Capítulo 1: Adrien
Posiblemente estaríamos en una de las peores situaciones de nuestras vidas, incluso cuando casi se incendia la casa no se comparaba con esto; entre morir quemado y morir congelado, ¿cuál era una mejor opción? ¡Esto era catastrófico en todos los sentidos posibles!
Mis ojos estaban abiertos hasta más no poder, viendo el parabrizas cubierto completamente de una gruesa y blanca capa de nieve, mi corazón no dejaba de retumbar en mis oídos; respiré profundo y giré mi cabeza en cosa de segundos hacia mi costado, viendo como Marinette con una expresión asustada llevaba ambas manos a su pecho, respirando agitada.
—¿Estás bien? —pregunté con un timbre más agudo de lo normal en mi voz. —Marinette, respondeme.
—T-tú... —susurró. —yo estoy bien, ¿tú estás bien? —volteó por primera vez hacia mi dirección. Sus ojos azules estaban al borde del llanto, incluso sus mejillas habían logrado tomar un color rojo por el mismo motivo.
Luego de un largo silencio entre los dos, Marinette se quedó petrificada viendo mi frente, llevé una de mis manos temblorosas hacia arriba de mi ceja y toqué extrañado para después ver que tenía un poco de sangre en mis dedos. Mi cabeza había chocado contra el volante, aunque la verdad no sentía dolor ni nada; me miré en el espejo retrovisor, no se veía que fuera algo grave.
—Estoy bien, no pasa nada. —intenté aligerar el ambiente y decidí abrir la puerta a mi costado.
—¿A dónde vas? —bajé del auto sin prestarle mucha atención a lo que decía, ella me siguió y quedó mirando el capó destrozado frente a nosotros, estrellado contra un enorme árbol. —Adrien, quédate quieto. Te golpeaste la cabeza, no hagas movimientos bruscos.
—Estoy bien. —repetí, viendo frustrado mi auto hecho trizas. —maldita sea...
—¡Eres un terco! —me gritó desde el otro lado y respiré profundo; no era momento de entrar en discusión, estábamos prácticamente en medio de la nada, con nieve por todos lados, sin vehículo ni comunicación y con una tormenta inminente.
—Te dije que estoy bien, por favor no grites. Intentemos buscar algo de señal para llamar a alguien. —Marinette rodó los ojos y alzó sus brazos exasperada.
—¡¿A quién se supone que llamaremos en medio de la nada?! —la ignoré otra vez, buscando dentro del auto mi celular, el cual estaba muerto en señal, no tenía ni una mísera barra.
—¿Podrías dejar de quejarte? —murmuré por lo bajo, pero ella de todos modos me escuchó.
—¿Y cómo quieres que esté? ¡Acabamos de casi matarnos contra un árbol y tú no te quedas quieto! ¡Te golpeaste la cabeza!
—¡Ya sé! Pero intento actuar ante la situación en vez de quedarme haciendo nada. —tomé mi chaqueta del asiento trasero y me la puse sin verla en ningún momento.
—¿Dices que yo no hago nada? —Acabé por tomar todas las cosas "importantes", incluidas las llaves y cerré de golpe la puerta, ahora si viendo sus ojos cargados de furia.
—Digo que no me pienso quedar aquí congelandome. —me puse el gorro de la chaqueta y froté mis manos para intentar ahuyentar el frío, las metí en mis bolsillos y comencé a subir hacia la carretera; lo bueno que no caímos tanto cuesta abajo.
—¡O-oye! —la oí gritarme, pero no me detuve. Mis pies se hundían en la nieve, y por lo mismo mi pantalón se mojó hasta mis rodillas; escuché como Marinette cerraba la puerta del auto y como sus pasos me seguían detrás. —¡Adrien! ¡Adrien!
—¡¿Qué?! —volteé con el ceño fruncido y la vi en el suelo con las manos en la nieve; suspiré con cansancio y me devolví tomándola del brazo, pero cuando se levantó se soltó de mi agarre con brusquedad. Marinette me dio una mirada molesta que no lograba entender del todo y se adelantó a mi paso; me quedé unos segundos observándola, hasta que entré en razón y seguí subiendo.
Ella fue la primera en llegar a la carretera, podía verse el hielo en el asfalto, al igual que las marcas de los neumáticos por donde cayó el auto; miré hacia abajo y pensé muy internamente que realmente tuvimos suerte.
—¡Ayuda! ¡¿Hay alguien aquí?! ¡Necesitamos ayuda! —Marinette gritó a todo pulmón en medio de la calle; yo sólo hice una mueca y comencé a caminar.
—Nadie te oirá. —le hablé a mis espaldas y se acercó rápidamente, lo supe por como sus pisadas sonaban en la nieve.
—No lo sabremos hasta intentarlo.
—Estamos a kilómetros del pueblo más cercano y la única forma de contactarse es por medio de una radio, la cual no tenemos. —sus pasos se detuvieron e hice lo mismo, girando mi cabeza lo suficiente para verla; su pantalón también estaba mojado hasta sus rodillas, debíamos apresurarnos o nos congelariamos.
—¿Entonces por qué intentaste llamar si sabías que no habría señal?
—Porque a veces de milagro hay aunque sea una barra para llamar a emergencias. —apretó sus manos con fuerza, sus mejillas estaban rojas, pero no estaba seguro si era por las bajas temperaturas o porque estaba enojada. —vamos, ¿o prefieres quedarte aquí? —una mueca se formó en su boca y me alcanzó, quedando a como un metro de distancia a mi lado.
El viento se volvía más fuerte mientras más nos acercábamos a la montaña, podía sentir como me quemaba la nariz, aunque la intentase ocultar en el cuello de mi chaqueta; mis ojos dolían por el constante color blanco frente a nosotros; parecía que no avanzábamos nada, pero llevábamos como una hora caminando y mi sentido de la orientación era bueno, así que sabía exactamente donde estábamos.
—Maldita sea. —Marinette casi no podía hablar, sus pestañas estaban cubiertas de pequeños cristales de hielo y nieve. —esto es una porquería, mejor nos hubiéramos quedado en el auto.
—¿Y morir enterrados en la nieve? Por si no estabas al tanto, se aproxima una tormenta.
—Pues, no sé porqué demonios tomaste este atajo, si no lo hubieras hecho ya estaríamos con mis padres celebrando el cumpleaños de mamá como quedamos.
—¿Estás diciendo que es mi culpa? ¡Tú eras quien comenzó a pelear mientras conducía!
—¡Porque tu te saliste de la ruta! ¡Mamá y papá de seguro están preocupados por nosotros!
—¡Que no me salí de la ruta! —pisé con fuerza el suelo, estaba frustrado y Marinette definitivamente no me ayudaba en mantener la calma del todo; nada estaba saliendo como lo planeé.
—¿Entonces dónde se supone que estamos? —cuestionó con ironía, pero no le respondí y aceleré el paso lo suficiente para tomar más distancia entre los dos.
∙.◦.◦.◦°.∙:❄️:∙.°◦.◦.◦.∙
Luego de unos minutos más logré ver una cerca en un costado de la carretera, una que conocía muy bien y que estaba con un letrero oculto bajo la nieve.
Me alegré para mis adentros, una sensación de paz me envolvió un instante; di dos saltos para sacudir mi cuerpo y brindarle un espasmo de calor; con pesar saqué las manos de mis bolsillos y salté la cerca de madera. Marinette se quedó del otro lado observandome confusa, bajó un poco el cuello de su casaca, mostrando sus labios morados e incluso casi blancos por el frío.
—¿Qué haces? —le extendí mi mano y dio seis pasos acercándose a la cerca. —se supone que debemos encontrar ayuda, no adentrarnos más al bosque.
—Hay una cabaña a unos veinte minutos caminando.
—No quiero ir ahí, quiero irme a casa y llamar a mamá para disculparme por faltar a su cumpleaños. —solté mi aliento y el poco calor que provoqué contra la tela, le regaló momentáneamente un sensación reconfortante a mis mejillas y mentón.
—Marinette, el pronóstico decía que habría una tormenta, falta poco para que se haga de noche y créeme que nadie andará a estas horas, con este clima y por este sector, por lo menos en tres días. —ella meditó en silencio mis palabras y decidió subir la cerca, me aproximé para ayudarle pero hizo un ademán para que me alejara.
—Puedo yo sola.
—Bien. —no dije nada más y giré hacia el sendero que apenas se veía por la nieve que seguía cayendo.
La luz poco a poco se iba esfumando con cada paso que dábamos y la verdad, el trayecto hacia la cabaña fue bastante más corto que el de la carretera.
La pequeña casa se asomaba entre los árboles, parecía ser una botella de agua en medio del desierto. Cuando estuvimos frente a la puerta introduje las llaves y la abrí rápidamente, nos adentramos enseguida; fui hacia la pequeña cocina y vacié mis bolsillos sobre la mesa que había en el centro.
—Hace tanto frío, creo que voy a morir de hipotermia. —oí a Marinette, mientras terminaba de dejar las llaves del auto en la superficie. —¿cómo es que tienes llaves de este lugar? —su pregunta me enmudeció lo suficiente como para no querer verla y mucho menos responder, pero sabía que seguiría cuestionandome, así que decidí decirle.
—Porque soy el dueño. —sabía que posiblemente su expresión sería de completa confusion y extrañeza; porque nunca le dije que había adquirido este sitio y tenía una buena razón para no hacerlo. —por eso.
—No me lo habías dicho. —murmuró desconcertada; yo por mi parte pasé de ella y abrí la puerta principal.
—Iré a encender el generador y a buscar algo de leña al cuartucho. Mientras quítate esa ropa mojada, en la habitación hay muda de ropa.
—¿Cómo es que...? —cerré la puerta y fui directo hacia el costado derecho de la casa.
El cuartucho era una extensión de la cabaña hecho del mismo material, la puerta de madera tenía un candado, así que introduje otra llave y me adentré; el pequeño generador no fue difícil de encontrar, lo encendí y tomé algunos trozos de leña seca que estaba amontonada en un rincón. Cuando volví a la casa, Marinette no estaba en la pequeña sala, supuse que se estaría cambiando la ropa húmeda, así que me dispuse a encender la chimenea mientras tanto.
—Tú deberías hacer lo mismo. —me exalté un poco, estaba tan concentrado en el calor del fuego que su voz me sorprendió. —la nieve en tu chaqueta se derritió.
—Oh, si. Ya voy. —comenté levantándome. —acércate al fuego y entra en calor. —moví el sofá más cerca de la chimenea, palmeando dos veces el asiento y Marinette asintió acercándose; traía una de mis camisas de algodón puesta, junto unos pantalones de pijama y calcetines de lana. Creo que nunca se lo había dicho, pero me encantaba que usara mi ropa de vez en cuando. —el generador ya está encendido, así que hay luz. —apunté la bombilla arriba de nosotros, ella la miró y luego asintió en silencio.
Fui hacia la única habitación de la cabaña y busqué en los cajones un cambio de ropa, no es que pensara cambiar mi locación y vivir aquí en medio del bosque como un ermitaño, pero si al menos pasar unos días lejos del trabajo y la tediosa ciudad, de las peleas y discusiones abrumadoras, del inminente ser extraños que se conocen muy bien. Porque nuestro matrimonio se estaba yendo a la mierda en todos los sentidos y podía notarlo, no era estúpido, cada vez nos soportabamos menos, cada día discutíamos por lo más insignificante y a estas alturas, creo que ambos sabíamos a donde iría todo esto.
No es que me haya equivocado al cambiar de ruta, es que lo hice apropósito para que estuviéramos unos días aquí y hablar el tema sin que hubieran terceras personas decidiendo por nosotros; se lo comenté a mi suegra en privado, le dije lo suficiente como para que nos disculpara de faltar a su cumpleaños, y como esperaba de Sabine, acabó aceptando con una sonrisa, pensando que sólo quería pasar tiempo a solas con mi esposa lejos de todos.
Quería mucho a Marinette, habíamos compartido cerca de nueve años ya de matrimonio, pero a veces todo llega a un punto donde no hay vuelta atrás, porque el amor y el cariño no son suficientes para mantener una pareja; la indiferencia, las peleas, la distancia y la incertidumbre de qué pasará al día siguiente, son cosas que a la larga te lastiman lo suficiente como para querer soltarlo todo.
—Estaba viendo qué hay en la cocina y... —giré mi cabeza cuando la oí, por un instante me miró a los ojos y luego mi torso desnudo, cerró su boca y se volteó dándome la espalda. —disculpa, pensé que ya estabas listo. —terminé de ponerme la camiseta y pasé de ella hacia la sala.
Las cosas habían cambiado, pocas veces nos veíamos a la cara; éramos tan extraños que ni siquiera la mano nos dábamos; si seguíamos de vez en cuando haciendo la cena o el desayuno juntos, pero comíamos en silencio, rara vez salía algún tema de trabajo y ya después era cada uno por su lado a la hora de dormir.
—Si quieres yo me encargo de cocinar hoy. —comenté mirando hacia afuera, ya estaba oscuro y a penas se diferenciaba el azul del cielo con el negro de los árboles y la nieve.
—¿No me dirás por qué compraste este lugar? —cuestionó de la nada y volteé. No lograba descifrar su rostro, no sabía si estaba molesta o triste, una mezcla de las dos quizás. —sé que tienes tus cosas, pero...
—Exactamente. Si te preocupa si saqué dinero de nuestros ahorros, te aclaro que no.
—Yo no me refería a eso. —frunció el ceño. —¡es que no se puede hablar contigo de nada! ¡Siempre estás a la defensiva!
—¡Porque siempre me acusas de algo! ¡Te molesta todo lo que hago! ¡Hasta porque respiro! —el tono de voz se elevó gradualmente y ya estaba explotando, suficiente me había aguantado este día.
—¡Eres tú el que no me conversa las cosas que hace!
—¡Que estemos casados no me obliga a contarte todo lo que hago como antes! ¡Mucho menos si tu tampoco lo haces!
—¡Bien! ¡Entonces no te cuestionaré nada más! ¡Si quieres trae a quién se te de la gana a este lugar! —se dio media vuelta y caminó enojada hacia la habitación. —¡y no tengo hambre! —cerró la puerta de un portazo, haciendo estremecer todo el lugar.
—Eso dices ahora, pero en un rato cuando se te pase el enojo, te volverá el hambre y estarás hurgando en la cocina como un ratón.
Solté todo el aire que tenía contenido y fui a ver qué podía cocinar; me distraje en eso, acabé haciendo algo sencillo y me mantuve en silencio poniéndole más leña a la chimenea.
Separarnos podría ser la mejor opción para ambos, o más bien para ella; a veces sentía que era lo que Marinette quería, pero no sabía cómo plantearlo y mucho menos como decírmelo. Si terminábamos en divorcio, no me importaría dejarle lo que quisiera, aunque no podía negar que la idea me oprimía el pecho horriblemente; supongo que es normal si llevas mucho tiempo viviendo junto a alguien, pero... Quizás sería lo mejor para ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro