Capítulo 21.
Freya
Dublín, Irlanda
Había comenzado a llover a cántaros, arruinando el plan de Magna sobre una entrada gloriosa y triunfal. Solo tenía dos opciones en ese momento, seguir embarrando sus botas de fango o precipitar las cosas y abrir un portal justo en la entrada del palacete, a expensas de ser descubierta.
El Sol todavía se empecinaba en no salir, y el frío viento más las gotas heladas le causaban escalofríos de altas magnitudes.
Paró en seco, ofuscada por su estupidez al no idear un plan B a tiempo. Se resignó a abrir el portal, haciendo memoria del recibidor del palacete, sin mucho resultado. Tenía tanto en su cabeza que era difícil concentrarse. Intentó recordar entonces el jardín, la puerta principal y los enormes muros que lo resguardaban del bosque.
Fue a chasquear los dedos, ya ubicada en dónde debía abrirlo, cuando un sonido estridente de un disparo le hizo abrir los ojos. Comenzó a notar varios hombres entre la maleza de alrededor del sendero, armados, apuntando en su dirección. Agarró con rapidez la daga en el interior de su bota, apretándola fuertemente en su mano, a la expectativa de los movimientos de aquellos inoportunos.
«Tuvo que haber sido ella…», pensó.
Era muy poco probable que los Souls la hayan visto adentrarse al sendero, mucho menos a esas horas. Tenía que haber sido esa traidora, quien le debió informar a Abdala del plan. Viane y Sansa iban a tener mucho trabajo si todo salía bien, cuando descubrieran de lo que era capaz Ohanna, al punto de traicionar no solo a una supuesta amiga, sino a su propia familia.
—¡Quédese quieta si no quiere morir por un hueco en el cráneo! —gritó uno de los hombres para hacerse escuchar por encima del ruido de la lluvia.
Ella alzó los brazos, aún aguantando la daga. Giró su cuerpo lentamente en dirección a aquel quien le hizo la amenaza, concentrando de a poco su energía, creando un flujo acumulativo en las yemas de sus dedos, que comenzó a quemarle por su fuerza. Quedando cara a cara con él, ladeó la cabeza, riéndose en su cara.
El hombre afirmó el agarre de su pistola, quitándole el seguro, cuando Magna chasqueó los dedos, haciendo que, tan rápido que la vista apenas pudo captarlo, un portal se abrió detrás de él, mientras otros más pequeños comenzaron a aparecer uno a uno en distintos puntos cercanos, tumbando al resto de enemigos.
Magna entró de espaldas a uno de ellos, sin parar de reír ante la adrenalina, saltando de portal en portal para confundir y atacar a cada uno de ellos, desde el frente, el aire o cualquier lugar imprevisto, resguardada por la oscuridad y la densidad del torrencial que estaba cayendo.
Su última víctima fue el impertinente que la amenazó, estampándole el mango de la daga en su atlas, primera vértebra cervical, dejándole inconsciente y posiblemente sin la posibilidad de volver a mover un músculo en su vida.
No estaba en momentos de controlarse, era todo o nada para llegar a su objetivo.
Cerró siete de los ocho portales que había abierto, buscando aquel que dejó listo para cruzar hasta la puerta principal. Caminó a pasos agigantados al verlo, aumentando su velocidad y saltando al mismo, justo en el preciso momento en que otro disparo sonó, y el asfixiante escozor de una bala rasgando su piel, le hizo caer de bruces al otro lado.
—¡Joderrrr! —exclamó luego de despegar su cara del suelo enfangado—. Tenía que haberlo matado.
Se limpió el rostro con su antebrazo, agarrando su cabello empapado y sucio para hacerse un moño, sujetándolo con una liga que siempre llevaba consigo en su muñeca.
Quitó una de las vendas de sus brazos, vio la herida de baja centímetros más arriba de su tobillo, a mitad de los gemelos, la cual no había atravesado demasiado como para causarle daño en algún nervio o arteria.
Tragó saliva, haciendo pinza con sus dedos de una mano, mientras con la otra clavaba el filo de la daga, gimiendo ante el dolor lacerante del metal mellando en su carne. Y por fin salió, devolviéndole el color al rostro. Puso la venda para presionar la herida, evitando el sangrado excesivo, y con sus dientes fue desabrochando y quitando la de su otra mano, con la cual envolvió la zona e hizo un nudo.
Posiblemente cogería algún tipo de infección por todo el polvo y lodo en la tela, pero era lo de menos.
Intentó levantarse poco a poco, sintiendo el repentino ladrar de los perros y gritos de varios hombres alrededor del palacete, posiblemente buscándola.
Los pobres ilusos de seguro se pensaban que la muy tonta iría por detrás, sin exponerse a la entrada principal. Magna seguía con unos cuantos tornillos menos, pero no tenía ni un pelo de tonta.
Caminó, cojeando prácticamente, escalón por escalón de la entrada hasta la puerta, sintiendo su corazón atravesarse en su garganta cada vez que tenía que apoyar el pie para subir al siguiente. Los cinco minutos más negros de su vida. La puerta principal estaba herméticamente cerrada, sin posibilidad de ser empujada o destruida. Dobló hacia un ventanal lateral a la puerta, agarrando una pesada maseta que tenía en frente de adorno, tirándola con todas sus fuerzas hacia el cristal, haciendo que esta se hiciese añicos frente a sus ojos.
Entró como pudo, ignorando a los guardias que no tardaron en aparecer en el amplio recibidor junto a Abdala, cagada de miedo según su expresión.
Ya Magna estaba agotada, pero solo le quedaba confiar en su suerte, chasqueando los dedos por última vez, abriendo otro portal, algo pequeño debido a la falta de energía, que fue creciendo de a poco mientras, uno a uno, iban saliendo del mismo varios hombres y mujeres pertenecientes a la segunda y tercera familia.
—Ya nos estábamos impacientando —dijo Viane al salir ella, precedida por Sansa.
—Y yo estoy a nada de desmayarme, así que muévanse… —dijo, casi afónica por la debilidad en su cuerpo.
Bronthe salió del portal justo cuando aquel lugar estaba hecho un caos, viendo como un solo golpe de Viane a algún pobre infeliz podía mandarlo contra la pared, o atravesarles el pecho, como sucedió justo frente a sus ojos, a pocos metros de él. La tercera familia tenía una fuerza inhumana, además de destreza en combate cuerpo a cuerpo, mientras los suyos cubrían las espaldas con armas de fuego.
Magna evadió aquella caótica pelea, volviendo a sufrir la agonía de subir, esta vez, lo que parecían unos treinta o cuarenta escalones, prácticamente encima de una de las barandas para poder apoyarse al pisar.
Solo le faltaban pocos pasos, cuando una mano jaló su moño con fuerza hacia atrás, haciendo que casi se cayese por las escaleras, con la suerte de estar bien sujeta a la baranda.
Igual quedó sentada en un escalón, con las manos de Ohanna aguantando las suyas, haciendo fuerza con su rodilla en el abdomen de Magna. Al tener una pierna herida no podía hacer demasiado forcejeo, y el cansancio por la falta de energía al crear tantos portales, le jugaba en su contra.
Ohanna estampó su puño en el rostro de Magna, a lo que esta aprovechó para agarrarla también por el cabello, desquitándose, jalando con fuerza, haciendo que el cuerpo de su amiga se doblase, aprovechando esa oportunidad para invertir los papeles.
Al tenerla sometida, sin perder tiempo, con lo poco que le quedaba de fuerza usó su don, pegando ambas frentes en lo que sus ojos adoptaban un intenso tono ámbar brillante.
Ohanna dejó de forcejear, quedando inconsciente mientras Magna jugaba con su alma, sometiéndola a un estado de letargo involuntario. Se separó del cuerpo desparramado de la joven en las escaleras, terminando de subir por estas, buscando en su memoria dónde se encontraba la habitación de Analla, mientras los disparos, objetos arrojados y cuerpos disparados por la fuerza de Viane y Sansa, iban en su dirección, como si esta fuera un imán para el desastre.
—¡Cuidado! —le gritó a Bronthe, el cual había desviado un tiro que casi le pega en la cabeza, asomada por el pasamanos del segundo piso, cuando un estruendo sonó, haciendo vibrar el suelo.
Retrocedió, cayendo de nalgas unos metros atrás, viendo como parte del piso de ese lado se cuarteaba, hasta terminar derrumbándose.
—¡Perdón! ¿Estás bien? —gritó Sansa, haciéndose ver, con un hombre agarrado en una curiosa llave de lucha.
—Tu querida hija casi me mata en las escaleras hace unos minutos, ahora tú. Voy a pensar que tienen algo en mi contra.
—¿Mi hija qué…? —le preguntó Sansa. Al parecer no la había escuchado bien.
Magna resopló, volviéndose a levantar del suelo y señalando a las escaleras. Sansa siguió la dirección en la que apuntaba su mano.
—Es mejor que la recojas. Ahí tirada le puede llegar una bala perdida.
Y siguió caminando hacia el final del pasillo, encontrando al fin la puerta indicada, donde no se escuchaba un solo ruido dentro, como si un hubiese nadie ahí. Había una posibilidad de que Analla hubiese escapado, pero era mejor averiguarlo antes que perder la oportunidad y que toda la operación y vidas sacrificadas fuera en vano.
Agarró el picaporte, girándolo lentamente hasta que no pudo más. Estaba trancada. Comenzó a golpearla entonces, molesta y poseída por el cansancio y la resignación, hiriéndose más aún sus dedos que todavía no estaban del todo curados. Los golpes se hicieron más suaves y lentos al notar que nadie respondía al otro lado, para al final dejarse caer contra la puerta, doblando sus rodillas y cruzando sus brazos sobre estas, ocultando su rostro, hecha un ovillo.
Sintió pasos acercándose, justo en frente suyo, cuando una mano le tocó. Alzó nuevamente el rostro, bañado en sudor, fango y pequeñas lágrimas de rabia que no tardaron en salir al sentirse impotente, cuando fue subiendo la mirada hasta dar con el rostro contraído de Abdala.
—¿Qué vas a hacer? Me rindo, estoy dolida, cansada y con ganas de cagarme en la madre de alguien. Ustedes ganaron…
Abdala, agachada a la altura de Magna, se levantó, registrando en su bolcillo hasta dar con un juego de llaves.
—Aún no —dijo sin mirarla, encontrando la llave indicada y metiéndola en la cerradura.
Le extendió una mano a Magna, la cual agarró para levantarse ella también.
—¿No que estabas en contra de esto? Ya sé que todo fue cosa de Ohanna y tuya. Si no, no me hubiesen encontrado tan rápido al salir del motel.
—Al inicio me pareció buena idea, pero estoy en contra de toda esta masacre innecesaria entre familias —le confesó a Magna—. Y mi madre se ha estad comportando muy extraño en estos días, desvariando y hablando sola sobre muerte, catástrofe, poder y muchos otros balbuceos que no lograba entender del todo.
—Tienes miedo… —concluyó.
—Mucho —aceptó—. No sé lo que estoy haciendo, pero me la estoy jugando ahora mismo. Espero que todo salga bien, MaLa.
—No te voy a agradecer…
Y giró ella misma la llave, apartando a Abdala para abrir la puerta, dando vista a una habitación hecha pedazos, con vidrios rotos esparcidos por el suelo, papeles quemados, cortinas desgarradas. Y el cuerpo dormido de Analla, recostado sobre el mullido sofá bajo el ventanal donde ambas se transfirieron el alma de Oshanta la vez anterior.
«Aquí vamos…», pensó, «…por todo lo que quieras, no te despiertes y házmelo más fácil».
Y la puerta se volvió a cerrar, dándole un pequeño susto, mientras avanzaba despacio hacia ella, sin dejar de contemplar la caótica escena a su alrededor. Sus ojos comenzaban a tomar aquel brillo color ámbar, por el despertar de sus dones, mientras lenta y cautelosamente se acercaba más y más.
Y fue entonces que extendió su mano, rozando la frente de la líder, entrando a su interior, sin esperar la tormenta que se estaba desatando en ese oscuro y profundo lugar.
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