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Diecinueve


CAPITULO DEDICADO A: SihamMendez Siempre estoy viendo tus votos como uno de los primeros, además agradezco tu apoyo en mis demás historias. Te quiero mucho 💗

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Dolía mucho.

El pecho me ardía como si millones de chispas estuviesen tomando forma y cobrando vida dentro de mí. La garganta se me secó mientras mis ojos mostraban la humedad que había desaparecido de mi boca.
La necesidad imperiosa de lanzarme del auto en movimiento me asustó de sobremanera, todo estaba mal. Absolutamente todo; y no sabía cómo resolver esto.

—Carajo —susurró Sebastián.

—Tío, eso es una mala palabra —reprochó Andrómeda.

—Discúlpame Andro, el momento lo amerita —se excusó.

—Ningún momento ametira una mala palabra —respondió sabiamente la niña.

—A… me… ri… ta, linda… amerita —le ayudó Lucero.

Yo los escuchaba, los escuchaba mientras mi corazón se me seguía desmoronando, pero no entendía nada de lo que estaba pasando; mis oídos decidieron enfocarse únicamente en lo que mi mente repetía y repetía, a pesar de no ser algo que se debía escuchar.

Varios minutos después el auto se detuvo y solo fui consiente de eso porque mi mejor amiga abrió la puerta y me obligó a salir.
Lucero me miraba preocupada, intentando adivinar qué hacer en cada movimiento, saber qué pasaba con cada suspiro que salía de mí.

—¿Podrían adelantarse? —pedí.

Todos se giraron y me miraron con cara de circunstancia; Lucero me miró seriamente y sentenció:

—No te voy a dejar sola.

—Solo necesito unos minutos, por favor —rogué—. Entraré luego. Lo prometo. También necesito mi teléfono.

Inmediatamente Sebastián me lo entregó y se alejó, sabiendo que no podía decidir en esto.

Lu me miró por varios segundos donde fui consiente de la batalla interna que tenía consigo misma, hasta que asintió, me dio un abrazo y pasó seguida de los demás.

Caminé hasta llegar al extremo del restaurante, donde un estrecho y oscuro callejón se extendía hasta el final de la calle, dando inicio a otra comunidad. Me pegué de la pared lo más que pude, dándole la espalda a las personas, y esperé varios segundos hasta que el nudo en mi garganta desapareciera; cuando estuve segura de que al menos podía hablar, busqué el contacto en mi celular y esperé tranquila mientras repicaba en mi oído.

Con cada sonido de espera, el corazón se me quebraba un poco más, solamente tenía ganas de tirar el celular al piso y gritar hasta sacar el dolor que sentía, pero necesitaba sacarlo de otra manera, sin importar mis impulsos ni mis pensamientos. Tenía que ser razonable; y costaba horrores.

—Amor, te dije que iría a…

No dejé que hablara, su voz había causado en mi estómago un revoloteo desagradable, repulsivo.

«¿A quién creí amar?» me pregunté una y otra y otra vez mientras tomaba aire para contestar.

—Te felicito —susurré rota, mi garganta cada vez más seca—, lo hiciste muy bien. Todo te salió perfecto.

—¿De qué hablas ahora…?

—Cierra tu maldita boca —le espeté furiosa, interrumpiendo su estúpida y asquerosa voz—, eres un infeliz y no mereces nada bueno en esta vida…

—Laura…

—Te entregué todo —empecé a sollozar sin poder evitarlo—, te di todo de mí, Aarón. ¿No fue suficiente? ¿No era lo que querías?

—No sé qué…

No quería dejarlo hablar. No podía.

—Comencé por mi confianza, fui tu amiga. Luego mis pensamientos… me gustaste mucho —hipé—, joder, mucho… después mis sentimientos, te amaba, sí, lo hacía, Dios sabe que sí. Te di mi tiempo… mi amor… mi confianza… mis pensamientos y te di mi maldito cuerpo… ¿Qué faltó, Aarón? Dime, te lo suplico ¿Qué faltó? Dime qué tiene ella… al menos dime si la amas.

—Laura…

—¡Dime si la amas! —grité— Dime si amas a Gabriela.

Me pasé bruscamente el antebrazo por los ojos cuando las lágrimas fueron muchas; sentí mis mejillas calientes y sin mirarme supe que estaba roja de cólera y dolor.

—¿Podemos hablar en persona? Por favor.

Mordí mi puño para evitar que él escuchará el llanto desgarrador que quería salir de mí. Intenté calmarme para poder responderle y mandarlo a la mierda, pero no pude, no podía detener la quemazón que sentía en el pecho ni el dolor que el nudo en mi garganta ocasionaba… así que colgué.
Antes de poder echarme a llorar sin consuelo, sus manos tomaron mis hombros y me echaron hacia atrás hasta pegar mi espalda de su pecho. Me rodeó los hombros completamente y escondió su rostro en mi cuello; su respiración me daba escalofríos y me hacía sentir en una nube de éxtasis.
Sin girarme podía saber que era él por el perfume, por la complexión y por todas las sensaciones que me generaba.

Subí mis manos y clavé mis dedos en sus antebrazos, echando mi cabeza hacia atrás para poder respirar aunque sea un poco.

—Él no lo merece —susurró en mi oído.

Podía escuchar los pasos de las personas a mi alrededor, los autos, la música, los gritos, pero su voz era lo único que penetraba en mis pensamientos.

—Mi alma no lo sabe —susurré en respuesta.

De repente me sentía sin fuerzas, casi como si me hubiesen golpeado todo el cuerpo entre muchas personas, cuando solamente fue una, y no fueron golpes físicos.

Estaba exhausta.

—Dile a tu mente que se lo diga, te lo suplico —me rodeó más, apretando hasta que me sentí segura. Su cuerpo era tan grande y cálido, que quería quedarme allí hasta que todo terminara—. Me parte el corazón verte así.

Sus palabras significaban para mí mucho más de lo que cualquiera podría creer. No era lo que decía, ni cómo, sino cuándo, porque juro que era el momento exacto para escuchar aquel tipo de apoyo.

—Duele mucho —confesé—, no pensé que sería así… que terminaría así.

—Ya verás que pronto dejará de doler. Te darás cuenta de que solo fue algo pasajero y que tienes a tu alcance cosas mucho mejores.

—¿Crees que…?

—No —me interrumpió—, tú no fuiste el problema… yo lo sé y tú pronto lo entenderás.

Tomé una bocanada de aire y me dejé caer contra él. Sonaba tan seguro de lo que decía que quería separarme, limpiarme las lágrimas, sonreír y decirle que tenía razón, que ya no valía la pena llorar.

—¿Fue así? ¿Te sentiste así cuando ella se fue? —pregunté en cambio.

—Sí. Pensé que había hecho algo mal —confesó. Sus labios rozando mi oído con cada palabra que pronunciaba—, que no era suficiente y que me lo merecía; pero te juro que no es así, no somos nosotros los culpables de sus decisiones.

—Oliver…

Me solté de su abrazo y me giré para mirarlo. Él, sin querer perder el contacto, me jaló por los brazos y me pegó a su pecho sin terminar de abrazarme completamente, dejándome saber que podía alejarme cuando quisiera.

—Vas a estar bien, ¿Entiendes? —su voz sonaba segura.

Asentí.

—Sé que voy a estar bien, pero igual me duele mucho —me quejé de forma infantil, sintiendo como, de forma involuntaria, un puchero se formaba en mis labios y varias lágrimas más rodaban por mis mejillas, silenciosas, casi como el dolor del alma.

—¿Sabes cómo se pasa el despecho? —preguntó con una sonrisa maliciosa.

La forma en la que hizo la pregunta me hizo tiritar de un frío repentino.

—¿Cómo? —pregunté de verdad, de verdad curiosa.

Oliver se acercó y pegó sus labios a mi oído. Escalofríos se presentaron por mi piel casi como el fuego consume un pedazo de hilo por su contacto.
Su aliento estaba tibio en comparación con lo frío de mis orejas y, en un intento de detener el cosquilleo que me ocasionaba, incliné mi cabeza hasta que mi lóbulo rozó su barba incipiente.

—Con cuatro conos de helado de chocolate —susurró.

Me reí entre lágrimas por tal ocurrencia, y yo pensando que diría…

—Suena bien —él me miró sonriendo—. Todavía estoy borracha.

Asintió y subió sus manos para limpiar mis lágrimas. Se sentían ásperas y suaves al mismo tiempo.

—Lo sé, por eso debes comer algo antes del helado… vomitona.

Lo miré avergonzada al escuchar la forma en que me llamó.

—Perdóname —pedí, apretando mis dedos alrededor de su camisa, convirtiendo la tela en puños—. Y no me llames así que me da mucha vergüenza.

Negó.

—Ensuciaste mis zapatos favoritos de vómito, me debes este apodo.

Él estaba tan cerca.

¿Por qué estaba tan cerca?

—No…

—Sí —sentencio, y antes de verlo venir, se acercó un poco más y apretó levemente sus labios en los míos, como darle un beso en la mejilla a alguien. Como pegar tus labios de algo que siempre habías tocado. Como algo natural. Como algo que haces siempre—. Ya no tengo que respetar que tengas novio, pero voy a respetar tu dolor ¿Entiendes? No quiero que me malinterpretes.

Yo estaba Bamby.

¿Cómo se pensaba? ¿Acaso había que hacerlo? ¿Por qué no me molesta el hecho de que me haya besado? ¿Estaba haciendo algo mal? ¿Estaba mal?

El corazón se me quería salir del pecho y la mente me quería explotar; estaba segura que Oliver sentía palpitar mi corazón a través de la tela. Mis ojos estaban muy abiertos y mis labios y manos picaban de forma extraña, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Una muy fuerte por cierto.

Logré ubicar espacio y tiempo, y solo asentí brevemente sin dejar de mirarlo.

—¿Todavía quieres que… te ayude con… lo de la mamá de Andrómeda? —pregunté para acabar el silencio que se estaba prolongando entre nosotros.

¿Qué más le decía?

—¿Podrías hacerlo? —inquirió incómodo, alejándose un poco para mirarme adecuadamente.

—¿Por qué quieres que lo haga?

Oliver suspiró y se alejó un poco más.

—Me dijo: Ya estoy lista para recuperar a mi familia, Oliv —imitó la voz de una chica—. Luego se lanzó a besarme, pero yo la rechacé; estaba estupefacto, tenía cinco años sin verla y ella… ella de repente aparece y dice eso… y hace eso…

—¿Le quieres dar una oportunidad? —pregunté.

—¿Qué…?

—Si piensas que quizás le darás una oportunidad, la idea de fingir ser tu novia la puedes ir descartando —guardé el celular en mi bolsillo y peiné mi cabello de forma nerviosa—, sería una pérdida de tiempo.

Oliver me miró a los ojos y luego bufó, negando con incredulidad.

—Estoy seguro que ya no la amo —declaró—, y ella puede ser parte de la vida de Andrómeda sin estar conmigo.

Yo asentí. Estaba de acuerdo en que señor sexo era bastante maduro.

—Está bien —acepté—. Cuando necesites mi ayuda solo dime.

—Perfecto.

Y así cerramos aquel pequeño trato.

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