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Veinticuatro

Narra Oliver.

Realmente no quise decir ni una palabra.

Yo simplemente estaba allí, parado, con una mano sosteniendo la de mi hija, mirando el increíble parecido entre Susana y Laura.

Estaba realmente confundido e intrigado. Ni por un momento se me pasó por la mente algún tipo de parecido entre ambas, entonces ahora estaba asustado. Las personas… Laura, en realidad, podría creer que me gusta por el parecido que tiene con mi ex.
¿Qué tan imbécil voy a parecer si alguien piensa eso? Porque obviamente era un jodido y rotundo no.

Cuando veo a Laura, simplemente la miro a ella. Ni por un jodido segundo se me pasó algo como “Laura es tan preciosa como Susana” porque no, Laura siempre fue Laura y cuando estaba con ella ni siquiera pensaba en mi ex.
Lo que quiero decir es que no soy un cabrón, pero estaba quedando como uno ahora mismo, y más cuando Sebastián tuvo la brillante idea de exclamar:

—Ustedes se parecen mucho.

Su ceño estaba fruncido con mucha intriga, y yo quise desaparecer.

Lucero tenía las mejillas rojas y el ceño fruncido de igual forma. Ella no se inmutó, solo siguió viendo fijamente a Laura.
Yo también la miré, pero ella tenía los ojos muy abiertos mirando hacia el suelo.

«Carajo».

Yo no quería que ella se sintiera incomoda. YO solamente tenía derecho a hacerla sentir incomoda, pero de buena manera, no de esta.

—Laura es más bonita —celebró Andrómeda.

Yo quise reír, pero de los nervios.
Apreté su mano con cuidado y cuando tuve su atención le hice alguna seña con los ojos, la cual ella captó de inmediato.

—Susana también es muy bonita —me miró esperando mi aprobación, yo asentí y ella sonrió—. Y la fututa novia de tío Sebas también es muy bonita.

—¿Quién es esa? —pregunté.

Perdóname mejor amiga de la chica que me encanta, pero necesito desviar la atención.

—Ella, papi —susurró con una risita mientras señalaba a Lucero.

Sebastián carraspeó y tomó a Andrómeda de la mano, alejándola de mí.

—Vamos a seguir comiendo, vente —mi hija se echó hacia atrás, poniendo toda su fuerza para que Sebas no la moviera. Él la miró y ampliando los ojos, ordenó:—. Camina conmigo ahora mismo.

No me quería imaginar todas las cosas que le contó a mi pequeña para que se pusiera de aquella manera. Seguramente procedería a sobornarla para que no abriera la boca de nuevo y lo pusiera en evidencia.

Mi hija se rindió, con los hombros encorvados y dando pasos fuertes y cortos, caminó con él hasta desaparecer por la puerta de la casa. Me daba mucha gracia, pero todo me daba gracia porque estaba jodidamente nervioso.

—Laura, Lucero, ella es Susana —las presenté.

Lucero asintió mirándome, hasta que salió de un letargo y estiró su mano hacia Susana para presentarse.

—Mucho gusto.

—Igualmente.

Miré a Laura. Ella alzó el rostro y pasó sus manos por ese cabello oscuro y brillante que tanto me gustaba; un suspiro entrecortado salió de sus labios.

—Mucho gusto —susurró, pero sin estirar la mano. Me daba la impresión de que no podía moverse.

Susana asintió y mirándome de reojo, se volvió y entró a la casa.

Estaba considerando que esto fue mala idea. El ambiente estaba muy tenso e incómodo y ni siquiera sabía por qué. ¿Se parecían? Sí, pero juro que no me había dado cuenta.

—Puedes pasar, Lucero —indiqué, para no decirle directamente que me dejara solo con su amiga. Ella asintió y antes de pasar miró a Laura.

La vomitona simplemente estaba como en shock.

Yo caminé hasta ella y tomé la mano que estaba puesta en su cuello. La sentí fría y sudada, entonces al mirar su rostro me di cuenta de que estaba pálida.

—¿Te sientes bien? —asintió— ¿Desayunaste?

—Solo un poco de leche achocolatada —susurró.

—Te juro por lo que más quiera que nunca fui consiente del parecido entre Susana y tú —ella me miró—. Yo simplemente estaba hipnotizado contigo, con tu persona. Vamos, que eres hermosa, pero sabes que primero nos conocimos por llamada y yo no…

—No te estoy culpando de nada —sonrió brevemente—, pero ¿No es notorio nuestro parecido?

Parecía muy interesada, no como si me estuviera retando o culpando.

—Cuando están las dos en el mismo espacio, claro que sí.

Pude percibir un suspiro aliviado. ¿Qué?

—¿Ibas a cocinar tú? —inquirió cambiando de tema abruptamente.

—¿No? —estaba confundido, pero espabilé y aclaré:— Ya compré varias cajas de arroz chino, pero si no te gusta podemos hacer algo…

—Sí me gusta.

—Vale…

—Vale —ella sonrió. Yo sonreí.

Laura es realmente muy hermosa.

—¿Quieres pasar, vomitona?

Ella rodó los ojos y pasó por mi lado.

—Con gusto, señor sexo.

Ay Dios, amaba cuando ella me llamaba así.

—Aun te debo unas clases —murmuré caminando detrás de ella, mi vista desviándose unos segundos al sur de su cuerpo. «Bendito».

Me choqué con su espalda cuando ella se detuvo de improviso, mis manos sujetándose de sus caderas. Al estar tan cerca, pude ver cómo los vellos de su cuello se erizaban y sin poder evitarlo una sonrisa de satisfacción se formó en mi rostro. Ella no me era tan indiferente como se supone que debería ser.

«Mi amiga».

—¿Te refieres a… esas… clases? —preguntó sin girarse.

Yo tenía increíbles ganas de ver su piel erizarse nuevamente, así que me acerqué a su oído y susurré:

—Me refiero exactamente a… esas… clases —pude ver cómo contenía la respiración, estaba ansioso por escuchar su jadeo cuando la soltara—. Ya sabes, tú y yo, así exactamente como estamos ahora, pero con mi mano derecha deslizándose hacia delante y hurgando dentro de tus pantalones y un poco más. Tú gimiendo. Yo besando tu cuello, nuca, espalda. Tú con tus uñas en mis brazos y los ojos cerrados…

—Oliver —advirtió.

—Sí, justo así dirás cuando detenga los movimientos de mis dedos solo para escucharte quejar —me acerqué otro poquito más y sostuve el lóbulo de su oreja en mis dientes—, pero luego seguirás gimiendo muy fuerte.

Como quería hacerme el interesante y además no quería que viera lo rojo que me había puesto por aquel pensamiento, la solté y pasé por su lado.

—A esas clases me refiero —murmuré sin girarme, pero sin poder contenerme la miré de soslayo. Sus mejillas rojas y sus ojos brillantes y pequeños; y sí, eso quería ver.

Al llegar al comedor, gracias al cielo, todos estaban sentados y con sus platos servidos.

—Oli —llamó Susana—, siéntate aquí, ven.

Miré que mi hija estaba sentada a su derecha y ella me señalaba la que estaba a su izquierda. ¿Quería que jugáramos a la perfecta familia feliz? Ni de coña.

—Me sentaré aquí —señalé el lugar al lado derecho de Sebastián, que estaba sentado con Lucero a su izquierda. Muy tensos debo acotar.

Laura entró al comedor y miró la mesa para ubicar a las personas. Decidió sentarse entre Lucero y Susana; esta última, al mirarla, frunció el ceño y abrió la boca:

—¿Por qué tienes esas ojeras tan profundas? ¿Estás en depresión o son naturales?

Todos estábamos en silencio, pero ahora el exterior también había quedado en silencio.

—En realidad Oliver la hizo madrugar —comentó Lucero con una sonrisa divertida. Inmediatamente supe lo que estaba haciendo, así que cuando Susana dirigió su mirada hacia mí la miré con una sonrisa divertida y llena de satisfacción.

—Me es inevitable dejar de hablar con ella —dije de forma casual, encogiéndome de hombros.

—La vas a desgastar, hermano —me siguió Sebastián.

Realmente me había dado cuenta de las ojeras bajo los ojos de Laura, pero en lugar de parecerme feo y descuidado, me pareció que le quedaban hermosas. Casi la podía ver con un vestido medieval en medio de un bosque oscuro como una reina de la oscuridad.

No lo sé, quizás simplemente sea una fantasía que había desarrollado con ella.

Pero por otro lado me preocupaba, porque tenía la leve, sino es que certera, sospecha de que estaba teniendo un mal momento a causa de su ex.
Tremendo imbécil, la verdad.
¿Quién en su sano juicio podía serle infiel a alguien como Laura? No me cabía ninguna respuesta por más coherente que fuera. Esa chica a mí me parecía perfecta.

Y que me costó aceptarlo ¿Vale? Verla de aquella forma, aceptar que me gustaba.
Que realmente me gustaba.
Siempre estaba ese pensamiento de que ella era joven, comenzando lo que realmente las personas consideraban el futuro, con mucho por experimentar y todas esas cosas que salir con una persona como yo le podían privar; pero luego me di cuenta de que era su decisión, que yo solo debía intentarlo y que si ella decidía alejarse, bien, y sino, pues perfecto, pero no iba a ser un crío que tomaba decisiones por ella.

Y ahora ella estaba aquí, en mi casa, compartiendo mi mesa, con parte de mi familia, y luciendo perfecta. Porque realmente lucía perfecta.

Con sus mejillas rojas, con sus ojos entrecerrados, sus labios fruncidos y sus dedos pálidos sujetando el tenedor.

Parecía incomoda, pero obviamente yo tenía una idea mucho mejor para incomodarla de otra manera.

—Laura —ella me miró mientras yo me ponía de pies— ¿Puedes venir conmigo, por favor? Debo hablar contigo algo importante.

—Oli, vamos a comer —dijo Susana sin dejar que Laura respondiera.

—Pueden comer sin nosotros por unos minutos.

Nadie rebatió nada más y Laura se puso de pies, siguiéndome.


****

¡Deja de llamar Oli a nuestro bebé! ¡Es Señor sexo, Oliver, esposo de Mai, pero no Olí!

Ya...

Se supone que esto era una historia corta, con veinte capítulos, para chiquillas, así toda mal hecha. Ya vamos para treinta mil palabras y no he terminado de escribir lo que tengo que escribir.

No quiero forzar un final, pero tengo muchas cosas que hacer y actualizar todos los días una historia que no sé dónde va a parar me da miedooooo.

Pero que sea lo que dios quiera, o sea, el dios de los libros porque no quiero que Diosito vea los capitulos +18 que se vienen, que pena.

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