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Capítulo 5: Peligros más allá del arrecife

El atardecer anaranjado se cernía sobre las tierras lejanas de Auradon, en las paradisíacas islas Motunui. Apenas quedaban barcos mercantiles en los muelles y las playas rebosaban de vida turística desde que se inauguraron los bares y hoteles. Una joven de pelo largo y rizado amarraba con fuerza su barca, su rostro fruncido denotaban que estaba muy molesta con su visita en Auroria donde le aseguraron que sus problemas iban a solucionarse. Su tribu llevaba mucho tiempo sufriendo ataques de barcos misteriosos y seres sobrenaturales desde que la barrera mágica de la Isla de los Perdidos fue destruida. Sus barcos no regresaban y los que lo hacían navegaban a la deriva hecho añicos, sin ningún alma viva encima. La gente temía regresar a esos años de miedo donde sus barcos se quedaban almacenados sin volver a tocar el océano. Su líder se negaba a volver a esos años donde el miedo no les dejaba vivir.

A pesar de hacer sus últimos intentos desesperados, nadie tuvo la decencia de escucharla, sus quejas se quedaron almacenadas en una oficina de atención al cliente. Ahora recordaba con más asco por qué odiaba las grandes ciudades.

—Vaiana —una voz cálida y suave se acercó por aquellas arenas que ya no estaban tan limpias—, cariño, ¿Qué tal ha ido?

La mujer, algo anciana, observó el rostro de su hija intuyendo la respuesta. Aquellos ojos presos por la furia sin saber como ayudar a su pueblo llevaban meses sin dejarla dormir tranquila. Incluso contando con la ayuda de Maui las cosas seguían siendo difíciles.

—¡Me he jugado la vida en vano! —apuntó la joven, tras bajar de la barca de un ágil salto, no podía esconder su descontento—. No tienen tiempo para ayudar a cuatro idiotas que viven en una isla selvática, eso si, para venir de vacaciones a ensuciarnos las playas si tienen tiempo.

Estaba harta de decirle a la gente que no tirasen los restos de comida y plásticos al suelo si tenían papeleras o puntos limpios. Estaba cansada de oír a los adolescentes gritones hacer trastadas o a los jóvenes de fiesta casi todas las noches haciendo fogatas o tirando petardos. Era fustigante.

—No te ofusques, seguro que encontraremos una manera de solucionar nuestros problemas —añadió la mujer dándole un abrazo reconfortante a su hija—. Se avecinan tiempos difíciles para todos. No les culpes.

—¿Cómo? Nunca había afrontado algo así, prefiero mil veces más enfrentarme a Te Kã que ver la situación en la que está mi pueblo, madre —resopló cansada tras sacudirse la arena restante de su top rojo tribal.

Pronto, el cielo escupió un potente rayo que ocasionó los rostros confusos de quienes lo oyeron. El sonido fue bestial como si una tormenta tropical hubiera aparecido de la nada deseando arrasar con todo, sin embargo, no había una sola nube sobre ellos. Vaiana se acercó algo más a la playa con el ceño fruncido y la mirada puesta en el cielo, sin entender que sucedía. No fue hasta que finalmente algo corpulento y rápido cayó con fuerza contra la arena hasta chocar con una de las negras rocas.

Después de que la humareda de tierra se disipó pudieron oír una tos carrasposa seguido de una voz que reconocían. Maui se dejó ver expuesto de heridas y zarpazos, su anzuelo en mano yacía con algún que otro rasguño mientras trataba de levantarse apoyado en él.

El miedo no tardó en adueñarse del ambiente.

—¡¿Maui?! ¡¿Qué te ha pasado?! —exclamó Vaiana al aproximarse y ver que realmente estaba muy herido.

El semidiós las observó aturdido tratando de centrar su mente agitada, su respiración también, cuando se dio cuenta que la playa estaba llena de gente, el pánico regresó a su mirada y su corazón se aceleró antes de exclamar con la poca fuerza que le quedaba:

—Salid de aquí —tosió todavía magullado, trató de alzar la voz, pero apenas tenía fuerzas para sostenerse— ¡Todo el mundo fuera!

La gente se observó confusa sin entender que había pasado, los cuchicheos nerviosos después de observar como había aterrizado en la arena se volvieron más continuos y desconfiados. «Parecía un loco», pensaban algunos turistas incrédulos, mientras que los nativos, más tensos, decidieron alejarse poco a poco sin entender porqué uno de sus mejores protectores estaba tan herido.

La madre de Vaiana obligó a la gente a desalojar y fue gracias a algunos isleños que le ayudaron con la ardua labor, la playa comenzó a desalojarse. Mientras tanto, Vaiana se acercó a una palmera curvada, la más cercana al océano, tratando de averiguar que era lo que había dañado a su compañero.

Unas alas moradas se agitaban a gran velocidad mientras surcaba los cielos, sus rugidos se hicieron más intensos cuando descendió por el arrecife dejando ver su aspecto escamoso; se trataba de un dragón negro de vientre morado y mirada amarilla, sus garras y dientes eran negros como el carbón, mientras que su garganta anaranjada se iba tornando de amarillo cuando la abrió de par en par.

Una bola de fuego amarillenta salió disparada directamente contra el semidiós que consiguió destruirla con un golpe seco de su anzuelo mágico, sin perder la compostura. Vaiana no daba crédito a lo que estaba viendo, mientras que Maui trató de contraatacar lanzándole una enorme roca al dragón, la joven observaba aquel ente misterioso con cierto pavor. «¿Era el dragón que tanto pánico causaba en Auradon? ¿El dragón que había expuesto en carteles de se busca por toda la capital? ¿La temida Maléfica?», pensaba tragando saliva tras ver el último choque entre la bestia y Maui, este último transformado en un halcón gigantesco, dispuesto a despedazarle.

Vaiana dejó de observar la temible batalla que se cernía en la orilla y trató de ayudar a las personas que se habían quedado rezagadas en la playa, mostrándoles un sendero entre la selva que los guiaría a su tribu.

—¡Seguid! ¡Por aquí! —ordenó Vaiana haciendo señas a las últimas familias que seguían la fila, presos del pánico— ¡No os detengáis! ¡No hagáis ruido! Maui se encargará de esto.

Regresó rápidamente por el sendero perdido entre vegetación y palmeras enormes hasta que, sin verlo venir, Maui cayó arrastrado por el suelo cerca de ella, a un palmo de ser arrastrada por la onda expansiva.

—¡Maui! —se alarmó tras observar que el hombre yacía herido sin su arma en mano. Ese golpe fue tan poderoso que el semidiós se quedó sin fuerzas contra el suelo.

Los rugidos de la bestia junto a sus aleteos se intensificaron cerca de sus alrededores, haciendo que la vegetación se sacudiera con fiereza, pero por suerte los bosques eran tan altos y espesos que estaban escondidos de sus ataques venideros.

—Busca el cuerno... —soltó Maui gruñendo del dolor, trató de incorporarse, pero algo en su espalda se lo impidió.

«¿Cuerno? ¿Ha querido decir anzuelo?», se preguntó la joven al ver que su compañero no sabía ni dónde estaba. Su mirada inquieta observaba las flores y helechos frondosos sin ver su arma acuática. Los gruñidos enemigos se acercaban y necesitaban salir de ahí antes de que los encontrara recomponiendo sus pocas fuerzas.

—¡Allí! ¡Vamos! —dijo ella, ayudándolo a incorporarse en su espalda.

Con toda su energía trató de cargar con parte del peso de él, a paso ligero hasta el final de un sendero donde yacía el anzuelo golpeado contra las rocas. Solo unos pasos más, la tensión se podía cortar con un cuchillo mientras trataban de no llamar la atención, parecía que habían logrado escabullirse de los ataques, pero la temperatura comenzó a aumentar drásticamente y una luz amarillenta iluminó sus espaldas.

—¡CUIDADO! —gritó Maui viendo como una oleada de llamas estaba a punto de carbonizarlos.

De un breve salto consiguió agarrar el mango de su arma y transformarse en halcón para poder salir pitando de las abrasadoras llamas. Gracias a sus robustas garras pudo atrapar los brazos de su compañera y sortear los árboles con agilidad y destreza, la suficiente para acabar tirados en la playa nuevamente.

—¿Está aquí verdad? —trató de explicarse Maui al voltearse y ver todo el incendio masivo que estaba orquestando su enemigo. Los animales huían despavoridos y los gritos humanos se hicieron más presentes conforme el fuego se acrecentaba— ¡Dámelo y huiré por el mar para que me siga!

—¿El qué? —preguntó Vaiana, alarmada. No tenía ni idea de que hablaba.

—¡El cuerno de Diabólica! —contestó histérico.

Vaiana no tenía ni idea de que estaba hablando, no sabía ni que era ese objeto que tantas ganas tenía Maui de poseer en sus manos. ¿Era eso lo que buscaba el dragón? ¿Un simple cuerno? Pronto ambos siguieron con la mirada el recorrido de la bestia que regresó cerca del arrecife preparando un golpe fulminante que terminaría con ellos de una vez por todas. Volvió a formar una bola de fuego amarillento en su boca que fue creciendo desmesuradamente, tanto que incluso Maui pensó que ese golpe no lo podría detener como los anteriores.

Ese golpe borraría a Motunui del mapa.

La joven líder observo el océano, sus puños cerrados y la mirada más avivada que nunca. Sus pies yacían enterrados en la arena mojada y sin pensárselo ni un minuto más, pisó con fuerza la orilla haciendo el el vasto océano respondiera a esa onda con un Tsunami que incrementó de tamaño con rapidez hasta chocar de frente contra el dragón, sumergiéndolo con violencia en el arrecife.

—¿Ya está? —preguntó Maui observando el horizonte, todavía preocupado. Su respiración entrecortada dejaba ver lo agotado que estaba.

Sus esperanzas se vieron mermadas cuando la bestia emergió a la superficie algo aturdida por el violento golpe del mar, haciendo que alzara el vuelo alejándose de su hogar sin intenciones de seguir atacando. Vaiana había conseguido ahuyentarlo por el momento.

—Creo que sí..., pero no cantemos victoria —suspiró ella y tras voltear hacia el bosque en pleno incendio, su voz seguía igual de quebrada al observar que el fuego había llegado hasta su tribu— ¡NO! ¡Vamos! ¡Necesitan nuestra ayuda! ¡MAUI!

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