Capítulo 3: Adrien
—¿Cómo siguen tus manos? —Marinette no levantó la cabeza, se encogió de hombros ligeramente. Me senté a su lado en el sofá y tomé sus muñecas para ver yo mismo sus palmas.
—No fue nada...
—¿Te duele? —toqué con suavidad sus dedos e hizo una mueca. —no las pongas contra el fuego, traeré más agua tibia.
—No es necesario, sólo están algo resentidas, pero ya pasó el dolor. —no le creí del todo, aunque parecía bastante convencida así que preferí no insistir.
—No vuelvas a tomar la nieve sin guantes, de por si tienes la piel delicada como para exponerla demás. Lo sabes. —asintió. —Bien, iré a buscar más leña. Creo que debería aprovechar la luz del día.
—¿No vas a comer algo? —sus ojos me vieron con preocupación, una que sólo había visto cuando mi cabeza chocó contra el volante en el accidente.
—Cuando vuelva. Por ahora prefiero estar solo. —me levanté sin decir nada más.
Realmente lo que menos quería en este momento era estar con Marinette, sólo verla me hacía pensar en todo lo que dijo hace un rato. Imaginarla con otra persona me resultaba difícil y dolía... Me inquietaba pensar que alguien más pudiera verla con otros ojos, sobretodo que ella pudiera ver a alguien más de manera diferente.
La duda ya se había sembrado en ambos, y todos los años que llevamos de matrimonio se esfumaron como si fuera insignificante polvo.
Me perdí entre los árboles otra vez, la nieve seguía cayendo, incluso parecía que jamás cesaría y no es que me importase mucho para ser sincero. Respiré profundo, lo suficiente como para que mis pulmones dolieran por el frío, era reconfortante dentro de todo; me refiero al aire puro, y es que no te das cuenta de lo cansado que estás hasta que tomas un descanso.
∙.◦.◦.◦°.∙:❄️:∙.°◦.◦.◦.∙
La luz del día se fue volando; pensé, medité e incluso grité en medio de la frustración y llegué a la conclusión de que el tiempo es demasiado valioso como para dejarlo pasar sin más. Marinette había encontrado a alguien con quien se sentía a gusto y esa persona no era yo.
Golpeé mis zapatos contra la madera para quitar la nieve cuando llegué a la casa, ordené los troncos donde había dejado los otros anteriormente y abrí la puerta principal, adentrandome al lugar. La chimenea estaba casi apagada, dando un aire algo tétrico al espacio, creí que Marinette ya estaría en la habitación acostada, pero a penas puse un pie dentro la vi levantarse del sofá y correr hacia mi.
Sus delgados brazos envolvieron mi cintura, mi cuerpo se balanceó ligeramente hacia atrás por el impacto, pero rápidamente me recompuse. La manta que traía encima cayó al suelo y no pude más que quedarme atónito por la extraña situación que se me presentaba, se supone que no nos soportamos.
—L-la luz se fue... Y no volvías... —sollozó hundiendo su nariz en mi pecho. Algunos copos de nieve cayeron de mi cabello a su cabeza, perdiéndose en lo negro de su cabellera. —no queda leña aquí dentro...
Entonces la realidad me golpeó y pude entender su reacción. Marinette le tenía pánico a la oscuridad, tan así era su miedo que ni siquiera se atrevió a buscar la leña que había dejado afuera por la tarde. Comenzó a temblar, mis brazos se movieron por si solos y correspondieron su abrazo.
—El generador debió apagarse, iré a revisarlo...
—¡No! Y-yo... Por favor ve mañana. —negó con la cabeza aún sin verme. —cuando haya luz de día, ahora por favor no te vayas.
—No iré a ningún lado, tranquila. Respira conmigo. —tomé sus hombros para separarla un poco. —mírame, todo está bien. —asintió. Iba a secar su rostro con sus manos pero la detuve, con la punta de la manga de mi chaleco quité suavemente sus lágrimas. —sabes que no hay nada en la oscuridad.
—Ya sé... —murmuró. —pero no estabas y... Es algo tonto, a estas alturas ya debería haberlo superado.
—No es algo tonto si te causa temor. —guardó silencio. Sus azules se detuvieron en mi y al mismo tiempo mi mano que aún estaba cerca de su rostro también lo hizo. —¿qué pasa?
—¿Aún sigues enojado? —aclaré mi garganta, su pregunta sólo hizo que recordara porqué salí al bosque en primer lugar. —Sobre...
—No quiero hablar de ese tema. —di media vuelta y entré algunos troncos para mantener la chimenea viva.
—Adrien... ¿Podemos cerrar el tema como adultos que somos? —quité mi chaqueta y la colgué detrás de la puerta, me di el tiempo de desabrochar mis pesados zapatos congelados por el hielo y de paso ignoré todo lo que tuviera para decirme referente al tema. —Adrien. —volvió a llamarme, pero pasé de ella sentandome en el sofá frente al fuego que poco a poco se apagaba; moví las brasas y puse algo de leña para que encendendiera otra vez.
—Hablemos en otro momento.
—¿Cuándo es otro momento, Adrien? ¿Cuándo vuelvas del trabajo? ¿Cuándo no tengas que hacer horas extra? ¿Cuándo no estés cansado o de mal humor?
—Cualquier momento menos ahora, porque lo que menos quiero es comenzar otra discusión.
—Yo tampoco quiero discutir. —apareció a mi lado cubierta otra vez con la manta. —pero quiero... Quiero hablar. —no lo pude evitar, miré su silueta contra el cálido color que le regalaba el fuego. —quiero... —se dejó caer a mi lado y con ambas manos sujetó la mía, estaban frías. —quiero que nosotros... —quité sus manos y me levanté hacia la pequeña repisa al lado de una de las ventanas.
—¿Quieres que hablemos? —pregunté tomando la botella de whisky de la repisa, volteandome hacia ella. Marinette observó en silencio el licor en mis manos.
—Tenemos muy poco aguante con el alcohol, lo sabes. —me encogí de hombros.
—¿Qué es lo peor que puede pasar en medio de la nada?
∙.◦.◦.◦°.∙:❄️:∙.°◦.◦.◦.∙
Quién hubiera imaginado que terminaríamos como dos adolescentes jugando a verdad, reto o confesión. La risa de Marinette con cada pregunta estúpida que hacíamos era inigualable y ya se notaba que ambos estábamos pasados de copas. Nunca fuimos buenos bebiendo, de por sí no nos gustaba el sabor del alcohol y en las fiestas nos turnabamos para que uno cuidara al otro.
Las reglas las habíamos inventado durante el transcurso del juego, si no respondías una pregunta o no hacías el reto, debías beber un trago de whisky, y la confesión era sólo en caso de querer compensar la falta de respuesta o acto, así no teníamos que beber demás.
—¿Fuiste tu quién se comió los bombones de mi madre en Navidad? —no pude aguantar la risa y asentí con la cabeza.
—No te hagas, eso ya lo sabías. —Marinette abrió la boca y me golpeó sin mucha fuerza.
—El perro tuvo que dormir afuera por tu culpa.
—El perro tampoco era inocente del todo, fue mi cómplice. —negó con la cabeza sin dejar de sonreír. —me toca, me toca. —rellené los pequeños vasos y levanté mi mano para chocarlos en breve. —¿Por qué dejaste tus clases de danza? —sus azules se oscurecieron un poco y el ambiente se volvió algo triste, noté que tuvo la intención de beber el trago pero lo evité.
—Hey, eso es romper las reglas. —gruñó frunciendo sus cejas.
—Sólo quiero saber... Nunca fuiste clara al respecto.
—Fue porque... El profesor me acosaba. —bajó su cabeza y bebió de todos modos el licor. —me sentía incómoda, los acercamientos eran cada vez más inapropiados y cuando quise decirle a alguien me tomaron por loca, dijeron que me estaba creyendo mucho el cuento. Le dije a mi profesor que tomara más distancia, y eso sólo provocó que me mostrara su verdadera cara.
—¿Por qué nunca me dijiste esto?
—Porque es el pasado, no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Nadie me creería.
—Yo sí, Marinette. Obviamente yo te creería.
—Me daba vergüenza, no me sentía lo suficientemente buena como para que creyeran que él tenía otro interés en mi. ¿Cómo podría decirte algo así? Estábamos comenzando a salir, lo mejor era sólo dejarlo y decirte que me había aburrido de bailar.
—No es justo que dejaras algo que te gustaba por culpa de ese... Ni siquiera se como llamarlo. Podría haberlo puesto en su lugar...
—Lo pensé en su momento, pero no quería ser una molestia para ti. —formó una línea con sus labios, pero rápidamente golpeó sus rodillas. —bien, me toca preguntar. —¿alguna vez comiste una hormiga por accidente? —casi escupí saliva por su pregunta.
—¿Qué? ¿Eso te pasó a ti? —volví a reír e hizo un puchero. —cuéntame.
—Creo que se te olvidan las reglas del juego.
—Pues no, creo que nunca he comido una hormiga. Listo.
—Bien, que tramposo... —bufó. —No estoy segura del todo, pero recuerdo vagamente un sabor picante en una cuchara con una especie de dulce. Supongo que debo haber tenido unos tres años, y siempre me habían gustado los dulces.
—Sabine debe haber sufrido mucho con una niña traviesa como tú.
—¡Oye! —me empujó brevemente y me dejé llevar por el movimiento, el alcohol ya hacía efecto, me sentía ligero. —quiero acotar que desde ese momento estoy traumada con las hormigas, no que me den miedo, pero si siento la culpa de haberme comido el familiar de alguien.
—Cuando tenía trece me tragué un mosquito mientras andaba en bicicleta, fue asqueroso. —ahora fue su turno de reír.
Su voz hizo eco en mi cabeza y los recuerdos comenzaron a transportarme años atrás, en donde nuestra única preocupación era el cuándo podríamos vernos.
—Eso cuenta como confesión, así que me toca preguntar.
—Que tramposa eres. —llené su vaso ligeramente. —procede.
—¿Por qué no me dijiste que cenaste con tu colega aquella vez? —respiré profundamente, me incomodaba el tema, pero ya estaba medio ebrio... Supongo que eso me hizo responder.
—Mmh... No lo sé, creo que no me parecía importante. ¿Tú por qué no me hablarte de tu "amigo"?
—Supongo que por culpa... Porque no estaba bien y porque temía tu reacción. No quería que me juzgaras antes de tiempo. —bebí porque sí.
—¿Han salido juntos? —negó con la cabeza.
—Trabaja en una cafetería a la que voy con frecuencia, cuando no hay mucha gente se sienta a hablar conmigo. Desde que le dije que era casada ha respetado nuestro matrimonio en todos los sentidos. Es una buena persona.
—¿Te gusta esa persona? —miró su vaso unos segundos antes de responderme.
—¿Qué es exactamente gustar? Es agradable hablar con él; supongo que es grato hablar de tus problemas con alguien fuera de tu círculo habitual. No niego que me parezca atractivo, pero no va por ahí lo que quiero expresar. —estuve dispuesto a seguir preguntando, pero me ganó. —¿qué hay de ti? ¿Ella te gusta? —aclaré mi garganta.
—Bueno... Digamos que Kagami. —rodó los ojos, pude notar que le molestaba que dijera su nombre. —es una mujer fantástica, elocuente, directa... Es lo que cualquiera querría para establecerse, pero no lo que yo quisiera. Estoy casado, por si lo habías olvidado. —contuve mi risa al ver como su expresión molesta poco a poco se volvía confusa y sorprendida. —de hecho si mi esposa nos ve aquí tan cerca es posible que se ponga celosa. —susurré cerca de su oído y reí.
—No creo que a tu esposa le moleste que esté contigo. —giró su rostro, su nariz casi rozó la mía y me perdí en su esencia un momento. —¿La haz tocado? —murmuró viéndome fijamente y negué con la cabeza. —¿intentó propasarse contigo?
—No puedo decir que ella sea como tú amigo santo, pero si que sabe muy bien sus límites.
—Eso no responde mi pregunta, Adrien.
—¿Para qué quieres saberlo? ¿Vas a hacerle una escena o algo así? —balbuceé, la lengua comenzaba a pesarme. —mientras la mentenga al margen no hay problema, ¿o si?
—No me gusta.
—Pues a mi tampoco me gusta mucho tu amigo que digamos. Pensar que te ves con él... Me hace hervir la sangre. —tomé su mentón con fuerza y frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Porqué soy tu esposa? ¿O es que me dirás que aún te gusto?
—Gustarme... —no sé porqué me reí con su pregunta, supongo que porque no se daba cuenta que yo la amaba más que nada en el mundo. 'Gustar' es una palabra muy pequeña. Volví a beber, sin responder su pregunta y se molestó o quizás se puso triste. —¿qué pasa con esa cara? —moví su rostro con mis dedos, pero quitó con brusquedad mi agarre.
—Que nunca eres claro... Q-que... No te pones en mi lugar. —suspiré, me pareció gracioso otra vez. —no te rías, puede que estemos ebrios pero no lo suficiente como para no saber que decimos.—Volví a reír y esta vez bufó levantándose, la sujeté poniéndome de pie porque se tambaleó. —todo me da vueltas.
—Ven, ven, si te paras así de rápido terminarás vomitando toda la sala. —se giró en mi dirección e hizo un puchero viéndome hacia arriba, apreté sus hombros y una idea estúpida pasó por mi cabeza. —te reto a bailar con otro trago más. —hablé por lo bajo, acercándome a su rostro.
—¿Te volviste loco, Adrien? —sacudió su cabeza sujetándose de mis antebrazos. —moriré en el intento. Ni siquiera hemos comido algo. —se puso a reír.
—Cobarde. —canturreé y se soltó de mi, yendo hacia el espacio abierto detrás del sofá. Marinette se sirvió otro trago y abrió sus brazos luego de dejar en el suelo la copita. Aplaudí cuando hizo un giro un poco desorientada, se recompuso pero luego cayó de rodillas y fui rápidamente hacia donde ella. —¿todo bien aquí abajo? —pregunté agachandome para ayudarle a levantarse.
—Estaba en las nubes un momento. —sus manos se sujetaron de mis hombros y la alcé de su cintura. No dejaba de reír, hasta que conectó sus ojos con los míos. —Adrien... —susurró. —te reto a bailar conmigo.
—El único baile que me sé es el vals de nuestra boda. —sus dedos subieron hasta mi cabello en la nuca, erizando por completo mi columna.
—No necesitas nada más para cumplir el reto. —apoyó su mejilla en mi pecho y comenzamos a balancearnos, recreando un muy burdo intento de nuestro baile de bodas, alcoholizados y al borde del divorcio. —lo hiciste muy bien esa vez...
—Estaba nervioso... Había ensayado toda la semana y no quería arruinarlo. —respiré su cabello y cerré mis ojos un momento. El olor que desprendía me encantaba. —tu estabas... Increíblemente hermosa. Fue como ver un ángel entrando por la iglesia, nunca podré borrar esa imagen de mi cabeza.
—Yo... Siempre sentí que eras inalcanzable para mi y de un momento a otro nos estábamos casando. Tan pulcro con tu traje; decidiste peinar tu cabello y de todos modos se hizo el difícil, aunque te quedaba muy bien, estabas muy guapo. Y... Nuestros anillos... —se separó un poco y miró su mano izquierda sobre mi pecho. —los grabaste... —sus ojos se juntaron al observar el anillo de oro en su dedo, el mismo que yo compartía y llevaba a todos lados.
—Marinette... —tomé su mano y la acerqué a mi desde su cintura. Ahora sus azules me vieron en completo silencio. —te reto... a que me beses. —un dolor se centró en mi pecho los pocos segundos que se demoraba en asimilar lo que dije, y es que el impulso de mis palabras sólo podía justificarlo con el hecho de estar a penas sosteniendome en pie.
Sus manos se movieron con rapidez y tomaron mi rostro, uniendo sus labios con los míos. El calor subió a mis mejillas, sabía a whisky y aún así me parecía lo más adictivo del mundo sentir su lengua acariciar la mía. Sonreí dejándome llevar por mi ebriedad y su respiración acelerada; me permití ver su rostro cuando nos separamos, se iluminó con la tenue luz que nos regalaba la chimenea; fue lo más mágico que mis ojos vieron en mucho tiempo. Aceleró mi corazón.
Apoyé mi frente en la suya unos segundos y volví a buscar su boca, quitándole el aire sin miramientos, puse una de mis manos en su nuca para que no se alejara; Marinette correspondió otra vez.
Mis manos se pusieron inquietas, quería tocarla, quería acariciarla, quería... Quería poseerla en todos los sentidos posibles y es que no era suficiente sólo sus labios.
Mis dedos se inmiscuyeron por el borde del pantalón de pijama que traía, tantearon su espalda baja y un gemido leve se escapó por su garganta chocando contra mis labios; ese mínimo sonido acabó con mi cordura, quería más, más de esos sonidos, más de su cuerpo temblando por mis manos, más de sus besos; quería más de ella.
—Adrien... —mi nombre se oyó tan placentero con su voz que me hizo estremecer. —tócame.
No pude contenerlo más, algo se encendió dentro de mi... Algo que hizo que mis manos acabaran por meterse bajo la tela y tomaran su trasero con fuerza. La apegué a mi cuerpo, mi entrepierna dolió por lo firme que estaba y por el simple hecho de rozarme entre sus piernas.
Nunca pude descubrir qué tenía Marinette que me hacía caer ante ella sin importar nada, porque ella simplemente podía decir "tócame" y yo ya estaba queriendo estallar sin control alguno. Sentirla cerca se sentía tan bien... Incluso cuando discutíamos disfrutaba muy dentro de mi su cercanía, posiblemente era una completa locura, no lo sé, pero lo que sí sé es que ahora la necesitaba con desesperación.
Una de mis manos se deslizó por la suave piel de sus glúteos hacia el centro entre sus piernas, el gemido que escapó de su boca terminó de nublar todos mis sentidos. Estaba húmeda, con sus mejillas tiernamente llameando y su voz diciendo mi nombre en busca de más placer.
Mordió mi labio inferior ligeramente, tomó una pequeña distancia, desabrochó mi cinturón tirándolo al suelo y dejó un camino de besos por mi cuello deslizando mi pantalón hasta mis tobillos.
—Marinette... —murmuré con el calor sofocandome y un hormigueo golpeando mi pecho; viendo como lentamente se agachaba frente a mi. —¿vas a... ?—asintió dejando un beso sobre mi intimidad.
Quería dejarme llevar, quería sentir su boca como hace mucho no lo hacía y que me diera el placer que ella misma disfrutaba, pero no podía. Di un paso hacia atrás, terminando de quitar mi pantalón por completo y me incliné un poco tomando su mano, me miró desconcertada hasta que la arrastré hacia la habitación con movimientos torpes y desorientados. Cerré la puerta de golpe, la empujé sobre la cama y lejos de verme con miedo, sólo percibí el deseo de comernos a besos infinitamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro