Capitulo 10. La habitación detrás del muro.
Una semana más tarde habían conseguido recuperar algunos cuerpos sin vida. Así, tuvo lugar una ceremonia por todos los que habían muerto en la isla. Beril siguió a la multitud dentro de una gigantesca gruta oscura, donde la luz no atravesaba la roca como sucedía en el resto de Alasdain. Se accedía a ella pasando a través de la cascada. El agua le pegó el pelo sobre la cara, y su frescura relajó sus músculos y aclaró sus ideas.
Marchaban en fila de dos, una interminable fila que al avanzar al mismo ritmo arrancaba de la roca un sonido que el eco hacia parecer un tambor sonando tristemente, como la marcha fúnebre de su propia tierra natal.
En ese momento pensó en su madre, cuyo cuerpo sin vida no había tenido la oportunidad de velar, ni de darle sepultura. Pensó también en Ferin.
Se le encogió el corazón.
Poco a poco llegaron a una abertura más amplia, dominada por un rayo de luz nítida que caía sobre una fila de figuras que reposaba sobre la roca.
El Namak, estando al frente de todos, se giró hacia ellos con un rápido movimiento de sus pies e inclinó la cabeza sobre el pecho, permaneciendo inmóvil. Algunos maestros y otros elementales expertos rodearon también aquellos bultos inermes. Mientras, los elementales fueron llegando y, deteniéndose un breve momento, inclinaban la cabeza ante el Namak que custodiaba silencioso los cuerpos sin vida, e iban pasando a los dos lados ordenadamente.
Se iban colocando alrededor de las paredes de roca blanca y húmeda.
Beril vio por primera vez en Alasdain a los niños. Serían 15 o 20, de edades muy diferentes entre ellos.
Iban caminando en el interior de las filas, siguiendo su ritmo.
Entonaron una melodía sin letra que Beril jamás los había escuchado antes, pero que todos parecían conocer.
Cantaban con la boca cerrada, sin emitir ninguna palabra. No habría podido decir que era un cántico triste, tampoco alegre.
De repente dos elementales cogieron cada uno de los cuerpos, llevándolos hasta un pequeño lago que se encontraba en el lateral, y fueron posándolos sobre la superficie del agua, tras lo cual esta los hacia desaparecer en su profundidad. En el momento en el que se hundía cada cuerpo, el canto parecía elevarse y se detenía momentáneamente hasta que recomenzaba casi imperceptiblemente.
Beril empezó a temblar, invadido por el frio del agua que entumecía su cuerpo mezclado a una especie de nausea.
Aramen se acercó a él y le apoyó la mano en el hombro.
- Ven, salgamos. – le susurró.
Lo guio despacio entre la fila de gente.
Beril se sintió ahogado de miradas y de susurros a sus espaldas.
Una vez fuera recuperó algo de calor, sentados sobre la hierba por encima del acantilado.
Poco después se les unieron los demás.
- El sexto nivel ha desaparecido – comentó triste Olivin. – por completo. Y de los otros niveles falta mucha gente...
- No sé qué pasará ahora... – dijo Rod, serio por primera vez desde que lo conocía.
- ¿A qué te refieres? – preguntó. Pero La llegada de Caolín interrumpió su respuesta.
Guardaron silencio durante todo el tiempo que los elementales desfilaban ante ellos ascendiendo por el sendero. Observó a sus amigos.
Ahora todos sus compañeros de nivel tenían una conexión, excepto él.
Su conexión con Argentis había acabado por provocar su muerte. Al ver a Eilean se acercó a él. Pero cuando lo tuvo delante no le salían las palabras.
- Yo...lo siento mucho. – dijo finalmente.
Eilean se acercó a él y le agarró con fuerza del hombro.
- Lo sé Beril. Sé que para ti Argentis era aún más importante que una conexión, lo intuí ya el primer día que os vi juntos y veo lo difícil que es para ti su pérdida, pero no debes culpar a Auris de nuevo por una acción que no ha podido evitar.
No supo que decir, Eilean parecía estar leyendo en sus pensamientos...había aprendido que era la facultad del Namak percibir las emociones de los que lo rodeaban.
- No sé si éste sigue siendo el lugar para mí...ahora que...
- Deja que podamos hablar antes de tomar una decisión, ¿de acuerdo?
- Por supuesto – respondió.
- Iré a buscarte.
Eilean lo abrazó con cariño y lo dejó ir.
Días más tarde Eilean apareció en la puerta de su casa.
- Habría venido antes, pero me ha resultado imposible. Es de suma importancia no perder más elementales de los que ya hemos perdido...y organizar todo después de ... tantas pérdidas.
Beril agachó la cabeza en un gesto de mudo consenso.
- Beril, tú eres uno de nosotros...
Beril lanzó un gran suspiro al aire.
- Estaba convencido de que no podía estar en ningún lugar más que aquí...todo apuntaba a que estaba siguiendo las señales adecuadas...pero ahora...esas señales me han llevado hasta aquí...y sinceramente, ojalá...
- No conocemos por completo el destino... - lo interrumpió. – Solo la parte que estamos viviendo, pero no es el destino completo. No podría decir que no era precioso tener como hija a Argentis solo por el dolor que estoy pasando ahora. Todo nos lleva a ser quienes somos y esa es la mejor señal.
- Yo...no tengo nada que me retenga aquí...
- Yo diría que no tienes nada que te llame a estar en ningún otro lugar.
- Tampoco... – dijo Beril con una nota de tristeza en la voz.
- Quizá no te hayas dado cuenta de lo importante que eres para algunos de los que están aquí...
Pensó en Olivin. En Aramen y en todos los del grupo.
- Caolín me ha puesto al tanto de tu talento. No podemos perderte ahora.
- Pero no tengo posibilidad de una conexión...todos tienen ya una...
- Es cierto, en tu grupo todos tienen una conexión ya. Pero hay quien ha perdido su conexión también en esa isla.
No lo comprendió a la primera. Todos tenían conexión ya dentro de los grupos que se entrenaban en Alasdain, y todos los que habían entrado en la isla habían perdido la vida junto a sus conexiones, porque no salían de Alasdain a una misión por separado.
- No todos...hay algo que no deja de darme vueltas por la cabeza – dijo un segundo después de que sus pensamientos llegasen a la misma conclusión.
La sorpresa le dejó sin aliento.
No todos habían muerto junto a su aleación en la isla. Auris no habia muerto, mientras que su conexión, ya no estaba.
Enterró la cara en las manos. La única opción le parecía la peor idea que hubiera escuchado jamás.
- Esa conexión está fuera de mi alcance, Eilean, es completamente imposible, lo siento – dijo.
- No puede ser una idea tan descabellada, al fin y al cabo, tu conexión era su hermana gemela.
Lo estaba diciendo de verdad. Pretendía seriamente que creara una conexión con Auris. La mujer que le había arrebatado a su madre.
Suspiró y levantándose siguió al Namak hacia la puerta de entrada.
- Lo siento Eilean. – dijo.
- Intenta pensarlo con la mente libre, sin levantar un muro en ese camino. – dijo Eilean atravesando el umbral. – Veamos cómo se las apaña el Destino para reconducir esta situación. Si no está escrito que estéis juntos no tienes nada que temer, y si está escrito en el destino... bueno, entonces no podemos saber qué pasara, depende de vosotros...
Beril no contestó. Permaneció de pie mirando hacia el suelo mientras Eilean avanzaba. De repente se giró y dijo.
- Ve a verla, al fin y al cabo, su habitación está detrás de este mismo muro. – dijo golpeando la pared que separaba su casa de la casa de al lado.
Beril abrió los ojos por la sorpresa y Eilean se giró de nuevo emprendiendo su camino. Sonreía mientras se alejaba.
No se había decidido a ir a la casa de Auris él solo. Aramen llegó tarde a cenar.
- Desde que no estáis Caolín nos impone un ritmo... – decía. – No nos deja un minuto de relajación. Dice que es de vital importancia que hagamos grandes avances. Por lo visto nos suben de nivel, visto que no existe ya nivel 6...
- Ah, bien...así entraran nuevos al nivel 1, ¿no?
- Curiosamente aún no hay gente preparada...nadie.
Beril resopló.
- Nunca hemos sido tan vulnerables - dijo. – Ni siquiera durante la primera gran guerra...
- ¿La primera? Creía que solo había habido una...
- Ya...porque los elementales consiguieron frenar a tiempo la segunda.
Beril se quedó en silencio.
Desde que Argentis había muerto no había entrenado. Los entrenamientos eran difíciles de seguir ahora que se entrenaban en la batalla, y no tenía sentido participar él solo.
- Beril, lo siento mucho...
Miró a su amigo.
- Tiene que ser muy frustrante... perder a alguien querido y que al mismo tiempo sea tu conexión...
Esperó un momento y luego siguió la línea de sus pensamientos.
- Estás fuera...quizá tenías razón y no era realmente tu destino - dijo.
- Ya...en realidad estaba aquí gracias a Argentis, y ella ahora no está... ella me invitó a estar aquí, me salvo en el acantilado...
- ¿En el acantilado?
- Si...cuando caí desde el precipicio – estaba seguro de que Aramen lo recordaba, allí lo había conocido.
- Beril, la que te salvó aquella noche en el precipicio no fue Argentis...
Guardaron silencio.
- No sé si has estado siguiendo los signos adecuados... fue Auris quien te salvó cuando intentabas huir aquella noche en el acantilado, y también es por ella si tú ese día estabas en la isla junto con Argentis...
Reflexionó en silencio. Una conexión con Auris...no podía ser.
La mujer que le había arrebatado a su madre. – se repitió – No, no podía ser. La mujer que le había clavado una lanza en el corazón era una locura solo pensarlo. Por su culpa él estaba allí. Por su culpa. Por ella... la mujer por la cual él se encontraba en Alasdain.
Le parecía imposible estar pensándolo seriamente. Estar unido de forma tan cercana, casi intima, con la mujer que había acabado con la vida de quien más amaba en el mundo. No podría perdonárselo. Aun así, miró a Aramen y dijo:
- ¿Me acompañarías a verla?
- ¿A Auris? – dijo con ojos muy abiertos.
- Si. – respondió.
- No sé si es lo que más le conviene Beril... Entiéndelo, ella es mi amiga...
- Maldición Aramen... ¡Si hubiera querido matarla lo habría hecho aquel día en la isla!!
Aramen pareció considerar lo que decía y debió pensar que tenía sentido porque se levantó del sillón donde estaba sentado y se dirigió a la puerta.
- Ok. Pero no te la tomes conmigo cuando veas...
- ...que vive aquí al lado? Lo sé... – respondió agitando la cabeza.
Aramen se calló y lo miró.
- ¿Todo este tiempo...? – dijo con sospecha.
- No, no. Lo he sabido hace un par de horas. Eilean quería que fuera a verla...
- Podías haber empezado por ahí, ¿no? - dijo, sonriendo al saber que no había decidido confiar en Beril sin sentido.
Salieron de la casa.
En pocos segundos se encontraron frente a la entrada de la casa que estaba junto a la de Beril. Llamaron a la puerta.
- Beril, ¿estás seguro de esto? – preguntó Aramen.
- No va a pasar nada – le aseguró con una sonrisa tranquila para demostrarle que no necesitaba preocuparse.
La señora Flora abrió la puerta de entrada y al ver a Beril se asustó un poco, pero se sobrepuso en menos de un segundo.
- Pasad, pasad. – dijo.
Entraron en la sala. La decoración de Auris era completamente distinta a la de su casa y tantas otras que había visto. Las paredes estaban recubiertas de innumerables dibujos y pinturas de colores brillantes y pinceladas marcadas. Muchos tenían salpicaduras en tonos dorados. Las lámparas estaban todas decoradas con gemas de mil colores que relucían casi como la bóveda de Alasdain.
El tiempo era bueno, de manera que la señora Flora había dejado las ventanas de la casa abiertas, aunque hubiera anochecido hacía ya unos minutos.
- ¿Habéis venido a verla? – preguntó.
- Si – contesto Aramen, añadiendo rápidamente – Eilean había pedido a Beril venir a ver a Auris.
- Ummm... entiendo. Aun así, creo que debo decir que no estoy de acuerdo, como encargada de cuidar de la salud de Auris, no creo que le haga bien... a decir verdad no creo que te haga bien a ti tampoco chico... – dijo.
Aramen se encogió de hombros, un poco aliviado de no tener que pasar por una situación que consideraba potencialmente peligrosa. No sabía cómo habría reaccionado si Beril se abalanzaba sobre Auris para hacerla daño.
- Las instrucciones de Eilean son exactamente que no puedo irme de Alasdain sin verla.
Ambos lo miraron. No había desvelado sus temores a Aramen porque él tampoco estaba seguro de entender bien lo que le había dicho Eilean. Pero no pretendía permitir que no le dejaran verla ahora que había decidido venir.
Los ojos de Aramen y Flora se habían vuelto pequeños, curiosos e incrédulos al mismo tiempo.
- Y además me gustaría verla en privado. – dijo, avanzando escaleras arriba.
- Eso olvídalo, amigo. – dijo Aramen siguiéndolo.
La señora Flora subió tras ellos las escaleras.
Entró decidido en la única habitación de la vivienda. Chocó con un aire sofocante.
La ventana de la habitación también estaba entreabierta y a través de ella penetraba un dulce aroma a lilas e higuera. A pesar del calor, la chimenea estaba encendida.
Se volvió con gran embarazo hacia la cama. Aramen y Flora le pisaban los talones.
La miró. La calma de la habitación encajaba a la perfección con su expresión tranquila, ausente. Cubierta tan solo por una ligera sábana blanca descansaba inmóvil excepto por el rítmico movimiento de la respiración que alzaba su pecho con movimientos rítmicos.
Se alegró de que no le hubieran permitido entrar solo en la habitación. No sabía cómo explicarse su odio profundo e irracional por una criatura tan delicada. Parecía completamente indefensa y vulnerable. Era realmente bonita.
Tragó saliva y salió de su estupor inicial. Se obligó a acercarse a la cama. La observó de cerca. No sabía bien la intención de Eilean. No entendía qué pretendía al hacerlo venir aquí. Que Auris era una mujer fascinante, potentísima, fortísima, era una cosa más que evidente, pero eso no cambiaba el que fuera la asesina de su madre, quien le había apuñalado en una ocasión y a quien él mismo había apuñalado, convirtiéndolo a él mismo casi en un asesino.
Sus ojos se deslizaron por la piel bronceada de su cuello y de sus hombros desnudos. Cerca del hombro izquierdo, en su pecho, casi cubierta por la sabana, la cicatriz que él mismo le había causado.
Acercó la mano y deslizó ligeramente la sabana unos pocos centímetros para dejar al descubierto la piel que cambiaba de color debido a la herida. Oyó a sus espaldas agitarse a Aramen, dispuesto a irrumpir considerando la distancia de Beril demasiado arriesgada.
La señora Flora se acercó al otro extremo de la cama.
Sobre la piel pálida de la cicatriz de Auris, vio pequeñísimos cristales que brillaban. Reconoció su elemento al instante.
- Señora Flora, aquel día... ¿cómo supo que tenía que dejar un pedazo de la astilla en el corazón de Auris para salvarla?
Flora se volvió hacia Aramen antes de responder a Beril.
- Porque tú llevabas la misma herida en el pecho cuando llegaste...Auris te trajo aquí, contra toda regla de Alasdain, para salvarte la vida. No quiso abandonarte a los cuidados de nadie. Participó en la cura y se dio cuenta de que moviendo la flecha la hemorragia se hacía más intensa así que tuvo la intuición de dejar una gota de oro dentro de ti para frenar la sangre.
Se descubrió la cicatriz de su pecho y vio casi imperceptiblemente un brillo dorado en su piel.
Aramen pasó la mirada horrorizada de la cicatriz de Auris a la de Beril. Tenían prácticamente la misma forma, en el mismo lugar.
Miró de nuevo los rasgos finos de Auris, tan parecidos a los de Argentis.
Comprendió entonces a Eilean. Había muchas cosas que lo unían a Auris, por suerte y por desgracia. Fuera cual fuera la respuesta, tenía que descubrir si era verdad. Si se iba, si lo negaba, podía arrepentirse toda la vida de no haber tenido el valor suficiente de intentarlo siquiera.
Su respiración se volvió fuerte. Acercó de nuevo la mano a la cicatriz de Auris. Esta vez tocó su piel, increíblemente fría.
- Esta helada – dijo con preocupación mirando a la señora Flora.
Flora miró con una expresión impotente a Auris.
- La intento mantener a la máxima temperatura posible, pero esta siempre muy fría. Su corazón late demasiado débilmente.
Beril la volvió a mirar. Acarició su mandíbula con la yema del pulgar. Pasó la mano izquierda por debajo de su nuca e inclinó su cabeza. Acercó la otra mano a la herida y notó cómo su elemento palpitaba en el interior del cuerpo de ella, débilmente. En torno a ellos todo se coloreó de verde brillante. Los pequeñísimos cristales de esmeralda volaban a su alrededor. Escuchó a Aramen que le advertía al otro lado de la corriente verde. La señora Flora se agarraba el pecho, asustada mientras se apoyaba en la pared de la habitación. Auris en el centro de la bóveda creada por Beril descansaba sin advertir nada de lo que sucedía.
Beril se concentró en los latidos de Auris. Le pareció increíble tener el corazón de ella tan abandonado en sus manos. Entendió entonces la alusión que ella le había enviado a través de Aramen y sonrió. Entonces no lo había comprendido.
Hizo vibrar a través de la piel la esquirla de esmeralda que cubría el corazón de ella. Un gesto apareció en el rostro hasta ahora inmóvil de ella. Lo hizo de nuevo, suavemente. Aramen había comenzado a intentar traspasar sin mucho éxito la corriente que había creado Beril.
Agitó nuevamente el corazón de Auris, esta vez con más fuerza, más decididamente. El pecho de ella se alzó.
Auris abrió los grandes ojos dorados de par en par, con algo de dolor en la mirada. Una ráfaga de oro pareció salir de dentro de ella. En ese momento la nube verde se desvaneció, Beril se alejó de ella con las manos en alto y Aramen se abalanzó sobre él, aplastándolo contra la pared.
- ¡Me habías dicho que no la habrías hecho daño! – Le gritaba muy cerca de su cara, con los ojos enfurecidos y aterrorizados.
- ¡Aramen! – la voz proveniente de la cama sonó con autoridad y algo de enfado. – ¡Suéltalo!
Aramen sorprendido dejó inmediatamente a Beril, que cayó al suelo contra el muro.
- Beril. – dijo ella, confusa de verlo allí. De estar ella misma despierta.
- Yo... solo quería ayudar. – dijo, sintiéndose estúpido teniendo que excusarse.
Auris acababa de despertar y ya se daba cuenta de lo absurdo de las pretensiones de Eilean. En cualquier caso, ella era muy superior a él en cuanto adiestramiento y experiencia. Y en cuanto a carácter y fuerza, como poco. Él no llegaría jamás a estar a su altura.
Ella miró en torno hasta dar con la señora Flora, que se cubría la boca con ambas manos y tenía los ojos desorbitados como si acabara de ver un fantasma.
- Ok... ¿alguien me puede explicar qué está ocurriendo aquí? – preguntó pasando la mirada de uno a otro.
Aramen miró a Beril como si lo viera por primera vez.
- Alguien tiene que ir a avisar a Eilean. – dijo.
- Voy – dijo Beril levantándose del suelo.
- No... no, no... voy yo – salió de la habitación y lo oyeron salir de la casa a la carrera tropezando con varios muebles.
Cuando la señora Flora consiguió calmarse comenzó a hacer una exploración a Auris, explicándole con voz temblorosa lo que había visto. Auris echaba furtivos vistazos a Beril de vez en cuando.
- Creo que voy abajo a esperar a tu...a Eilean – titubeó.
- No, quédate aquí. – se miraron y Beril sintió que le ardían la cara.
Se sentía totalmente fuera de lugar en la habitación de Auris totalmente indefensa y cubierta solo por una sabana.
Habría dado cualquier cosa por evitar presenciar la escena.
Mientras Auris se vestía él presto atención a un viejo objeto lleno de hilos dorados donde pendían grandes escamas de plata.
Al tocarlo las escamas chocaron entre sí, creando un gran alboroto que Beril no conseguía detener.
- Maldición. – dijo, intentando pararlo inùtilmente.
- Cuanto más lo tocas, más suena – dijo Auris a sus espaldas, cerca de él. – Es un regalo de Argentis.
Un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal. Se volvió hacia ella. Estaba ya vestida y se acercaba a él.
- Lo siento – dijo, disculpándose de nuevo – no quería...
Ella lo miró, tendió su mano hacia él y dijo.
- Por fin nos encontramos con tranquilidad. Auris. – su sonrisa ligeramente ladeada le pareció encantadoramente insegura.
- Beril. - Aceptó su saludo y estrechó su mano, aunque apenas durante un segundo, respondiéndole a la sonrisa tímidamente.
En ese momento llegaron Aramen, Eilean y una mujer que no conocía que debía ser la madre de Auris.
Dio un paso atrás instintivamente.
- ¡¡¡Beril!! – dijo Eilean con una gran sonrisa en la cara. Corrió a abrazar a su hija, inesperadamente agarró también a Beril, uniéndolos en un único abrazo.
Su mujer lloraba y abrazaba a Auris.
- ¡Gracias al cielo!
Auris abrazó a su madre hasta que esta se calmó. Le produjo una sensación extraña presenciar aquella escena familiar.
Aramen se acercó a Beril.
- Perdona por haber desconfiado. – dijo.
- No te preocupes, yo tampoco sabía muy bien lo que estaba haciendo. No sé muy bien lo que estoy haciendo, mejor dicho. – le contestó.
Aramen rio. Luego le dio una palmada en el hombro.
- Eres una buena persona Beril. ¡¡Verás cuando se lo contemos a Olivin... y a los demás!! Menudo lío...
Tuvo que explicar a los presentes lo que había hecho.
- ¿Pero cómo se te ocurrió? – decía Eilean.
Miró a Auris.
- La señora Flora me explicó cómo Auris había notado que al extraer la lanza de mi pecho notaba cómo me latía el corazón y cómo escapaba la sangre, así que pensé que si podía sentirlo yo también y podía controlar la astilla que ella tiene de mi elemento podría...
- En pocas palabras me golpeó el corazón...de nuevo – dijo, mirándolo con una sonrisa irónica.
Beril suspiró de exasperación levantando los ojos al cielo.
- Si, en pocas palabras.
Eilean rio, sinceramente contento.
- Estáis hechos el uno para el otro. ¡¡Mañana mismo intentareis el primer enlace...digo, la primera conexión!!
Vio a Auris abrir mucho los ojos por la sorpresa y la incomprensión. Él mismo se quedó helado. Nadie le había dicho a Auris que Argentis ya no estaba. Ni que su misma conexión había muerto.
- No. – dijo ella, recordando.
Todos se quedaron en silencio mirándola. Ella acusó un sinfín de sentimientos dolorosos en la mirada.
Se levantó y salió de la habitación rápidamente. Bajó las escaleras corriendo. Beril la siguió. Nadie más se atrevió a hacerlo.
Cuando llevaba un minuto caminando y farfullando por el exterior en plena noche se volvió.
- ¿Por qué me sigues? – le preguntó. – ¿Por qué me persigues desde el primer día? ¿Qué quieres de mí?
- Auris, lo siento. Lo siento tanto...
Ella se desmoronó en el suelo y se giró para no hacerle ver sus lágrimas, pero sus hombros se movían cuando sollozaba. Se acercó a ella y la tocó suavemente el hombro sin saber qué hacer. Pasado un momento se levantó y lo enfrentó con una mirada congelada, retadora, con unos tremendos y brillantes ojos dorados.
- Debéis estar locos. – susurró.
- No intentaré ninguna conexión contigo, si tú no quieres. – dijo.
Pareció sopesarlo.
- Tú estás varios niveles por debajo de mí, por protegerte mi hermana ha muerto, me has clavado una lanza en el corazón, eres el recuerdo vivo del mayor error que he cometido en mi vida, cada vez que te veo revivo todo aquello...y yo no estoy dispuesta a ser tu defensora, y dudo que pudiera fiarme de que tú me defendieras. Explícame por qué motivo debería preferir estar pegada a ti que no por mi cuenta, sea donde sea... ¡me llamas asesina cada vez que tienes oportunidad! Yo no quiero ser eso...
- ERES la asesina de mi madre, Auris. Y también tienes la culpa de la muerte de Argentis, porque ella estaba allí por protegerte a ti.
Se paró en seco.
Podría haber jurado haber oído saltar el corazón de Auris en su pecho y simultáneamente se alzó un furioso tornado dorado. Con muchísima fuerza creó en torno a ella un remolino, todo brillaba bajo la cúpula. Creó una larga espada de oro y se dirigió hacia él.
- Como ves, me puedo arreglar muy bien yo sola. – dijo desafiándolo con la mirada.
Al comprender lo que hacía Beril levantó una ceja interrogante y la imitó con toda la fuerza que pudo. Produjo él también una espada que refulgía reflejando los brillos del oro de ella. Se sumieron en una batalla donde ambos esquivaban hábilmente los golpes del otro.
En breve tuvieron público. Habían creado un gran estruendo de rayos esmeralda y oro. Beril consiguió golpearla con el pie en el costado, y aprovechó el momento para inmovilizarla. En ese momento sintió un fuerte dolor en el interior del pecho. Una punzada que lo derrotó instantáneamente dejándolo extendido en el suelo y su campo de protección se desvaneció. Ella saltó por los aires en una ágil pirueta aterrizando con el pie sobre su pecho.
Entonces él creo de nuevo el campo de protección y llamó a su elemento en el interior del cuerpo de ella, que cayó de golpe sobre él respirando dificultosamente. En ese momento los campos de fuerza se unieron perfectamente con ambos que sujetaban la espada afilada en la mano.
Ambos respiraban agitadamente reflejándose sobre los ojos del otro a apenas un par de centímetros de distancia.
Cesaron todos los brillos. Desaparecieron las armas al mismo tiempo.
Se separaron con un empujón mutuo y ella permaneció arrodillada en el suelo cubierto de hierba, sin mirarlo. Beril se levantó de un salto. Hacía meses que no sentía esa sensación eléctrica tan fuerte estando cerca de nadie... tan cerca. Y lo peor de todo era saber que ella se había dado perfectamente cuenta de ello. El corazón le latía al galope.
Mientras se dirigía a su casa escuchó cómo lo llamaba Olivin, pero no se detuvo y llegados a un punto lo dejo ir.
Ya en su casa y tras un rápido baño se metió en la cama, donde estuvo dando vueltas la mayor parte del tiempo. Cuando la oscuridad se hizo menos densa se quedó finalmente dormido.
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