Veintisiete
Narra Oliver.
Asomé mi cabeza por la puerta entreabierta. Mi hija estaba mirando al techo mientras cantaba en susurros una canción que se aprendió en el preescolar.
Me quedé allí, mirándola por varios minutos, hasta que ella advirtió mi presencia y me hizo señas para que hiciera silencio. Yo metí mi cuerpo en la habitación, pero ella me detuvo, haciéndome señas claras para que pusiera el pestillo.
La única persona que quedaba en la casa era Susana, así que supuse que lo que Andrómeda tenía por decir no era algo que a ella le incumbiera. Cerré la puerta con seguro y caminé sigiloso hasta mi hija.
—¿Qué pasa, cariño?
Ella me miró apenada. Su frente arrugada en desagrado y confusión.
—¿Susana se va a quedar aquí? —preguntó en un susurro.
Recuerdo cuando lo dije que ella era su madre, mi hija simplemente la miró de arriba abajo y saludó con un “hola” desprovisto de emoción, la sonrisa de Susana había quedado congelada en su cara y yo me obligué a no reír.
Yo nunca le había mentido a mi hija, realmente yo no servía para eso, por lo que mientras ella iba creciendo y el día de saber dónde estaba mamá llegó, yo solo le dije: ella aún no está lista para estar contigo.
Andrómeda lo entendió, pero mientras más crecía, lo comprendía. Y por su supuesto que no quería que ella sufriera, pero tampoco quería que viviera en una mentira. Andrómeda era “tan” mi hija, que ambos estábamos esperando silenciosamente a que Susana desapareciera de nuestras vidas tal cual como llegó. Aunque ninguno de los dos lo admitía a voz en grito.
—¿Quieres que se quede? —le pregunté rogando que dijera “no”. Ella negó y yo me senté satisfecho a su lado— Haré que se vaya.
—Ella habla mucho —susurró. Quería que secreteáramos.
—Tú también hablas mucho —culpé divertido.
Mi hija arrugó el entrecejo y me miró enojada.
—No es verdad —la miré con una ceja enarcada—… pero ella habla feo.
Me reí bajito.
—¿No quieres verla más? —inquirí con un nudo en la garganta. Yo podía hacer que Susana no viera nuevamente a Andrómeda, pero quería darle a mi hija elección.
—Yo quiero una mamá —susurró. Sus ojos abiertos y brillantes.
La culpa y ansiedad se presionaron en mi pecho.
—Vale —asentí—. Le enseñaré todo acerca de ti para que puedan conocerse sin fallos. ¿De acuerdo?
—Está bien. Te amo, papá.
Yo me levanté, arropé su pequeño y frágil cuerpo y besé su frente.
—Te amo —susurré de vuelta.
Salí de su habitación dejando la puerta entreabierta.
Sabía que Susana estaba en la cocina porque de allí provenía el sonido de algunas ollas y platos. Al entrar, la vi organizando las cosas que usamos hoy; su cabello estaba recogido en una coleta y el frente de su camisa estaba húmeda debido a que las ollas que no se habían secado aún, salpicaron la tela.
—No tienes que hacer eso.
Ella alzó la vista al escuchar mi voz. Sonrió y en lugar de verla a ella vi a Laura. Casi sonrío como estúpido al pensar en ella. Por Dios.
—Ah, ¿Esto? —tomó un paño de cocina y limpió sus manos— Ya terminé.
Asentí.
—¿Quieres que te acompañe en el auto? —ofrecí— La vecina puede cuidar de Andrómeda por unos minutos.
Estaba rogando no haber sonado muy directo.
—¿Acompañarme? —ella realmente lucía muy confundida— ¿Por qué?
—¿No vas a tu casa?
Negó con una sonrisa.
—Estaba pensando quedarme esta noche con Andri.
Exhalé tanto que quedé sin aire.
Caminé tranquilamente y le hice señas para que se sentara. Yo me senté frente a ella.
—Susana…
—¿Por qué ya no me dices Susan?
Evité mirar sus uñas perfectas mientras las hacía sonar contra el mármol del mesón.
—Porque ya no te tengo ningún tipo de cariño —mi voz salió ahogada. Ella me miró a los ojos—. Ahora, Susana, mi hija detesta que le digas Andri y yo igual. Puedes decirle Andro, cariño, linda, hermosa, incluso bebé, pero ella detesta Andri.
—Seguro se acostumbrará…
—No —la interrumpí—, no quiero que se acostumbre a algo que no le gusta. ¿Puedes entenderlo? Por favor.
—De acuerdo.
Gracias al santísimo dejó de repiquetear.
—Bien, bien… ahora, por favor, dime ¿Realmente estás interesada en conocer a Andrómeda?
—Pues sí —exclamó.
—Bien —¿Por qué tenía que pasar yo por esto?—, a Andrómeda no le gusta que violen su espacio personal, si ella quiere abrazar a alguien lo hace por cuenta propia, no le gusta que desconocidos se le acerquen como si la conocieran de toda la vida… va cada dos semanas al psicólogo, no hay nada de malo en su actitud, simplemente es precavida. Le gusta desayunar cereales con leche achocolatada o algún tipo de pan con queso. No le gustan los jugos procesados porque dice que saben a cartón. El almuerzo no es su preferido, pero si le dices que puede comer merienda ella simplemente acepta sin más. Ama las meriendas. La dejo comer todo el dulce que quiera y luego le doy una cucharada de limón, aceite de oliva y sal, eso ayuda con las lombrices y nunca ha sufrido un dolor de estómago a causa de los dulces...
—Si come mucho dulce va a engordar feo…
—Mi hija —la interrumpí— no tiene complejos y no pienso permitir que ni yo, ni nadie le haga tenerlos. Si ella aumenta unos kilos de más, aquí estaré yo para ayudarla a que no se sobrepase y dañe su salud. Absolutamente todo lo que se ponga le queda bien, sea ropa grande, pequeña o de colores extraños. Su color favorito desde hace cinco meses es el rosado, pero siempre vuelve al color azul de cualquier tonalidad. No quiero que nunca le digas que algo le queda mal a excepción de algunas cosas, ya que ella suele ponerse la ropa sucia sin darse cuenta, simplemente le dices: Andrómeda, esta ropa está sucia, vamos a buscar otra.
—¿Y si se pone ropa para chicas grandes? —inquirió, queriendo ganarme esto.
—Deberías de saber que esa es una etapa por la que pasan la mayoría de las niñas —la miré fijamente—, si mi hija se pone ropa de chica grande, ahí estará su padre para acompañarla por toda la residencia, el centro de la cuidad y los centros comerciales para que la muestre. Cuando se le pase esa etapa, yo simplemente guardaré la ropa para que nos riamos en un futuro de lo que hizo cuando niña.
—No puedes ser un padre perfecto, Oli.
—No intento ser perfecto, intento ser lo que ella necesite y hasta ahora me ha funcionado. Ahora, Susana, ¿Has comprendido lo que he dicho?
Asintió.
—Ok, debes comprender que no te puedes quedar esta noche ni ninguna otra, si quieres puedes…
—¿Es por esa chica? —me interrumpió.
—¿Qué?
—Por Laura. Ella.
—¿Qué tiene que ver Laura en esto?
—¿Estás saliendo con ella y por eso no me quieres en tu vida nuevamente? Debes de saber que esa niña…
—Susana —la interrumpí—, estamos hablando de Andrómeda… nuestra hija… ya te dejé claro que lo que hubo entre nosotros no volverá a ser. Así que, o te concentras en lo que te estoy diciendo acerca de Andrómeda o terminamos de hablar.
—Vale —aceptó de mala gana.
—Quiero que sepas algo —me levanté y la miré—, soy capaz de cualquier cosa por mi hija. Si en algún momento fallas a nuestra confianza, verás el cambio que hubo del chico universitario que conociste, al padre soltero que ves ahora ¿Me expliqué bien?
—Sí, Oliver.
—Perfecto…
—Quería ver si podía llevar a Andri…Andrómeda —carraspeó— con mis padres, ellos quieren conocerla.
Alcé las cejas y la miré estupefacto.
—Vaya… ¿La familia Hernández decidió que a los cinco años era un buen momento para aceptarla? Porque bien recuerdo que tus padres no quisieron aceptarla cuando estabas embarazada ¿Qué cambió?
Susana se levantó y empezó a caminar por toda la cocina.
—Vale, necesito que me escuches y… no te alteres, solo escucha.
—Solo habla, joder.
Me estaba matando de lo nervios.
—¿Recuerdas que me vine a vivir contigo alegando que mis padres me corrieron? —asentí— Pues fue mentira.
Yo la miré con el ceño fruncido.
—No entiendo.
—Ellos… ellos ni siquiera supieron que yo estaba embarazada. Yo les dije que me iba a vivir con una amiga por unos meses ya que sus padres la habían dejado sola y tú bien sabes que ellos me consienten todo, así que cuando ellos llamaban yo solo les decía: las clases me tienen hasta el tope, y ellos lo dejaban pasar…
La miré sin reconocerla.
—¿Por qué… por qué harías algo como eso? —indagué estupefacto.
—No estaba lista, Oliver. Y tú lo sabías, te lo dije mil veces, pero insistías e insistías hasta que acepté tener al bebe por ti y…
—No hables como si te hubiese obligado a algo —rugí.
—¡Lo hiciste!
Ella alzó la voz, yo la señalé.
—No grites en mi casa.
—Mierda —bufó—. Debes aceptar que me manipulaste emocional y mentalmente, siempre estabas diciendo que lo haríamos juntos, que seríamos felices, que lo tuviera y tú te quedabas con el bebé, que me amabas, y seguías, seguías, seguías, hasta que decir “no” fue un crimen.
—Susana…
¿Por qué decía eso? ¿Por qué ahora me decía eso?
Sentí mis ojos picar por las lágrimas que se asomaban. ¿Manipulación emocional? Joder, ahora estaba en el lado malo de la historia.
—Cállate, Oliver. Déjame hablar —yo ni siquiera podía decir nada—; yo había tomado la decisión de tener al bebé e irme, lo decidí incluso antes de vivir contigo. Entonces cuando estuve en depresión tú solo alegaste que se debía al rechazo de mis padres, cuando en realidad se debía a que iba a tener a un bebé que no quería…
—Andrómeda puede despertar en cualquier momento, no hables de esa forma, por favor —pedí en un susurro y sin poder mirarla a la cara.
—Oculté mi embarazo de todo el mundo, Oliver. Tú estabas tan ensimismado en tu mundo que cuando yo te decía que mantuviéramos en secreto al bebé hasta que naciera, no hubo objeción y ni siquiera te diste cuenta de lo que realmente sucedía —ella se detuvo y me miró—. Irme fue demasiado sencillo y de verdad no lo lamento. No lo lamento porque en aquel momento no estaba lista.
¿Y ahora sí? Quise preguntar, pero lo que salió fue:
—Tu hermano…
—Él nunca pudo confirmar nada, porque se fue a estudiar en Inglaterra, pero sí sospechó y sí le dijeron, pero un abogado es de pruebas.
Yo asentí.
—Susana —esta vez la miré—, si hubieses… si hubieses interrumpido el embarazo… no existiría Andrómeda.
Ese pensamiento me dolía más que cualquier cosa en la vida.
—No.
—Y quizás tú y yo, incluso, tampoco estaríamos juntos…
—Es probable…
—Entonces —vale, sonaría egoísta—, ¿Por qué no has hecho como si eso fuese exactamente lo que pasó? ¿Por qué no estás haciendo inexistente nuestra vida y continuando con la tuya?
Ella no pudo responder.
—Quiero que seas consciente de que puedo sacarte de nuestras vidas en cualquier momento —caminé hacia ella hasta estar a solo tres pasos de distancia—. Me importa un carajo la manipulación emocional y mental de la que hablas, puedes llamar a tu hermano para que te represente si quieres, pero el día en que ya no te quiera en nuestras vidas, te aseguro que iremos a juicio si es necesario, porque si no quisiste a Andrómeda hace años, no veo porqué quieras hacerlo ahorita.
—No hay necesidad de…
—Y para que sepas —la interrumpí—, Andrómeda es demasiado inteligente, cualquier engaño que tengas bajo la manga, ella lo verá y ya no existirá algún futuro madre e hija para ti.
—Bien.
Asentí y con sumo cuidado la guie hasta la puerta. Ya no quería acompañarla a ningún lugar.
••••
Yo no sé ustedes, pero yo tengo un dilema horrible. No sé de qué parte ponerme:
¿Ponerme del lado de Susana como Pro-aborto que soy o del lado de Oliver como estúpida enamorada que ando?
Siento que los dos tienen puntos a favor, pero Susana me molesta, si no quiso a Andrómeda antes para qué la quiere ahorita (?)
Y Oliver, cómo es eso que la manipulaste (?) Dime que es mentira de esa loca entrometida, por favor.
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