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Capítulo 2: Marinette

Ya fue suficiente. Era un terco por donde sea que lo vieran, ¿es que no podía simplemente quedarse quieto hasta verificar que realmente no tenía nada en la cabeza?

Si tan sólo me hubiera hecho caso, no estaríamos en medio de la nada con una próxima tormenta; aunque, quizás nunca me hubiera enterado de este lugar de no haber tenido el accidente...

No sé cuánto tiempo pasó desde que me vine a la cama, pero había sido el suficiente como para que mi estómago gruñiera de hambre. Miré un momento a la nada en la habitación, con todas las fuerzas del mundo hice el tapado a un lado para levantarme y me cubrí con una manta por el frío que hacía; la madera crujió con mis pasos y cuando logré llegar a la puerta, miré por el borde antes de abrirla por completo. Logré ver a Adrien sentado en el sofá frente a la chimenea, la cual ya casi no tenía fuego; estaba dormido y como acostumbra, no se había cubierto con nada. Suspiré y rodé los ojos, yendo hacia la cocina para encontrar algo de comer, Adrien dejó su plato casi lleno sobre la mesa, mejor para mi.

Calenté la comida en el microondas, esperé algo impaciente. Luego de comer y lavar los platos, me dispuse a volver a la habitación, no me quedaría congelando por más tiempo, eché un vistazo hacia la oscuridad de la noche por la ventana; no sé porqué razón lo hice si me aterra en todo sentido, así que apresuré mis pasos por mi imaginación infantil, mas ver a Adrien moverse un poco me detuvo. Detestaba que se quedara dormido en el sofá, podía enfermarse; ya lo habíamos discutido hasta el cansancio, pero tal parece que todo lo que le digo no le interesa.

—Adrien. —hablé por lo bajo. —Adrien, acuéstate. —movió sus ojos bajo sus párpados. —Adrien, te vas a enfermar aquí. —repetí. Al ver que no me hacía caso, moví un poco su hombro y tomó mi mano casi al instante, viéndome fijamente con una expresión amenazante.

—Marinette... Disculpa. —me soltó y cubrí aún más mi cuerpo con la manta. —pensé que... Olvídalo. —y ahí estaba otra vez, sin terminar lo que diría. Cuando hace eso siento que cree que no entenderé lo que sea que tenga para decir. —¿me hablaste?

—No realmente. —me di media vuelta y entré a la habitación, así mismo como estaba enrollada con la manta me recosté nuevamente, reprimiendo mis labios para no quejarme de él otra vez.

Unos minutos más tarde sentí que Adrien se recostaba al lado mío; lo miré sobre mi hombro, pero me daba la espalda. Como era costumbre... Me quedaría esperando un "buenas noches" de su parte, uno que nunca llegaría, al igual que un beso.

No estaba segura qué pasaría con nuestro matrimonio... Tenía miedo, porque cada vez lo siento más lejos de mí y no estoy segura si es porque lo perdí por alguien o simplemente porque el amor se había desgastado lo suficiente como para que ya no me soportara.

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Quería llorar, algo muy dentro de mi me lo exigía, sobretodo cuando lo veía dormir tan pacíficamente, tan lindo como siempre; como si fuera un niño pequeño, sus labios entreabiertos y sus mechones rubios cubriendo sus largas pestañas. Todo él me dolía tan profundamente que lo odiaba.

—¿Por qué tienes este lugar? —cuestioné oprimiendo mis labios. —¿a quién traerías aquí? ¿Acaso a... ella?

No era tonta, sabía que había alguien más en su vida. Una noche mi mejor amiga me invitó a cenar y lo vi en el restaurante con una mujer, obviamente él no se percató de mi presencia, pero eso no quiere decir que yo no notara las intenciones de ella, sobretodo al oír sin querer cierta conversación sobre nuestro matrimonio.

Sinceramente tenía ganas de golpearlo ahora mismo, los celos me estaban comiendo por dentro. ¿Por qué no decirme que salió con alguien esa noche? ¿Por qué no habla de una vez las cosas y me pide el divorcio?

A veces me siento culpable de que nuestro matrimonio esté en picada, y es que de todos los sueños que teníamos, no hemos cumplido ninguno.

—Marinette... —murmuró frunciendo el entrecejo levemente, como si tuviera una pesadilla. Tenía esa costumbre de hablar dormido, las primeras veces decía cosas graciosas, hablaba de comida o se le escapaba algún 'te quiero', pero últimamente no hacía más que decir mi nombre como si le doliera el estómago.

Aparté la mirada y vi hacia afuera por la ventana, todo estaba a oscuras aún, pero sabía que la tormenta no había cesado por el sonido del viento golpeando el cristal. Un malestar se instaló en mi estómago pensando que si no paraba la nieve, quedaríamos completamente encerrados aquí. Cerré mis ojos con fuerza para dejar de ver la oscuridad por la ventana y contuve el aire un momento.

—¿Sigues despierta? —oí la somnolienta voz de Adrien a mi lado; abrí mis ojos y me recosté boca arriba sin verlo.

—Es difícil conciliar el sueño al pensar que la nieve cubrirá toda la casa. —guardó silencio, creí que al menos tendría el privilegio de oír su risa por mi comentario, pero no fue así; creo que nada de lo que digo le parece divertido a estas alturas.

—Mañana quitaré la nieve; hay palas en la bodega.

—Bien. —luego de unos segundos tomé asiento en la cama. —¿vas a decirme por qué compraste este lugar?

—Marinette. —se quejó dándome la espalda. —hablemos de eso mañana.

—No quiero hablarlo mañana, quiero que me lo digas ahora. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Desde cuando tienes este lugar? ¿Cuántas veces viniste antes? Debieron ser varias para tener bien amoblado el sitio. Incluso tienes ropa aquí.

—Marinette. —volvió a quejarse con mi nombre y tiré un poco de mi cabello en la desesperación.

—Quiero saber...

—¿Por qué te importa tanto? —cuestionó con un tono molesto.

—Porque no me lo dijiste.

—¿Estoy obligado a contarte todo? —esa simple pregunta se incrustó en mi corazón. Era una molestia o al menos así me sentía en este momento.

—No, no estás obligado. Pero siempre hemos compartido cosas...

—Por favor Marinette, hace mucho que dejamos de compartirnos cosas.

—Eres tan... Tan...

—¡¿Tan qué?! —también tomó asiento y volteó a verme.

—Tan insensible. —no pude aguantarlo más, dejé las lágrimas caer; aunque después me sintiera estúpida por dejarme ver vulnerable, no importaba. Sólo quería que me dijera la verdad, nada más que eso para acabar de una vez por todas con este martirio. Un quejido se escapó por mi garganta y el llanto poco duró encerrado entre mis labios.

Sus ojos por primera vez en mucho tiempo me vieron con culpa, acercó su mano a mi rostro pero lo empujé lo suficiente para salir corriendo de la habitación. No quería verlo, no ahora.

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Mantuve mis ojos en las brasas de la chimenea; tenía frío, pero no volvería a la cama ni aunque estuviera a la interperie. Limpié mis mejillas con mis dedos, odiaba llorar delante de él... No sé cómo es que antes podía hacerlo sin vergüenza alguna; supongo que cuando te sientes una molestia para esa persona, evitas todo tipo de situaciones incómodas.

Me abracé a mi misma, buscando darme algo de calor. Por como salí corriendo no me dio tiempo de traer la manta conmigo.

La puerta de la habitación sonó a mis espaldas, me erguí en el sofá y no volteé siquiera un poco en su dirección. Los pasos de Adrien crujieron en el suelo, lo seguí con mis oídos hasta la cocina donde claramente se detuvo y comenzó a abrir algunas puertas de la alacena. De repente algo cubrió mi cabeza hasta tocar el suelo, descubrí mi rostro viendo la manta en la que estaba enrollada hace un rato, luego su cabello rubio estaba frente a mi.

Adrien se agachó a la altura de la chimenea comenzando a mover las brasas, puso leña y sopló lo suficiente para que encendiera el fuego nuevamente. No salió una sola palabra de mi boca y de la suya tampoco; volvió a ir a la cocina y regresó con dos tazas de café, me extendió una, tomando asiento a mi lado después de que la recibiera por reflejo.

Lo observé de reojo; el fuego se reflejaba en sus verdes de una manera muy melancólica. Estaba cansada...

—La única razón por la que compré este lugar fue para estar lejos de la ciudad y el trabajo. No hay alguna razón oculta, Marinette. —guardé silencio, sólo pude mirar el tazón en mis manos. —yo...

—No te creo. —murmuré.

—¿Cómo?

—Dije que no te creo. ¿Por qué no decirme si fue así?

—Porque todo lo que hago te molesta.

—No, no se trata de eso. Tu simplemente no me cuentas nada de lo que haces; prefiero que me digas de una vez que soy una molestia para ti y que este lugar nunca pensabas mostrarmelo.

—¿Por qué pones palabras en mi boca que nunca he dicho?

—Porque no eres sincero... P-porque... Adrien, ¿qué es lo que realmente piensas de mi?

—No entiendo.

Mi pecho dolió otra vez, así que dejé el café bajo el sofá para no derramar nada; giré mi cabeza en su dirección.

—¿Quieres el divorcio? —pregunté con todas mis fuerzas.

—¿Eso es lo que tu quieres?

No lo entiendo... Intento entenderlo pero no puedo. ¿No puede darme una respuesta más certera que otra pregunta?

—Lo único que quiero es que seas sincero conmigo. Quiero que me digas la verdad sin importar cuan dolorosa sea.

—Ya... —me vio algo desconcertado y suspiró. —es sólo que nunca te he mentido. —quise reír, pero no logró salirme del todo.

—¿Hay alguien más? ¿Conociste a alguien más? —rascó su nuca, clara señal de que había dado en el clavo. Formó una mueca y respiró profundo. —quiero saberlo...

—Sí, conocí a alguien.

Lo sabía... Sabía que ese silencio que hizo cuando esa chica le habló de nuestro matrimonio no era por nada.

—Es alguien de mi trabajo, una buena amiga a decir verdad. —ya no quería oírlo más, no sé si era masoquista por haberle preguntado, aún sabiendo su posible respuesta. —me ha escuchado este último tiempo, y aunque ella me dijo su verdadero interés en mi, yo no puedo corresponderle más que como un amigo. —Me puse de pie, fue más difícil de lo que creí. — ¿Marinette?

—Entiendo... —respondí por lo bajo y lo dejé solo en la sala.

Adrien no volvió a la habitación lo que quedaba de noche y yo por mi lado sólo pude quedarme viendo el techo, hasta que la luz entró por la ventana.

Cuando dos personas no están en sincronía, no hay manera en la que puedan reprocharse algo con el suficiente peso en ambos, ¿pero por qué dolía tanto entonces?

Me dolía, me dolía demasiado y al mismo tiempo me sentía hipócrita, porque Adrien no fue el único que buscó consuelo en alguien más. La situación sólo me hizo pensar que yo no hice lo suficiente para él, porque de haber estado como su esposa... No habría tenido la necesidad de estar con alguien más; y era tan estúpidamente mutuo el asunto, pero aún así no podía quejarme.

Es cierto cuando dicen que las relaciones largas tienden a desgastarse, la rutina se vuelve un juego casi mortal; nunca pensé que algo así nos pasaría, y es que nosotros éramos tan... Mágicos.

A este paso la nieve llegaría a la altura de la ventana si la tormenta no se detenía. Adrien apareció del otro lado del cristal con una pala en sus manos, sus mejillas y nariz estaban rojas por el frío; comenzó a mover la nieve del pórtico, sus ojos se cruzaron con los míos cuando miró hacia dentro, exhaló el aire evaporandolo al instante. No pude soportar su mirada por más tiempo, acabé viendo las sábanas de la cama, donde su calor no estaba y un muro nos separaba.

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Llevábamos casi tres días aquí y creo que ya me he acostumbrado al silencio del bosque, es bastante terapéutico para ser sincera, lejos del trabajo y la ruidosa ciudad. Adrien no ha dormido en la habitación desde esa última conversación que tuvimos, creo que ya tomó su decisión.

Por la mañana suele ir al bosque a buscar leña, me gustaría decirle que quiero acompañarlo, pero eso sólo haría las cosas más incómodas, ya que evitarme era algo evidente en él.

Me hice una taza de té, el café ya me tenía un poco hostigada, además que de por si ya dormía mal. Fui al pórtico y tomé asiento en una de las sillas casi congeladas que estaba ubicada a la perfección en dirección al bosque. Me daba bastante miedo quedarme sola en la casa, pero no se lo diría a Adrien, lo único que lograría es que me dijera que exageraba, así que mejor lo esperaría como si realmente no lo hiciera.

Una fina capa de nieve cubría su cabeza, bajo sus brazos traía un par de troncos y un hacha. Se detuvo unos segundos al verme, pero continuó casi al instante en silencio, sacudió sus botas en el piso de madera y soltó la leña en el lado opuesto al que estaba yo.

—Queda poca leña seca. —comentó por lo bajo, ordenando los tronquitos al lado de la puerta. —tendremos que ahorrar un poco.

—Tal vez si durmieras en la habitación por la noche... —nos quedamos mirando en silencio. Su rostro se veía algo sorprendido. —¿qué?

—No creí que quisieras... Ya sabes, que me quede en la habitación.

—Si pasas la noche en la sala, es un poco obvio que tendrás que encender la chimenea y habrá menos leña.

—No me refería a eso...

—Si no quieres, no soy nadie para obligarte. Si dormir conmigo te genera un problema, sigue durmiendo en el sofá. —me levanté de la silla y fui hacia la cocina a verter mi taza.

—¿A que te refieres con generarme un problema? —de repente lo oí a mis espaldas, di un salto por el susto.

—No lo sé, tu sabrás.

—Marinette, ¿acaso te refieres a Kagami? —me hirvió la sangre que sólo mencionara su nombre. —si es así, déjame decirte lo equivocada que estás. —comencé a lavar el tazón, ignorandolo. —Marinette, mírame.

—Es tu asunto, no el mío. —detuvo mi mano e hizo que me volteara. —¿qué?

—No hay nada entre ella y yo. No ha pasado ni pasará nada. —su agarre en mi muñeca se volvió más duro.

—¿No crees que estás hablando muy pronto? —sus cejas se fruncieron algo confundidas.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando te pregunté si había alguien más... ¿Crees que lo hice al azar? Sabía perfectamente que era cierto, no sólo porque en la empresa hablan de eso en mis narices, sino porque yo misma te vi con ella.

—Marinette... Nunca te he mentido.

—Omitir lastima casi tanto como mentir. —me solté de su agarre. —si quieres ir con ella dímelo de una vez, se sincero.

—¡Que no! ¿De verdad es muy difícil de entender para ti? Kagami es sólo una colega del trabajo.

—¿Te parece bonita?

—¿Qué?

—Que si te parece bonita. ¿Te gusta? ¿Es agradable?

—No voy a responderte eso.

—¿Por qué no? ¿Cuál es el problema? Son sólo unas preguntas.

—Preguntas que no vienen al caso. Yo ya te dije lo que tenías que saber al respecto.

—Bien, entonces yo te diré que me gusta alguien. —guardó silencio dando un paso hacia atrás, luego simplemente rió por lo bajo entre dientes, como si lo que hubiera dicho fuera lo más gracioso del mundo. —¿de que te ríes?

—Obviamente de ti.

—Hablo en serio. Conocí a alguien... Alguien que me escucha, alguien que me entiende y no me juzga. Alguien que me da atención.

Sentía que una bomba explotaría en mi estómago, no estaba segura si había gritado, pero todo se sentía tan horriblemente desgarrador en mi garganta y es que el rostro de Adrien no era nada que hubiera visto antes. Puedo resumir su expresión en dos palabras; confusión y desconcierto.

—¿Te quedarás callado?

—¿Qué quieres que te diga? Acabas de decirme que estás con otra persona y que soy el único estúpido que sigue respetando nuestro matrimonio.

—Te equivocas. No le he correspondido nunca, ¿y sabes que hizo él? —Sus cejas se fruncieron lo suficiente como para sentir una corriente recorrer ni columna. —él dijo que no importaba la decisión que tomara, que me apoyaría.

—¿Y esperas que le aplauda? —se jactó con burla. —él te apoyaría en tu decisión... ¿Se refiere a nuestro matrimonio? ¿Incluso aceptaría si no te vas con él?

—Claro que sí.

—Ya veo... Entonces, si tan feliz te hace... No sé porqué mierda me molesté en que fuéramos al cumpleaños de tu madre. —se dio media vuelta, pero no estaba dispuesta a que esta conversación quedara así.

—Adrien, no hemos terminado de hablar. —abrió la puerta principal y salió más rápido por la nieve; lo seguí sin importarme el frío que hacía, y mucho menos que se emparara el pantalón de pijama que traía. —¡Adrien!

—¡¿Qué más quieres hablar, Marinette?! ¡Todo ha quedado muy claro! —me gritó hacia atrás, sin dejar de caminar hacia el bosque. —¡si tanto querías el divorcio te hubieras ahorrado todas esas preguntas y discusiones! —agitó sus brazos en el aire.

—¡Eres un...! ¡Eres un estúpido! —tomé nieve del suelo con mis manos desnudas y se la arrojé en la espalda. —¡eres un inconsciente! ¡Ciego! —volví a recoger nieve, esta vez dándole en la cabeza. —¡ni siquiera me escuchas! ¡¿Crees que si quisiera estar con él estaría aquí contigo?! —volteó.

—Eso sólo tú lo sabes. —contuve la respiración para calmarme o estoy segura que buscaría una piedra para arrojarla a su cabeza.

—Él... Él me dijo que arreglara las cosas contigo.

—¡Que generoso! ¡Resulta que es un santo! ¡Pues si tanto te gusta, vete con él de una vez! —me apuntó con sus manos, podía notar el enojo en sus ojos.

—De verdad que no se puede hablar contigo.

Mis mejillas comenzaron a quemar casi tanto como las puntas de mis dedos. Miré mis manos, estaban completamente rojas y mis piernas no respondían del todo. Lo único que Adrien hacía era mantener su postura rígida a unos cuantos pasos de distancia, el viento soplaba con fuerza, despeinando sus cabellos cubiertos por cristales de hielo y nieve.

—¿Qué más quieres de mi, Marinette? —preguntó en un tono más bajo, casi no habían salido las palabras de su garganta.

—Nada... Al menos nada que pueda decirte.

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