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4-El monarca

Anastasia

Mi primera noche de guardia en el hospital finalmente ha llegado a su fin y, siendo honesta, no tengo ninguna queja sobre la manera en que se desarrolló. Puede que en ello tenga mucho que ver el monarca que me fue asignado como paciente pero eso es algo irrelevante ahora que nuestra interacción está por concluir. Sería demasiado ambicioso de mi parte aspirar a una amistad con alguien como él, totalmente inalcanzable para una plebeya como yo, aunque reconozco abiertamente que de existir la oportunidad la tomaría sin dudar pues en mucho tiempo no había conocido a nadie que lograra agradarme tanto como lo hace el rey. Sin embargo, conozco perfectamente la realidad a la que me enfrento y es por esa razón que antes de marcharme a casa decido despedirme.

Tras salir de las habitaciones para estudiantes, avanzo por los pasillos del hospital con mi mochila en la espalda y mientras lo hago me percato de que el número de guardias reales se ha incrementado exponencialmente. Tal hecho lo atribuyo a que al soberano le dan hoy el alta así que supongo que toda esa gente se encarga de que no hayan tropiezos al salir del centro médico aunque, yo en lo personal, dudo que alguien fuera tan tonto como para atacarle en sus propios dominios. No obstante, cualquier precaución es poca tratándose de nuestro señor monarca que carece de herederos aún.

Atravieso la sala de Terapia Intermedia yendo directo al cubículo asignado a quien ayer fue mi paciente pero me detengo frente a la puerta debatiéndome sobre si hago bien o mal queriéndome despedir de alguien que seguramente se olvidará de mi a la velocidad de la luz.

Los guardias me miran interrogantes y al no obtener respuesta de mi parte proceden a abrir la puerta sin tan siquiera avisar dejándome sin alternativa. Dubitativa doy un paso dentro y apenas veo a Daemon rodeado de escoltas y acompañado de aquel que dijo ser su consejero me arrepiento de haberme atrevido a tanto.

―Anastasia ―pronuncia fijando su mirada gris en mí y juro por Dios que me siento como Ícaro acercándose al sol.

―Buenos días, majestad ―susurro sintiendo mis mejillas teñirse de rojo ante la situación y no es para menos porque parece que llegué en medio de alguna especie de reunión a juzgar por la manera en que todos excepto Daemon y su consejero me miran. Si a eso le sumamos el hecho de que es la primera vez que le veo vestido con algo diferente a las batas de hospital ya tenemos un cóctel mortal de vergüenza a mi cuenta. ―Ahm, perdón si interrumpo algo. Solo venía a despedirme ―añado con la cabeza gacha en un intento por arreglar lo que sea que pude haber hecho irrumpiendo en la habitación de tal manera.

Escucho pasos en mi dirección y no necesito ser adivina para saber de quien se trata.

―Buenos días, Ana ―murmura a pocos centímetros de mí y por alguna razón me siento ante un depredador. Enfoco mis ojos en los suyos y lo que percibo me desconcierta pero evito que se cuele en mi cerebro para que no hayan confusiones. ―Puedes estar tranquila, no interrumpes nada importante aunque debo decir que llegas justa de tiempo para despedirte. Ya estaba a punto de partir al palacio ―me hace saber y por su tono noto cierta satisfacción en él aunque es difícil creer que yo tenga algo que ver en eso.

―Ah vale. Entonces no te robo mucho tiempo. Seguro tienes un montón de cosas monárquicas de las que ocuparte ―hablo cohibida y en estos momentos me pregunto qué está más rojo, ¿mi cara o mi vestido?

Me regaño por pensar tonterías pero su mirada no se despega de mí y eso me lo complica bastante.

―En efecto, tengo mucho de lo cual ocuparme ―afirma dándome la razón ―pero no me cuesta absolutamente nada concederte parte de mi tiempo ―añade sorprendiéndome. ―Déjenme solo con Anastasia ―ordena a aquellos con los que estaba reunido sin siquiera mirarles y en cuestión de segundos obedecen.

Por un instante nos observamos en silencio sin mediar palabra alguna. En mi caso, grabando en mi mente una imagen que seguramente jamás volveré a ver por obvias razones. En el suyo, no lo sé. Su mirada es difícil de descifrar para mí.

―¿Qué tal la herida? ―Pregunto al notar que espera que sea yo quien diga algo.

Se encoge de hombros como si no tuviera importancia alguna.

―Sanará, igual que todas las demás. No te preocupes ―responde causándome curiosidad.

―¿Cuántas son? ―Inquiero y su semblante cambia.

Momentáneamente luce vulnerable pero con rapidez consigue alzar una muralla que me impide ver lo que en realidad le causó mi pregunta.

―Más de las que me gustaría admitir. Sin embargo, eso no es importante ahora. Quizá algún día te permita verlas y saber la historia detrás de ellas ―contesta fríamente.

―Vale, entiendo ―murmuro sin saber qué más decir.

Asiente con semblante inexpresivo y se da la vuelta alejándose varios metros hasta llegar al despacho improvisado que le armaron. Del buró toma lo que tiene aspecto de ser un libro y regresa a donde antes estaba parado sin mucha demora. Me extiende el libro con una sonrisa que no comprendo hasta que leo el título.

La reina desaparecida.

―¿Cómo lo conseguiste? ―Indago visiblemente emocionada.

He buscado ese libro durante años y nunca ningún propietario de librerías virtuales o situadas en Richmore supo decirme dónde conseguirlo aunque todos coincidían que en el mercado negro valdría miles de rickens. Y ahora lo tengo aquí, tan cerca que me parece un hecho increíble.

―Lo escribió mi tía, la reina madre de Greystone ―dice sin más.

―¿En serio? Vaya, ¡que suerte haberte conocido entonces! Llevaba años buscando a alguien que me dijera quién escribió el libro o al menos dónde conseguirlo pero nunca obtuve respuestas. No hasta hoy ―hablo con sinceridad.

―En ese caso, no hay nada que agradecer. El libro es tuyo ―anuncia haciéndome sentir una felicidad incomparable. ―Solo tengo una pregunta para ti, ¿quién te contó acerca del libro? Según mi tía solo sus amigos más cercanos y algunos familiares conocían la existencia del libro.

Dudo sin saber bien cómo contarle la verdad sin sonar ridícula pero finalmente decido que da igual la manera en que lo haga porque el resultado será el mismo.

―Te va a parecer extraño pero la verdad es que supe del libro gracias a una carta.

―¿Una carta? ―Inquiere escéptico. No lo culpo.

Yo tampoco creería que la gente escribe cartas en una era digital pero es la verdad.

―Sí, ya sé que suena ridículo mas no miento. En la carta que dejaron junto conmigo y el collar en el orfanato mencionaron ese libro. Según el autor ahí hay una parte de mi historia aunque para comprenderla es necesario que busque en el fuerte del ángel. No tengo la menor idea de lo que significa todo eso pero quiero intentar darle respuestas a esas preguntas que desde que tengo cinco años no me dejan dormir tranquila. Por eso mi empeño en hallar La reina desaparecida ―explico intentando que logre entenderme.

Su mirada se torna extraña e indefinible.

―Es raro pero no por ello debería pensar que mientes y si insistes en conocer acerca de tu origen podría ayudarte ―manifiesta con algo que muchos no ven en él: amabilidad.

―¿En verdad harías eso por alguien que conociste ayer? ―Cuestiono incrédula sin querer hacerme falsas esperanzas.

―Tengo la firme intención de conocerla mucho más, señorita Lange, así que la respuesta es sí. Cualquier cosa que me asegure seguir teniendo su compañía será hecha sin dudarlo ―confiesa dejándome sin palabras ante la intensidad reflejada en sus grises ojos.

―Creía que luego de hoy ya no nos veríamos más ―revelo luego de unos segundos en silencio.

―¿Por qué?

―Creo que es algo bastante obvio ―murmuro. ―Hay demasiadas diferencias como para que sean ignoradas ―explico desviando la mirada apenada.

Suspira fastidiado y me pregunto si dije algo que le incomodara mas inmediatamente lo descarto. Cosas así debe estar cansado de escucharlas todos los días. No hay razones para que le afecte. Al menos eso creo.

Se mantiene en silencio por un rato que se me hace eterno hasta que decide volver a hablar.

―Mi título es solo eso, Anastasia. No dejes que condicione la manera en que me tratas o la visión que tienes sobre mí ―pide tomándome del mentón para que no despegue mi mirada de la suya. Me cuesta mantener mis ojos enfocados en los suyos porque por primera vez me siento intimidada pero pongo todo de mi parte para soportar la muda tortura a la que sin saberlo me somete. ―Tu manera de ser irreverente e irrespetuosa para conmigo fue lo que más me gustó de ti en ese primer momento que hablamos, ¿sabes? Pocas personas en mi vida tienen el coraje necesario para hablarme como tú  y por eso es que me interesa muchísimo tenerte cerca el mayor tiempo posible. Si tú quieres estarlo, por supuesto. Jamás te obligaría a nada. Que sea déspota, dictador y cruel dirigiendo la nación no significa que también lo sea con quienes me son gratos en alguna medida ―añade luciendo muy seguro de sus palabras.

La conmoción ante lo escuchado me pasa factura e impide que dé una respuesta apropiada. Me limito a sonreír a modo de agradecimiento sin saber muy bien cómo reaccionar y sujeto fuertemente contra mi pecho el libro que me fue entregado mientras el soberano me observa de una manera que no sé definir. El ambiente se torna entonces raro y confuso para mí. Por un instante mi mente me juega una mala pasada haciéndome creer que entre Daemon y yo hay una conexión que va más allá de lo normal. Algo totalmente imposible porque apenas nos conocimos ayer.

Afortunadamente poco después irrumpe sin avisar el consejero e ignorando mi presencia se dirige a su monarca en un idioma que desconozco lo cual provoca que el contacto entre nuestras miradas termine y con ello todas esas sensaciones extrañas que antes experimentaba.

«¿Qué fue eso?»

―Me alegra verla nuevamente, señorita Lange. ¿Qué tal su noche? ―Escucho de repente a Franz preguntar y me obligo a dejar atrás esos pensamientos ilógicos.

―A mí también me alegra volver a verle, señor Franz ―murmuro en respuesta intentando que no sea muy evidente que andaba pensando en cosas sin sentido cuando me habló. ―Sin embargo, mi noche no fue muy agradable. Se duerme bastante poco y mal aquí en el hospital ―agrego percatándome de que el rey se encuentra en un rincón de la habitación con el móvil pegado a la oreja.

El astuto consejero nota mi interés en su jefe y me dedica una sonrisa cargada de complicidad antes de acercarse dándole un aire confidencial a nuestra conversación.

―Si se pregunta con quién está hablando en estos momentos nuestro amargado soberano yo puedo darle algunas pistas ―dice guiñándome un ojo.

―¿Ah sí?

―Por supuesto. Nadie mejor que yo conoce los secretos del rey Ricwald ―alardea con orgullo. ―Sin embargo, he de confesar que jamás traicionaría la confianza que ha depositado en mí ―añade viéndole con afecto.

―¿Entonces con qué objetivo dice que me podría dar pistas sobre esa persona con la que él habla? ―Cuestiono con verdadero interés.

Sonríe abiertamente como quien es dueño de un gran secreto y acerca su boca a mi oído para susurrar:

―Él me ha pedido que la entretuviera y eso estoy haciendo.

―¿Y eso por qué? ―Indago con desconfianza.

―Teme que si no tiene usted con quien entretenerse se marche sin que hayan terminado su plática. Eso sería una verdadera lástima. Hace bastante tiempo que no le veía así de interesado en otra persona que no fuese él mismo, ¿sabe? De hecho, me hizo despertar desde las cinco de la mañana para que buscara en el palacio el libro que sostiene en estos momentos, señorita Lange, Por fortuna no estaba escondido o extraviado. De haberlo estado creo que mi cabeza ya no estaría en su sitio o hubiera tenido que hallar el modo de que desde Greystone la reina madre hiciera un envío express de un ejemplar ―explica con la paciencia propia de quienes lidian constantemente con seres desconfiados. ―Aunque le resulte difícil creerlo Daemon presta extrema atención a los detalles, que tenga ese libro en sus manos lo demuestra, así que le pido no desperdiciar la oportunidad que le está otorgando el destino. Tanto por vuestro bien como por el suyo ―pide y puedo apreciar en sus ojos marrones una sinceridad que resulta avasalladora.

Franz es el tipo de hombre que podría decirte que el planeta es plano y aún así no desconfiarías de él. Algo raro y difícil de encontrar.

―Agradezco vuestras palabras. Le aseguro que las tendré en cuenta ―digo esbozando una sonrisa.

―¿Qué te dijo el viejo metiche este? ―Cuestiona el soberano molesto y soy franca al decir que no lo escuché caminar hacia acá.

El consejero me dedica una mirada llena de complicidad que interpreto como: mejor dejemos lo hablado en secreto.

―Solo hablábamos de mi noche de guardia ―miento sin dudarlo un instante obteniendo un asentimiento de parte de ambos.

―Ahora, si me disculpan, debo marchar a palacio para preparar todo para la llegada de su majestad ―dice reverenciándose ante el rey.

Daemon no habla autorizando su partida, simplemente le dedica una breve mirada y esta es suficiente para que el peculiar sujeto se marche dejándonos una vez más a solas en un cómodo silencio donde solo nos miramos fijamente, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

―Creo que yo también debería irme ya a mi casa ―comunico luego de unos segundos sintiéndome extraña ante la manera en que el soberano me observa.

―Es cierto. Después de la noche de ayer debes descansar para reponer energía ―comenta dándome la razón y por ello me preparo mentalmente para la despedida. ―Sin embargo, aún tenemos una plática pendiente y por eso te propongo que nos reunamos algún día que estés libre para hablar con más tranquilidad y privacidad del asunto. Como notarás, tengo un fuerte interés en ti así que no voy a aceptar un no por respuesta ―añade con una seriedad que asusta.

―¿Por qué ese interés en mí? Solo soy una plebeya más del montón sin nada especial o que llame la atención ―expongo sin poderlo evitar.

Me observa brevemente, suspira y confiesa el verdadero motivo detrás del interés que surgió de su parte hacia mí.

―Porque luces y actúas justo como lo haría ella si la hubieran dejado vivir.

―¿Ella? ―Cuestiono sin entender a quién se refiere.

Aprieta la mandíbula por un momento y obvio es que el tema le afecta bastante.

―Mi prometida, Anastasia. Te miro y solo puedo pensar en que eres la viva imagen de lo que ella hubiera sido ―responde acercándose peligrosamente. ―Tus ojos color ámbar, tu cabello oscuro y tu forma de actuar me recuerdan demasiado a Nasya. Si no supiera que ella murió junto con sus padres el día del golpe de estado en Langelfort diría que son la misma persona porque incluso comparten el mismo nombre. Créeme cuando te digo que son demasiadas similitudes como para dejar pasar por alto la oportunidad de conocerte más. Y, antes de que pienses mal de mí, no te veo como un reemplazo. Soy plenamente consciente de que no eres ella y precisamente eso es lo que me motiva a quererte cerca. Quizá lo veas como algo egoísta pero creo que conocerte fue una señal del destino para que hiciera las paces con mi pasado ―añade tomándome de la mano y anclando su mirada gris a la mía. ―Déjame acercarme a ti para que mis viejas heridas cicatricen y te prometo que haré hasta lo imposible por ser un buen amigo si me lo permites ―concluye y sus ojos me dicen que no miente.

Procesar todo lo dicho por él me cuesta pero finalmente me doy cuenta que no perdería nada aceptando su propuesta porque yo misma minutos atrás me encontraba deseando que un acercamiento entre los dos fuera posible. Y ahora, a pesar de lo extraña que es la situación, es una posibilidad real que no quiero dejar pasar por alto. Sin embargo, precauciones han de ser tomadas.

―Tengo una serie de condiciones para aceptar ―anuncio tras pensarlo un rato.

―¿Cuáles? ―Indaga con su mirada expectante.

―Te las enviaré por correo más tarde y las discutiremos la semana próxima si te parece bien pero te aviso que entre ellas está que me cuentes con lujo de detalles esa historia con tu prometida. Y no es opcional ―digo con una intención clara.

Suspira resignado ante la seriedad de mi demanda.

―De acuerdo pero te advierto que ninguna historia relacionada conmigo es bonita o tiene un final feliz.

―Ya me encargaré de cambiar eso ―aseguro sin vacilar. ―Por ahora ya me despido pero pronto tendrás noticias mías, Daemon ―agrego decidiendo que es momento de irme.

Tengo mucho que investigar antes de seguir conversando con el soberano.

―¿Quieres que te lleve? ―Pregunta al verme recoger mi mochila y colgarla de mis hombros.

Niego con la cabeza.

―Tengo auto.

―Entonces llegó el momento de decir adiós ―replica luciendo decepcionado aunque no entiendo por qué lo estaría.

―No. Solo es un hasta pronto ―rebato y dando media vuelta salgo de la habitación.

―Hasta la próxima, Anastasia ―le escucho decir pero sigo mi camino hacia los ascensores sin mirar atrás.

Emprendo mi viaje de regreso a casa y en el trayecto solo en una cosa puedo pensar.

«¿Qué trama el destino juntando a alguien como yo con alguien como él?»

Solo espero que no termine mal a pesar de que ha sido un inicio de amistad poco convencional.

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