Capítulo 5.
Freya
Brisbane, Australia.
Un mes atrás…
Caía ya finales de febrero, con las lluvias y torrenciales características de la época, las cuales amenazaban con no acabar próximamente. Sin embargo, nunca molestaba que lloviese, ya que Brisbane era considerado uno de los centros turísticos más reconocidos del país por sus amplios parques botánicos y jardines florales, a lo cual era imprescindible siempre esa temporada.
Las calles se encontraban prácticamente desiertas a esas horas, salvo por los pocos transeúntes que disfrutaban del clima de camino a casa luego de sus extensas jornadas laborales.
Él no era la excepción, y había asuntos muy importantes que le hicieron salir hace unos minutos de la comodidad de su casa.
Estacionó su auto en un parqueo al otro lado de la calle que daba entrada al prestigioso Southbank Park, agarró su paraguas y se adentró en sus majestuosos jardines. A esas horas ya estaban saliendo la mayoría de los visitantes que aún se encontraban paseando por el lugar, dejando el parque prácticamente vacío.
Caminó tranquilo, entretenido con el repicar de las gotas cayendo sobre su paraguas, deleitándose con el panorama desolado de su alrededor. Pasó por debajo de unas columnas angulares que formaban una especie de túnel, adornadas con extensas enredaderas, hasta que a la salida de las mismas se encontraba un pequeño rincón alumbrado por faroles y unos bancos para sentarse. Ahí decidió detenerse al fin.
Observó el reloj en su muñeca, marcando las 8:30 de la noche. El estómago le crujió por el hambre, ya que había salido sin probar alimento alguno antes, por la vagancia de prepararse algo o pedir comida. Esas eran las desventajas de haberse apartado de los lujos de su familia para emprender el camino solo y poder cumplir su objetivo por su cuenta.
—Bienaventurada noche, amigo mío —dijo un hombre, saliendo de entre las sombras. Parecía tener unos cuantos años ya encima, trajeado y con pose relajada. Andaba con su paraguas en una mano y un cigarrillo medio consumido en la otra.
—Buena noche, señor Conrado —devolvió el saludo cuando reconoció al fin al infiltrado—. Espero que su estancia en la ciudad sea de su agrado.
—Y lo es… —afirmó—. Muy diferente a mi isla caribeña, eso sí. Pero con un encanto exquisito.
—Cuba también tiene sus encantos.
—Muchísimos, la verdad, pero solo para el turista. Créame que la isla no es nada encantadora para vivir ahí.
—Algún día tendré que ir. Quizás sea bueno cambiar de aires cuando esto acabe.
El señor le dio una última calada a su cigarro y fue a arrojarlo, pero la mirada desaprobatoria de su acompañante le hizo detenerse, alzando un pie y apagándolo en la suela de su bota, para luego sacar una servilleta arrugada y aún con migajas de pan de su bolsillo, envolver el cigarro ahí y volverlo a guardar, resoplando por la molestia de la acción.
—Bueno, a lo que vamos —dijo luego de haber guardado el cigarro envuelto.
Él asintió, acomodando su corbata con una mano para luego pasar a chasquear los dedos, provocando una ráfaga de viento que se fue arremolinando con rapidez, hasta crear un vértice. El viejo Conrado se echó hacia atrás debido a la impresión, ya que todavía no se acostumbraba a los portales.
—Según mis cálculos, falta poco para que vuelva a pisar Freya. Ya dos de las tres familias en la Tierra la tienen acorralada.
—Y ahí supongo que entro yo —inquirió—. ¿Qué necesitas que haga?
—Ve directo a la Trinity College e infíltrate. —le tendió un sobre que sacó de su traje—. Aquí tienes los documentos necesarios.
—¿Y luego…? —siguió preguntando luego de agarrar el sobre y ponerlo debajo de su brazo.
—Luego buscarás a Abdala VanSoul. Es profesora asistente de cátedra ahí. Ya sabrás qué hacer después, pero la prioridad es que estés bien cerca de esa joven.
Conrado no esperó más. Le tendió la mano a su compañero como símbolo de despedida y se acercó al portal. Antes de ser consumido por este, giró el rostro y sonrió.
—Bronthe, no fallaré —le dijo confiado—. Llevo toda una década esperando este momento.
—Confío en tus habilidades —respondió—. Nadie mejor que tú para matarla.
Y entró por fin al portal, siendo consumido por este y cerrándose tras su paso.
Por otro lado, Bronthe Alastord, aquel con una misión tan grande como para salir de la comodidad de su casa a esas horas, dio vuelta sobre sus pasos y dispuso a salir de ahí. Ahora llevaba menos prisas, ya que la llovizna había cesado y se podía disfrutar mejor el paisaje nocturno a su alrededor.
Sin embargo, solo un pensamiento rondaba por su mente: la posibilidad de que Conrado fallase, quedando tan poco tiempo para el día destinado, cuando ya sería demasiado tarde para actuar…
…
Actualidad...
—Señor Bronthe —le llamó Corinthya al otro lado del portal—. Espero que ya tengan a la Lahen en sus manos.
Corinthya Gayard, vasalla de la 5ta familia y servidora de las mismas convicciones que los Tords, se encontraba sumamente ansiosa de que el deseo de ambas familias se cumpliese.
La 2da y la 5ta familia, oraban por la muerte de Magna, para así no llegar al día del Descenso. El mayor temor que presentaban provenía de un antiguo tallado donde el mismísimo Oshanta anunciaba la aniquilación de uno de los dos mundos cuando llegase la hora. Eso era algo que no podían permitir, más aún habiendo sentimientos de por medio en toda esa historia.
—Cory, deja de tratarme con tanta formalidad —le dijo dulcemente.
—Lo siento… —rectificó ella apenada—. No me adapto a esto. Es muy irreal.
Él estiró su mano como queriendo tocar el portal. Ella palideció al ver las cicatrices en su brazo desnudo, las cuales le habían quedado luego de la última vez que hizo lo que estaba a punto de hacer. Luego miró las suyas en su propio brazo, mordiéndose el labio con fuerza al recordar el dolor causado.
«No…», fue lo único que pudo salir de su boca en un leve susurro.
—Puede ser la última vez, Cory —habló él en tono triste.
—Tienes razón —le sonrió ella con la misma expresión en el rostro—. Pero, por favor, cumple con tu parte y mátenla. Y así poder seguir disfrutando de la agonía de verte, aunque no pueda tocarte.
No hizo falta más nada para que ambos extendieran sus manos hacia el portal por el cual se comunicaban. Y, contra todo pronóstico y sin pensarlo dos veces, Bronthe ejecutó lo que era la acción más alocada y riesgosa de su vida; un tabú del cual no saldría ileso.
Pasó su brazo por el portal, tocando el de Corinthya. Luego, con suma rapidez, ignorando el dolor asfixiante y escozor en todo su cuerpo, cruzó completamente y agarró el rostro de ella entre sus manos, para depositarle un fuerte beso en los labios, mientras su piel agrietaba y se cuarteaba dejando salir diminutos hilos de sangre que se mecían sin tocar el suelo debido al viento causado por el portal.
Ella reaccionó luego de unos segundos, apartándolo bruscamente y empujándolo hacia el otro lado del portal, el cual cerró de golpe, dejándola completamente sola en aquella habitación, con las manos, ropa y suelo manchados de la sangre de su amado. Tocó su labio, el cual quemaba debido a la intensidad del beso; había sido el primero y único en tanto tiempo desde que se conocían.
Tan solo pudo pensar en dos cosas luego de que sus pies flaquearan y cayera arrodillada al suelo temblando. La primera: en la salud de Bronthe luego de aquel acto imprudente, que le dejaría horribles marcas en todo el cuerpo. Y la segunda: Magna Lahen, la portadora de Oshanta, debía ser asesinada a como diera lugar.
Espero que les haya gustado este capítulo.
Es un poco diferente que los anteriores, pero quería mostrarles una historia más amplia, desde la perspectiva y actos de otros personajes.
Recuerden regalarme sus votos y comentarios si les va gustando lo que leen; así me ayudan a crecer!
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