Prefacio
Maldita fuera ella. Durante mucho tiempo estuve detrás de sus pasos.
El plan de Aitana estaba logrando sus frutos. Todo funcionaba como debía, pero ahora todo está a punto de irse al traste. Ella ha intentado escapar con dinero otra vez, esta vez de seguro para siempre. Y no puedo permitirlo.
Debo alcanzarla antes de que cometa otra estupidez.
Mi hermana Ximena esta vez quiere llamar a la policía, se ha asustado. Pero es muy arriesgado tener a la ley involucrada en este asunto sin salir afectados nosotros mismos. Debemos tener cabeza fría para controlarla. Y la única persona que puede hacerlo soy yo, tengo que cogerla.
Ella sube corriendo las escaleras para intentar darme esquinazo, pero solo consigue estar más atrapada, arriba no tiene salida. Subo los escalones de tres en tres hasta llegar al segundo piso done escucho los ruidos en nuestra habitación. Corro para abrir la puerta y la veo en el balcón.
Está improvisado una cuerda con las sábanas de la cama atándolas a un barrote del barandal. Me acerco y se detiene mirándome aterrorizada.
—¡Para! —Chilla— No te atrevas a dar un paso más.
Aminoro la marcha, pero sigo avanzando inexorable.
—No hagas esto. Es una locura y te puedes lastimar.
Coloco mis manos al frente tratando de calmarla sin resultado.
—¡No te acerques te dije!
—Solo quiero hablarte. —mi voz es suave para recuperar el control.
—¡No! Tengo que salir de aquí —dice llorando, apretando la mochila repleta de dinero que lleva en sus brazos— ¡Déjame ir!
—¿Por qué? —Insisto— Sabes que te amo. ¿Cómo puedes hacer esto?
—¡Mentira! —Grita trastornada—. ¡Ahora, aléjate de mí!
Sigo acercándome poco a poco y su mano hurga dentro de la mochila, saca un revólver. Me detengo a unos pocos pasos de ella, está fuera de sí.
—Estás mal, detente. Podemos hablarlo —insisto— Solo ven conmigo.
—¡No. Estoy. Loca! —Continúa gritando— ¡Tú, Aitana y Artemisa son los diabólicos!
—¡¿Pero de qué hablas?! Si nos sentamos a hablar podemos arreglarlo todo y aclarar este asunto. Prometo perdonarte toda esta locura—Le digo para calmarla. No pensé que ella lograría escapar de lo que Aitana y yo hicimos.
—¡Debí darme cuenta de que estabas enfermo! ¡Maldito hijo de puta! —Sisea entre dientes— ¡Vas a morir!
Nunca pensé que estuviera tan mal, quiero estrangularla con mis propias manos por todo lo que está haciendo. Pero estamos pisando terreno fangoso, por eso sin pensarlo dos veces me abalanzo hacia ella.
Chocamos cuando intento arrancar el arma de sus manos lo que hace que la mochila caiga al suelo, ella aprovecha la situación para tu tomar el fierro con las dos manos. Estoy a punto de arrebatárselo y un disparo se escapa.
Ambos dejamos caer el arma en el suelo y la pelea se detiene.
Ahora de su abdomen fluye mucha sangre.
—No. No, no, no. Tally, no. —Balbuceo desesperado.
Sus ojos están mirándome con sospresa y terror, tan desorbitados que su miedo me contagia y cala hasta mis huesos. Sostiene puñados de la tela de mi camisa con toda la fuerza que le queda mientras a lo lejos se escucha el sonido de las sirenas, que rompen el repentino silencio que se instaló después de la estruendosa detonación.
Estamos tan en la orilla del barandal que cuando ella desfallece entre mis brazos perdemos el equilibrio. Y los dos nos precipitamos al vacío.
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