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Nuevamente entró a la habitación, pero esta vez con una bandeja de comida en sus manos.

Con cuidado la dejó a un lado para ayudarme a sentarme en lo que parecía ser una cama.

"¿Quién eres?", le pregunté manteniendo mi ceño fruncido.

La persona no me contestó y, cuando se aseguró de que me encontrara estable, depositó la bandeja en mis piernas.

"¿Necesitas algo más?"

Levanté una de mis cejas, para después observar los alimentos preparados.

Estaba segura de que la comida que me había servido era enlatada. No se veía, ni se sentía como si fuera hecha por sus propias manos.

"¿En dónde estoy?", volví a consultar más enojada que antes.

Su sonrisa y su ida, ignorando otra vez mis palabras, me desconcertó por completo.

¿Quién había sido aquella persona? ¿Por qué estaba en ese lugar?

Comenzaba a fastidiarme. Quería salir y explorar el sitio por mi cuenta para hallar las respuestas de mis preguntas.

Sin embargo, tenía hambre y empecé a comer lo entregado con una gran desconfianza.

«¿Cuánto tiempo he dormido?», otra pregunta más se asomó en mi cabeza mientras masticaba con normalidad.

«¿Qué me pasó?» Mi estado no era normal.

Levanté la mirada observando la puerta de manera frente a mí.

Por alguna extraña razón, el miedo había disminuido en el momento en que mis ojos se posaron en la persona desconocida.

Pero la desconfianza era mucha.

Y la curiosidad demasiada.

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