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Quince


Lágrimas calientes y espesas bajaron por mis mejillas, coloqué mi codo en la mesa y afinqué la frente de mi mano izquierda, sin dejar de grabar con la derecha. Ninguno de los dos era consiente de mi presencia en aquel restaurante, y eso me daba ¿Ventaja? La idea de enfrentarlos me pasó por la mente, pero allí estaba yo, llorando como niña pequeña, ¿Qué haría? ¿Qué les diría? No podía dejar de llorar, y mientras más pasaban los segundos el dolor que había en mi pecho crecía y crecía, sentía la presión de una cuerda ahorcándome, intentando matarme asfixiada.

Dios mío ¿Qué era esto?

No quise mirar nuevamente para comprobar que ellos seguían allí, simplemente bajé el celular, paré la grabación y llamé a Lucero.

No respondió a la primera llamada, pero a la segunda contestó al segundo tono.

—¿Por qué me llamas en lugar de estar follando?  —fue su respuesta.

Mi cara se arrugó del llanto y el nudo en mi garganta no me dejaba hablar. Antes de que escuchara mis sollozos, colgué, y le envié un mensaje para que viniera por mí; alguno de los comensales ya se estaban fijando en mis lágrimas y yo no quería pasar más humillación, así que decidí levantarme y sin mirar hacia donde estaban Aarón y su hermanastra, caminé veloz hasta la salida del centro comercial.

El aire fresco me hizo llorar más fuerte y me empañó la vista hasta el punto de caminar por inercia, porque no veía nada.

Un cuerpo alto y masculino chocó su hombro contra mi frente, o viceversa, no estaba segura. En lugar de disculparme o seguir caminando, me quedé allí y lloré más fuerte, con los hombros caídos.

—Ay Dios, ay Dios… perdón, perdón —murmuró una voz suave y profunda.

Sentí las manos contrarias en mis hombros, mientras la persona seguía disculpándose sin razón.

—Me… duele… aquí —chillé entre sollozos, aún no podía mirar, pero escuché el jadeo de sorpresa que soltó el individuo.

—¿Que te duele dices? ¿Estás teniendo un infarto? Ay Dios mío —sentí su pánico a través de la voz— ¡Auxilio! ¡Algún médico! ¡Por favor, que se está muriendo!

En medio del llanto me eché a reír por semejante ocurrencia.

—No.. me… estoy… muriendo —ya no eran sollozos mis pausas, eran carcajadas.

—¿No? —murmuró y yo negué.

—Bueno.. sí, pero… de dolor —comencé a llorar nuevamente—… me rompieron… el… corazón.

—Ay Dios mío…

Me quedaba claro que el chico no era ateo.

Tratando de arreglar semejante humillación, me limpié las lágrimas y lo miré. Lo primero que vi fue su camisa blanca, luego su barbilla regordeta con vellos incipientes y por último sus ojos marrones demasiado expresivos, llenos de terror.

—Perdón —murmuré apenada y sonriendo levemente.

El chico me dejó sorprendida cuando exhaló una bocanada de aire llena de alivio y me jaló por lo hombros para estrecharme en un abrazo cálido y seguro. Y me sentí bien.

Ese chico era la clase de persona que veías en la calle y sus vibras te decían que era cálida, bondadosa y estaba llena de amor para repartir por mucho tiempo.
El chico este no me conocía, yo no lo conocía, pero ahí estaba, abrazándome en uno de los momentos más difíciles que había tenido hasta ahora.

Sin pensarlo mucho rodee su torso con mis delgados brazos y recosté mi cara de su cómodo pecho, él olía bien, y yo me puse a llorar nuevamente. Sus manos fueron más atrevidas y bajaron por mi espalda, hasta convertir los movimientos en una constante de caricias para consolarme; yo estaba segura que así se sentía la caricia de un buen padre, y por esa razón comencé a llorar más fuerte, porque por primera vez en mi vida me sentía protegida por un hombre.

—¡Deja a mi niña en paz bastardo infeliz!

No tuve que ver nada para saber que se trataba de Lucero Nuñez, mi mejor amiga.

El chico que me abrazaba me soltó apurado y dio varios pasos hacia atrás con los ojos muy abiertos, asustado por los gritos de la loca desquiciada que se paseaba por las afueras del centro comercial.

—¿Pero qué…?

El chico no pudo articular nada más porque mi mejor amiga ya lo tenía agarrado por la camisa. El chico le pasaba como dos cabezas de estatura, pero aquella pequeña actriz no se dejó amedrentar por eso, más bien empezó a gritarle:

—¡No sé qué mierdas le hiciste, pero te juro que no vas a salir vivo de aquí! —el chico seguía con las manos arriba y los ojos abiertos de par en par, mientras mi amiga lo zarandeaba— ¡Es que yo sabía que eres muy bueno para ser verdad! ¡Señor sexo! ¡Señor sexo! ¡Señor sexo mi culo, eres un…!

—¡Él no es señor sexo! —grité al ser consiente de su confusión.

Ella se detuvo abruptamente y me miró con  los ojos entrecerrados.

—¿Ah, no? —yo negué— ¿Quién es entonces?

Limpié los restos de lágrimas en mis mejillas y sonreí.

—Un extraño que decidió abrazarme cuando me vio llorando.

—Ay mierda…

Ella soltó la camisa lentamente y retrocedió, mirando hacia el suelo apenadísima.

—Disculpe…

—¡Estás loca mujer! —la interrumpió el chico aún sorprendido. Su grito nos sobresaltó a Lucero y a mí.

—¿Loca? —ay no— ¡Loca está tu madre niñito! ¡Me respetas!

—¡¿Que te respete?! ¡Pero si me has atacado como desquiciada, guaricha! —el chico se le acercó con las fosas nasales abriéndose y cerrándose por lo agitada de su respiración— ¡Podría denunciarte! ¡Estás mal de la cabeza!

—¡A mí no me grites, imbécil! —se quejó mi amiga. Yo solo miraba sorprendida aquel choque de temperamentos.

—¡Pero si me estás gritando tú! —contratacó el chico— ¡Y deja de decir groserías, pareces marginal!

Ay no, ay no, se prendió la que no se apaga.

Mi amiga se le acercó un montón, sus zapatos de colores tocaban los negros impolutos del chico.

—¡Marginal serás tú rolitranco e’ mamaguevo! ¡Me cago en toda tu puta generación! —el chico arrugó el entrecejo y bajó el rostro para mirarla más de cerca— ¿Qué te pasa? ¡Yo hablo como me dé la gana, becerro!

—Dios mío —murmuró él y me pareció verlo hacer ejercicios de respiración antes de hablar—. Vale, vale… discúlpeme, señorita.

Mi amiga estaba por atacar nuevamente, pero se detuvo al analizar lo que el chico le había dicho.

—¿Por qué te disculpas? —susurró confundida.

—Porque te he faltado el respeto, te pido disculpas por eso.

Lucero lo miró, y me parece que esta vez sí lo miró de verdad, porque sus mejillas se pusieron rojas y sus ojos se abrieron levemente más de lo normal.

—Bueno… sí —se aclaró la garganta y quitó la mirada—, también… también te pido una disculpa.

El chico asintió y yo decidí intervenir.

—Soy Laura —pronuncié estirando mi mano para que él la estrechara—. Ella es mi amiga Lucero.

Él correspondió el saludo y apretó los dientes mientras un pequeño sonrojo aparecía en sus regordetas mejillas.

—Sebastián —murmuró imperceptiblemente.

—Te doy las gracias por todo —sonreí para disimular la vergüenza que sentía.

—Ah, sí. Vale —él miró a Lucero en un rápido vistazo y luego me miró—, espero estés mejor. Sea lo que sea que te haya pasado, se resolverá.

—Ya estoy yo para decirle eso —murmuró Lucero, pero yo la ignoré y asentí a Sebastián.

—Lo sé, muchas gracias de nuevo.

Él sonrió y antes de darse la vuelta, se acercó a Lucero y le murmuró algo al oído, algo que la hizo sonrojar violentamente y abrir los ojos sorprendida.

Sebastián se fue y desapareció dentro del centro comercial, pero Lucero no despegó la vista del lugar por donde él había desaparecido.

—¿Qué te dijo? —pregunté en modo cotilla.

Lu pestañeó, me miró, y cayó en sí.

—¿Qué me dijo de qué? Ahora mismo me vas a contar qué pasó. ¿A quién matamos?


***

Lucero está loquita, pero la queremos... Porque la queremos ¿Verdad?

Capítulo dedicado a: AmoaAxerDiosRuso,

Te quiero mucho, gracias por tu apoyo.

Seguiré haciendo dedicatorias eeehhh.

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