Treinta y ocho
Narra Laura.
En la noche…
Primero reenvié el audio, después bloqueé el número sabiendo que la dueña del mismo era Susana. No quería caer en trampas, quizás era una grabación vieja o fue algo editado, no lo sé, pero no quería pensar en nada malo a pesar de que mis inseguridades me susurraban al oído que me derrumbara, que Oliver solo estaba jugando conmigo, que nadie preferiría a una chica sin algo estable, sin experiencia sexual y con baja autoestima que a Susana, siendo ella todo lo contrario a mí.
Luego de todo aquello me metí en el contacto de S.S (todavía no lo había cambiado) y adjunto al audio reenviado le escribí “¿Qué es esto?”
Pasaron quizás diez minutos, llenos de lágrimas acumuladas en mis ojos y unas ganas de gritar terribles, que solo aumentaron cuando él respondió:
“Maldita sea."
“¿Estás en tu apartamento?”
Ni siquiera contesté, tenía miedo de que todo haya sido verdad y de enterarme de que solo había sido un juego para él, no tenía fuerzas para escuchar más excusas y menos de creer en ellas.
Hoy no, hoy no podía, quizás mañana sí. Por eso apagué el celular y me acosté en el mueble sin poder llorar, y realmente eso era lo más desagradable, porque estaba sollozando sin poder llorar y me desesperaba.
Entonces también estaba enojada y celosa. ¿Por qué en todos los infiernos tenía él que decirle “Solo me gustas tú”? Tenía ganas de gritarle a la perra de mi hermana: ¡NO, IMBÉCIL, LE GUSTO SOY YO! Pero obviamente quedaría como tremenda estúpida, porque el que estaba diciendo aquello era Oliver, no ella.
Ay no, quería llorar.
De repente sentí un dolor estomacal que me atravesaba hasta la columna, uno que había venido sintiendo hace más de una semana debido a que estaba esperando la menstruación; un cosquilleo en mi zona íntima me hizo darme cuenta de que ya había llegado, así que no aguanté más y me puse a llorar a moco suelto.
«Que desgraciada es mi vida, Dios mío».
Me levanté, tapándome un ojo con la mano para intentar no soltar más lágrimas de las que estaba botando, aunque la verdad no sabía si era para eso, pero yo lo hacía.
Me bañé, me puse una pijama muy grande y utilicé una toalla íntima nocturna. Antes de poder acostarme se escucharon golpes en la puerta principal, ni siquiera fue el timbre lo que sonó, lo que me hizo pensar que quizás Lucero estaba borracha y ya se le había olvidado que había timbre.
Salí llorando para que ella me abrazara, no importa que estuviera borracha, incluso podría hacer algo gracioso y hacerme reír. Lo que fuera estaría bien.
Pero cuando abrí la puerta, con mi cara roja, bañada en lágrimas y vestida con sacos en lugar de ropa, visualicé a Oliver en pijamas y con el ceño fruncido.
Si no fuera tan bonito todo sería distinto.
—Ya no… te… quiero —lloriqueé.
Él bajó los hombros derrotado y me abrazó, acariciando mi espalda para tranquilizarme.
Bueno, era justo, me hacía llorar, que me calmara también.
—Ya, tranquila —susurró.
—¿Tran… tranquila? Me rompiste el corazón.
—Te prometo que ese audio fue con malas intenciones de Susana.
Me separé de él y lo miré, limpiándome las lágrimas bruscamente y enderezándome, recordando que si Lucero estuviera aquí me diría: ¿Qué pasa, perra? ¿Vas a llorar frente a un hombre?
Bueno, que ya había llorado delante de varios hombres, desde que le lloré al doctor que me ayudó a venir al mundo, le había agarrado un gustito. Muy amargo, por cierto.
Pero nunca era tarde para aprender, así que haciendo acopio de todo lo que aprendí de mi mejor amiga y sus músicas de Ana Gabriel y una tal Rocío, señalé hacía las escaleras con el brazo bien estirado y exigí:
—Vete.
Estaba a punto de seguir diciendo: Olvida mi nombre, mi cara, mi casa, mi carro, mi cuarto y date la vuelta.
Pero primero, no estaba segura de que dijera verdaderamente así. Y segundo, yo no tenía carro, entonces me descarté por quedarme nada más hasta ahí.
—¿Me puedes escuchar? —suplicó con su carita de niño adorable.
Bajé la mano y suspiré, fingiendo que me costaba mucho aceptar su petición.
—Que sea rápido —le apuré, haciéndome la dura.
Yo siento que los consejos de Lucero valían la pena.
Él sacó su celular y me lo entregó, cuando lo agarré le dio reproducir a un vídeo de seguridad, claramente del frente de su casa, para especificar, justo delante de la puerta.
—El sonido no es muy bueno…
Guardó silencio cuando la niña pasó a la casa y él se quedó a solas con Susana. Vagamente pude escuchar su conversación, pero lo que me dejó avergonzada y enternecida fue escuchar justo la parte donde ella le suplica que le diga lo que yo escuché en el audio. Él claramente lo hizo por petición de ella, porque mi bebé era tan empático que la ayudó en el supuesto ataque de ansiedad que estaba teniendo.
Le entregué el celular cuando aclaré mis dudas y me quedé mirando al suelo avergonzada.
—¿Y si hablamos mañana? —pedí— Hoy estoy avergonzada, de mal humor y no sé qué decir.
—Podrías comenzar en que no confías en mí —reprochó.
—No me hables así, cualquiera lo malinterpretaría.
—Tienes razón —concedió—, lo siento.
—Yo también —murmuré de mala gana.
Él invadió mi espacio personal y alzó mi rostro.
—Tienes la menstruación —afirmó. Yo lo miré de reojo, formando un puchero con mis labios.
—¿Cómo sabes?
—Tus mejillas están inflamadas y no es por llorar, tú aliento está dulce y estás usando ropas muy grandes, lo cual solo te he visto una sola vez usar, estás de mal humor y tú nunca estás de mal humor, también te noto cansada —acarició mis mejillas, llevándose el resto de lágrimas que quedaban, y luego arregló mi cabello que se había pegado a mi frente.
—Estoy cansada por el trabajo —me quejé.
—No es ese cansancio al que me refiero, es la irregularidad de tu respiración, como si te doliera algo, lo que me hace pensar que es el vientre, las caderas o el abdomen.
—Eres muy bueno —murmuré llorando de nuevo, porque de verdad me dolía—, me duele hasta el alma.
Él me abrazó brevemente y luego me guio dentro del apartamento, cerrando la puerta tras de sí.
—Bebé…
—¿Ah? —me senté en el mueble, subiendo los pies en él.
—Hace un momento… me dijiste “ya no te quiero”.
Lo miré y él estaba sonriendo sin mostrar los dientes, como una sonrisa de satisfacción.
—¿Yo dije eso?
Por supuesto que sí.
—Lo dijiste —afirmó.
—Ha de ser verdad —susurré viendo hacia el piso. Que vergüenza, un poquito de sangre y ya ando diciendo por ahí que quiero a la gente, ni borracha pues.
Él se quedó tan callado que tuve que mirarlo nuevamente, solo para encontrarlo sonriendo, ahora sí, mostrando los dientes.
—Yo confío en ti, Laura ¿De acuerdo? —asentí— Quiero que tú también confíes en mí y que sepas que no pretendo mentirte nunca.
Recosté la mejilla de mis rodillas, aún mirándolo. Él estaba ahí, tan hermoso y perfecto, hablando de la confianza, y yo estaba aquí, tan vulnerable, cansada y enculada, que solté lo que me venía rondando desde hace tiempo:
—Susana es mi hermana.
***
Se prendió esta mierdaaaaaa.
Anécdota: Bueno, no sé si sabían, pero yo no digo groserías, o sea, las escribo por aquí y ya, pero no las digo. Entonces por culpa de LUCERO, que me he metido mucho con estos personajes, se me ha salido una, y les juro que yo quería llorar.
Me dio mucho vergüenza.
#NoALasGroserías
Otra cosa, si publican cosas, así sea en sus historias, acerca de señor sexo, etiquénteme, por favor. Quiero verlo, yoooo quierooooo verloooooo.
Algún día tengo que hacer un vídeo para que conozcan mis gritos dramáticos. Es mi pasión.
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