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Extra - 1M

Lo prometido es deuda: extra por el millón de lecturas.

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Narra Oliver

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Estuve agradecido con la primera llamada que recibí a la línea telefónica, por supuesto que sí. Recuerdo que en ese momento estaba a punto de entrar en la desesperación debido a lo incompetente que me sentía mientras criaba a mi hija sólo y mi familia me daba dinero ya que no me alcanzaba para comprar la comida y los pañales al mismo tiempo, o era uno o era lo otro.

Para mí ese hecho fue más frustrante que el ser padre soltero.

Pero salí adelante.

Por un tiempo creí que ese era el momento por el que más estaba agradecido de esa línea, y claro que sí, pero hubo otro momento en el que me sentí igual o aún mejor que ese día.

Como si los capítulos de un libro estuviesen tomando sentido en un solo párrafo.

Recibí una llamada normal, como cualquier otra, unas más emocionantes, otras más extrañas, pero todas con el mismo fin: la sexualidad. Ya sea para proponerme encuentros sexuales o para aclarar dudas con bastante seriedad.

Pero esa simple llamada hizo que despertara de esa vida de monotonía que llevaba en el trabajo.

No sé si fue por su voz, por lo asustada que se escuchaba, por lo fluctuante que sonó su pregunta o por lo que me generó su tono.

Sabes, como cuando escuchas una canción y la repites de nuevo porque estuvo increíble.

Yo quería repetir su voz una vez más, y luego de esa vez, otra y otra.

Hasta que me volví adicto.

Todavía recordaba con una sonrisa cuando le contesté la primera llamada y ella me dijo “¿Quién es?”. ¿Cómo se le ocurría?

Y conocerla en persona fue aún mejor todavía.

Entonces, mientras la miraba comer pizza mientras se fajaba viendo una película a mi lado, me sentía mil veces agradecido por todos los sucesos que nos llevaron a este momento.

Coño, era jodidamente afortunado.

—Deja de verme que después se me atora la comida —se enojó, deteniendo la película y mirándome a los ojos.

—¿Te acuerdas cuando nos vimos por primera vez? Te ahogaste y Andrómeda pensó que nadie te había enseñado a comer —me reí.

—Cállate, vale —lloró—. Recordar eso me da vergüenza.

Con sus antebrazos cubrió su rostro porque de verdad le daba vergüenza, podía mirarlo en el matiz rojizo que iban adquiriendo sus orejas.

—Fue muy lindo —le susurré.

—Oliver…

—¡A ELLA LE GUSTA LA GASOLINA! —ambos nos sobresaltamos cuando Andrómeda entró a la sala arrastrando un bolso con una mano y con la otra un peluche, mientras bailaba al ritmo de la canción que estaba cantando— ¡DAME MÁS GASOLINA! ¡COMO LE ENCANTA LA GASOLINA! ¡DAME MÁS GASOLINA!

Intentando controlar el infarto que estaba a punto de darme debido a la canción que estaba cantando y que, probablemente, no sabía lo que significaba, me levanté y le ayudé con las cosas que llevaba en la mano.

Respiré profundo y me intenté mentalizar en cinco segundos.

—¿A dónde vas, cariño? —inquirí, interrumpiendo su canción.

Ella comenzó a dar saltos en su lugar mientras se acomodaba el cabello.

—El tío Sebas viene por mí —celebró.

—A mí no me dijo nada.

—A mí tampoco —aclaró Laura cuando la miré.

—El tío Kennidy dijo que nos íbamos de fiesta —hizo una pausa y se acercó a nosotros para contarnos un “secreto”—y así ustedes… mamá Laura y tú… pueden tener sexo.

Laura obviamente se infartó, ella aún no podía esperarse ninguna de las respuestas de Andrómeda, pero yo no pude ser serio por consideración a ella y lo que hice fue reírme.

—¿A dónde van de fiesta?

—¡A casa de la abuela!

—¿Cuándo vienes?

—¡Mañana!

—Pero los que salen de fiesta tienen que regresar a las doce, ¿Y tú quieres llegar mañana? —bromeé.

—¿No puedo?

—Solo si me das un abrazo —negocié.

—Sí.

Ella lo que hizo fue saltar en mi brazos y engancharse como garrapata en perro.

Laura acomodó las cosas en el bolso y sostuvo el peluche hasta que los chicos vinieron, luego se lo pegó a Kennedy levemente en el estómago como regaño por haberle dicho esas cosas a Andrómeda.

Yo obviamente iba a aprovechar la oportunidad que me habían dado, por más horrorizada que ella luzca sé que también está agradecida por esto. Cuando estábamos en casa, Andrómeda también estaba, cuando estábamos en su apartamento, Lucero también estaba, y los hoteles eran algo que ella no quería tomar como opción, entonces decidí reunir para comprar una casa de campo, me faltaba poco.

—Vomitona —llamé, porque había entrado en la casa primero y ahora no sabía dónde estaba—, esconderse solo retrasa lo inevitable, pero si no quieres…

Lo dejé en el aire, y ella se asomó por el pasillo.

—¿Por qué eres así? —se quejó.

—¿Por qué tienes cara de tragedia?

—Estoy avergonzada.

—Ven —abrí mis brazos—, yo te ayudo a quitarte la vergüenza… y la ropa también.

—¡Oliver!

Ella tenía algo más, lo supe cuando su cara se iba poniendo más roja conforme me iba acercando. Además, por el pasar del tiempo, la pena se iba desvaneciendo, pero ahora su rostro era muy similar a la vez que tuvimos nuestro primer encuentro sexual.

—¿Qué sucede, cariño? —susurré.

—Compré algo —confesó, sin verme a la cara—, siempre estás bromeando con eso y yo pensé que quizás lo querías de verdad… pero ahora estoy pensando en que… quizás sí era una broma nada más.

—¿Qué es?

Ella se cubrió el rostro con las manos y comenzó a dar saltos, nerviosa.

—No puedo creer que esté haciendo esto —susurró, empecé a sospechar de qué se trataba—. Compré trajes medievales.

—¿Trajes medievales?

—De esos… sexuales.

Sonreí, pero traté de no reírme para que ella no se sintiera mal.

—¿De verdad? Enséñamelo —pedí.

Ella entró a la habitación de la que había salido y luego salió con la ropa en sus manos.

Primero tomé su vestido, era bastante corto, pero tenía un corsé y venía con bragas de encaje, a mí se me entrecortó la respiración. Tomé el otro traje, el que era para mí, y lo miré, era negro, se parecía a los trajes que usaban los jinetes, pero este tenía capa.

—Espera.

Laura me dio todo y regresó a la habitación, de allí salió con una espada de goma en su mano.

Antes de reírme de toda la situación, coloqué la ropa en el suelo y la rodeé con mis brazos, sintiéndome afortunado de cruzarme con ella en esta vida.

—¿Eso para qué es? —pregunté.

Ella se alejó de mí y golpeó mi brazo levemente.

—No vas a saber tú —reprochó.

Claro que lo sabía, solo quería burlarme un poco de ella.

—Te amo —susurré, acercándola a mí nuevamente.

—También te amo —devolvió.

Probablemente ya debía ir preparándome para proponerle matrimonio.

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