1- El comienzo de algo
Richmore City, capital de Richelstown
18 de marzo de 2050
Anastasia
El despertador suena como cada mañana a las 06:30 y una vez más me encuentro despierta desde mucho antes.
Hace años que no sé lo que es dormir tranquilamente por más de cinco o seis horas y eso se debe a los confusos sueños que en las noches me persiguen. Siempre es lo mismo. Recuerdos inconexos del pasado que no tienen ningún significado para mí mostrándome a una familia que de algún modo conmigo relacionada está pero de la cual no reconozco a ningún miembro a pesar de intentar recordar con fervor.
Fui adoptada por mis padres, Theresa y Vladimir, a los cinco años de edad pero curiosamente no recuerdo absolutamente nada sobre mi vida anterior a eso. Tal hecho los especialistas en la materia lo han atribuido a que cuando entré al orfanato era demasiado pequeña y por ende es lógico que no tenga recuerdos coherentes sobre mi familia biológica. De hecho, lo único que sé sobre ellos es que tenían una posición privilegiada en uno de los reinos vecinos, Langelfort, pues la ropa que llevaba el día en que me llevaron al hogar católico para niños huérfanos estaba bordada con hilos de plata y oro según la madre superiora del lugar. Además, conmigo también llegó un sobre con una carta que exigía que se me cuidase como si de una princesa se tratara e incluso la persona que me entregó en adopción dejó un hermoso colgante que me será entregado al cumplir veintiún años, o sea, en tres meses, el 13 de junio. Dicha joya es lo único que hace que conserve la esperanza de conocer más sobre mi pasado, sobre todo, porque ya sé quién la diseñó y esa persona está viva pero lamentablemente vive en Greystone actualmente y, también, tengo totalmente prohibido visitarle hasta ese momento en que cumpla la mayoría de edad y me sea entregado el collar que durante años solo he podido ver en una foto que tengo bien guardada en mi celular.
Desconocer la vida que tuve antes de mis padres antes no me importaba demasiado porque el afecto de Tessa y Vlad compensaba lo perdido. Sin embargo, en los últimos cinco años las cosas han cambiado y hoy en día estoy ansiosa por conocer lo desconocido a pesar de que probablemente no me guste lo que encuentre. No obstante, no saber es la principal causa de mis desvelos y no quiero ni deseo seguir así. Necesito encontrar información de mi pasado para poder avanzar y tener de regreso la paz mental que hace un tiempo con la aparición de esos sueños se esfumó.
—Nasya, ya está listo el desayuno —escucho a mi madre gritar desde la cocina sacándome de mi ensimismamiento.
Ella no tiene idea de todo lo que pasa por mi mente y, en realidad, lo prefiero así porque no deseo que se sienta mal creyendo que ella y Vlad son insuficientes para mí. Es por eso que el interés sobre esos primeros años de vida lo he mantenido oculto en la medida que me ha sido posible pues sé bien que mis padres son demasiado inteligentes como para no darse cuenta de que algo pasa, no en vano son los doctores más reconocidos en el reino, pero a pesar de ello no han dado muestras de querer interferir en nada y eso me da la confianza para continuar mi búsqueda aunque deba aún esperar para que esta fructifique. Por ello me centro en lo único que debo hacer ahorita: prepararme para ir a clase.
—En media hora bajo —grito de regreso a mi madre asegurándome de decirlo lo suficientemente alto para que me escuche y tras eso empiezo mi ritual matutino.
Me desvisto en medio del dormitorio y camino en ropa interior hacia el cuarto de baño para, primeramente, satisfacer mis necesidades fisiológicas y luego tomar una ducha rápida con agua caliente que renueva mis energías preparando mi cuerpo para el nuevo día que apenas comienza. Al cabo de unos minutos salgo envuelta en una toalla con las pilas totalmente cargadas y mi mente centrada en lo que ahora es importante relegando a un segundo plano el asunto que me atormenta pues para enfrentar mi día a día es necesario esto.
«Estudiar es mi prioridad porque de ello depende mi futuro, no del pasado.»
Voy directamente al vestidor atravesando la puerta que une al baño con este y una vez ahí escojo el pijama médico que me pondré hoy pues, aunque aún soy estudiante de tercer año de la facultad de medicina, a veces debo hacer guardia en el hospital y hoy es una de esas ocasiones, la primera de ellas, para variar.
Elijo un conjunto negro, ropa interior y zapatos del mismo color además de una mochila donde guardo lo que creo necesitar para el día y la noche de hoy; un par de mudas de recambio, mis útiles escolares y la cartuchera donde van mi estetoscopio, esfigmomanometro, oxímetro y glucómetro. Veinte minutos después de eso ya estoy lista para bajar a desayunar y eso es lo que hago después de tomar mi smartphone, la laptop y sus cargadores para meterlos también junto con el resto de las cosas.
Al comenzar a bajar las escaleras veo a papá entrar a casa con cara de no haber dormido en toda la noche, lo cual es lógico teniendo en cuenta que estuvo de guardia. Cuando me ve sonríe y sus hoyuelos se marcan haciéndole lucir más joven de lo que es pues Vladimir Lange tiene ya 45 años pero no los aparenta en lo más mínimo. Cualquiera diría que tiene poco más de 30 y con mamá pasa lo mismo.
Espera pacientemente a que termine de descender el tramo restante de escalones y cuando lo hago frunce el ceño contrariado por alguna razón que ignoro. No obstante, me envuelve en un abrazo cumpliendo con su promesa de no dejar de hacerme sentir querida sin importar cómo se encuentre.
—Buenos días, princesa. ¿Por qué estás vestida así? ¿Ya te asignaron turno de guardia? —Es lo que dice tras soltarme.
—Buen día a ti también, padre. Y sí, hoy tengo mi primera guardia en el hospital pero aún no sé en qué servicio me toca. La doctora Clarissa aún no se ha manifestado al respecto, ya sabes cómo es ella —respondo sabiendo que, probablemente, elija para mí los peores sitios del hospital por el simple hecho de ser hija de mi padre.
Él es su principal rival junto a mamá en el campo de las ciencias clínicas y el hombre que no pudo tener. De hecho, la dejó plantada en el altar porque conoció a mi mamá y sintió lo que le dicen amor a primera vista.
—No me va a alcanzar la vida para arrepentirme de haber quedado en malos términos con ella. Nunca pensé que en algún momento otra persona terminaría pagando la culpa de algo que yo hice —contesta con la culpa grabada en sus ojos como cada vez que la doctora Laussmanier se desquita conmigo demostrando que aún sigue resentida por lo sucedido antes de mi llegada a la vida de mis padres.
El taconeo característico de mamá se escucha y su voz al instante inunda el lugar despotricando sobre la falta de ética de mi profesora principal y cómo va a provocarle un paro cardíaco si se atreve a hacerme pasar un mal rato. Tal cosa nos hace reír tanto a papá como a mí porque ambos sabemos que ella es incapaz de matar siquiera a una mosca y, así, sin intentarlo cumple con su rol de ser la calma en medio de la tormenta.
—Buenos días, amor. Buenos días, princesa —comenta al llegar al pie de la escalera principal donde nos encontramos.
A mí me abraza y deposita dos besos en mis mejillas en tanto a papá lo besa provocando que una sonrisa aflore en mis labios al ver que pese a llevar más de veinte años de casados ambos se aman.
Vladimir y Tessa son los únicos que me hacen pensar que el amor en verdad existe y no es solo una ilusión de los ingenuos para darle sentido a sus miserables vidas. Sin embargo, yo no creo ni quiero encontrar el amor en mucho tiempo. Al menos no hasta que tenga mis estudios finalizados porque no pienso dejar que nadie me ate aún. De hecho, no me interesa en lo más mínimo establecer una relación romántica con nadie, sin importar quién sea.
—¿Todo listo para hoy? —Interroga mamá al separarse de papá y asiento. —¿Segura? —Vuelve a preguntar enarcando una de sus cejas perfectamente delineadas.
—Sí, mamá. Ya todo está en la mochila —aseguro convencida de que es así.
—¿No te olvidas de algo? —Insiste una vez más totalmente seria.
—Que no, mamá. Revisé todo varias veces. Útiles, ropa, esteto, esfigmo, oxímetro y glucómetro. No me faltó nada —alego encogiéndome de hombros.
Ante mi respuesta niega con la cabeza y el dedo índice al mismo tiempo en ese gesto tan característico suyo haciéndome dudar a pesar de que estoy casi segura de que lo eché todo.
—¿Te suena de algo la palabra comida, Anastasia? —Cuestiona desatando la risa de padre y que yo me lleve la mano a la frente dándome cuenta de que falta lo más importante.
—Oh, rayos —mascullo consciente de que esto será motivo de burlas por parte de ambos.
—Te dije que olvidaría algo —declara ella muy sonriente y ahí me percato de que el par de sinvergüenzas ha hecho una apuesta relacionada con mi primer día de guardia.
—Pero si serán cabrones —espeto con fingido fastidio —, haciendo apuestas a posta mía en vez de ayudarme. Menudos padres me han tocado —me quejo y dirijo mi mirada al techo pidiendo paciencia divina.
—Es que era imposible no hacer apuestas sobre algo así pero, si te sirve de algo, me has hecho perder 100 rickens. Te creía más lista, pequeñaja —se defiende él haciéndose el decepcionado y entregándole un único billete a la doctora Theresa, más conocida como mi madre.
De repente una idea surge en mi cabeza y decido que lo correcto es que ese dinero sea para mí.
—Oh, claro. Entonces, como soy tan lista, el dinero que has apostado y que mamá ha ganado ahora es mío —dictamino con seriedad ganándome una mirada indignada de mi madre.
—Ey pero ese dinero es mío. Yo me lo gané —se queja cruzándose de brazos y negando con la cabeza.
—Negativo. Es mío. Lo ganaste a posta mía así que me pertenece, mamita querida —rebato extendiendo mi mano derecha y, tras pensárselo unos segundos, coloca sobre ella el dinero.
—Si no fuera porque te quiero tanto, créeme que te iban a salir raíces esperando a que te diera el dinero que yo —hace énfasis en ese pronombre —me he ganado. En fin, al final que ni lo quería —agrega encaminándose a la cocina.
Mi padre y yo compartimos una mirada cómplice antes de seguirla. Mientras caminamos sopeso la opción de devolverle sus rickens pero la descarto al recordar que él también estuvo de acuerdo con que apostaran.
Al llegar a la cocina el desayuno ya está servido y dispuesto en la mesa para cuatro de nuestra cocina aunque siempre hemos sido solo tres. Hay tostadas con mermelada de arándanos, yogurt griego, cereal y jugo de mango para todos y, también, ensalada de frutas para mí pues de los tres soy la más golosa. Desde pequeña tengo un apetito voraz.
Degustamos el desayuno preparado por mamá en medio de una animada charla en la cual hablamos de todo y nada al mismo tiempo. Me entero, además, de que anoche el mismísimo soberano richelstoniano fue ingresado de urgencia a causa de una herida de bala mal tratada que le ocasionó una grave infección y que, para colmo, el médico que anteriormente trató su herida fue encarcelado y está esperando en una celda a que el rey se recupere. Lo peor al respecto es que ahora es papá quien está a cargo del tratamiento de Daemon "el dictador" Ricwald y por ello solo le han dado un par de horas para descansar y recuperarse de su ajetreada noche antes de que tenga que volver al centro médico a atender al ilustrísimo monarca.
Termino mi desayuno poco antes de las 7:40 a.m. y es por eso que prácticamente corro a mi cuarto de baño para cepillarme los dientes. Acto seguido salgo disparada escaleras abajo pero antes de lograr atravesar la puerta mamá me intercepta para darme una lonchera con lo que me ha preparado de comer, tal cual como cuando estaba en la escuela de nivel básico, y las llaves de mi coche que, como siempre, me he dejado olvidadas sobre la encimera de la cocina al llegar ayer de la universidad. Nos despedimos, me desea suerte en mi primera noche de guardia y hace que le prometa que a la más mínima provocación de la doctora Laussmanier reaccionaré como la leona que soy o le llamaré para que sea ella quien saque la cara por mí, algo que claramente no haré.
Salgo fuera sabiendo que para llegar a tiempo al hospital universitario deberé violar varias leyes del tránsito pero llegar tarde no es una opción así que me arriesgo a ser multada. Entro al Tesla negro, acomodo mis cosas en el asiento del copiloto y, tras ponerme el cinturón de seguridad, pongo en marcha el vehículo. El centro médico se encuentra a unos 20 kilómetros de distancia de nuestra casa, ubicada en una de las mejores urbanizaciones de la capital, y por ello calculo que acelerar hasta alcanzar los 150 km/h será suficiente para estar en el hospital antes de las ocho.
En los escasos minutos que dura el recorrido repaso mentalmente las evaluaciones pendientes para hoy, entre ellas psicologia y farmacología, y recuerdo que debo pasar por el departamento de lenguas extranjeras a firmar la conformidad con la nota de mi último examen. Aparco diez minutos después en el primer sitio libre que encuentro en el parking, agarro mi mochila junto a la lonchera y me bajo del auto dispuesta a hacer lo posible para que me vaya bien el día de hoy a pesar de lo que pueda hacer o decir mi profesora de medicina interna.
Me adentro en la instalación médica con la mochila en mis hombros; saludo a Mikel y Azael, dos de mis compañeros de curso; y juntos nos encaminamos al salón de clases del hospital donde nos toca conferencia en minutos. En el trayecto se nos unen Mara, Aiden y Alina que comentan lo nerviosos que se sienten sobre nuestra primera guardia médica pues todo nuestro grupo de clases ha sido distribuido en las treinta salas hospitalarias para cumplir con las horas nocturnas asignadas pero, como yo, ellos tampoco saben dónde les toca. De hecho, nadie lo sabe aún.
Llegamos al teatro y nos sentamos en la fila más alejada de la visión de la señora problemática que imparte su conferencia tan apática como cada día al punto de que unos se duermen, otros usan su teléfono y el resto simplemente se limita a hablar entre sí o quedarse mirando a la nada fingiendo atender. En mi caso lo que hago es ponerme al día con Azael y Mikel debido a que ambos estuvieron una semana fuera por una misteriosa incapacidad médica pero ninguno de los dos suelta prenda al respecto dejándome con la curiosidad burbujeando así que opto por meterme a las redes y lo primero que veo son las miles de publicaciones acerca del estado del monarca del reino. Semejante cosa me parece innecesaria porque todos los plebeyos sabemos que el nuestro no es un rey de adorno, él se juega el pellejo en las guerras que libra contra otros reinos, y es por eso que lo más lógico es pensar que en algún momento lo hieran e incluso lo aniquilen o al menos eso creo yo. Sin embargo, mi criterio es evidente que no lo comparten los habitantes de este reino o los vecinos pues en cada publicación que veo se preocupan por su estado de salud o se alegran por su condición; todo dependiendo del sitio del cual procedan.
De cualquier manera, la salud del monarca no es algo que me interese en lo más mínimo. A fin de cuentas, si él muere siempre habrá alguien que tome su lugar como regente a falta de herederos de sangre a la corona. Quizá su primo, rey de Greystone, lo haga aunque reconozco que el soberano Ricwald lo hace bastante bien a pesar de su despotismo y sistema dictatorial así que sería una lastima tener que adaptarme a la manera de gobernar de otros.
En fin, ni siquiera sé por qué mi mente me hizo pensar en ello si la monarquía no me interesa y no tiene por qué hacerlo. Solo sé que no es algo en lo que vaya a perder el tiempo y por eso intento prestar atención al resto de la clase fallando totalmente porque repentinamente irrumpe en el salón un par de guardias armados con ametralladoras y dagas buscando a una persona en especial.
«A mí.»
Y por alguna razón presiento que algo nada bueno va a comenzar.
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