
Capitulo 12. Cuidado con el príncipe de ojos verdes.
Beril salió de casa para ver a Auris, vestida de blanco, apoyada en el último árbol de la esquina de la hilera de casas, justo delante de su casa.
La escena le recordó vívidamente el momento en el que Argentis lo esperaba, exactamente en el mismo sitio, bajo el árbol, la noche de la fiesta del aniversario de Alasdain.
Desde ese punto se veía gran parte del valle que formaba aquel fantástico refugio subterráneo. En esa época estaba todo verde y florido. Dedujo que el sol debía estar ocultándose por la luz tenue que llegaba desde la cúpula, teñida de dorados, rojos y rosas que se reflejaban sobre los muros de piedra de la fila de casas blancas y sobre Auris, con todos los colores del sol en su piel, cubierta por el vestido de lino natural que le llegaba hasta los tobillos, recogido con un cinturón dorado. La tela ligera del vestido volaba tras la corriente.
No la dijo nada, solo la sonrió para animarla a emprender el camino.
- Ah veo que has cogido un par de cosas...
- Si debo dormir allí...
- Ah, claro.
- ¿Tú no llevas nada? – la preguntó.
- Em... no...es la casa de mis padres ¿recuerdas? A veces me quedo a dormir allí.
- Es cierto, claro. – dijo sintiéndose muy torpe.
Caminaron en silencio. Ella no iba tan rápido como siempre, cosa que agradeció.
- ¿Hay algo que me debas advertir? – dijo con tono despreocupadamente cómico para romper el hielo.
Ella alzó las cejas y lo sonrió.
- Solo espero que no te cuenten batallitas pesadas...
Beril rio sin disimulo.
- Creo que a mí no me importaría escucharlas.
Ella también rio.
- Siento mucho todo. – dijo de repente.
- ¿El que? - preguntó sorprendido.
- Haberte encastrado esta noche y todo...ha sido culpa mía.
- Ah... no te preocupes.
- ¿Era verdad?
- ¿El que?
- Eso de que echas de menos los momentos familiares...lo que has dicho antes en el despacho de Eilean...
Beril suspiró.
- Mi padre murió cuando era muy pequeño y no recuerdo una gran reunión familiar hasta... – calló de repente.
- ¿Hasta...? – lo apremió Auris.
La última vez que había hablado de Ferin había sido aquella noche con Argentis, y cuando lo había hecho ella se había alejado.
- Hasta que apareció Ferin.
Miró a Auris de reojo. Ella pareció aminorar el paso un segundo, pero apenas se notó el cambio de expresión en su rostro.
- Debo confesarte que he oído hablar ya de ella... – lo miró con una sonrisa.
- ¿A Argentis?
- A ti... – le contestó.
- ¿A mí?
Auris resopló suavemente.
- Aquel día cometiste un gran error. – dijo recogiendo una pequeña piedra blanca que pasó entre los dedos, observándola.
Beril no dijo nada, simplemente la miró y esperó a que continuara.
- El día que... – gesticulaba exageradamente por la dificultad de hablar sobre el tema – que murió... la engañaste.
Beril paró en seco para mirarla.
- ¿Cómo? – la preguntó algo ofendido, pero sin entender a qué se refería.
- Tú no la correspondías. Quiero decir... no estabas enamorado de ella...y lo que le dijiste ese día influenció su decisión. Incluida la decisión de morir para protegerte.
No podía creer tener que discutir con ella sobre lo que sentía por Argentis.
- Nunca la habría engañado sobre algo así.
- Una vez le dijiste que jamás estarías con otra mujer que no fuera Ferin.
Beril se sorprendió de la línea que seguían sus pensamientos.
- Es cierto que se lo que dije... y había tomado la decisión de que así fuera... Pero a quien engañaba era a mí mismo.
Ella estaba profundamente pensativa.
- De cualquier forma, no sabemos lo que podría haber ocurrido de no haber hecho lo que hiciste...el caso es que dijiste eso...decidiste...– dijo con expresión triste - Todo lo que decidimos, equivocado o no que se revele después, nos enseña algo sobre quienes somos...
Prosiguieron su camino en silencio hasta llegar a la casa de Eilean.
Cuando entraron Beril vio como Auris abrazaba a sus padres, afectuosa por primera vez.
Eilean la acogió mirando por encima de su hombro a Beril con expresión interrogante. Beril miró hacia otro lado. Descubrió una serie de retratos a lo largo del hall de entrada.
- Son los Namak que ha habido en Alasdain. Aquel es Aurol, el primero. – le explicó Eilean.
Los antecesores de Eilean no se parecían en nada a él. La mayoría tenían un aspecto terrible, imponente, que contrastaba con la gentileza de la mirada de Eilean, perfectamente recogida en su retrato.
- Pasemos al comedor. – sugirió la madre de Auris.
La madre de Auris había cocinado un pastel de verduras y una gelatina de pescado que encantó a Beril.
- Esta todo buenísimo. – elogió.
- ¡Gracias Beril! – dijo con una sonrisa radiante. – Imagino que te recuerda a la cocina de Argentis y de Auris. Mis dos hijas han aprendido conmigo y son muy buenas cocineras, ¿verdad? – la mirada se le entristeció apenas un momento.
Hubo una pausa que Beril decidió romper.
- Argentis cocinaba excelentemente bien, – dijo alegremente. – sobre Auris aún no puedo decir nada.
Auris le lanzó chispas con la mirada que hicieron reír a todos.
- Perdón, he probado su café. – dijo levantando las manos en gesto de disculpa.
- ¡¡Auris!! – la amonestó su madre riendo de nuevo.
- Mamá...
La conversación cambió de sentido abruptamente.
- Estoy pensando... – reflexionó Eilean en voz alta – quizá sería buena idea si...
Todos lo miraron con expresión seria. Cuando Eilean usaba ese tono estaba por dar una orden imprevista, basada generalmente en un experimento.
- Querría que mañana os tomarais el día libre y salierais a pasar el día fuera de Alasdain...que os conocierais un poco, relajadamente...
Auris dejó los cubiertos en el plato.
- Papá, mañana tenemos entrenamiento. – dijo contrariada.
- Lo saltaréis. – dijo – Me encargaré yo mismo de decírselo a Caolín.
Hubo un silencio.
- Pero papá, necesitamos el entrenamiento...
- No. Necesitáis conoceros. Conectar.
- ¿Saltar el entrenamiento para hacer qué? – decía Auris indignada, cada vez más inclinada sobre la mesa parecía a punto de saltar sobre su padre.
No podía negar que a él también le preocupaba esa pérdida de tiempo. Pero tampoco podía evitar sentir curiosidad por ver a dónde le llevaría conocer mejor a Auris.
- Creo que a Beril le parece buena idea. – dijo el Namak buscando apoyo al otro lado de la mesa.
Beril dejó también los cubiertos en el plato y se aclaró la voz, tomándose su tiempo para buscar palabras para explicarse.
- Creo que se puede probar... – evitó la mirada asesina de Auris – y ver a dónde nos conduce.
- Bien, me alegro de que concuerdes conmigo...porque es una orden.
Se zanjó la cuestión con el final de la cena.
Después de un rato en el que hablaron sobre diferentes cosas, la madre de Auris se retiró a descansar.
- Yo también debo abandonaros – dijo Eilean – tengo que cerrar ciertas cuestiones hoy... Auris, creo que podrías mostrar a Beril los jardines y alrededores de la casa.
Beril se abstuvo de decir que los había conocido ya. Era una buena ocasión para acercarse de nuevo a donde había oído a la mujer en la celda de roca. Hasta entonces no había podido volver sobre la cuestión, que lo intrigaba enormemente.
- Buena idea – dijo Beril – hace un tiempo estupendo para un paseo por el jardín...
Eilean y Auris lo miraron en silencio. El primero con los ojos empequeñecidos y la segunda con resignación.
- Veo que hoy me toca hacer de guía...
Salieron de la casa por el ventanal acristalado de la sala por donde Beril había salido la noche del aniversario.
Auris le indicó la escalera lateral de la esplanada frente a la casa.
- Por aquí.
La luz de luna atravesaba la cúpula e iluminaba el jardín. En el exterior debía poder verse la luna llena, pensó Beril.
Caminaron entre los setos de frente a la casa rodeando el estanque rectangular.
- Espero que no te haya resultado demasiado aburrida la cena.
- No, qué va. Tu madre es muy acogedora. Haría sentirse en su casa a cualquiera. Gracias.
Beril se dirigió hacia el laberinto de setos.
- Beril por ahí está el laberinto de espinos...
- ¿Un laberinto? – dijo fingiendo voz entusiasmada.
- Si...pero no creo que sea buena idea entrar esta noche... – dijo ella dudando.
- Venga, será divertido...
Ella apretó los labios.
- Hay luna llena...
Auris levantó las cejas.
Beril le leyó el pensamiento y comprendió a qué creía ella que se estaba refiriendo.
- Es solo un paseo...me parece interesante...no querrás hacerme creer que te da miedo no encontrar la salida... – dijo intentando parecer despreocupado.
- Beril, este laberinto es el orgullo del jardín del Namak... los jardineros se ocupan de cambiarlo todas las semanas...desde tiempos inmemoriales. Es más que posible perderse ahí dentro, sobre todo de noche...con o sin luna.
- Bien. - dijo entrando con una sonrisa invitante – Probemos entonces. A mí no me preocupa en absoluto perderme ahí dentro...si tú estás conmigo no tengo nada que temer...- dijo con sorna.
Ella lo miró exasperada y sin decir nada lo siguió.
Comenzaron a recorrerlo. Beril controlaba cada entrante esperando encontrar la verja que conducía al sendero al lado del riachuelo. Pero, efectivamente, el laberinto parecía haber movido sus paredes espinosas y no reconoció el camino.
Cuando llevaban un buen rato recorriendo los pasadizos Auris suspiró.
- Bien, ya nos hemos perdido. – dijo ella. - ¿Contento?
- Habrá algún tipo de indicación. Si no, ¿cómo podrían atravesarlo cada día? Si cambia todas las semanas...
Auris lo miró con suspicacia.
- ¿Y quién se supone que tendría que recorrerlo cada día? – preguntó.
Beril se dio cuenta de que había pensado en voz alta.
La sonrió.
- Siempre hay un truco para salir de los laberintos, ¿no? – dijo esquivando su pregunta.
- Una vez era un sistema defensivo que rodeaba toda la casa del Namak. Ahora queda solo esta parte, pero conserva su característica...como ves.
Beril sonrió a Auris.
- Si es así entonces sí que tiene que haber algún truco... porque la gente tenía que poder entrar y salir a diario...
Auris dudó.
- En efecto... – dijo.
- Veamos... – observó Beril con cuidado a su alrededor...los arbustos de espino eran totalmente tupidos. – Si los pudiéramos atravesar...
Se escuchó un ruido no lejos de donde ellos estaban.
Auris lo miró paralizada abriendo mucho los ojos.
- ¿Qué ocurre? – la preguntó preocupado.
- Cuando éramos pequeñas mi padre nos contaba que tantas personas malvadas habían quedado atrapadas dentro del laberinto durante siglos...y uno podría encontrárselos si se perdía ...
Beril rio.
- Es curioso que una mujer como tú tenga miedo de un cuento como ese...
- No, ya no lo tengo. Se que es absurdo. Pero una vez Argentis se perdió dentro del laberinto y dice que vio a un hombre con una gran lanza...pero Argentis era muy emotiva.
Sintió un enfado incomprensible hacia Eilean. Estaba claro que había inspirado un miedo irracional a sus hijas para no tener que contarles una verdad que prefería evitar.
- Auris, ¿no se te ha ocurrido que quizá tu padre ocultase algo al otro lado de este laberinto?
Ella se quedó de piedra.
- ¿Qué has dicho?
- Que quizá hay una razón por la cual tu padre no quería que entrarais aquí...solo que no es la que os contó.
Auris lo miraba perpleja, en silencio.
- Al otro lado del laberinto hay una verja que conduce a un pasadizo entre las rocas. Dentro de aquellas rocas tu padre esconde una prisión.
Una mirada de sorpresa se reflejó en el rostro de Auris.
- Probablemente Argentis aquel día vio a uno de los guardias atravesar el laberinto, no a un fantasma maléfico.
- ¿Y tú eso como lo habrías venido a saber?
- La noche del aniversario salí a pasear y vine aquí...me perdí y terminé por casualidad en el pasadizo. La verja estaba abierta al entrar, no sé por qué. El caso es que descubrí una abertura en las rocas. Una mujer me llamó la atención...cantó una canción que...
Auris lo miró iracunda.
- Por casualidad una mujer llamo tu atención...en el laberinto...habías bebido el cóctel en la fiesta, ¿verdad?
- No había bebido Auris...
- ¿Y estabas solo aquí? La noche del aniversario nadie viene a tomar solo el aire aquí. La gente viene a perderse, a propósito.
Recordó las acarameladas parejas que se había encontrado aquella noche mientras paseaba por el laberinto.
- Sé lo que parece...pero yo no estaba...
Auris volvió a entrecerrar los ojos...
- No me interesa Beril. Yo también he estado en el laberinto la noche del aniversario... – dijo, alargando la mano hacia el seto, para robar una espina – Años atrás hubo alguien especial conmigo aquí... - Su mirada se había vuelto nostalgica - Yo descubrí aquí mi elemento.
Beril apartó la mirada, incómodo sin saber por qué.
- Él... decía... que en cualquier laberinto si uno avanza siempre con la mano derecha pegada a la pared llega siempre a la salida y si pega la izquierda llegara a la entrada...
- Ruten y tú... - comenzó a decir.
- No... no era Ruten. – sonrió casi imperceptiblemente, con la mirada fija en la espina que encontraba la yema de su dedo índice.
Soltó la pequeña rama y comenzó a caminar a paso veloz. Beril la siguió rápidamente.
Llegaron en poco tiempo al punto desde donde habían entrado al laberinto, de modo que entraron de nuevo recorriendo el muro de espinas del lado contrario.
El resultado fue el que había dicho Auris. Estaba en lo cierto.
Se encontraron frente a la verja metálica. Solo que esta vez estaba cerrada.
Beril comenzó a escalarla como la última vez. Se encaramó a la roca y se aseguró de no deslizarse esta vez.
- ¡¡Salta!! – dijo, ofreciéndole una mano a Auris.
Ella saltó y se subió a la verja en el punto exacto donde estaba Beril.
Beril sintió el olor a lila mezclado con otro aroma dulce en la piel de Auris. La sostuvo de la cintura para que no cayera y la hizo caer de su mano delicadamente en el suelo al otro lado. Después saltó él mismo, intentando no hacer demasiado ruido.
- Gracias – le dijo.
- Ven, continuemos por aquí.
Sin zapatos resultaba más cómodo y sencillo. Entró en la corriente de agua, avanzando entre las sombras.
Auris lo siguió sin hacer ruido.
A un cierto punto oyeron unas voces. Era la entrada de la gruta, donde dos guardias hablaban en voz baja de cosas sin importancia.
Auris lo agarró del brazo, al volverse hacia ella la encontró perpleja al descubrir que lo que Beril le había dicho era cierto.
- ¡¡Están de verdad aquí!! – susurró, más para sí misma que para Beril.
Beril la indicó que guardara silencio.
- No sabemos qué habilidad tienen.
Auris los miró desde el escondite en la roca.
- No, creo que no sean elementales...son guardias pagados.
Beril la miró sopesando sus palabras. Siguieron caminando con extremada lentitud y cuidado. Un poco más allá se abría la roca. Beril señaló la abertura a Auris.
- Es aquí donde...
Pero antes de que pudiera explicar nada a Auris. Se oyó un susurro. Era la voz de una mujer que provenía de la oscuridad.
Auris dio literalmente un salto en el sitio donde estaba, cayendo sobre el sendero, ahogando un grito.
Beril también se había sobresaltado, pero no le había pillado tan de sorpresa.
- Has vuelto... – había dicho.
Beril ayudó a levantarse a Auris, y se ocultó de nuevo en la sombra, apoyado en la roca.
- ¿Quién eres? – preguntó Beril. – Y, ¿cómo sabes que soy yo de nuevo?
La mujer rio. Provenía del interior de la celda, la voz retumbaba y se distorsionaba dándole una tonalidad espectral.
- No soy una principiante como la chiquilla elemental que tienes al lado.
Auris se dirigió a ella con voz dura.
- Te ha hecho una pregunta. ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí?
- Auris...he oído hablar de ti... en cierta medida te temía... ahora veo que no tenía por qué...tú no eres como tu padre.
Se miraron mutuamente.
- ¿Cómo sabes quiénes somos?
- Te lo he dicho...he oído hablar de ti...
- ¿Por qué estás en prisión? ¿Qué has hecho? – preguntó entonces.
- Esa es una pregunta que deberías hacer a tu padre...pero te puedo anticipar que mi principal culpa es solo el existir...mi persona es incómoda para quien llamáis Namak.
Auris rio nerviosamente y sacudió la cabeza.
- Está fuera de sí. – dijo Auris. – No tiene sentido lo que dice. Eilean no encerraría a nadie sin culpa.
La mujer rio.
- Eres débil, Auris...y crees lo que te cuentan. Haces lo que te ordenan. No sabes aún de lo que es capaz un Namak. Pero yo sí lo sé. Y Beril...
- ¿¡¿¡Quién eres!?! – la voz de Beril sonó autoritaria esta vez – Si no nos lo dices nos iremos sin mediar más palabra.
Hubo un silencio en el que la mujer de la celda pareció reflexionar.
- Yo soy Ferrab, y tendría el mismo derecho que Eilean de ser el Namak de Alasdain.
Hicieron silencio al oír pasos en el sendero. Esperaron a que pasara uno de los guardias haciendo la ronda.
- ¿Por qué me conoces a mí? – preguntó Beril.
De nuevo silencio.
Ella repitió el estribillo que había cantado el día de la fiesta.
- Era arriesgado, pero valía la pena...solo que se enamoró...de ti...
- ¿¿Estás hablando de Ferin?? ¿Qué sabes de ella?
- ¡Vieja loca estas mintiendo! ¿¿Dónde has escuchado esas historias?? – Auris perdió los nervios al ver que Beril empezaba a seguir su juego sin que ella pudiera evitarlo, desesperado por saber – No estás respondiendo a ninguna de nuestras preguntas.
Auris saltó agarrándose a la hendidura en la roca y miró hacia dentro.
Entonces de dentro de la celda se oyó un grito de dolor. Beril agarró a Auris del vestido tirando de ella con fuerza hacia abajo.
Se oyeron las voces de los guardias llamándose entre ellos y escucharon ruidos de armas y pasos a la carrera.
Auris cayó sobre él, que la rodeó y la empujó contra la roca en el pequeño entrante bajo el gorgeo del agua que caía, donde se había ocultado ya la vez anterior. Se estrechó junto a Auris a la pared rocosa. La hizo un signo para permanecer en silencio.
Los guardias pasaron en agitación hacia adelante y hacia atrás por el sendero.
Cuando hubo pasado el peligro comenzaron a avanzar entre las malezas intentando no hacer ruido.
Llegaron a la verja. Estaba abierta pero un guardia la custodiaba con los ojos atentísimos. Otro guardia le habló.
- Han ido ya a su despacho a avisarlo, está llegando. Él conseguirá averiguar lo que ha sucedido.
Auris y Beril se miraron asustados. Eilean estaba por llegar y seguramente podría advertir que ellos estaban ahí, escondidos. Tenían que salir de ahí.
Esperaron a que el guardia proveniente de la casa desapareciera por el otro extremo del sendero.
Auris creo pequeñas piedras doradas y las lanzó hacia las rocas.
El guardia se dirigió a la carrera al lugar de donde le parecía que provenía el ruido.
Con el paso momentáneamente libre salieron disparados de su escondite y atravesaron la puerta de rejas que en ese momento estaba abierta.
Entraron de nuevo en el laberinto huyendo de los guardias a toda velocidad y sin advertir por dónde pasaban.
Al considerarse bastante lejos se detuvieron a recobrar el aliento.
- ¿Qué narices te ha pasado? – preguntó Beril apenas tuvo suficiente aire en los pulmones.
- ¡¡Nos estaba llevando a donde a ella le apetecía!! ¡¡Esa mujer está loca Beril!!
- No me importa. Gracias a tu impaciencia no lo podremos saber. Ni podremos saber la razón de que este ahí.
- Beril, mi padre no hace prisioneros sino a aquellos que pueden dañar a los demás.
- Eso es lo que tú piensas...eres su hija.
Auris se paró a pensar.
- Y ¿qué es lo que piensas tú, Beril?
- No lo sé...pero tengo la sensación de que esa mujer sabe algo sobre mí que yo desconozco.
Oyeron pasos agitados que se detuvieron en la lejanía y comenzaron a avanzar hacia ellos.
- Es Eilean, – dijo Auris. – viene directo hacia aquí...
Entonces, sin previo aviso, Auris le agarró por los hombros y lo golpeó en los tobillos haciéndolo caer a tierra. Llamó a su elemento y apuntó la lanza contra Beril, quien había rodado instintivamente quedando fuera de su alcance y llamando a su elemento se alzó con una daga de punta larguísima en la mano. Ella lo golpeó en el pecho dibujando una espiral de oro en el aire. Improvisadamente se dejó caer al suelo bajo el brazo de Beril, quien la apuntó amenazante con la afilada lama.
En ese momento apareció Eilean a su lado en el pasillo del laberinto.
- ¡¡Beril!! ¡¡Auris!! ¿Qué estáis...?
En cuanto su padre vio la escena Auris apartó la daga verde de un manotazo sin una nota de temor.
- ¡¡Papá!!
- Os estaba buscando...
Eilean parecía ligeramente preocupado a la vez que confundido.
- Papá, ¡gracias al cielo! Beril... intenté evitar que entrara... pero como ves, tuve que seguirlo. Y nos hemos perdido.
- ¿Estabais discutiendo de nuevo? – preguntó el Namak observando a Beril acalorado y con la daga aun en la mano.
Los dos lo miraron sintiéndose culpables. Después se miraron mutuamente sin saber qué decir.
Eilean se frotó la frente como si quisiera borrar un pensamiento.
- Venid conmigo, os acompaño a casa.
Hicieron en silencio el camino y entraron en la gran casa blanca.
Auris se despidió de ellos con un "buenas noches" y besó a su padre en la mejilla.
Eilean siguió avanzando por el pasillo. Cuando la puerta de Auris se cerró Eilean comentó.
- La muerte de Argentis le ha hecho volverse más vulnerable... me preocupa.
La habitación de Argentis era una habitación bastante espaciosa, amueblada de blanco y madera natural, esencial como era siempre el estilo de Argentis. La cama era grande con cuatro grandes postes que llegaban al techo.
- El balcón da a la cascada del acantilado, igual que la habitación de Auris y la nuestra. – decía Eilean, quien lo acompañó, fingiendo que no desconfiaba de la versión que Beril le había dado de la escena del jardín.
Se acercó al balcón. Vio a la luz tenue de la cúpula el borde del precipicio por donde había caído aquella vez y comprendió mejor lo sucedido. Recordó cómo la que él había confundido con Argentis había aparecido de la nada en mitad de la noche y cómo Eilean había llegado antes que nadie en ayuda de Auris y suya.
Se giró y le agradeció la cena y la hospitalidad.
- Bien, ahora yo debo dejarte aquí, hay algo que debo resolver...Auris está en la habitación de aquí al lado...si necesitas algo durante la noche, no dudes en despertarla para pedírselo, aunque a veces parezca algo huraña, en realidad está encantada siempre de poder ayudar...
- Si... – dijo disimulando inútilmente una sonrisa al imaginar una escena en que despertaba a Auris durante la noche – Estoy seguro de que estaría encantada.
En efecto a veces podía ser un poco huraña.
No conseguía dormir. La presencia de Argentis parecía sobrevolar el ambiente. Era tarde y no dejaba de dar vueltas en la cama. Se levantó y ojeó a su alrededor, iluminado por el reflejo pálido de la luz de la luna de aquella noche.
Improvisadamente vio un dibujo hecho con ceras de colores. Era un dibujo precioso que representaba unos rasgos muy parecidos a los suyos, algo caricaturizados. El artista había representado con exageración unos ojos enormes de un verde extrañamente encendido y una expresión bastante inquietante, dura.
Rio de su propia caricatura. Mirándola a la luz vio que en la parte de atrás había algo escrito. Lo giró y leyó: "Para Argentis: ten cuidado con el príncipe de los ojos verdes. Auris."
Si creía no poderse sorprender más, se había equivocado. Había visto los murales de casa de Auris, pero no sabía que era ella la que pintaba de esa manera. Era un dibujo con una increíble combinación de colores.
No sabría decir por qué robó aquel dibujo y lo guardó en su bolsa.
Sobre la mesilla de noche vio un libro de fábulas infantiles con las hojas desgastadas y se metió de nuevo en la cama con él.
Se quedó dormido con el libro entre las manos y tuvo un sueño agitado en el que una cabra devoraba a los miembros de una familia que subía a una alacena uno por uno, cantando una extraña canción.
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