Ahí estábamos, dos completos desconocidos.

No conocía su segundo nombre, mucho menos su cumpleaños. Ni siquiera estaba segura del color de sus ojos.

Pero sí sus más grandes miedos, sus sueños y esperanzas.

Ese pensamiento que atravesaba su mente cada vez que pasaba por un puente sobre el mar, el pensamiento de que se caería y moría tragado por tiburones.

Como soñaba la mayoría de las noches sobre que viajaba a un mundo mágico de hadas y chocolate.

La manera en que se desvelaba escuchando música y creando escenarios imaginarios en los que le gustaría vivir.

Conocía todo sobre él, pero no a él.

Nunca lo había visto en persona, hasta hoy, pero aún así conocía su manera de amar. Como terminó con su exnovia por una infidelidad de parte de ella; conocía lo malo que era en las matemáticas, pero lo bueno que se le daba la historia.

Me atrevería a decir que lo conozco más que la mayoría de las personas que se encuentran aquí.
Sus padres nunca se hubieran enterado de todas esas veces que se escapó de su casa a ver el amanecer en la playa o cuando se saltaba clases para ir a jugar al fútbol con sus amigos.

Ellos no conocen su sueño de casarse algún día, sueño que sonaba muy tonto desde mi punto de vista, ya que solo tenía catorce años cuando me lo mencionó, a esa edad lo último en que piensan los chicos es en comprometerse.

Pero él no era como todos esos chicos, él siempre fue diferente.

Desde los catorce años lo conozco... actualmente tenemos diecisiete. Porque sí, presuntamente nacimos en el mismo año.

Recuerdo ese día que empezó todo entre los dos hace tres años atrás, era una calurosa tarde de marzo cuando entré por primera vez a un grupo online de fanáticos de una banda.

Nos conocemos a través de mensajes. Al principio, éramos dos desconocidos hablando de nuestro amor por la música.

Sin embargo, en la discusión sobre las melodías y las canciones, nuestros corazones se entrelazaron de forma mágica. Fue aquel primer "hola" lo que nos llevó a compartir el resto de nuestros pensamientos e intimidades. Nuestras conversaciones empezaron como charlas superficiales y luego se transformaron en largas sesiones de confesiones y apoyo mutuo.

Muy pronto, nuestra amistad se convirtió en una fuente de fortaleza y consuelo en los tiempos difíciles. Hablar con él se convirtió en algo tan natural como respirar. Podíamos reír, llorar o simplemente ser silenciosos juntos.

Sin darme cuenta, me había abierto más con él que con cualquiera de mis amigos que vivían en mi ciudad.

Supongo que el hecho de que nunca sabría con exactitud quien era él me daba más libertad de expresión.

Claro a veces pensaba que todo era una mentira, y que se trataba de un hombre perverso que queria secuestrarme y robar mis órganos.

Pero aún así, ese hombre lograba entenderme más que cualquier otra persona.

Le conté cada detalle de como me hizo sentir la muerte de mis padres, como desde aquel día de mayo dejé de sentir y pensé que todo había acabado para mí. Como me costaba cada día levantarme de la cama y seguir adelante.

Como un escalofrío recorría mi cuerpo cada vez que pisaba su cuarto, como mis hermanos y yo nos tuvimos que mudar de nuestra casa porque los recuerdos amenazaban con matarnos.

Le conté todo a ese desconocido al que nunca le había visto el rostro hasta hoy.

Siempre me imaginé como era, su sonrisa, su mirar. Pero nunca me lo imaginé con rizos.

Tampoco imaginé que el día que lo viera por primera vez estaría sin vida, nunca imaginé que lo conocería el día de su sepulcro.

Es que todo sucedió tan rápido que aún estando aquí, me parece difícil de creer.

Hace unos días le escribí como normalmente hacíamos, pero no obtuve respuesta alguna. Volví a insistir, ya que pensaba que estaba enojado conmigo por alguna razón que desconocía.

Pero no se trataba de eso.

Al entrar en su Facebook tenía muchas menciones en publicaciones, cuando las leí con detenimiento mi mundo se vino abajo, de nuevo.

Como un tren en movimiento, me sentí arrasada por una avalancha de emociones. En un instante, toda mi ropa estaba empapada en lágrimas, como si el mar entero hubiera venido para llevarme. Un grito se escapó de mi garganta, una mezcla de dolor y confusión.

Me derrumbó en el suelo, con un dolor profundo en mi pecho y un vacío en mi alma. El sufrimiento se extendió por todo mi cuerpo, haciéndome difícil respirar. Mi mente iba de un pensamiento a otro, recordando todas las conversaciones que habíamos compartido y las sonrisas intercambiadas.

A través de mis ojos bañados en lágrimas, vi las imágenes de él en los mensajes de sus amigos. Cada fotografía era un recordatorio de que se había ido, que ya no estaba. Fue entonces cuando me dí cuenta de que no solo había perdido a mi mejor amigo, sino que también una parte de mí misma.

Mis hermanos no entendían sobre que me sucedía, pero era demasiado para explicar. Para lo único que me dio la mente fue para tomar el primer avión disponible a su estado.

Contaba con la suerte de que él me había compartido su dirección exacta, así que sabía a donde llegar.

Sus restos estaban descansando en un ataúd blanco en su jardín lleno de rosales. Él me había mencionado que su madre amaba la jardinería.

El aire se encuentra tenso; el jardín está lleno de personas sollozando y otras dando su último adiós. Yo me limito a permanecer inmóvil en un rincón, sintiéndome excluida de este momento tan íntimo y tan familiar.

No me permito acercarme mucho a él, ya que sus padres nunca me han visto en su vida, ni siquiera sus amigos; ninguno de ellos conoce mi nombre.

No quiero interrumpir, ni llamar mucho la atención.

Sin embargo, mi corazón es el que más fuerte llora, el que más siente. Esta también es mi perdida, mi luto.

Pero al final de todo ahí estábamos... dos completos desconocidos.