias – dijo, agradeciéndole el vestido.
- No te queda del todo mal. – la dijo sonriendo.
Ella se giró visiblemente incómoda con la apreciación.
- No creo que haya nada comestible en la cocina, pero igual nos sienta bien una infusión.
- Estaría bien... – dijo ella.
Lo siguió hasta la cocina.
Pasando por el salón Auris vio el retrato de la madre de Beril. Éste siguió la mirada de ella.
- Era preciosa... – dijo a Beril. – te pareces mucho a ella...
Notó el corazón de Auris latiendo desbocado. Probablemente no se sentía a gusto frente a aquel retrato.
- Auris... – dijo mirando el retrato de su madre – no quiero que haya malentendidos... yo anoche...
No sabía cómo comenzar. La miró a los ojos. En ese momento también a él le latía el corazón fuertemente y saber que Auris lo notaba lo hizo sonreír y fue al grano.
- Anoche lo que pasó... yo no tenía ninguna intención...
- Beril. Anoche yo no sabía que tú estabas bajo los efectos de una droga... – lo miró de frente fijando la mirada sin evadirse – Sé que no hay... ni habrá... nada entre nosotros. Quiero decir, que puedes hacer lo que te parezca con quien quieras... No tienes que explicarte.
- Auris...
- De verdad que no tienes que explicarte. – lo interrumpió de nuevo.
- ¡Auris! – la frenó.
Ella calló finalmente.
- Anoche estaba fuera de mí, quiero que sepas que no es normal en mí actuar tan impulsivamente... al menos en ese sentido, y que no habría actuado como lo hice estando en mi sano juicio.
Auris lo miró con decisión. Respiraba pesadamente y se mordía el labio sin saber cómo actuar.
- Tu madre seguiría viva si no fuera por mi culpa.
La miró serio.
- Eres la mujer más enloquecedora del mundo. – le dijo, alejándose de ella.
La dejó observando el retrato de su madre, envuelta en su ropa y pensando en la afirmación más dura que flotaba entre los dos desde hacía tiempo.
Cogió un par de vasos y los llenó de agua fresca. La despensa estaba totalmente vacía.
Beril curó de nuevo las manos de Auris con el ungüento fabricado por él mismo que para su sorpresa estaba funcionando con mucha rapidez. Después vendó con cuidado sus pies y Auris los cubrió con una finísima capa de su elemento como si de un calzado se tratase, que se adhirió cuidadosamente a sus pies y a sus piernas hasta la rodilla.
Salieron de la casa de la madre de Beril y pasaron por el mercado para comprar algunos alimentos. Después se dirigieron a la casa de Beril, donde había vivido con Ferin. Dirigiéndose hacia allí se cruzaron con gente que saludó a Beril con respeto y con afecto. A Beril le parecía que no hubiera pasado un solo día desde que llevaba la tranquila vida de allí si no fuera porque algunos le daban el pésame por sus pérdidas. Auris se llevaba las miradas inquisitivas e interrogantes de la gente. Beril no la presentaba a todo el mundo y a quienes la presentaba no añadía explicaciones de quien era a parte de su nombre.
Llegaron al edificio de torreones grises. Los torreones estaban reconstruidos y Beril ascendió por la escalera estrecha de caracol.
- Me lo debería haber esperado – dijo Auris al llegar arriba.
Beril la miró interrogativo por encima del hombro.
- Vivíais en la torre de un castillo... – dijo indicando a su alrededor.
- Es un edificio moderno – la corrigió.
Beril intentó accionar el pomo y empujó la puerta, pero esta no se abrió.
- ¿Quién es? – sonó una voz femenina desde el interior.
Ambos se sobresaltaron al principio.
- ¿Dalia? – llamó Beril tras unos segundos.
La puerta se abrió y ante ellos apareció una mujer mayor.
Se quedó boquiabierta mirando a Beril, pero rápidamente reaccionó y se arrojó en sus brazos.
- ¡!!Beril!!! ¡¡Estas vivo!! Durante todos estos meses hemos pensado que tú... – empezó a llorar desconsoladamente. – Yo misma vi cómo moría tú madre en tus brazos y aquel... diablo dorado... que te atravesó el pecho con una lanza que apareció de la nada...
- Sssshhhh... – la calmó Beril. – Estoy bien...
Auris estaba detrás de Beril, pero la mujer tardó unos minutos antes de reparar en ella.
- ¡Ohh! – dijo limpiándose las lágrimas – Perdona, no había visto que venias acompañado...
La miro más claramente y Beril la presentó. Auris temió que la reconociera.
- Auris esta es Dalia. Es...como una segunda madre para mí.
La vieja se sintió adulada y rio escuchando a Beril.
- Dalia te presentó a Auris, el... diablo dorado. – dijo para sorpresa de las dos.
Dalia retrocedió varios pasos con la mano en el pecho.
- Es mejor que entremos. – dijo – Te explicaremos todo.
Una vez dentro Beril hizo preparar algo de comer a Dalia, que temblaba aún, mirando desconcertada a Auris.
Se sentaron a la mesa. Los ojillos de la mujer no se apartaban de Auris. Era evidente que desconfiaba de ella.
Beril explico grosso modo lo que había ocurrido, omitiendo muchas cosas que pensaba que la vieja no habría entendido. Auris recorría la casa curiosa, pero sin tocar nada.
Beril debió preguntarla en voz baja por su madre.
- Tourmaline, que en paz descanse, está en el cementerio de la muralla. Nosotros mismos la enterramos. Grabamos una de sus canciones favoritas en su tumba.
- Gracias Delia. – le oyó responderla. – Pasaremos a verla.
La señora asintió silenciosa.
- Beril – lo llamó Dalia desde el otro lado del pasillo recogiendo sus cosas para irse - ¿Te quedarás definitivamente? La cama está lista desde que reconstruyeron la torre.
Al llegar al umbral de la habitación y ver a Auris dentro calló y los labios se le tensaron perceptiblemente. Auris se escabulló de la habitación con la cabeza gacha.
- No, no... nos quedaremos en casa de mamá, no creo que sea una buena idea estar aquí...
Ella asintió silenciosa notando que hablaba en plural.
- También he mantenido la casa de tu madre limpia y lista... aunque el jardín...
- Gracias Dalia, no te preocupes por el jardín... era mamá la que lo cuidaba... requería mucho tiempo...
Dalia hizo una pequeña inclinación a Beril y se despidió de ellos.
- Espero verte pronto y que no desaparezcas sin previo aviso esta vez... – dijo mirando de reojo a Auris.
- Sin lugar a duda Dalia. Gracias por todo.
Salió por la puerta reticente de dejarlos solos en el interior, pero sin poderlo evitar.
- Me siento más fuera de lugar aún aquí que en la casa de tu madre... – dijo por fin Auris.
Beril comenzó a abrir los cajones de la habitación revolviendo en su contenido.
- ¿Qué buscas? – le preguntó.
El cerró los cajones y la miró.
- Alguna prueba de que lo que nos dijo tu padre era cierto.
Auris miró a su alrededor.
- Es casi imposible encontrar una prueba de eso Beril.
Observaba la lámpara de hierro forjado, las rejas del balcón.
- ¿Cómo murió? – preguntó ella. - ¿Estabais en casa en el momento del temblor? Cuéntame cómo sucedió.
Beril pensó en aquella mañana.
- Estábamos en la cama... durmiendo...
- Obviamente...
- Si... se había hecho tarde de manera que ella me insistió en que nos diéramos prisa. Yo estaba terminando de vestirme cuando sucedió todo. El suelo cedió... cuando la encontré entre los escombros y una barra le había atravesado el abdomen, sangraba muchísimo... todo estaba cubierto de sangre... entonces me dijo que fuera a casa de mi madre, que fuera con ellos...
- ¿Con quién?
- Imagino que con mi madre...
Auris no dijo nada, pero estaba extraña.
- Creo que ella intuyó algo sobre vosotros... segundos antes de que tuviera lugar el terremoto parecía que escuchara algo...
- De manera que sabía que estábamos aquí...
- No se... puede que sí.
- ¿Qué hacía ella durante el día? ¿Trabajaba? – preguntó ella.
- Organizaba los acontecimientos de la ciudad y enseñaba baile en la escuela – dijo, girando la cabeza.
- Ah... eso explica algunas cosas – dijo ella con media sonrisa.
- ¿El qué? – preguntó sorprendido.
- Que bailaras tan bien en la posada.
- Ah... – dijo como si no viniera a cuento la afirmación.
Suspiró abandonando la búsqueda.
- Faltan muchas cosas suyas, pero imagino que se habrán perdido en el terremoto...
- Seguramente – dijo ella extendiendo lo que se reveló una prenda muy femenina.
- Puedes coger lo que necesites... – la dijo irónicamente – su ropa será más juvenil que la de mi madre...
- Gracias... pero creo que lo evitaré – dijo ella sintiéndose más incómoda de lo que podía resistir.
Salieron del edificio de torreones y se dirigieron calle arriba hacia el centro de la ciudad.
- ¿A dónde estamos yendo ahora? – preguntó Auris.
- Voy a controlar un momento el taller.
- ¿Tu taller de piedras preciosas? – dijo, notándose el entusiasmo en la voz.
- Si. – dijo Beril mirándola de soslayo con una ligera sonrisa en la boca.
Entraron en el taller sin problemas con una llave que Beril debía haber recuperado en su casa.
Beril abrió las ventanas y la luz del sol de la tarde iluminó las piedras preciosas sobre los estantes.
A Auris se le escapó una exclamación de admiración.
Beril rio mientras andaba hacia otra ventana.
- ¿También tú tienes esa debilidad eh?
Se acercó a las piedras con ojo profesional y sujetó algunas entre los dedos expertos, poniéndolas a la luz.
- Así que aquí trabajabas... tiene sentido también...
Beril la miró entre divertido y curioso.
- Imagino que uno debe tener una sensibilidad especial para observar las virtudes y los defectos dentro de cada una de ellas y eliminar lo malo para dejar solo lo bueno.
El rio de nuevo.
- En realidad, lo difícil es tener la intuición de lo que puede aparecer de dentro de lo que parece ser un trozo de tierra... para mí es muy emocionante...
Vio que Auris comprendía lo que decía solo en parte.
- Ven aquí... ¿ves aquí dentro?
- ¿Qué es? – Dijo viendo los trozos de roca extendidos sobre una mesa. – ¿Son descartes?
Beril sonrió, pero no se explicó.
- Elige una de esas rocas.
Auris las miró de cerca. Entre el color oscuro de algunas podía distinguir distintos tonos. Eligió una con partículas de varios colores. Beril la observó un momento alzándola.
- Creo que es un ópalo. – Aclaró con el ceño fruncido, un poco extrañado. – Habría jurado que habrías elegido una diferente. Veamos.
Un torno empezó a girar rápidamente.
Con mano experta Beril giraba la pequeña roca oscura y la miraba entre sus dedos, alzándola de vez en cuando para apreciar el trabajo que estaba haciendo.
Auris se acercó a él con cuidado, asombrada de que de aquella roca oscura surgieran los colores más brillantes que había visto nunca. Le resultaba casi hipnótico verlo trabajar, despacio.
Cuando hubo terminado la lavó y la observó, retomó a trabajarla manualmente sobre una piedra con algo que parecía agua.
El resultado fue una magnífica piedra redondeada que recordaba las nubes iluminadas por un fuerte sol de verano durante la puesta de sol. Una piedra casi dorada.
Beril se giró sobre sus talones absorto en la piedra que acababa de elegir Auris. Después de limpiarla se la pasó a ella para que la observara.
- Es increíble. – Apreció ella totalmente impresionada.
- Si... es un ópalo de fuego, y creo que tenga vetas de oro al interno. Es tremendamente raro. Me sorprende haberlo tenido aquí todo este tiempo. Quizá la leyenda tenga razón...
- ¿Qué leyenda?
- Una antigua tradición del oficio dice que cada piedra excepcional se hace encontrar solo de la persona excepcional a quien quiere pertenecer... – sonrió Beril.
Ella abrió los ojos con sorpresa.
- Pero es solo una tradición, y nos hace falta el dinero para volver a Alasdain sin que nos vuelvan a intentar raptar... en el caso de que volvamos...
Ella lo miró ahora con más sorpresa aún.
Se había hecho de noche y los dos estaban visiblemente agotados así que dejó pasar la afirmación para cuando estuvieran más relajados.
Abrió un pequeño estuche y metió dentro la piedra increíble que Auris había elegido. La contempló un segundo. En ese momento ella se acercó a él y observó que dentro conservaba ya un precioso anillo de oro y esmeralda y extendió la mano con intención de tocarlo. Beril cerró impetuosamente el estuche.
Auris estuvo a punto de exclamar indignada así que él respondió.
- Otra tradición... venga, vamos a intentar dormir algo.
Llegaron a la casa que había sido de la madre de Beril y abrió la puerta con la llave que había guardado.
Pasaron hasta la sala donde Beril iluminó con alguna lámpara el ambiente.
- Yo dormiré en mi habitación, tú puedes dormir en la habitación de mi madre.
- No, por favor... – exclamó Auris.
Beril se giró para mirarla. La angustia se veía en su gesto.
- No creo que ella aprobase que yo estuviera aquí... si pienso en dormir en su propia cama...se me hace insoportable.
- Auris, lo que sucedió... – dijo Beril en tono conciliador - En realidad tú le encantarías a mi madre. Duerme tranquila al menos por esta noche. Mi habitación está al otro lado del pasillo... – dijo mientras avanzaba hacia allí, de repente se detuvo y la miró – Pero intenta que no te venga en mente venir a despertarme a menos que sea una situación crítica. Duerme.
Se encerró en la habitación de cuando era pequeño y un cúmulo de recuerdos lo invadió. Se hundió en el aroma terriblemente familiar de las sábanas y el cansancio lo transportó en sueños profundos y tranquilos por primera vez desde hacía mucho tiempo.
Se despertó cuando la mañana estaba ya avanzada y se arregló rápidamente.
Salió de la habitación y vio que la habitación de su madre continuaba con la puerta cerrada. Tocó suavemente con los nudillos y abrió un resquicio al no recibir respuesta. Auris dormía plácidamente con el cabello dorado brillando con el toque de los rayos de sol sobre la almohada. Cerró de nuevo la puerta y saltó fuera de casa. Vendió un par de piedras y pasó a saludar a antiguos conocidos y compañeros de oficio que se alegraron al verlo de vuelta, aunque fuera solo de paso. Volvió pasando por el mercado donde compró un par de cosas de desayuno para Auris.
Cuando volvió seguía durmiendo. Debía estar agotada después de lo sucedido.
Fue hacia la sala y abrió el armario de madera donde se guardaban los retratos y recuerdos familiares. Pasó un buen rato ojeandolos. Se guardó algunos recuerdos de cuando era niño y el retrato de sus padres que siempre había visto en su casa. A su madre le gustaba enseñarle cosas y personas que no había conocido. Le contaba anécdotas e historias que le hacían reír sobre su padre, la ciudad de su madre y le pintaban un retrato que le ayudaba a entender de donde provenía.
Entre todo lo que su madre le había contado nada le había hecho sospechar que fueran descendientes de un personaje tan poco común.
Quizá ella no había sabido nunca nada. Era lo único que tenía sentido: que su padre no hubiera llegado a contarle quién fuera realmente.
Fue hacia la mesa donde su madre solía llevar las cuentas de la casa y los asuntos importantes. Entre multitud de papeles encontró algunas cartas de su padre que ya había leído algunas veces. De cualquier forma, se las guardó y siguió buscando entre libretas y documentos.
Después de un rato sin encontrar nada decidió abandonar por el momento la búsqueda.
Al empujar el cajón escuchó el sonido que produce el papel al arrugarse. Pensando que había pillado algún papel de entre la cantidad de documentos metió la mano al fondo y tanteó la parte superior, pero no consiguió encontrar nada.
Extrañado sacó el cajón de sus guías y miró dentro del vano. Bajo el cajón había un vacío donde se encontraba un libro antiguo. Lo sacó con cuidado y lo abrió cauteloso. En la primera página un dibujo con colores vivos llamó su atención. Las formas eran prevalentemente geometrías combinadas. Parecía una vidriera iluminada. Al pie de la página se leía, escrito de puño y letra: "Nada construido por un hombre solo permanece por mucho más allá de su propia vida"
Escuchó un ruido proveniente de la habitación de su madre e instintivamente cerró el libro de golpe y lo guardó en el fondo de su bolsa, con todas las demás cosas que había decidido llevarse.
Se levantó y fue hacia la habitación.
Auris aún dormía.
La observó desde la puerta de nuevo, preciosa y terrible a la vez... era nueva para él la sensación de miedo que lo invadía al pensar en ella. Su presencia era para él un seguro y a la vez un peligro.
Apoyó la bandeja con las cosas del desayuno sobre la cama y se sentó junto a ella.
- Auris... – susurró.
Tuvo que repetir su nombre varias veces antes de que ella se iniciara a mover adquiriendo consciencia.
Abrió los ojos poco a poco como una niña, sonriendo antes de volverse hacia el que la llamaba.
- He tenido un sueño precioso... – comenzó a decir – me ha costado renunciar a continuarlo...
- Espero que este desayuno valga la pena...
Ella abrió los ojos redondos para mirarlo. Acto seguido ambos desayunaban sobre la mesa de la cocina.
Ella se vistió y salieron de la casa con rumbo al cementerio.
Después de un par de vueltas Beril reconoció el nombre de su madre sobre una lápida y ambos permanecieron en silencio. Beril recitaba una oración que su madre le había enseñado y cantó la canción que habían grabado en la piedra. Auris callaba a unos cuantos pasos de distancia, respetuosa.
Después buscaron la lápida de Ferin sin éxito. No la encontraron por ninguna parte. Beril se acercó a preguntar al hombre que trabajaba allí. De pequeño solía huir de ese hombre si lo encontraba por la calle.
Ahora comprendía que era solo un pobre hombre con un aspecto extraño y que bebía demasiado.
- Ferin de Arcomayor... claro que la recuerdo... – negó con la cabeza recordando – qué joven tan bonita, y qué heridas tan terribles. Vino un familiar a recuperarla...como no tenía familia aquí y usted no aparecía ni vivo ni muerto se decidió ceder ante la insistencia.
Volvieron sobre sus pasos.
- Lo siento Beril... – dijo Auris – no es justo...
- Un familiar... me pregunto qué familiar... ese día... justo ese día que vosotros...
- ¡¡Beril!! – exclamó ella, negando con la cabeza, dándose cuenta de la dirección de sus pensamientos. – Yo no...
- No, pero tu padre quizá...dijo que quería recuperarla...
Auris suspiró...
- Puedes preguntárselo al volver a Alasdain... pero dudo que no te lo hubiera dicho Beril...
Él también lo dudaba, pero ya no sabía qué pensar...
Llegaron a la casa del torreón y subieron. Dalia no estaba allí esta vez.
- ¿Por qué piensas que yo le habría gustado a tu madre? – preguntó Auris cogiéndolo por sorpresa – Es evidente que a Dalia no le gusto.
- Mi madre era muy diferente...era una mujer poco sentimental, tremendamente inteligente...y fuerte.
- Y le habría gustado porque...
Beril la miró sonriendo.
- Porque tú también eres inteligente y fuerte...y porque deseaba siempre lo mejor para mí.
Esta última observación fue un pensamiento que Beril pronunció en voz alta y apenas un segundo después de haberlo hecho pareció haberse dado cuenta, y simuló estar ocupado buscando las llaves de la puerta.
Auris se sorprendió de la afirmación, pero mantuvo silencio. Se detuvo un segundo para girar la cabeza hacia ella, algo avergonzado.
- Gracias del cumplido. – le dijo como si no hubiera notado la última parte.
Entraron en la sala y Beril dijo.
- Preparo algo de comer.
A un cierto punto Auris fue al baño. Al volver pasó cerca de la puerta abierta de la habitación de Beril y Ferin.
Se acercó a la cama baja. Le costaba creer que Beril estaba unido a una mujer antes de llegar a Alasdain. Vio la ventana redonda abierta dejando pasar el aire. Se asomó fuera apoyando los codos en el exterior. Se veía toda la ciudad y a lo lejos las colinas que los habían llevado hasta allí bañadas por el sol. El rio parecía oro líquido a esa hora de la tarde.
Oyó un ruido a sus espaldas.
Beril estaba apoyado en el arco de la puerta, escrutándola con la mirada.
- ¿Qué piensas? – le dijo cruzando los brazos sobre el pecho, aún apoyado.
- Que tu historia con ella era una historia demasiado bonita. Casi como un cuento de hadas.
Beril frunció ligeramente la frente, luego sonrió.
- Todas las historias pueden ser un cuento de hadas... – dijo esbozando una media sonrisa burlona. – Solo que hay que tener cuidado cuando aparece la bruja.
Auris no rio. Tenía la vista fija en el horizonte.
Beril vio una expresión cansada en su rostro.
- Auris... – le susurró.
Ella no se volvió.
- A veces me falta el aire al pensar en lo efímero que es todo... - le dijo.
Beril la miró curioso.
- Cuando Ruten murió... acabábamos de discutir. Le había dicho que no quería volver a verlo...y después...todo muere...Comenzar es simplemente acercarse a un final...
- Todo en la vida...está destinado a morir...solo una obra comenzada por algo más grande que uno mismo permanece inmortal.
- ¿De qué hablas?
- Estoy solo citando... – dijo.
- Y ¿qué quiere decir?
- Mi madre creía en un Destino que te guía y te pone junto a personas con las que construir algo que no muere...
- ¿Y tú? ¿Qué crees?
Beril levantó las cejas y la miró.
- ¿Y tú me lo preguntas? Toda mi vida parece adquirir sentido solo si la miro en perspectiva...
Permaneció mirando la ciudad que se extendía bajo sus pies.
- Y la vida de cada uno de ellos es igual que la nuestra...cada uno tiene su destino...que forma parte de un todo que continúa más allá de nosotros mismos...
Miró a Auris que había clavado sus ojos en los suyos. Se acercó a ella y por primera vez no se sintió culpable por desear tanto estar con ella. Sabía que estaba donde debía y con quien debía estar. La agarró por la cintura atrayéndola hacia sí sin temor alguno. Acercó los labios a su boca tímidamente al principio, rozándolos apenas, sintiendo su olor y su suavidad. recorriéndola con dulzura al comienzo, insistente después.
La apoyó suavemente sobre la cama baja donde los rayos de sol caían ardientes.
De repente Auris se encendió de oro y un torbellino brillante invadió la habitación. Beril retrocedió como si lo hubieran golpeado. Al darse cuenta Auris se detuvo en seco. El polvo de oro se depositó sobre cada superficie, el cuerpo de Auris totalmente recubierto.
- Lo siento... – dijo un poco avergonzada. – No me he acordado de que tú no me encuentras precisamente atractiva de esta forma. No he podido evitarlo.
Beril la miró divertido.
- No es eso...es solo que...no me lo esperaba...
Ella gesticuló un poco exageradamente.
- ¿Pero por qué lo has hecho?
- No lo he hecho a posta...es que yo...- empezó a balbucear - no sabía que ocurriría...yo nunca...
Pareció comprender su nerviosismo. Auris suspiró profundamente.
Beril estaba arrodillado frente a ella y se había quedado en silencio. Se sentó a su lado en la cama, pensativo.
- Ruten y tú estabais juntos desde hacía mucho tiempo... - empezó, intentando comprender.
- Así es. – afirmó Auris.
Beril la miró expectante.
- Ruten no consideraba que fuera el momento de tener algo demasiado serio...
Beril la miró esperando que dijera algo que sabía que aún no había dicho.
- En resumen... – la apremió.
- Ruten y yo no estábamos tan seriamente juntos. - se mordió el labio inferior sin saber cómo continuar – Los dos pensábamos que mientras uno entrena, no debería prestarse a tantas distracciones. Sobre todo... físicas. O al menos eso pensaba. Hasta ahora.
Beril pareció unir las piezas de un puzzle en su cabeza y se levantó de la cama.
Auris no dijo nada, lo dejó ir sin detenerlo y cuando hubo salido de la habitación también ella se alzó.
Al cabo del rato Beril apareció por la puerta. Ella permanecía mirando por la ventana.
- Está lista la comida – dijo sonriéndola.
- Creo que no tengo hambre – dijo molesta.
Beril entendió lo que le sucedía y se acercó a ella. La agarró la mano cuidadosamente.
- Creo que deberías comer algo.
- Y yo creo que tú no deberías decirme lo que debo hacer. – le espetó.
- Creo que me has malinterpretado... – dijo.
- No hay tanto que interpretar.
Beril admiró lo directa que era y sonrío.
- Estoy intentando tener en cuenta lo que tú piensas...
- ¿Te resulto tan "terrible" en mi elemento que estás buscando una excusa para mantener las distancias?
Se giró dándole la espalda.
El llamó a su elemento dentro del pecho de Auris, haciéndola saltar en el sitio. No la había hecho daño, pero instintivamente se había convertido en un torbellino de oro. Notaba la furia de él.
- No me asustas tú ni tu elemento, pero creo que deberíamos reflexionar si Ruten y tú tuvierais razón en ese sentido.
La habitación brillaba con una luz diferente.
Él ladeó la cabeza y ella lo miró furiosa.
- Las uniones entre elementales en realidad no están permitidas, son solo una distracción al objetivo real de nuestra existencia. Hay muchas parejas, pero ninguno de los dos queríamos ser una de ellas. Para mí es el todo o el nada. Ruten era fantástico, estar juntos era fantástico. Pero mi todo siempre ha sido Alasdain, y mi elemento. Hace años casi cometí el error de dar demasiada importancia a mi relación con alguien. – pareció pensativa un momento – Luego el destino nos demostró que estábamos llamados a estar en sitios distintos. Pero desde que apareciste mi todo está lleno también de ti como nunca lo ha estado de nadie más.
Él alzó las manos y su elemento recorrió suavemente la piel de Auris a través de su cuerpo.
Compartieron una mirada mientras Auris se estremecía bajo el toque de cristal verde que la rodeaba suavemente.
A un cierto punto todo cesó.
- Te pido solo que lo pensemos mejor.
- ¿Por qué? – preguntó ella alzando la vista, respirando agitadamente.
- Porque no te quiero permitir la mínima posibilidad de poderte arrepentir.
Y le apareció la sonrisa de nuevo.
- Ahora es hora de comer. Vamos.
La ofreció una mano y se encaminaron hacia la cocina, donde finalmente recobraron un tono más ligero junto con las fuerzas, saboreando unas verduras crudas y una carne a la plancha.
Después de comer se dirigieron hacia el taller de Beril, donde se refugiaron del calor.
- Querría aprender a tallar una piedra como haces tú. – dijo Auris.
Beril sonrío.
- Y yo querría aprender a pintar como lo haces tú...pero empieza a ser hora de volver a Alasdain.
Auris se sorprendió.
- ¿Por qué? No creo que pase nada por esperar un par de días más...
- Si espero dos días más creo que te pediría que te quedaras conmigo aquí para siempre.
A Auris la idea le había tentado ya en un par de ocasiones y Beril se lo leyó en los ojos. Y comprendió el porqué de la opinión acerca de la distracción de las relaciones entre elementales.
- Este no es tu sitio Auris... tampoco es ya el mío... al menos por ahora.
Auris se encogió pensando todo lo que habían dejado atrás y se sintió culpable de haber deseado dejarlo todo, aunque hubiera sido por un momento. Nunca se le había pasado por la cabeza antes de aquel momento.
- Quizá algún día. Pero no hoy.
Recogieron algunas piedras más y salieron en dirección a la casa de un antiguo amigo de Beril con quien debían cenar aquella noche. Beremit era un pequeño mercante de piedras preciosas.
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