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Capítulo 14

Freya.
Washington, EE. UU
 
Sansa caminaba de un lado a otro por todos los jardines de la gran mansión, llamando a cada jefe de escuadrón regado por el mundo, a que volvieran a la sede de la familia.

Se avecinaban tiempos difíciles, y los Delos, familia especializada en el área física y encargados del orden público y cuerpos de seguridad, eran quienes debían dar el paso inicial para enfrentar la crisis que viviría Freya próximamente, antes de que ocurriera el día destinado.

Viane había dado la orden de reunirles, idear un plan e intentar contactar con Magna Lahen, para partir a la sede de los Souls en Irlanda, y evitar que Analla logre lo que sea que estuviese planeando.

También estaba la cuestión de los Lahen, siendo controlados por Gahel y Raphaello, los portadores y antiguas “manos derechas” de Magna, quienes la terminaron traicionando. Hasta la fecha se había dado de largo aquel asunto, debido que lo primordial era mantener a Magna a salvo y a Oshanta lejos de ellos, sin terminar en un choque entre familias. Pero ya era la hora de actuar, y devolverle el trono a su reina.

—No logro dar con esa tonta. —Entró Ohanna a la sala de reuniones, dando gritos, frustrada y desesperada.

—Los Therres deben haber podido llevársela al otro mundo. Según el infiltrado, cuando la servidumbre invadió la habitación de Analla, ya Magna no estaba ahí, solo la Soul y un cadáver —contó Viane.

—Pero no doy con ella de todas formas. Solo logro abrir portales que llevan a nada.

—Algo debe estar pasando —pensó Viane en voz alta—. ¿Tienes algo con su esencia?
 
—Si, tengo uno de sus anillos. Ella misma me lo dio al volver hace unas semanas, por si debía encontrarla.

—Es muy extraño entonces que no tengamos resultados.

—Por ese motivo odio que existan dos mundos. ¿Qué gracia tiene si no podemos viajar por ellos, ni relacionarnos con las otras familias del todo? Es por eso que siempre hay discordia.

—Eso cambiará pronto, hija —le dijo Sansa, entrando también en la habitación luego de colgar el teléfono.

Se sentaron juntas las tres, y el silencio tenso e incómodo podía cortar el aire. Los minutos pasaban para todos, y el día estaba a punto de llegar. La pregunta más importante era la conexión entre las tres mujeres, ahí pensantes: ¿dónde se había metido Magna Lahen?
 

 
Tierra
Múnich, Alemania

 
—¡Ponme un puto trago si no quieres que te rompa la cara!

—Señorita, esto no es un bar, y haga el favor de soltar esa botella —dijo nervioso un hombre trajeado, asustado ante la agresividad de la chica.

—¡Claro que sé que este no es un puto bar! —exclamó ella alzando las manos, como si fuese muy obvio lo que estaba diciendo—. En todo este sitio, donde único he podido encontrar alcohol es aquí, en el despacho del viejo cascarrabias.

—El señor Daulla me va a matar… —comenzó a murmurar el pobre hombre, el cual se encontraba en una grave situación.

Comenzó a dar vueltas y caminar en círculos, analizando la situación, hasta que por mero impuso ante la desesperación, agarró la costosa botella, The Macallan 1926, para intentar quitársela de las manos.

—Reza porque sea él y no yo quien te mate —amenazó ella, agarrando la botella con más fuerza.

Miró al trajeado a los ojos, y los suyos propios comenzaron a centellar en un intenso tono ámbar.

—Daulla, necesito que… ¡wooo! —La puerta se abrió de par en par, y por esta entró Detroyd apurado, presenciando la escena—. Magna, cariño, deja esa botella y yo te llevo a un buen lugar donde podrás tomar lo que quieras —le dijo, acercándose a ella, haciendo que esta reaccionase y la soltara.

—¡Mi héroe! —exclamó, tirándose en sus brazos y cruzando sus piernas en la cintura de él, depositándole un sonoro beso en la mejilla—. Hace años que no te veía.

—Yo también te extrañaba, pequeña tonta.

La relación de ambos era en extremo divertida. Ni siquiera Deux era capaz de tolerar a Magna como él.

La culpa en Detroyd nunca se fue luego de enterarse de todo lo que le había sucedido. Ella no quería albergar a Oshanta, y lo había dejado claro en múltiples ocasiones. sin embargo, su propia familia la indujo a eso contra voluntad, perdiendo sus recuerdos y su don debido al trauma del forzoso ritual. Terminó convertida en una humana común, y siendo perseguida por muchos, odiada por otros.

No entendía porqué, pero aquella niña de catorce años que vio por primera vez al trasladarse a Alemania, luego de que los Therres se apropiaran de ella, le llegó a ablandar el corazón. Y ya era toda una mujer, hermosa y carismática; un torbellino en toda regla.

—Entonces, ¿vamos a por más alcohol? —le preguntó ella.

—Vamos. No creo que Daulla se moleste cuando se entere que salvé su botella más preciada con el costo de sacarte de paseo un rato.

—¡Eres orgásmicamente considerado!

—Y tú eres toda una borracha malcriada —dijo riendo por el tono de su comentario—. Ahora, salgamos de aquí.

Pasó su brazo por detrás de su cuello, guiándola a salir del despacho. Sabía el lugar perfecto a dónde llevarla, fuera de los muros de la séptima familia.

La había visto horas antes en el cuarto médico, intentando despertar a Deux. Al parecer ya su don había vuelto, y posiblemente sus recuerdos, aunque nada en ella había cambiado. Por lo menos no hasta ese momento.

Sabía perfectamente que estaba borracha y dolida, y por eso había recurrido al alcohol para olvidar sus penas. Él no era nadie para juzgar su actuar, y si ella necesitaba un desahogo o una distracción, eso le daría con tal de devolverle el ánimo.

Era lo menos que podía hacer por ella.

Detroyd condujo despacio hasta el otro lado de la ciudad, acompañado de una música alegre y los gritos de su acompañante al cantar. Llegaron a una calle tranquila y alumbrada, donde el ritmo contagioso de la salsa de extendía por los alrededores desde un pequeño bar al fondo con temática latina.

Se bajaron del auto; Magna moviendo las caderas al compás de la música mientras caminaba. Por más que la sangre italiana en sus venas era explosiva, le faltaba la soltura que solo un latino tiene incorporada.

Sin embargo, verla así de relajada solo le provocaba ternura, y otra sensación algo confusa que le hizo detener su andar y mirar al cielo, agarrando aire fuertemente para luego soltar un gran suspiro, para luego continuar la marcha a la entrada del bar, ante la llamada de la joven.

—¡Esto es la bombaaaa! —gritó ella para hacerse oír por sobre la música—. Tú pagas, ¿no? Entenderás que no tengo un puto…

—¡Si! —respondió él sin dejarla terminar la frase—. Solo por hoy, pídeme lo que quieras.

Ella se mojó los labios para luego desplegar una enorme carcajada, que le dejó atónico y algo confundido.

—Eres realmente orgásmico, argentino.

«Y tú estás irremediablemente rota, Magna Lahen», pensó él, controlando sus pensamientos más profundos.

Llegaron a la barra, donde Detroyd terminó pidiendo una cerveza, mientras su eufórica acompañante se debatía entre “un trago fuerte que me haga terminar en tus brazos, o uno suave que me haga disfrutarte más”, con esas palabras exactas.

Entonces sonó una nueva canción. Justamente un tango muy pasional y agresivo llamado Roxane, de una película musical que a él le encantaba y había visto demasiadas veces.

—¡Ufff! —exclamó Magna, haciendo gestos graciosos con la mano—. ¡Qué canción tan… intensa!

—Te enseño si quieres —le propuso, estirando su brazo para ofrecerle bailar.
Ella dudó, pero terminó accediendo.

La pegó a su cuerpo, diciéndole con calma como marcar los pasos simples, posando una mano en su cintura y juntando ambos rostros hasta sentir la respiración del otro.

—Argentino, hace calor…

—Demasiado —confirmó sin apartar la mirada.

Uno, dos, tres… pequeño salto. Giro y espalda erguida.

—Necesitaba esto —sinceró ella.

Uno, dos, tres… juego de pies. Curva hacia atrás y pierna al aire.

La mano libre de Detroyd recorrió su torso, desde debajo del ombligo, pasando por encima de su ajustada blusa de tirantes, que le marcaban sus pezones, entre su pecho hasta llegar a su cuello, y agarrarle el mentón mientras la volvía a subir nuevamente.

Luego esa misma mano se deslizó hacia su nuca, agarrando por detrás del cuello su sedoso cabello suelto, mientras sentía su olor, su respiración forzada y el subir y bajar de su pecho agitado.

—¿Qué otra cosa necesitas? —le preguntó sin poder contenerse.

Ya no había vuelta atrás. Eva tenía razón sobre él: había quedado flechado por la joven. No era lástima, o culpa, sino algo mucho más fuerte lo que le estaba haciendo actuar por mero impulso.

Ella no dejó de mirarlo, mas su expresión había cambiado completamente. La música paró y dio inicio a otra más dinámica, pero ellos continuaban ahí parados. El tiempo pareció detenerse en el momento en que cerró los ojos, consumido por la imprevista sensación de los labios de Magna chocando con los suyos.

Su agarre se intensificó, cambiando de papeles y tomando el control del beso, mordisqueando el labio inferior de ella y jugando con su lengua, mientras ella gemía por lo bajo, de forma casi imperceptible y se dejaba hacer.

—Necesito… —dijo jadeante luego de que sus bocas se separasen—. Necesito muchos más de tus besos, stronzetto.

Y ahí todo se acabó…

Detroyd había entendido todo. El mundo se le quiso caer encima en ese instante, cuando Magna, posesa y aparentemente entregada, dijo esas últimas palabras.

Había escuchado dicho apelativo demasiadas veces cuando recién la conoció, y jamás se le olvidaría.

Aquel beso no se lo había dado a él. Ese puto beso, hacía ya demasiado tiempo que tenía dueño.
 

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